El próximo día 16 de enero, si las “circunstancias” no lo remedian –que mucho me temo que no lo van a remediar-, la histórica Casa de Guadalajara en Madrid va a cerrar sus puertas y a cesar en su funcionamiento y prestación de servicios, después de más de 80 años de actividad ¡que se dicen pronto! El motivo de este cierre y este cese de actividad radica, fundamentalmente, en la falta de recursos económicos de la Casa para pagar el alquiler fuertemente incrementado de su sede, en el número 15 de la madrileña plaza de Santa Ana, después del pleito que los propietarios del inmueble plantearon en los juzgados para revisar el precio del mismo y que, tras unos años de moratoria en que se ha mantenido en un nivel relativamente asequible, a partir del próximo enero se situaría en un precio inasumible para una economía tan limitada como es la de la Casa de Guadalajara en Madrid.
En el fondo, y casi en la forma, se trata de un desahucio en toda regla y además agravado por ser a una octogenaria como es nuestra “embajada” en Madrid, eufemismo recurrente, pero no desatinado, con el que perfectamente podríamos referirnos a la Casa de Guadalajara. Reflexionemos para ver si exagero o no con lo de que se trata de un desahucio: La Casa no puede pagar el alquiler, porque sus recursos propios más los que recaba del bajo apoyo institucional que recibe, no se lo permiten, y una decisión del juzgado, como es posibilitar un incremento muy importante del precio del alquiler al propietario, va a lanzarla a la calle ¿Es, pues, un desahucio o no lo es? Aunque no creo que la Plataforma Antidesahucios se ponga en marcha para defender a la Casa de Guadalajara en esta cuestión, perfectamente podría hacerlo.
A quienes no conozcan la labor que ha venido desarrollando la Casa de Guadalajara en Madrid puede parecerles mera anécdota que cierre, pero no deja de ser realmente una pena que cese en su funcionamiento un foco de actividad social y cultural tan arraigado y prolífico pues, basta echar un vistazo a sus boletines informativos, bajo la señera cabecera de “Arriaca”, para comprobar que había frecuentes motivos para acudir a ella, no sólo a relacionarse con los paisanos guadalajareños –o no- en torno a un café, un vino o una caña de cerveza, sino para leer, cantar, escuchar música, ensayar o ver teatro, participar en coloquios, asistir a conferencias, partir de excursión, casi siempre a la provincia, etc. etc. Bien, pues todo eso y más, a partir del próximo 16 de enero, se va a acabar porque la Casa no es capaz de recaudar el dinero suficiente para pagar su alquiler, sumando sus recursos propios –fundamentalmente cuotas de socios y alquiler del bar restaurante, supongo- más los ajenos que recibe de las instituciones regionales y provinciales que, por lo visto, leído y oído, es más bien poco, con la excepción de lo aportado, tanto en apoyo económico como moral –que, a veces, es aún más importante-, por la Diputación Provincial, la entidad que históricamente ha estado siempre más cerca de la Casa de Guadalajara, como no podía, mejor dicho, como no debía ser de otra manera. Significativo es también que el Ayuntamiento de Madrid ha apoyado más a la Casa de Guadalajara que el de la capital de la provincia.
A pesar de ser una “comunidad originaria de Castilla-La Mancha”, como la Casa de Guadalajara reconoce y proclama, es un hecho cierto que poco, muy poco tiene que agradecer a la Junta de Comunidades, que siempre ha preferido apoyar a la Casa de Castilla-La Mancha –que, en el fondo, es la Casa de la Mancha, con la adicción de Castilla para ser políticamente correcta y ponérselo más fácil a “Toledo” – antes que a las casas de las distintas provincias de la región, muy especialmente la de Guadalajara en Madrid, que es la que ha pervivido con personalidad propia en el tiempo autonómico que vivimos desde hace ya más de treinta años. Una factura más que se nos cobra por ser Guadalajara la única provincia de la región que no tiene ni un milímetro cuadrado de territorio manchego, en esta región inventada y artificial donde las haya y que nació con el famoso “café para todos”, eso sí, dándosenos achicoria, mientras a otros se les ofrecía el mejor de Colombia o Brasil. Significativo, muy significativo, resulta comprobar cómo han mejorado sus sedes y aumentado sus recursos y actividad las casas regionales -no sólo en Madrid-, decididamente apoyadas por sus comunidades autónomas para subrayar y ensalzar sus propias personalidades y singularidades territoriales, mientras las provinciales, incluso apoyadas por sus diputaciones, se han ido eclipsando por el fulgor creciente de las regionales. Corren malos tiempos para las provincias y eso no es bueno para la de Guadalajara porque su realidad social, económica, geográfica y, en no pocos aspectos, hasta histórica, es distinta a la de las otras cuatro provincias de la región, a quienes les une la mancheguidad que comparten y que tanto influye en las políticas que emanan de Toledo.
Me duele que vaya a cerrar la Casa de Guadalajara en Madrid porque con ella perdemos otra seña de identidad, un referente guadalajareñista en el corazón de ese Madrid abierto y universal en el que todos caben, pero del que a nuestra “embajada” van a desahuciar. Desde el 16 de enero, la estación de Atocha estará más cerca que nunca de Guadalajara, mientras que la Puerta del Sol nos quedará más lejos.
Mis penúltimas palabras de este post son intencionadamente de reconocimiento y aplauso para José Ramón Pérez Acevedo, que va a ser el presidente de la Casa de Guadalajara en Madrid que se va a ver obligado a cerrar sus puertas, cuando ha sido el que más, mejor y con más constancia ha trabajado para que siempre estuvieran abiertas y mereciera la pena traspasarlas.
Acabo ya con este deseo que corre de boca en boca por las calles de Guadalajara en la mañanabuena, la tardebuena y la Nochebuena, también por esa guadalajareña plaza de Santa Ana que aún tendremos por unos días en Madrid: ¡A pasar buena noche y feliz Navidad!