El 14 de marzo pasado se cumplieron 35 años de la inesperada y trágica muerte del gran naturalista español, Félix Rodríguez de la Fuente, en accidente de helicóptero, mientras grababa en Alaska imágenes para un capítulo, dedicado a la fauna norteamericana, de su extraordinario, popular y, ya mítico, programa de televisión titulado “El hombre y la tierra”. En el mismo accidente fallecieron el cámara, Teodoro Roa, y el ayudante de cámara, Alberto Mariano Huéscar.
El “amigo Félix”, como era popularmente conocido por sus grandes dotes comunicativas, afabilidad y cercanía, especialmente con los niños, cuando presentaba sus magníficos programas televisivos dedicados a la naturaleza: “Fauna”, “Planeta Azul” y el ya nombrado “El Hombre y la Tierra”, estuvo muy vinculado a la provincia de Guadalajara por varios motivos. Aquí grabo algunos de los mejores capítulos dedicados a la fauna ibérica, especialmente en el espectacular entorno del Barranco del río Dulce. Aquí tenía una finca, entre Torija y Brihuega, en la que pasó muchas temporadas, no sólo para trabajar en ella en los guiones de sus documentales, sino también como destino preferente del tiempo de ocio familiar, compartido con Poza de la Sal, el pueblo burgalés en el que nació, y Cantabria, la región en la que solía veranear con su mujer y sus tres hijas. Y aquí, en Guadalajara, quedó para siempre su recuerdo en el singular y bello Mirador de Pelegrina, que lleva su nombre, y que ofrece una de las mejores vistas de esta vistosa provincia, aunque muchos no lo sepan, llevando en su pecado la inevitable penitencia.
Mi admiración por Félix Rodríguez de la Fuente es una gota más en el mar de admiraciones que le profesamos toda una generación de niños –y, por supuesto, también de mayores-, que hace ya algunas décadas que dejamos de serlo y que aprendimos más biología viendo en la tele los programas de Félix que en los libros de texto. Y digo esto al tiempo que reconozco que tuve en los Salesianos a un extraordinario profesor de Ciencias Naturales, don Inocencio, sabio y bueno como pocos, y con el que las clases se me pasaban casi más deprisa que los recreos, que ya es decir.
Aún tengo grabadas en la memoria, a fuego y tinta indeleble, algunas escenas de los programas de televisión del Dr. Rodríguez de la Fuente, como estoy seguro que lo están en la de casi todos los que los vimos, mayores y chicos, que éramos una inmensa mayoría, además de porque eran magníficos y entretenidos y se daban en el horario que ahora llaman “prime time”, porque entonces sólo había una televisión, la española, por supuesto; con dos canales, eso sí. De entre aquellas escenas, recuerdo muy especialmente una, grabada en los roquedos de Pelegrina, en la que un águila imperial atrapaba con sus garras a un carnero o un muflón y lo transportaba en vuelo majestuoso hasta el lugar en que iba a dar cuenta de él, dejando sólo la carroña para los buitres que, como tales, habitualmente sobrevuelan los farallones rocosos de la zona. También recuerdo nítidamente una secuencia de la entrada violenta de un martín pescador en el agua del Dulce para atrapar con su pico una trucha común, ya no alevín, sino juvenil. Y la impactante escena, esta vez en tierras de Sudamérica, en la que Félix y algunos colaboradores sacan del agua embarrada una impresionante boa que, en uno de sus violentos movimientos para tratar de escapar, está a punto de morderle.
Corren algunas leyendas negras sobre la forma en que tenía Félix de tratar a los animales para preparar las escenas y ser grabadas para televisión, pero a mí me han asegurado muy estrechos colaboradores suyos, de los que me precio ser amigo, como Carlos Sanz –autor de los textos y de las fotografías de los mejores mapas-guías que se han hecho de esta provincia: el del Alto Tajo y el de las Serranías, y acreditado biólogo especialista en el lobo- y Fernando López Herencia –alma, vida y corazón del cada vez mejor Zoo de Guadalajara-, que Rodríguez de la Fuente era aún más amigo de los animales que de las personas y que jamás habría consentido maltrato animal, si bien para poder rodar algunas escenas, contribuyendo con ellas decisivamente a la divulgación y conservación de la naturaleza, hubo que someter a alguno, temporalmente, a control, incluso a cautividad y abstinencia alimenticia.
Al quedar segada la vida de Félix a los 52 años, no hemos podido verle envejecer ni disfrutar de su sabiduría, no sólo por “diablo”, sino también por viejo. Pero nos quedan su vida y su obra que nos permitieron conocer y acercarnos a una naturaleza que, cuando él comenzó a divulgar y a invitar a proteger, era casi una desconocida, salvo para pastores y cazadores –él decía que ellos eran “los primeros naturalistas”-, y apenas tenía protección; es más, hasta entonces se pagaba dinero por coger huevos o pollos de aves rapaces, para evitar que éstas mermaran las especies cinegéticas, y las trampas y el veneno para cazar “alimañas” eran pan de cada día en el campo.
Nadie muere del todo mientras se le recuerda, pero no sólo no muere, sino que pervive aquél a quien, tras su muerte biológica, dan continuidad a su obra. Así, Félix Rodríguez de la Fuente sigue vivo gracias a la Fundación que lleva su nombre y cuya principal impulsora y directora general es su hija menor, Odile. La Fundación Félix Rodríguez de la Fuente fue creada en 2004 por la familia del naturalista con el objetivo de “salvaguardar y proyectar su vida, obra y legado, actualizándolos a través de nuevos proyectos que fomentan la armonía entre “El Hombre y la Tierra”. Es una fundación privada, independiente, de interés público y ámbito nacional, cuya misión es concienciar a la sociedad para que se implique en generar un cambio que mejore y enriquezca la vida del hombre, en el sentido más profundo de la palabra, y la de la tierra que lo sustenta”. Precisamente, esta Fundación, en 2010, impartió un curso en Guadalajara cuyo principal objetivo era la creación de empleo sostenible en zonas rurales de la provincia para evitar su abandono y la consecuente degradación de sus espacios naturales. Un objetivo encomiable e imprescindible para la supervivencia de la Guadalajara rural, que representa el 70 por ciento del territorio, pero sólo el 20 por ciento de su población. Es obvio que Félix conoció y quiso esta tierra, no sólo a su fauna y su flora, y que su espíritu sigue vivo entre nosotros 35 años después de su muerte.
P.D.- Hoy, 18 de marzo, su maravillosa familia y sus muchos amigos hemos despedido a Nieves Diges Garrido, mucho antes de lo esperable y después de bastante más sufrimiento del razonable. Como ha dicho su hijo, Gabriel, en su emocionante despedida en el tanatorio, Nieves fue la persona más libre y buena que hemos conocido, fundamentalmente porque no le tuvo miedo a nada. El miedo, efectivamente, Gabriel, es el mayor enemigo de la libertad, como también lo es de la esperanza. Gracias por enseñarnos a vivir, Nieves. Contigo se ha apagado uno de los más hermosos rayos de sol nacidos en Guadalajara, como refiere la jarcha árabe que hemos vuelto a oír cantada maravillosamente por ti en tu despedida.