En política se suele hablar mucho y decir poco, pero lo malo es que aún se hace menos y lo peor llega cuando no se cumple lo que se dice. Esta reflexión, casi un trabalenguas, me ha venido a la mente escuchando lo mucho que se está hablando en las últimas semanas por parte de los dirigentes políticos ante la compleja situación en que ha quedado la gobernabilidad de España tras las elecciones del 20-D, sin mayoría absoluta para ningún partido y con mayorías simples también muy complicadas de alcanzar, y, de alcanzarse, complicadísimas de gestionar y hacerlas funcionar razonablemente.
Antes de celebrarse las elecciones generales hasta parecía que las nuevas fuerzas políticas emergentes, fundamentalmente Ciudadanos y Podemos, podían venir a traer aire fresco a la política tradicional española, obligando a los partidos más veteranos a cambiar sus formas, reformar sus programas y renovar sus rostros de referencia ante el empuje de la novedad y su propio desgaste, sobre todo el producido por la corrupción. Aunque algunos intenten disimularlo, especialmente ahora el PSOE que se pasa el día afeando al PP sus casos de corrupción pero mira para otro lado con los suyos, esta lamentable lacra política va por barrios, como la risa, y suele ser directamente proporcional al poder que se detenta, por lo que los principales partidos afectados por ella son los que más tiempo se han repartido el poder en España y en sus comunidades autónomas, o sea, PSOE, PP y CiU, lo que ahora ha devenido en DL, que es Convergencia sin Unió y sin “seny”. El problema es que las cuentas de ingresos de algunos, que apenas han tocado aún “pelo” de poder, ya huelen a chamusquina venezolana e iraní, dos países en los que la libertad vale muy poco y la seguridad jurídica brilla por su ausencia, dos pilares básicos de un Estado verdaderamente democrático.
El aire fresco que se presuponía iban a traer a la escena pública algunos partidos emergentes, a día de hoy, está ya muy viciado para el poco tiempo que llevamos respirándolo y, con esto, no quiero meter en el mismo saco a unos y otros porque sería tan injusto como decir que todos los políticos son iguales, aunque a veces lo parezca. De entre las fuerzas que han irrumpido en el Congreso con más ímpetu, quien me parece que está contaminando muy pronto el aire político es Podemos, acaso porque ya ha tenido que dejar de moverse sólo en el hábitat que mejor domina, la comunicación y, especialmente, las redes sociales, y comenzar a enseñar la “patita” con sus primeros pasos parlamentarios; una “patita” que, evidentemente, no es morada, sino roja intensa, aunque intenten disimularlo para tratar de ampliar su base electoral, lo que nunca consiguió IU vendiendo rojo y verde, pero ellos sí lo han logrado y a la primera.
Podemos ha venido manejando bien los tiempos hasta ahora, algo clave en política, pero mucho me temo que la ambición de Pablo Iglesias y de sus conmilitones más cercanos ha roto más pronto de lo razonable el saco de ese control del tempo cuando, de una manera humillante para el PSOE, le propuso un pacto de gobierno a través de televisión –donde nació y creció el partido morado-, sin respetar el “tiempo de Rajoy” -expresión acuñada por el mismísimo Pedro Sánchez-, autoproponiéndose como vicepresidente y repartiendo carteras entre sus colaboradores y amigos como el que da cartas en una partida de mus. Hablar antes de cargos que de programas no es regenerar la vida política, es devolverla a las cavernas.
Esa propuesta fue un error en tiempo y forma, aunque estoy convencido que el líder del PSOE, pese a que la afee en público por los modos empleados para formularla, va a tratar de hacerla posible porque un pacto socialista con Podemos, IU y algunas de las fuerzas nacionalistas e independentistas del Congreso es su pasaporte a la presidencia del gobierno, a pesar de que ese batiburrillo de partidos e intereses tenga más peligro para España que una carcoma en un museo del mueble antiguo. La alternativa a un acuerdo del PSOE con fuerzas radicales e independentistas es la “gran coalición” que propone Mariano Rajoy y apoya Albert Rivera, es decir, un pacto de PP, PSOE Y Ciudadanos, que representaría al 70 por ciento del electorado, tranquilizaría los mercados, contribuiría a la recuperación económica y alejaría a España de la fractura independentista. Si Sánchez antepusiera el sentido común y el interés de Estado a su propia ambición y al tacticismo políticos, apoyaría esa “gran coalición”, pero, mucho me temo, que le pone mucho más ser el inquilino de la Moncloa como presidente, aunque sea gracias a una coalición explosiva, que ser el vicepresidente, pero de un gobierno con una amplísima base electoral.
Termino ya hablando de lo que vale la palabra de Iglesias que, lamentablemente, parece ser muy poco. Justifico esta aseveración sin especulaciones, acudiendo a las hemerotecas. Estas tres frases dijo Iglesias hace poco y esto dice o hace ahora:
– “No formaré parte de un gobierno que no presida yo”. Es público y notorio que se ha propuesto como vicepresidente de un posible gobierno presidido por Pedro Sánchez.
– “Todos los socios de Podemos: Mareas, En Comú y Compromís tendrán sus propios grupos parlamentarios”. Este compromiso lo adquirió sin saber -o, peor aún, si era a sabiendas- que el Reglamento del Congreso no lo iba a posibilitar. Finalmente, sólo habrá un grupo parlamentario de Podemos y los cuatro diputados de Compromís han intentando formar uno propio, sin conseguirlo.
– “España es un Estado plurinacional. Es innegociable y una línea roja la celebración de un referéndum sobre la independencia de Cataluña”. El PSOE ha dejado claro que no va a apoyar ese referéndum, a pesar de lo cual Iglesias les ofrece un pacto, con los cargos ya repartidos y todo.
La contradicción entre lo dicho antes y lo dicho ahora por Iglesias se comenta solo. Es una frase hecha tan contundente como cierta la de que “un hombre vale lo que vale su palabra”. O como dicen los ingleses: “A man is only as good as his word” que, más o menos, viene a significar que “Un hombre es solo tan bueno como lo sea su palabra”. A las palabras con coleta, al menos por lo visto hasta ahora, se las lleva muy pronto el viento.