El Sábado Santo pasé uno de los días más agradables de mi vida, disfrutando de una excelente compañía familiar y de amigos en ese rincón tan especial, valioso y bello que es Zorita de los Canes, probablemente el pueblo más pequeño de la provincia en población (apenas tiene 80 habitantes) pero que, al tiempo, reúne y ofrece un inventario de recursos histórico-artísticos más importante. Casi todo fue bien ese día por las tierras “que Alvarfáñez mandó”, según relata el mismísimo Poema del Mío Cid, tanto en Zorita como en Albalate, donde rematamos la jornada; pero hubo dos circunstancias, dos hechos, de muy distinto signo, a los que, con el permiso de mi compañero y amigo, Félix García, voy a etiquetar como merecedores de “Cizaña” (o sea, reprobación) y “Jalea Real” (aplauso):
Cizaña: A la placa que el 8 de octubre de 2015 se colocó junto a una de las puertas de acceso al castillo de Zorita, en la que se refleja que el presidente regional, Emiliano García Page, y el alcalde del pueblo, Miguel Muñoz, inauguraron en esa fecha las obras de restauración del castillo. Eso es verdad, efectivamente, pues fueron ambos quienes inauguraron esas obras (mejor dicho, la conclusión de las mismas), pero en la placa no se dice que quien las consiguió para el pueblo fue el anterior alcalde, Dionisio Muñoz, que estuvo al frente del Ayuntamiento 32 años, y, primero, logró comprar el castillo y salvarlo de la ruina definitiva, al precio simbólico de una peseta, en 1997, y, después, que en él se realizaran diversas e importantes actuaciones de restauración, por valor de más de 600.000 euros, entre ellas esta última, por importe de 262.000 euros, subvencionados parcialmente por FADETA. Miguel Muñoz y Emiliano García Page llevaban apenas tres meses de alcalde y de presidente regional, respectivamente, cuando se inauguraron estas obras del castillo zoriteño que otros impulsaron y ejecutaron casi al cien por cien. Me parece, por tanto, descarado (he estado a punto de cambiar ese calificativo por el de miserable) que sean ellos dos quienes aparezcan en esa placa porque, de momento, lo único que han hecho por esta histórica fortaleza es correr la cortinilla que cubría aquella. Otrosí digo: Ir contaminando el patrimonio histórico colocando placas en él -y, más aún, si además son inmerecidas, como en este caso- no solo me parece descarado, sino absolutamente reprobable pues no hay ninguna que recuerde a los musulmanes que comenzaron a erigir la alcazaba de Zorita en el siglo VIII, ni a Alfonso VI que, gracias a Alvarfáñez, la conquistó y defendió en 1085 y los años siguientes, ni a los Castro y los Lara que después pugnaron por la fortaleza en contienda civil entre castellanos, ni a Alfonso VIII quien, tras tomarla a los Castro, la recreció y amplió, ni a la orden de Calatrava, que la mantuvo durante tres siglos, defendió e, incluso, minoró para no tener que defender tanta extensión fortificada, ni a los Duques de Pastrana, que la compraron y transformaron en palacio en el siglo XVI y fueron sus señores hasta el XVIII, ni a los del Infantado, que la heredaron en 1732, ni siquiera a sus últimos propietarios, la familia Becerril, que la vendieron al pueblo por el simbólico y generoso precio de una peseta. Que con la densa y larga historia que tiene el castillo de Zorita la única placa que haya instalada en él sea la de Miguel Muñoz y Emiliano García Page, los últimos llegados a sus muros y sin siquiera llevar un pan bajo el brazo para sus venerables piedras, no sólo se merece “cizaña”, sino una colleja a cada uno y que ellos mismos vayan a quitarla, hoy mejor que mañana. Además, las placas más merecidas son las que no se colocan nunca, y menos aún en un edificio con trece siglos de antigüedad.
Jalea real: Para todas las “Pasiones Vivientes” que se escenifican en Semana Santa, a lo largo y ancho de la provincia, destacando entre ellas las de Hiendelaencina -la más antigua de todas y que, incluso, figura en algún ranking periodístico nacional entre las diez más importantes de toda España-, Fuentelencina, Trillo y Albalate de Zorita. Por cierto, esta última ha llegado este año a su 30 aniversario y he tenido la oportunidad de verla y disfrutarla, gracias a esa gran albalateña y excelente persona que es Rosa Ana Corralo. Se trata de una Pasión Viviente singular porque se compone de once escenas, de las que nueve se ambientan en la calle y dos dentro de la magnífica iglesia parroquial, en las que su centenar largo de actores permanecen en una asombrosa y lograda quietud, convirtiendo en fotos fijas y mudas algunos de los momentos más significativos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. La escenografía, el atrezo, la iluminación y la ambientación musical están también muy logradas. Y es muy buena la organización, en la que, de una forma o de otra, colaboran casi todas las familias del pueblo y, por supuesto, participa activamente el Ayuntamiento. Mención especial merece la labor de la agrupación local de voluntarios de Protección Civil que contribuyó, decisivamente, a que reinara el buen orden entre las casi 2000 personas que asistimos a la representación y fuera adecuada la movilidad de los muchos vehículos que transitaron esa tarde-noche de Sábado Santo por Albalate. Lo dicho, merecidísima “Jalea Real” para la Pasión Viviente de Albalate, a compartir con el resto de Pasiones Vivientes de la provincia.
Coda: Hemos conocido que la Junta va a dedicar 200.000 euros a una actuación de urgencia en las cada vez más deterioradas ruinas del Monasterio cisterciense de Bonaval, fundado en 1164 y ubicado en el término municipal de Retiendas, a orillas del río Jarama. Nunca debió permitirse que llegara a tal extremo de ruina y abandono esta abadía, pero no seré yo quien niegue una merecida “Jalea Real” a la Junta por esta decisión; eso sí, a compartir con la Plataforma “Salvar Bonaval”, que en los últimos tiempos ha alzado fuerte su voz reivindicativa, y con el Grupo de Defensa del Patrimonio de DALMA que lleva ya muchos años trabajando el tema. Y por favor, cuando acaben las obras no coloquen ninguna placa.