El reciente estreno de la película “Los últimos de Filipinas”, del director Saturnino Calvo, ha traído de nuevo a la actualidad la gesta heroica de los sesenta españoles que resistieron sitiados casi un año en la iglesia del pueblo filipino de Baler, incluso después de firmarse el Tratado de París por el que España cedía sus últimas posesiones de ultramar: Cuba, Puerto Rico y Filipinas a Estados Unidos, concluyendo así la desigual y desastrosa -para los intereses españoles- guerra hispano-americana de 1898. A los protagonistas de esta gesta se les conoce como “Los últimos de Filipinas” porque este fue el título que en 1945 le dio a la primera versión cinematográfica sobre este grupo de héroes el que fuera su director, Antonio Román -quien nada tiene que ver con su homónimo, el actual alcalde de Guadalajara; de hecho en realidad se llamaba Antonio Fernández-Román-, y en la que participaron un elenco de jóvenes actores que después despuntarían: Toni Leblanc, Armando Calvo, José Nieto o Fernando Rey, entre otros.
Se da la circunstancia de que, entre ese puñado de españoles heroicos que resistieron el largo asedio de un nutrido grupo de insurrectos filipinos, se encontraban dos guadalajareños: el soldado, natural de Alcoroches, Timoteo López Lario (señalado con el número 13 en la foto de ABC), y el fraile franciscano, natural de Pastrana, Juan Bautista López Guillén (foto inferior). Ambos sobrevivieron al sitio y regresaron después a sus lugares de origen; el primero retornando a su oficio de campesino y teniendo una vida longeva, y, el segundo, falleciendo en 1922 en su localidad natal, a la edad de 51 años, tras permanecer algún tiempo como misionero en Filipinas.
La noticia de la heroica resistencia de este reducido grupo de españoles en Filipinas llegó a España nueve meses después de iniciarse el sitio de Baler; fue, en efecto, a finales de abril de 1899 cuando, según informaba “Flores y Abejas”, “telegrafían al general Ríos que en el fuerte de Baler cuarenta españoles valerosos -entonces ya había menguado un tercio la fuerza pues 15 murieron de beriberi o disentería, 2 por heridas de combate, 6 desertaron y 2 fueron fusilados por intentarlo-, al mando de un jefe heroico, mantienen todavía desplegada al viento la bandera española”. Esta noticia fue recibida con tanto alborozo y orgullo patrio -tan decaído en aquél tiempo-, que el entonces redactor del histórico periódico alcarreño, Martín Pérez, concluía así de encendido la información de esta noticia: “¡Gloria eterna a los cuarenta españoles que simbolizan la nobleza y heroísmo de un pueblo a quien solo puede abatir el peso enorme de sus explotadores!”.
La vinculación de Guadalajara con “los últimos de Filipinas” no concluye con la presencia entre ellos de dos naturales de la provincia. Cabe destacar que la fuente documental en la que se basaron, tanto Román como Calvo, para elaborar los guiones de sus respectivas películas fue un libro escrito en 1904 por el teniente Saturnino Martín Cerezo, comandante en jefe de los sitiados tras el fallecimiento del capitán Las Morenas, titulado “El sitio de Baler”, cuya primera edición se imprimió, precisamente, en Guadalajara, en los Talleres Tipográficos del Colegio de Huérfanos de la Guerra. Este centro de acogida y formación se asentaba en el Palacio del Infantado y fue inaugurado en 1898 por la reina regente María Cristina -aunque las obras las inició su esposo, Alfonso XII, en 1979- para acoger en él a los numerosos huérfanos de militares que habían dejado las cruentas guerras de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. De hecho, fueron tantos los menores que se vio obligado a acoger este hospicio militar que se separó en dos inmuebles: las chicas se quedaron en el palacio y a los chicos se les trasladó al acuartelamiento de San Carlos, también situado en la que entonces era conocida como plaza de la Fábrica, para después pasar a llamarse del Conde (de Romanones, por supuesto) -tras colocarse inicialmente en ella su estatua en 1913, la que ahora está en el jardinillo de Santo Domingo- y que, actualmente, es oficialmente nominada como de los Caídos en la Guerra Civil.
El Colegio de Huérfanos también estuvo presente, a través de su entonces Coronel-Director, en el comité que se desplazó hasta la estación de ferrocarril de Guadalajara -en la que también estuvieron presentes comisionados del parque de Aerostación- para rendir honores al paso del expreso que, en marzo de 1904, procedente de Barcelona y camino de Madrid, trasladaba los restos mortales de los héroes de Baler que habían muerto en Filipinas, exhumados, precisamente, por iniciativa del antes referido fraile pastranero, Juan Bautista López Guillén. Y ahí tampoco acaba la vinculación de Pastrana con este hecho histórico nuevamente llevado al cine y, por ello, traído a la actualidad, puesto que en el archivo franciscano ibero-oriental -que hasta 1977 permaneció en el convento de esta orden en Pastrana, trasladándose después a Madrid- se custodiaron durante décadas el diario que sobre este episodio escribió otro franciscano que estuvo en Baler, Fray Félix Minaya, así como la biografía de López Guillén. Aunque aún inédito, el diario de Minaya ha sido, junto con el libro de Martín Cerezo, una fuente indispensable para conocer lo que ocurrió en la iglesia de aquel pueblo entre el 30 de junio de 1898 y el 2 de junio de 1899, que fue el tiempo que los últimos de Filipinas permanecieron defendiendo heroicamente la bandera de España, a pesar de que en diciembre de 1898 nuestro país ya había entregado a Estados Unidos lo poco que le quedaba de aquél imperio en el que, durante siglos, nunca se ponía el sol, expresión acuñada por Felipe II, el poderoso rey en cuyo honor, siendo aún príncipe, se nominó a aquellas islas orientales.