Dicen que cuando muere un viejo, además de muchas cosas más, lo que desaparece con él es una biblioteca pues en la memoria de los mayores hay tanta sabiduría, conocimiento e información como en los anaqueles en los que se reúnen centenares y centenares de libros. Ese símil podríamos hoy proyectarlo al hecho que se deriva de que, ayer, 14 de marzo de 2017, a las ocho de la tarde, concluyera su actividad y cerrara definitivamente una farmacia centenaria de la ciudad, la situada en el número 11 de la calle Miguel Fluiters, la más cercana a la plaza Mayor de las que actualmente había en Guadalajara, y cuya última titular ha sido Magdalena Alba Jiménez, “Malén”, una gran profesional y mejor persona. Su hermano, Rafa, también magnífico farmacéutico y buena persona, compartía con Malén la atención y gestión del establecimiento, ayudados por Luismi, un “mancebo de botica” extraordinario y que sabía más de fármacos que muchos farmacéuticos, al tiempo que otro gran ser humano que ha estado a su lado nada más y nada menos que 46 años.
Efectivamente, como ya comentaba, si al morir un viejo, muere con él una biblioteca, al cerrar una farmacia centenaria mueren, con el fin de su actividad, los innumerables recuerdos, situaciones, anécdotas, instantes y demás momentos vividos en ella pues, si cualquier comercio de atención directa al público da para generar incontables relaciones personales, el de botica las produce de forma exponencial pues allí no se va a comprar cualquier cosa, sino bienestar, sanación y salud; es decir, vida.
La farmacia que cerró ayer inició su actividad hace más de un siglo pues hay documentos de principios del XX que acreditan, de modo fehaciente, que en el número 7 de lo que entonces se llamaba Calle Mayor Baja -y que corresponde con el 11 de la actual Miguel Fluiters-, ya había una farmacia, de la que era titular don Diego Bartolomé. A principios del siglo pasado tan solo había seis farmacias en la ciudad, que en ese tiempo era habitual que también expendieran productos de droguería, entre otros, incluso de armería, como detalla un anuncio de la época publicado en “Flores y Abejas” en el que se ofrecen: “Específicos de todas clases y drogas al por mayor. Géneros farmacéuticos superiores. Ortopedia. Pólvoras y cartuchería”.
Conforme decíamos, además de la farmacia de Bartolomé, en Guadalajara había, en la década iniciada en 1901 otras cinco “farmacias y droguerías”. Estos eran sus titulares y su ubicación:
– Mariano Caballero (Plaza de Marlasca, 4, lo que hoy es Plaza de Santo Domingo)
– Félix García Herreros (Calle Mayor Baja, 22. Entonces la calle Mayor Baja se iniciaba tras la plaza Mayor y, la Alta, discurría hasta llegar a ella desde la de Marlasca)
– Agapito Núñez Gil (Calle Mayor Alta, 7)
– Joaquín Sáenz (Plaza Mayor, 19)
– Antonio Vicenti (Mayor Alta, 15)
Como habrán podido advertir, las seis farmacias que en aquella época había en la ciudad, estaban todas ellas localizadas en la calle Mayor, Alta o Baja, y en la Plaza Mayor, es decir, se agrupaban todas ellas en menos de 500 metros, lo que confirma algo perfectamente conocido: que el eje vital, social, económico, comercial e institucional de la ciudad comenzaba y terminaba en la calle Mayor, algo que hace ya tiempo que dejó de ocurrir pues, aunque ahora parece que va cambiando el aire, en los últimos años se ha vivido una auténtica crisis comercial y de despoblación en ella. Aún a pesar de esta circunstancia, llama la atención que, hasta el cierre de la farmacia de Magdalena Alba, han sido cinco los establecimientos de este tipo que han seguido prestando servicios en las calles Mayor y Miguel Fluiters.
“Malén” Alba se hizo cargo de la farmacia del número once de Miguel Fluiters en 1976, tomando el relevo de su abuelo, don Abdón Jiménez Encinar, quien, a su vez, se había hecho con la titularidad de la misma en 1940, al comprársela a la viuda de Bartolomé, su primer titular, como ya hemos dicho.
Como conocedor del día y la hora del cierre de esta histórica farmacia, dada mi relación de buena amistad con Malén y Rafa Alba, me acerqué la tarde del día de su cierre a darles un beso y un abrazo -también a Luismi, pues más que un empleado ha sido siempre para ellos un compañero y un amigo, y para los clientes, un atento y competente profesional-, y a echar un último vistazo a la botica para guardarme imágenes irrepetibles en mi cabeza y sentimientos y sensaciones en mi corazón. Allí estaban el viejo despacho del orondo y afable don Abdón, la orla de su promoción, su título universitario -datado en 1924, siendo rey Alfonso XIII-, su ojo de boticario -un pequeño mueble lleno de cajones en el que los antiguos farmacéuticos guardaban las materias primas más valiosas y difíciles de conseguir-, algunos de sus matraces y, por supuesto, varios de sus albarelos, esos botes de cerámica usados en las farmacias que suelen tener el nombre grabado del producto que contienen. Entre otros, pude tomar nota de albarelos de cera vegetal, coralina, cornezuelo del centeno, opio de Esmirna y hasta de esperma de ballena.
Ha cerrado una farmacia centenaria y, con ella, se ha perdido una biblioteca de recuerdos, vida y corazón. Y vi emocionarse y hasta llorar por ello a más de un cliente, lo que viene a confirmar que allí no sólo se expendían fármacos con profesionalidad, sino también buen trato y amistad.
En la fotografía que acompaña estas líneas, Malén y Rafa Jiménez Alba, junto a Luismi, minutos antes de que cerrara definitivamente la histórica farmacia de Miguel Fluiters, 11. Foto: Pedro Sanz Mínguez.