Cuando me he dispuesto a escribir esta nueva entrada, ha venido a mi recuerdo un gran trabajo discográfico de un mítico grupo musical español, “Canarios”, concretamente el que tituló “Ciclos” y que estaba inspirado en una de las composiciones de música clásica más populares y reconocidas: “Las cuatro estaciones”, de Vivaldi. Aunque es la parte dedicada a la primavera la más conocida y reproducida de las cuatro estaciones, tanto de Vivaldi como de “Canarios”, a mí siempre me han gustado especialmente, tanto en la versión original como en la variación inspirada en ella, las referidas al otoño que, si se comparan unas con otras, no dejan de ser a su vez unas variaciones de la primavera porque, en el fondo, ambas estaciones son la cara A y la B de un mismo tiempo, el amanecer y el ocaso de un mismo día, la luz y la sombra que emana del pábilo de una vela que encendida o apagada.
Dando por hecho que una gran mayoría de lectores han escuchado muchas veces la versión clásica de “Las cuatro estaciones” y que tienen perfectamente interiorizada, al menos, la melodía básica de “La primavera”, propongo a quienes no hayan escuchado nunca la moderna que hizo “Canarios” que traten de hacerlo porque, si bien para gustos están, no solo los colores sino también las músicas -y, afortunadamente, muchas cosas más-, “Ciclos” es un buen trabajo musical de un grupo español de los 70 que quiso ir, y fue, mucho más allá de lo que se hacía en nuestro país en esos años. El rock sinfónico de Canarios, grupo liderado por Teddy Bautista -sí, el del reciente follón con las cuentas de la Sgae-, sublimado en “Ciclos”, tenía su referente en grupos muy importantes y de reconocido prestigio a nivel mundial, como Emerson, Lake and Palmer o Focus y, aunque no alcanzaron ni su nivel, ni su fama, ni su longevidad, su trabajo fue más que digno y, sobre todo, valiente, no osado. Este trabajo de “Canarios”, como decía, está basado en “Las cuatro estaciones”, de Vivaldi, pero no es una interpretación de ésta con instrumentos electrónicos, sino que desarrolla melodías que la integran. En “Ciclos”, la primavera, el verano, el otoño y el invierno del año solar son sustituidas por cuatro “actos o transmigraciones” -así se denominan en el álbum original- dedicados al nacimiento, juventud, madurez y vejez de las personas.
¿Y a qué viene este canto a Vivaldi y, sobre todo, a Canarios? Como ya anticipaba al principio, ha sido ponerme a escribir y la inspiración llevarme a los “Ciclos”, tanto del gran compositor italiano como del grupo español, porque si hay un ciclo que en Guadalajara termina, da paso a otro y se acusa de forma remarcada es, precisamente, el que estamos viviendo en estas horas que llegan tras el final de las Ferias de la ciudad. Con la última explosión de luz, color y sonido de los fuegos artificiales que el domingo, 17, pusieron el colofón a las fiestas de la capital ha caído el telón del verano y, con él, lo que este tiempo conlleva, resumidamente calor, vacación y fiesta. Ahora ya toca frío -de momento solo fresco, como aquí llamamos al mismo frío cuando lo hace de verdad, en un ejercicio casi eufemístico-, trabajo -ojalá fuera para todos y, además, bien remunerado- y hábitos de diario, que tienen su virtud, pero casi siempre la lastran la monotonía y el aburrimiento.
Si cuando llega el final de las vacaciones de verano, sea en julio, agosto o septiembre, los cuerpos lo acusan de aquella manera y, cada vez con mayor frecuencia, más que carne de cañón, son carne de diván de psicólogo para aliviar el llamado “síndrome posvacacional”, el final del verano, producido al tiempo que el de las fiestas de la ciudad, es una dura coincidencia que, para muchos, sobre todo los más jóvenes, termina de rematar el hecho de, acabado lo bueno de golpe, tener que reiniciar la disciplina y rutina del estudio o, peor aún, de la búsqueda de trabajo, que a veces parece la del unicornio, un mito irreal e inalcanzable.
Ya ven que, a pesar de que peino canas, de que mis vacaciones las terminé antes de comenzarlas y de que las Ferias apenas me han rozado, mi cuerpo y mi espíritu están aquejados del palo que para ellos trae este tiempo en el que se nos va un ciclo de exteriores y de expansión y se aviene otro de interiores y de regresión; y no me estoy refiriendo a la lineal múltiple, como los matemáticos y afines bien saben. Para mi consuelo, y el de quienes esté contribuyendo a hacer caer en la melancolía propia de este tiempo, me agarro al clavo de que el otoño es la primavera adulta y madura, especialmente en esta provincia en la que las tierras se visten en tonos amarillos, ocres y cobrizos que solo se hayan en las paletas de los mejores pintores. Y para quienes, como “Canarios”, ven en el otoño, no sólo la madurez del año solar, sino la de las propias personas, vaya este verso de Luis de Góngora, un gran poeta español al que el tiempo y el grandioso rival con el que osó discrepar y retarse literariamente, Quevedo, han difuminado en exceso su obra:
Mozuelas las de mi barrio,
Loquillas y confiadas,
Mirad no os engañe el tiempo,
La edad y la confianza.
No os dejéis lisonjear
De la juventud lozana,
Porque de caducas flores
Teje el tiempo sus guirnaldas.
Como verán, en realidad no se trata de una oda a la madurez, sino a la vejez; o sea, al invierno de “Canarios”. Pero denle tiempo al tiempo, que todo llega. Y pasa.