Hace ya casi 26 años que en la columna en la que me desteté como periodista, que tenía por cabecera “Luces de bohemia”, como la obra homónima de Valle Inclán, y que tuve activa durante casi 15 años, primero en el histórico semanario “Flores y Abejas” y después en la cabecera que le sucedió, “El Decano”, publiqué un artículo que llevaba exactamente el mismo título que hoy y que dediqué a mi hermano, Alfonso, que acababa de fallecer en Zaragoza, a la edad de 37 años. Más que con tinta, aquel artículo lo escribí con lágrimas, con el alma desgarrada y el corazón “partío”, como la bonita canción de Alejandro Sanz. Jamás pensé que la vida, de nuevo, me iba a desgarrar el alma y partirme el corazón teniendo que despedir a otro hermano, pero así ha sido, lamentablemente, y hoy me veo obligado a decir adiós a Carlos, a sus 61 años de edad, con el mismo dolor y los mismos sentimientos que despedí a Alfonso, cuando aún le quedaba más de media vida por delante. Parafraseando a Jethro Tull, ambos eran demasiado jóvenes para morir, pero aún no viejos, ni para el rock and roll ni para ningún otro estilo musical porque los dos fueron grandes aficionados a la música, especialmente Carlos que, no solo disfrutaba oyéndola, como Alfonso, sino también tocándola y hasta componiéndola.
De tres hermanos que éramos, ya solo quedo yo en el mundo, con la responsabilidad que ello conlleva pues he de tratar de seguir viviendo, no solo por mí y los míos, sino también por ellos, y esa es una responsabilidad que asumo con gusto, pero también con la incertidumbre de saber si estaré a la altura de dos grandes personas, muy diferentes entre sí, pero con un par de corazones tan cálidos, generosos y amicales que latían al unísono. “You´ll never walk alone” (“Nunca caminarás solo”) es el lema del Liverpool FC inglés, toda una declaración de fidelidad de los aficionados a su mítico equipo que yo elegí para despedir, primero, a Alfonso, y ahora también a Carlos, porque, como hermano pequeño suyo que era, siempre fui su primer fan y admirador, algo que su muerte no va a interrumpir porque nadie muere del todo mientras se le recuerda. Estoy bien seguro que ellos nunca van a morir en muchos corazones, pero conmigo vivirán hasta que mi corazón dé el último latido. Eso sí, y no es humor negro, cuando llegue ese momento ya no podré escribirme a mí mismo un “Nunca caminarás solo”, de ahí que cierre la serie con este artículo.
Con estas palabras hemos dicho hoy “hasta luego, hasta siempre” a Carlos en su funeral en la iglesia de Taracena; les aseguro que no hay ni un adjetivo ni un adverbio de más en ellas:
“Carlos era una persona tan discreta y sencilla que, probablemente, hasta esté incómodo en su propio entierro por ser el protagonista.
Carlos era una persona tan digna que ha sobrellevado su dura enfermedad con una entereza ejemplar.
Carlos era un maestro tan vocacional que hizo mejores las escuelas por las que pasó, siempre hombro con hombro con los demás, porque también fue un buen compañero.
Carlos amaba tanto la música que a todo lo que tocaba le sacaba sonidos armónicos, con un gusto exquisito y siempre persiguiendo la perfección.
Carlos era tan buen amigo que, aún no ha terminado de marcharse, y ya somos muchos los que le echamos de menos.
Carlos era tan buen hijo que tuvo unos grandes padres: Juanjo y Pili.
Carlos era tan buen marido que tuvo la suerte de encontrar una gran mujer, Carmen.
Carlos era tan buen padre que la vida le premió con dos buenos hijos: Javier y Carlos.
Carlos era tan buen hermano que además fue mi amigo.
Gracias por tu ejemplo, Charly.
¡Nunca caminarás solo!”