Gloria Fuertes, la gran poeta, en fondo y forma, de la Generación de los 50 que rechazó que le llamaran poetisa, que nació “a una temprana edad”, “sin una peseta” y que tras cincuenta años de trabajar “tenía dos”, le escribió “A Guadalajara” diciendo “porque no tienes nada/yo te canto mientras me peino” para en otro verso del mismo poema ir más allá y afirmar “Que estás allí plantada en medio de Castilla/como esperando algo que no llega”. No le faltaba casi toda la razón a esa pedazo de poeta que no lo era menos por gustar a los niños y escribir para ellos: Guadalajara, ciertamente, tiene muy poco, si nos referimos a la riqueza material que sí acumulan otras tierras de mayor fortuna y a las que han tenido que emigrar muchos guadalajareños en busca de prosperidad, dejando atrás carencias, cuando no miserias. Algo muy parecido a lo afirmado por Gloria Fuertes ya lo había dicho en décadas anteriores Ortega y Gasset en sus “Notas de andar y ver” que reunió en “El Espectador”: “¡Esta pobre tierra de Guadalajara y Soria, esta meseta superior de Castilla!… ¿Habrá algo más pobre en el mundo?”. Y en la misma línea que la poeta que no quiso ser poetisa, dos buenos periodistas y escritores guadalajareños, Salvador Toquero y Santiago Barra, maestros, compañeros y amigos míos ambos, dedicaron su libro “Buscando a Cela en la Alcarria” “a las gentes de Guadalajara, que siguen esperando, a nada y a nadie, con una eterna sonrisa de resignación”.
Pero, obviamente, Ortega, Fuertes, Toquero y Barra no son los únicos creadores que, en sus relatos, tanto en prosa como en verso, se han referido a estos 12,202,6 km2 de tierra castellana que llamamos
Guadalajara desde 1833 como un lugar que tiene poco o nada y cuyas gentes están instaladas en la desesperanza porque, o bien no esperan, o bien da igual que esperen pues nada tienen que esperar. El periodista, escritor y crítico literario José Montero Padilla, en su ponencia para el II Congreso Internacional de Caminería Hispánica titulada “Guadalajara como clave geográfica de la literatura (algunos aspectos)”, hizo un sintético pero gran trabajo recopilatorio de las referencias en la literatura española a nuestra provincia, contribuyendo de manera notable a localizarla en numerosos textos literarios. Este trabajo nos ha ayudado a conocer que, al contrario que el Coronel de la conocida novela de García Márquez, Guadalajara sí tiene quien la escriba, aunque como afirmara otro reputado periodista, Alejandro Fernández Pombo “lo que ocurre es que no se va a Guadalajara. Por Guadalajara se pasa y, sobre todo, se viene”. Ciertamente, no todas las referencias a Guadalajara en la literatura han destacado de ella la pobreza de sus tierras o la desesperanza y resignación de sus gentes, si bien muchas, de una u otra forma, sí se han referido a esta como una tierra humilde y de gentes sencillas, no exenta, eso sí, de buenos paisajes y buen paisanaje. Cela, como no, es todo un paradigma de esto último que digo cuando asevera en su conocida dedicatoria de “Viaje a la Alcarria” a Don Gregorio Marañón: “La Alcarria es un hermosos país al que a la gente no le da la gana ir” -refiriéndose al paisaje, en este caso el de la comarca alcarreña- y “La gente me pareció buena: hablan un castellano magnífico y con buen acento y aunque no sabían mucho a lo que iba, me trataron bien y me dieron de comer, a veces con escasez, pero siempre con cariño” -valorando al paisanaje alcarreño-.
Más de una vez nos hemos referido ya a ello por su importancia y hoy lo vuelvo a traer por su oportunidad: la primera ocasión o, cuando menos, la más señalada en que se cita a Guadalajara en una creación literaria de referencia, en un todavía balbuceante castellano, es en una jarcha -más bien una “muwaschaha”- datada a finales del siglo XI o principios del XII, de la que es autor el reconocido poeta y médico sefardita Yehuda Halevi, dentro de un panegírico dedicado a Josef ben Ferrusiel, médico judío de Alfonso VI:
Tan buona albischara
Des cuand mio Cidiello viénid
Com rayo de sol éxid
En Wadalachyara
(versión de Menéndez Pidal)
(Que podría traducirse de esta manera:
Cuando mio Cidiello (así era llamado Josef ben Ferrusiel) viene
¡qué buenas albricias!
Como un rayo de sol sale
en Guadalajara)
Pese a que Montero Padilla cita en su ponencia previamente referida esta afirmación de José Antonio Pérez Rioja “quizá, de entre las capitales y tierras de Castilla la Nueva, figura Guadalajara como una de las menos glosadas literariamente”, en ella se hace referencia a importantes literatos
que han reparado en nuestra provincia en alguna de sus creaciones o a los que, en razón de cuna o residencia temporal, han dejado huella personal y literaria aquí, entre los que destaca a los siguientes: Juan Pérez de Castro, Bernardino de Mendoza, Luis Gálvez de Montalvo, Alonso Núñez de Reinoso, Alfonso Hurtado de Velarde, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Jovellanos, Moratín, Pérez Galdós, Azorín, Leopoldo Alas “Clarín”, Ángel María de Lera, José María Alonso Gamo, Ramón de Garciasol o Buero Vallejo, entre otros.
Termino esta reflexión sobre las letras y las guadalajaras a la que me ha llevado el inicio del otoño, el tiempo en el que el hombre y el paisaje se abrazan con la pasión de los amantes, con estos versos de Leopoldo Panero, el gran poeta astorgano de la Generación del 36, de su “Romance a Guadalajara”, dedicado al poeta humanense Ramón de Garciasol:
Brihuega, de vivas aguas;
Atienza, de piedras muertas;
Hita, pegada a su sombra;
de infancia y luna, Sigüenza.
Jadraque, bajo las águilas;
Cifuentes, mieses y leguas;
Auñón, colgado entre torres;
Sacedón, mojón de Cuenca.
…Arroyos y chirimías
moriscas ¡qué lejos suenan!
Pastrana, helado palacio;
Horche, desnuda en su vega.
Guadalajara y su nombre,
¡qué bien casan piedra a piedra!,
Tendilla, solar de conde;
Cogolludo, mar de ovejas.
¡Qué bien en el aire casan,
y en la luz de toda ella,
su placidez y su aroma:
romero, salvia, tristeza!
Qué bien el jilguero errante
cruza su alada presencia
con nosotros! ¡Qué sencilla
se pone el agua en la hierba!
Húmedos árboles juntos:
Torija, cavada huerta.
¡Gallinas, puertas, adarves
desamparados y en vela!
Surcos mellizos del cielo
-chirimías, damas, sedas-,
y en vez de huestes que avanzan,
olivares entre almenas.
Se apagan en el silencio
largos caminos de guerra:
Jirueque, torote, sombras
de espada en la tierra muerta.
¡Tenso rumor ondulado
del trigal, sin ruido apenas,
si no es el vuelo de un pájaro,
o el que hace, al rodar, la Tierra!