Todo el mundo -o casi- ha oído, y más de una vez, la canción “Barcelona”, compuesta por el mítico cantante de Queen, Freddie Mercury, y cantada a dúo por él mismo y la también mítica soprano catalana y española, Monserrat Caballé. Aquel tema fue la banda sonora más recurrente e internacional de los exitosos y recordados juegos olímpicos de Barcelona´92, aunque la más popular fue la canción de despedida de las olimpiadas, “Amigos para siempre”, compuesta y cantada por “Los Manolos”, conocidos rumberos catalanes que ensancharon su fama con aquella pegadiza y alegre melodía.
Aunque los increíbles agudos salidos de las magníficas voces de Mercury y de la Caballé permanecen imborrables en nuestra memoria acústica, es muy probable que pocos hayan reparado en la letra de esta canción pues, al menos que yo sepa, siempre se cantó en inglés y jamás se hizo versión de ella en castellano. Y creo que tampoco en catalán. Como las nuevas tecnologías permiten casi todo, con mi inglés básico de los Salesianos y, sobre todo, la ayuda de un traductor “on line”, he sabido que esta canción contaba el feliz encuentro de una pareja en Barcelona, que allí vivía su sueño y que, si Dios lo quería, volverían a encontrarse allí de nuevo. Les copio y pego, traducida, la parte magra de la canción:
Desearía que mi sueño nunca se fuera
Wish my dream would never go away
Barcelona – Fue la primera vez que nos encontramos
Barcelona – It was the first time that we met
Barcelona – ¿Cómo puedo olvidar?
Barcelona – How can I forget
En el momento en que entraste en la habitación me dejaste sin aliento
The moment that you stepped into the room you took my breath away
Barcelona – La musica vibró
Barcelona – La musica vibró
Barcelona – Y ella nos unió
Barcelona – Y ella nos unió
Y si Dios quiere nos volveremos a encontrar, algún día
And if God willing we will meet again, someday
Como sí es de amplísimo conocimiento, el “Amigos para siempre” de Los Manolos, cantada simultáneamente en castellano, en catalán y en inglés, es un canto a la amistad, la fraternidad y la apertura y la hospitalidad que, hasta hace no mucho, eran las señas de identidad de Barcelona, la ciudad más europea y cosmopolita de España durante mucho tiempo, pero a la que el nacionalismo extremo está condenando a ser, lamentablemente, solo la capital de un corralito provinciano, trasnochado, endogámico y paleto. Esto cantaban Los Manolos cuando se despedían cordialmente del mundo al acabar las olimpiadas españolas de Barcelona´92, que tanto nos hicieron disfrutar a los amantes del deporte y que tanto bien, progreso y desarrollo llevaron a la capital catalana, gracias no solo a su gobierno autonómico, sino al esfuerzo conjunto de todo el Estado español:
Es la amistad, amor y la fraternidad
todos unidos en la vida hemos de estar
para poder compartir nuestra amistad
amigos para siempre.
Esos valores y esos sentimientos que emanan de la canción de Los Manolos, ahora mismo, son una utopía en Barcelona cuando durante mucho tiempo fueron una espléndida y admirable realidad. Los polvos que el nacionalismo supuestamente moderado fue removiendo en el camino de la democracia aprovechándose del nuevo estado de las autonomías, han traído estos lodos de hoy que han terminado deviniendo en la tremenda violencia desatada en las calles de la ciudad condal, protagonizada por una minoría radical, sí, pero alentada por muchos y hasta jaelada por no pocos. Recuerdan la expresiva frase de Xabier Arzallus, uno de los padres de todos los nacionalismos y arquetipo de sibilino: “Es preciso que unos muevan el árbol para que otros cojamos las nueces”.
He admirado Barcelona y paseado y disfrutado por y en ella no pocas veces, cuando era una ciudad abierta al mundo; hoy es una ciudad en la que muchos, demasiados, solo se miran el ombligo y se calan la barretina hasta taparse los ojos y también los oídos. A esos, que no son todos, pero que repito que son demasiados, les quiero invitar a reflexionar sobre un viejo lema castellano: “Nadie es más que nadie”.
Rectificar no solo es de sabios, también es de prudentes. Y sin prudencia, la vida es una montaña rusa, no catalana.
A falta de acción legislativa por no haber sido Pedro Sánchez capaz de formar gobierno pese a tener evidentes opciones de hacerlo por su izquierda y su derecha, la clase política -más bien casta ya, por sus privilegios, estanqueidad y sectarismo-, se ha dedicado a tuitear, retuitear y dar zascas, “pa” ti, “pa” mí, “pa él” y “pa” quien hiciera falta, en un juego virtual de tortazos dialécticos que me recuerda muy mucho a un cuadro de Goya que es una alegoría de la España de todo tiempo: “Duelo a garrotazos”. Así las cosas, y mientras la economía española da síntomas de estar constipada e, incluso, ya tiene tos perruna, dolor de cabeza y algo de fiebre, señales más propias de males mayores, en vez de ponerse remedio temprano a signos tan alarmantes en forma de un gobierno fuerte y serio, nos convocan de nuevo a elecciones a ver si el resultado le gusta y conviene más al convocante. Las elecciones son, efectivamente, la fiesta de la democracia, como se hartan de repetir de forma recurrente los políticos en las jornadas electorales, pero la fiesta siempre llega y tiene sentido después del trabajo y, en esta ocasión y en alguna de las precedentes, nuestros representantes no han dejado de estar de fiesta y, de trabajar, lo que se dice trabajar, bien poquito. Eso sí, han cobrado -ellos y sus muchos y caros asesores, vuelvo a repetir- como si se hubieran deslomado, cuando ni siquiera se han arremangado. Hemos vivido meses de pura cohetería política, de impostura y sobreactuación, vamos.

