En esta cuarentena ya vamos por la cincuentena. ¡Y lo que te rondaré morena…! Como dice la facilona y recurrente frase hecha: “Sin haberlo preparado, me ha salido un pareado”, y con estrambote de propina también rimando, que es gerundio. En fin, dejémonos de rimas y vayámonos a las leyendas –con el permiso de Bécquer– porque estos tiempos coronavíricos que estamos viviendo, no lo duden, se terminarán convirtiendo en legendarios, si bien como ahora mismo estamos en su pleno devenir, los árboles del sufrido y confinado día a día no nos dejan ver aún ese bosque pospandémico que hará que, como decía, evoquemos este tiempo desde la distancia, aunque no sea precisamente por su buen vivir.
Como empezaba diciendo, cuando escribo esta entrada se cumplen exactamente cincuenta días de la primera declaración quincenal de estado de alarma, que lleva tres prórrogas y parece que va a acumular algunas más, aunque ya en fase de “desescalada”, que es la palabreja que ha adoptado el gobierno –y que los medios de comunicación han comprado sin rechistar- para definir esta etapa de suavización de las condiciones del confinamiento en este neo-lenguaje bárbaro –por acudir a tanto barbarismo- que ha traído la pandemia. La propia RAE, que es la institución encargada desde 1713 de “limpiar, fijar y dar esplendor” al idioma español, ha dado un capón y ha puesto orejas de burro a quienes usan y abusan de esta palabra, “desescalar”, que está ya hasta en la sopa en todas sus conjugaciones y tiempos verbales. La RAE ha recomendado su no utilización al no estar en su diccionario y ser una derivación de la traducción literal del verbo inglés “to escalate” –escalar-, cuya trasposición/traducción a nuestro idioma no es en absoluto adecuada. Veamos. Al no estar la voz “desescalar” en nuestro diccionario, hemos acudido a la que sí está y que el prefijo “des” modifica dándole la vuelta a su significación: escalar. Y estos son los seis significados que este verbo tiene en nuestro idioma (copio y pego del propio diccionario en línea de la RAE):
1. tr. Entrar en una plaza fuerte u otro lugar valiéndose de escalas.
2. tr. Subir, trepar por una gran pendiente o a una gran altura.
3. tr. Subir, no siempre por buenas artes, a elevadas dignidades.
4. tr. Entrar subrepticia o violentamente en alguna parte, o salir de ella rompiendo una pared, un tejado, etc.
5. tr. Levantar la compuerta de la acequia para dar salida al agua.
6. tr. Ar. Abrir escalones o surcos en el terreno
Como verán, nuestra Academia de la Lengua tiene toda la razón pues ninguno de los seis significados que se dan a “escalar” en su diccionario encaja con el prefijo “des” en lo que ahora se está pretendiendo que signifique “desescalar” que, simplemente, es el hecho de “reducir”, “disminuir” o “rebajar” las condiciones del confinamiento al que nos ha llevado la declaración del estado de alarma por causa del Covid-19. Precisamente, la RAE ha recomendado –importando una higa esta recomendación a quienes debería importarles- que en vez del inadecuado barbarismo de “desescalar” se empleen cualquiera de las tres palabras que he entrecomillado antes. Doy por hecho que el gobierno no ha entrado en nuestros hogares valiéndose de escalas, ni ha trepado por una gran pendiente, ni sus miembros han subido con artes reguleras a elevadas dignidades, ni ha entrado subrepticia y violentamente en alguna parte, ni ha levantado compuertas de acequias para regar, ni ha abierto escalones o surcos en el terreno. ¿O sí ha hecho todo esto y aún más? Porque, en sentido figurado y obligado por las circunstancias, pero de manera cuestionable en tiempo, fondo y forma, ha entrado en la plaza fuerte que es la Constitución y en nuestros hogares para limitar no pocos derechos; bastantes de sus miembros no tienen más curriculum de peso que la política y han tenido mucho que trepar para llegar a la Moncloa e, incluso, la quinta acepción de escalar que, recuerden, es “levantar la compuerta de la acequia para dar salida al agua”, también es de aplicación a este gobierno porque, en plena pandemia, ha aprobado un trasvase de 38 Hm3 desde la cabecera del Tajo a la del Segura. O sea, que puede que tenga razón el gobierno en utilizar la palabra “desescalar” y lo que ocurra es que en la RAE estén en Belén con los pastores.
Otras palabrejas –en este caso, expresiones- de uso y abuso estomagantes que se han sumado al neo-lenguaje que ha traído la pandemia y que la clase política, los “expertos” –esta palabra también tendrá que revisarla la RAE algún jueves cuando reanude sus sesiones- y los medios de comunicación utilizan con harta frecuencia son “distanciamiento social” y “nueva normalidad”. Al ser repetidas hasta la saciedad, les va a pasar como al amor en la copla de Rocío Jurado, que se van a romper de tanto usarlas. Ambas expresiones, por supuesto, como las mascarillas, los test y los respiradores, son importadas, pero no del chino mandarín, sino del inglés: “social distancing” y “new normal”. Seguimos en el “¡que inventen ellos!”, aquella famosa frase que salió de la cabeza y del tintero en un mal día de don Miguel de Unamuno, pero que tan de aplicación sigue siendo en nuestro país. En vez de esta tan desafortunada, ya podíamos tener en cuenta otras muchas buenas frases de los mejores días de don Miguel, como por ejemplo: “Las lenguas, como las religiones, viven de herejías” y, muy especialmente, esta: “Cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee”. Por cierto, con lo de la “nueva normalidad” que no nos cuelen con vaselina renunciar a derechos y libertades o limitarlos, cuando lo que procede es modificar hábitos y costumbres para mejor combatir la pandemia. En España, hablando de costumbres, ya saben que es muy habitual dar la mano y que se la queden o que te corten un dedo.
No quiero concluir esta entrada sin hacer un guiño a la esperanza. No todo está saliendo bien, ni vamos a salir más fuertes, evidentemente. Estas son frases muy amables, pero con más dosis de deseo que de realidad en el fondo y más de propaganda “optimista social” que de verdad en la forma. Pero vamos a salir. De hecho, ya estamos comenzando a salir, y lo digo en doble sentido: de la crisis sanitaria y de casa. Prueba de esto último es la primera foto que hice el primer día que pudimos salir a pasear o practicar deporte y que acompaña este texto. Es una imagen de la vieja normalidad: un pato azulón, un ánade real, de las que se han asentado en la lámina de agua del parque lineal del Barranco del Alamín, ajeno a lo que sucede y pasa a su alrededor que, en este caso, éramos una pléyade de desescalados en “fase 0” que, en cuanto pudimos, nos echamos a la calle a oler al tiempo que respirar, a oír y escuchar, a andar y ver la vida en color después de cincuenta días en blanco y negro.