Pese a la preocupación por los numerosos y progresivos rebrotes de contagios del/la Covid-19 –como no se terminan de poner de acuerdo en si es chico o chica el dichoso virus, pues yo me refugio en la ambivalencia- ya tengo las maletas hechas para irme a Comillas, el refugio cántabro que hace años adopté como propio de forma convencida y entusiasta. Quienes sigan este hilo de manera más o menos fiel –la fidelidad en estos tiempos de valores en saldo se puede dar por buena, incluso si se manifiesta intermitentemente-, a buen seguro que ya se esperaban este post sobre Comillas de finales de julio que es cuando suelo subir allí con la familia, pues me gusta vivir la vacación subido a horcajadas entre los finales de este mes y los principios de agosto.
Comillas es un lugar privilegiado en el que la montaña y el mar forman pareja estable de verdad, sin altibajos en la relación y manteniendo debidamente encendida la llama de la pasión entre ellos para que la monotonía no apague su amor. Ese matrimonio entre la verticalidad de la montaña y la horizontalidad del mar se repite de manera recurrente por toda la costa cantábrica española. Son los detalles, a veces pequeños y otras no tantos, los que diferencian un lugar de otro, a pesar de que casi todos ellos son realmente bellos por ese constante y fiel romance entre el verde intenso y recostado de los prados y el azul infinito del mar. Comillas tiene a su favor que, además de ofrecer mar y montaña en las dosis más altas que la vista y, sobre todo, el alma precisen, reúne un catálogo monumental único y excelente por la extraordinaria huella que dejó allí el mejor modernismo catalán, Gaudí incluido, gracias a Antonio López y López, un humilde comillano que se fue a Cuba a hacer las américas y regresó siendo un indiano multimillonario. Llegó a codearse literalmente con los reyes de España, hasta el punto de que tanto Alfonso XII como Alfonso XIII veranearon allí gracias a sus buenos oficios, pagados por la corona con un marquesado, precisamente el de Comillas, como no debía ser de otra manera. El marquesado de Comillas está emparentado con la baronía de Güell –sí, la del parque barcelonés obra de Gaudí- y la estupidez revisionista, trufada por las miopías nacionalista y populista, ha propiciado que la alcaldesa Colau retirara de su emplazamiento público y llevara a un almacén la estatua que de López y López había en Barcelona, al ser acusado de esclavista, una leyenda negra de la que el gran culpable fue su envidioso cuñado. Si Jacinto Verdaguer, los arquitectos y escultores modernistas y otros creadores catalanes a los que tanto apoyó el Marqués de Comillas levantaran la cabeza, es más que probable que se volvieran a sus tumbas y se pusieran en ellas boca abajo. No solo quedó indeleble huella del mecenazgo artístico del marqués en Barcelona y en Comillas, sino también de su sensibilidad y altruismo social pues nunca olvidó sus humildes orígenes.
Si al espectacular macropaisaje cántabro de costa se le une la maravilla del rastro modernista dejado en Comillas por Gaudí, Doménech i Montaner, Martorell o Llimona, entre otros, y a ello le adicionamos el hecho de que esta villa está magníficamente situada: a apenas 50 kilómetros de Santander, a 20 de Santillana del Mar, a otros tantos de Suances, a una docena de San Vicente de la Barquera y a poco más de Cabezón de la Sal, es fácil deducir que esos detalles, pequeños y no tanto como decía, son valiosos aliados suyos para convertirla en un lugar de referencia que a muchos, entre los que me incluyo, nos ha cautivado y ganado. Comllas tiene un censo de población de derecho similar al de Brihuega, si bien en verano se multiplica por bastante pues es un lugar tradicional de segunda residencia. Mucho tienen que cambiar las cosas para que deje de ser también la mía; es más, si el tiempo y las circunstancias me lo permiten, proclamo públicamente que es mi intención residir de mayo a septiembre en Comillas que, ahora pertenece a Cantabria, pero que siempre fue y por tanto nunca dejará de ser, Castilla, parte del verdadero mar y la verdadera montaña castellana.
El próximo otoño, virus mediante, tengo intención de presentar mi primer poemario, escrito en versos que van más allá de ser libres y que se acercan a lo libérrimo. Más que poesía es “proesía”, prosa con forma, tono y ritmo poético, poesía en ciernes y a mi aire, pero la quiero sacar del cajón en que la guardo y compartirla con los lectores que se quieran acercar a ella. Se titulará “Suite Comillas” y les adelanto su portada. Como siempre que puedo y él quiere, que también es siempre, las imágenes que acompañarán mis composiciones las va a aportar Nacho Abascal que es aún mejor persona que fotógrafo y ese es el mejor y más justo piropo que le puedo echar. Les adelanto unos versos del poema dedicado al Capricho, el palacete que Gaudí proyectó en Comillas, y que, como ven en la imagen, servirá de espectacular y colorista portada del libro.
Quijano/Alonso/Quijote por fantasía y delirio.
Quijano/Máximo Díaz de/Gaudí en Comillas.
A Capricho.
Si Alonso navegó por mares de secano,
polvo manchego levantado a uña de Rocinante,
Máximo atracó el “llaut” del modernismo
en un pequeño y viejo puerto ballenero montañés.
Mar de lana y requesón/
Mar de espuma y relanzón.
Capricho ecléctico.
Oriental/Medieval.
Capricho espurio.
Mediterráneo/Cantábrico.
Capricho armónico y colorista (…)
(Primeros versos de “Sueño en color” –El Capricho-)
P.D.- “Llaut” es una embarcación típica catalana.