El maestro de tantas cosas relacionadas con la literatura en particular y la cultura en general, Josepe Suárez de Puga, también amigo, nos transmitió un legado inmaterial impagable a quienes estuvimos en su justo y merecido homenaje celebrado en pleno equinoccio de otoño, en la víspera mismo de su 87 cumpleaños. Ese legado fue invitarnos a practicar la amistad de manera activa y recurrente, y a buscar con fruición la felicidad. Josepe, como neoclásico militante que es, nos estaba proponiendo seguir la doctrina del epicureísmo y, en cierta medida, también del hedonismo, dos escuelas del pensamiento y la vida de la Grecia clásica hoy tenidas por arcaicas y solo consideradas para el estudio teórico. Epicuro, padre de la doctrina que tomó su nombre, abogaba por la búsqueda del bienestar del cuerpo y de la mente, del placer exento de dolor, y consideraba la amistad como un valor a practicar con generosidad porque coadyuvaba a esa búsqueda fruitiva, aunque prevenía del dolor y daño que podía causar la falsa. El epicureísmo prolongaba la amistad más allá de la vida y reivindicaba su práctica incluso tras la muerte. El amigo muerto nunca muere, podríamos resumirlo. El hedonismo, por su parte, se dejaba de valores, de caminos y de medios e iba a saco a la búsqueda del placer. Josepe, que ha vivido y se ha bebido la vida a grandes sorbos, nos estaba regalando a sus muchos amigos que le acompañamos en su alboroque septembrino en el Moderno un consejo de sabio y de viejo: ¡Sed amigos, sed felices! Podría ser su epitafio cuando le llegue la hora de las alabanzas, quiera el Dios de don Juan Tenorio que sea lo más tarde posible porque esta ciudad necesita monumentos vivos de la cultura como es él para quitarse la caraja de provinciana, acomplejada y disgustada consigo misma que tanto le perjudica y limita.
Amistad y felicidad epicúreas, hedonistas y “josepianas” fue, precisamente, lo que viví y sentí en la tarde del lunes en la sala Tragaluz del teatro Buero Vallejo cuando presenté mi último libro: “Guadalajara Suite Nocturna (Poemario ad libitum)”, copatrocinado por Ayuntamiento y Diputación, instituciones para las que he trabajado y trabajaré siempre, unas veces desde dentro de ellas y otras desde fuera, y a cuyos actuales rectores agradezco su sensibilidad por haber hecho posible este proyecto editorial. Si se abarrotó la sala Tragaluz un lunes de octubre por la tarde en un acto de presentación de un libro que, además, es un poemario, no fue por el interés que despertó mi obra sino, fundamentalmente, por la amistad. Podría poner nombres y apellidos al centenar y medio de personas que asistieron al acto porque casi todas ellas han estado en algún momento en mi vida y con muchas me unen vínculos de afecto y amistad. La amistad, como nos proponía Josepe, es un viático para la felicidad, es el más cualificado y aconsejable vínculo, pese a ser intangible, que nos une con los demás, traza complicidades y nos ayuda a caminar. Ciertamente, no puede haber felicidad sin amistad, no concibo a nadie siendo feliz sin tener amigos; es más, la falta de amistad es un hecho seguro de infelicidad.
Pleno de felicidad, por disfrutar de tanta amistad, fue como me sentí el lunes, 17 de octubre de 2022, en la sala Tragaluz, la bonita y tan bien nombrada sala del teatro Buero Vallejo que, por cierto, en el próximo mes de diciembre cumple ya 20 años y se van a celebrar, en buena hora y con buen criterio, con la representación de una obra del dramaturgo alcarreño: “El sueño de la razón”, estrenada en 1970. Goya, Leocadia Zorrilla, Eugenio Arrieta, Gumersinda Goicoechea, José Duaso… y el monarca felón que traicionó al pueblo que tanto lo deseaba, Fernando VII, compartirán tablas y diablas del gran teatro alcarreño que tardó mucho en llegar pero que al fin lo hizo hace cuatro lustros ya, siendo alcalde José María Bris y concejal de Cultura, Francisco González Gálvez. Dos buenas personas que, además, hicieron mucho por Guadalajara.
Si la amistad, y no mi poesía -si es que llega a serlo-, fue la que llenó inopinadamente la sala Tragaluz una tarde de octubre, la amistad también es la que ha hecho posible que esta nueva obra, si no buena -eso lo juzgarán los lectores-, sí que es bonita, muy bonita, algo posible gracias a las magníficas fotografías de Nacho Abascal, los estupendos óleos y grafitos de David Pasamontes y las creativas ilustraciones de mi hija, Ana, una de las dos niñas de mis ojos junto a su hermana, María, que me hizo abuelo hace ya tres años de un precioso niño con cara de sol y nombre de poeta, Darío, a quien he dedicado el libro. Ser abuelo es ser feliz, muy feliz, porque eres más amigo que padre de tus nietos y forjas con ellos una relación epicúrea a través de la ternura y el amor mutuos. Gracias Nacho, gracias David, gracias Ana. Seguimos juntos en el camino para llegar a la meta de “Suite Alcarreña (Poemario al Viento)”. Porque donde muere el viento, nace la Alcarria.
Y gracias a todos los que acudieron al acto de presentación del libro por regalarme su amistad y hacerme muy feliz.
CODA: El viernes, 21 de octubre, a las 19 horas, se inaugura en la Sala Antonio Pérez (Centro San José), una exposición fotográfica de Nacho Abascal con 30 imágenes en gran formato hechas exprofeso para “Guadalajara Suite Nocturna”. La mitad de ellas se incluyen en el libro, la otra mitad son inéditas. Todas, absolutamente todas, son magníficas, y muchas de ellas verdaderamente espectaculares. No dejen de visitar la exposición que permanecerá abierta hasta el 19 de noviembre, de lunes a sábado, entre las 19 y las 21 horas.