En el más crudo invierno, que suele devenir en enero, pese a la dura climatología propia de la época tiene lugar uno de los ciclos más relevantes e intensos del calendario festivo provincial, ancho, largo y alto donde los haya. Aunque pueda resultar una paradoja la circunstancia de que se festeje más cuando el tempero, teóricamente, menos favorece la celebración de la fiesta, en realidad tiene todo el sentido del mundo pues el hecho festivo siempre ha estado condicionado en el medio rural por los propios ciclos de la tierra, con minúscula y con mayúscula, y, por tanto, también del sol y de la luna. Enero es tiempo de escasa actividad agraria y, por ello, de espera y momentos para el ocio, si bien también lo es de siembra de algunas hortalizas y verduras, siendo el último mes para la tardía de avena, cebada y trigo. Trabajo y fiesta es una dualidad que parece alternativa y excluyente, pero en el fondo son dos caras de la misma moneda y una y otra se necesitan , complementan y alternan. A este respecto, en algún sitio que ahora no recuerdo he leído la afirmación de que el hombre es el único animal festejante. Abundando en ello, Helmuth Plessner dice que “el hombre es el único ser capaz de vivir su vida -la cotidianidad- y capaz de distanciarse de ella -la fiesta-“, mientras que Marquard sostiene que “el hombre necesita de la fiesta, pero al lado de lo cotidiano”.
Tras esta conveniente introducción, vuelvo a subrayar que la provincia de Guadalajara está viviendo en enero su gran ciclo festivo de invierno que, no por casualidad, se prolongará hasta febrero, cuando llegará a su punto álgido y final con el carnaval -días de mucho y vísperas de poco- que antecede a la cuaresma, etapa en la que la fiesta cesará, no casual sino causalmente, porque con ella llegaremos a un tiempo doliente y nada festejante como es el previo y preparativo de la Semana Santa. Por ello, marzo es tan poco festero. La fiesta no es partidaria de los corredores de la muerte.
Enero, en Guadalajara, es tiempo de botargas, nuestras particulares mascaradas de invierno que, aunque ahora viven un momento de impulso y recuperación, estuvieron a punto de desaparecer en el siglo XX por las sucesivas crisis agrarias y las consecuentes despoblaciones del medio rural, pero también por un hecho negativo de moda cultural que devino a finales del XIX y se prolongó bien entrado el siglo pasado. Un caso paradigmático de ello que bien conozco es el de Taracena, cuyas botargas salían el día de San Ildefonso -23 de enero-, iniciándose en esa fecha las ferias y fiestas de invierno de este hoy barrio de la capital que se completaban con dos días de celebración más: La Paz -el día 24- y la llamada “Paz chiquita” -el día 25-. En el año 1901, el entonces alcalde de Taracena decidió suprimir la salida de las botargas “porque si bien representaban la tradición, patentizaban de un modo claro y evidente un atraso grandísimo con relación a la cultura actual de los pueblos”, como se recoge en el periódico “Flores y Abejas”, en su edición del 27 de enero de 1901. Este hecho, documentado y contrastado, es muy representativo de lo que ocurrió con otras muchas botargas y enmascarados de la provincia que fueron desapareciendo en aquel tiempo y en el que le siguió porque, si ahora estamos en un ciclo en el que la cultura tradicional, tanto material como inmaterial, se está poniendo cada día más en valor, entonces esa moda cultural a la que me refería iba en el sentido justamente contrario. En las últimas décadas del siglo XIX y en las primeras del XX -después también en el desarrollismo de los 60, 70 y aún 80-, lo tradicional y lo antiguo no eran valores estimados precisamente por la pátina que les había aportado el tiempo, sino, bien al contrario, tenían la consideración de viejo, de anticuado, de rancio, de concepto, cosa o trasto inútil, y se contraponían con las corrientes y vanguardias modernistas que comenzaban a surgir. Esas modas de modernidad, radicalmente concebidas y aplicadas en no pocos casos y contrapuestas y enfrentadas con lo antiguo y lo tradicional, no solo se llevaron por delante numerosos y valiosos elementos culturales tradicionales, materiales e inmateriales, también conllevaron la demolición de bastantes monumentos de valor histórico-artístico y otras construcciones estimables pero “viejas” -la propia Guadalajara es, lamentablemente, un ejemplo proverbial de ello-, para ser sustituidos por impersonales edificios supuestamente más útiles y racionalistas. También alteraron el urbanismo, en aras de una supuesta modernidad que no pocas veces fue una patente de corso para practicar el derribo y el expolio, cuando no la especulación. Pedro José Pradillo y José Antonio Alonso han hablado de ello recientemente en sendas conferencias -el segundo centrándose en las botargas-, cada uno con su tono personal, uno más contundente y otro más comedido, pero ambos coincidiendo e incidiendo en denunciar y lamentar la pérdida patrimonial sufrida en la provincia, tanto en el ámbito histórico-artístico como en el etnográfico y, dentro de este, en la cultura material y la inmaterial.
Precisamente, Alonso, el gran cantautor y notable etnólogo que está en un punto de madurez como investigador y divulgador realmente fértil, grabó hace ya 33 años el disco en vinilo cuya carátula acompaña este artículo, titulado “De fiesta”, en el que se recogen siete temas, dos de ellos compuestos por él mismo pero inspirados en la música tradicional: “En un día de abril” -una preciosa tonada plena de poesía, melancolía y color- y “De fiesta”, un popurrí de canciones tradicionales hiladas por letras del propio José Antonio que nos llevan de uno a otro festejo en orden cronológico. Comienza así: “En enero, compañero, deberás considerar que ha salido la botarga, no te dejes alcanzar…”. Afortunadamente, casi una treintena de botargas y otros enmascarados tradicionales han salido ya o van a salir entre enero y febrero en la provincia, cuando hace apenas cuatro décadas salían poco más de la decena. Corren, pues, aires bien distintos -fríos también pero más luminosos- a aquellos en los que el alcalde de Taracena decidió suprimir por “atrasadas” las botargas -felizmente recuperadas en 2017, aunque ahora con un solo enmascarado-. Un hecho que evidencia lo dicho es que está en marcha el proyecto de “La ruta de las botargas”, del que ya hablamos con detalle el año pasado, y hasta hay en camino una posible declaración de patrimonio cultural inmaterial por parte de la UNESCO para las botargas guadalajareñas junto con otras mascaradas de este ciclo en el sur de Europa en general y en España en particular. Si en el carnaval las máscaras ocultan, en las botargas representan. Además, son nuestras señas de identidad tradicionales más representativas, que, lejos de atraso, evidencian futuro porque, como decía Malraux, “la tradición no se hereda, se conquista”. Y el futuro jamás se hereda, siempre hay que conquistarlo.
CODA
En mi anterior post hablé de que el PP ya estaba tardando en designar a su candidato -o candidata- a la alcaldía de Guadalajara. Finalmente, casi ya con el “control” político de lo razonable cerrado, la elegida ha sido Ana Guarinos, siendo ella, probablemente, la primera sorprendida. Es una mujer muy trabajadora y solo vive de la política y para la política desde hace 24 años. El 28 de mayo veremos si el PP ha acertado con esta designación y si ella acierta con la lista, el programa, si conecta con el electorado y si las circunstancias políticas nacionales le favorecen. Alfonso Esteban irá de dos, comienza acertando.