Hacía ya unos cuantos años que la lluvia no condicionaba tanto las ferias de Guadalajara, pese a ello, especialmente a la tromba de agua que cayó en la madrugada del viernes, solo se ha suspendido un encierro —precisamente el de ese día— y una corrida —la de rejones del domingo—, habiéndose podido celebrar la mayor parte de los espectáculos previstos en el programa que, en general, han gustado y congregado a numeroso público. Las ferias de Guadalajara que, como la sociología y personalidad de la propia ciudad, son un tanto eclécticas —encierros a lo pamplonica, peñas también al estilo de las de la capital navarra y al de las cuadrillas sorianas, y ferial (es) con acento andaluz—, han terminado deviniendo en un modelo propio de fiesta en la calle prácticamente las 24 horas del día que gusta tanto a locales como a visitantes —que cada vez son más pues la fama se extiende—, por utilizar un símil futbolero, sobre todo a los más jóvenes. Fiesta y juventud conforman un binomio indisoluble y aquí se articula especialmente a través de la agrupación y militancia en peñas que aportan calor y color a la calle y un espacio, una barra, una verbena o un DJ, una charanga y unos colores con los que identificarse a quienes se hacen de ellas, que cada vez son más. Creo que ya se cuentan por 20 las peñas festivas estables que hay en Guadalajara, un número que casi se ha doblado en lo que va de siglo pues despedimos el anterior con una docena. No seré yo quien ponga un palo a esa rueda de animación y jolgorio juvenil militante superlativo que aportan las peñas, bien al contrario, pero sí le pongo un pero —como ya lo hice el año pasado cuando ocurrió por primera vez— al hecho de que prácticamente la mitad de las peñas se concentren en la Concordia porque es muy elevado su impacto antrópico sobre el parque. En los tiempos de creciente sensibilidad medioambiental que imperan, no parece una buena práctica permitir que miles de jóvenes tomen, literalmente, un parque histórico como el de la Concordia durante una semana y, al acabar la fiesta, esté como si hubiera pasado Atila por él. No me vale que los árboles, arbustos, flores y praderas de césped dañados se repongan y recuperen en unas semanas, eso sería tratar a especies vegetales vivas como si fueran objetos inertes. Lo mismo se puede decir de los centenares de pájaros, pequeños mamíferos e, incluso, insectos que son habituales o estacionales residentes en el parque, a los que durante la semana de ferias se somete a un estrés importante y evidente. Sobremanera el causado por los decibelios de los equipos de música, pero también por los numerosos cuadros eléctricos que, muchos de ellos adosados a troncos de árboles, emiten radiaciones electromagnéticas —entiendo que no ionizantes porque, si lo fueran, ya hablaríamos de palabras mayores— que, a pesar de ser bajas, sumadas todas ellas junto al masivo consumo eléctrico allí concentrado, no deja de ser un foco de alteración del hábitat animal y, por supuesto, vegetal. Incluso entiendo que este hecho comporta sus riesgos para las propias personas. Los parques son de los árboles y de los pájaros, pero sobre todo para los niños y los mayores; aunque solo sea por unos días, también me chirría el hecho de que, junto a las zonas de juegos infantiles, haya peñistas a los que no se les cae el vaso de la mano mientras niños y niñas tratan de jugar entre olor a alcohol, a pis, basura orgánica e inorgánica… y un ruido casi ensordecedor.
Lo dije el año pasado y lo repito este: pese a que entiendo que se debe actualizar con los criterios medioambientalistas de hoy la vigente ordenanza de parques y jardines, pues data de 1985 y está obsoleta, su artículo 16 dice que “No se realizará una actividad (en los parques, jardines y zonas verdes) salvo en las zonas especialmente acotadas para el desarrollo de la misma, cuando ocurra alguna de las siguientes circunstancias: Que puedan causar daño a cualquier especie vegetal, mobiliario y elementos decorativos del parque. Que impidan o dificulten el paso de personas. Que perturben o molesten la tranquilidad intrínseca del parque”. Es evidente que el propio ayuntamiento está incumpliendo esta ordenanza, tanto en su espíritu como en su letra. Entiendo que las peñas quieran estar ubicadas en un foro tan céntrico, estancial y de paso, como es la Concordia, pero también deben comprender que una excesiva concentración de ellas en él perturba y molesta la tranquilidad intrínseca del parque, daña o estresa sobremanera a especies vegetales y animales e impide su uso y disfrute plenos a personas, sobre todo a niños y mayores. Hay un año por delante para, entre todos y siempre buscando el entendimiento a través del sentido común y el diálogo, darle una vuelta a este asunto con una perspectiva medioambientalista que hasta ahora ha sido opacada por la estrictamente festiva.
Y termino ya diciendo que el equipo de gobierno municipal se equivocó el día del pregón de peñas vedando el paso al exalcalde, Alberto Rojo, al balcón del ayuntamiento y que éste y su partido se equivocaron sobreactuando y poniéndose estupendos denunciando con toda la artillería mediática e institucional que manejan este incidente protocolario. Cuando los políticos se preocupan tanto de aparecer en los balcones o en las fotos, degradan la política. Y cuando los políticos utilizan las instituciones como si fueran su cortijo, también. Por favor, tengamos la fiesta en paz.