Archive for octubre, 2023

El Tenorio Mendocino: hito, rito y mito

En 1984, el mismo año que en Alcalá de Henares comenzó a representarse, en la víspera del día de Todos los Santos, el afamado Tenorio al aire libre de la ciudad complutense, en Guadalajara se iniciaban las representaciones de algunas escenas de la célebre obra de Zorrilla, en el histórico restaurante “El Ventorrero”, a los postres de las “Cenas de Ánimas con Don Juan” que abrían la temporada de la Asociación de Amigos de la Capa guadalajareña y que terminaron evolucionando a lo que desde 1992 ya se conoce como el “Tenorio Mendocino”. Bien alto podemos decir, y no es provincianismo de vía estrecha sino verdad de la buena, que, pese a que es larga y ancha la tradición de representar el Tenorio en la víspera de Todos los Santos, no solo en España sino incluso en otros lugares del mundo, especialmente en Hispanoamérica, el de Guadalajara es uno de los más reputados de todos ellos. Esa buena y notoria reputación no nos ha salido gratis —a esta ciudad pocas veces le sale de balde algo bueno para ella—, sino que se ha cimentado en una brillante idea original, como es unir los textos y la acción de Zorrilla con lo más destacado de nuestra monumentalidad de forma itinerante, con un compromiso de llevarla a cabo y darle continuidad con rigor y calidad realmente encomiable por parte de “Gentes de Guadalajara”, el colectivo que hace posible que el mito de don Juan regrese cada año a la ciudad, se cumpla el rito y se haya convertido en un hito.

                Guadalajara no solo está matrimoniada con el Tenorio de Zorrilla por su variante mendocina que aquí se representa cada año desde 1992, el año de los fastos hispanos —Expo, de Sevilla, y Juegos Olímpicos, de Barcelona, especialmente—, sino que uno de sus precursores literarios más evidentes, “El burlador de Sevilla y convidado de piedra”, fue escrito por Tirso de Molina, seudónimo de Gabriel Téllez, freire mercedario cuyo noviciado lo realizó en el desaparecido convento de San Antolín, situado en el arrabal de la antigua alcallería de Guadalajara, entre el alcázar y el recinto del antiguo hospital provincial que, no en vano, tomó el nombre de La Merced cuando decayó el de Ortiz de Zárate. O sea, que más de dos siglos antes de que Zorrilla, en 1844, estrenara su “Don Juan”, ese mito ya bulló en la cabeza y se trasladó a la pluma de un dramaturgo y poeta fraile que vivió una larga temporada en Guadalajara. El Don Juan, en forma de burlador sevillano que pudo ser creado en una celda conventual alcarreña, ya estaba ahí, a principios del siglo XVII. Y su posible vinculación con los Mendoza mucho antes de nacer el “Tenorio Mendocino”, también, pues dos libertinos personajes vinculados a tan poderosa familia, Juan de Tassis —conde de Villamediana e infiel esposo de Ana de Mendoza—, y Miguel de Mañara —libertino marido de otra dama mendocina, Jerónima Carrillo de Mendoza—, en quien se inspiraron los Machado para escribir su “Don Juan de Mañara”, bien pudieron ser conocidos por Tirso durante su larga estancia aquí. Estas, que tienen pinta de ser más causales que causales referencias, las aportó nuestro querido y admirado Josepe Suárez de Puga en un texto introductorio que escribió para el libro que edité en 2015, titulado “Crónicas del Tenorio Mendocino”. Como es sabido, Josepe, no solo es el actual Cronista Oficial de la Ciudad de Guadalajara —honor que compartió con su amigo José Antonio Ochaíta hasta que el poeta jadraqueño falleció hace ya 50 años—, sino un escritor, sobre todo poeta, realmente eximio, al tiempo que uno de los grandes referentes del propio “Tenorio Mendocino” pues ya en su primera edición de 1992 hizo el papel del escultor en la escena del cementerio y desde 1993 el de Don Juan maduro que, literalmente, bordó los muchos años que lo representó, ofreciendo a los espectadores algunos de los mejores y más esperados momentos de la obra.

Javier Borobia- en el carismático papel de El Comendador que hizo entre 1992 y 2008- en la escena de la Hostería del Laurel

                El “Tenorio Mendocino” es un proyecto coral, de suma de esfuerzos y de voluntades, al que se han ido incorporando y del que se han ido separando —muy a su pesar en casi todos los casos, pero la edad y las circunstancias obligan, como la nobleza— muchas gentes de Guadalajara. En ello, a mi juicio, ha radicado buena parte de su éxito: en que, al ser un proyecto abierto y participativo, ha podido superar las ausencias de personas claves en su nacimiento y crecimiento de los primeros años, los que cimentan el futuro de las cosas. Ningún proyecto se consolida del todo hasta que no supera la marcha de quienes lo iniciaron. Y aunque aún quedan en “Gentes de Guadalajara” algunos miembros de la etapa fundacional del “Tenorio Mendocino”, la gran mayoría de ellas ya son de generaciones posteriores que han asumido el tinglado como propio. Lo digo aún más claro: solo perdura lo que sobrevive a sus creadores. Llegado este momento, considero obligado recordar a mi (y de tantos) querido maestro, compañero, amigo y, sobre todo, hermano, Javier Borobia, el “alma mater” de quien partió la brillante idea y gestó la puesta en marcha del “Tenorio Mendocino” hace ya 39 años cuando, siendo secretario —“Fiel de fechos” como a él le gustaba decir— de la Asociación de Amigos de la Capa de Guadalajara, se le ocurrió invitar a don Juan a los postres de la cena que cada año, en la víspera de Todos los Santos, abría la temporada capista. Con afecto, admiración y agradecimiento, me desembozo la capa y me quito el sombrero ante él y el resto de gentes de Guadalajara que nos regalaron este “Tenorio Mendocino”, destacando especialmente también entre ellas a Fernando Borlán, el poeta “majestuoso”, como lo calificó Benjamín Prado, y profesor cultivador del peripatetismo que no escribía versos, los bordaba. Como estos escritos al final de su vida y con los que doy por finalizada esta entrada, con el deseo de una larga vida al “Tenorio Mendocino” y a “Gentes de Guadalajara”:

“Que el río no se para

que eres tú quien lo lleva”

El fin del “veroño”

El año hidrológico comienza en octubre y hay quienes defienden que el verdadero final del año es el del verano y el principio del otoño porque es cuando las vidas, las cosas y las circunstancias, materiales o inmateriales, tangibles o no, más suelen acusar el fin de un ciclo y el inicio de otro. Ciertamente, el albor del otoño parece un punto de partida, sobre todo en el ámbito escolar al ser en él cuando comienzan los cursos por lo que el final del año natural solo es el del primer trimestre, el famoso “first term” inglés, como el que relata Enid Blyton en su novela sobre el internado de las Torres de Malory. Con ella me inicié en la lectura del inglés, pero ya no pasé ni siquiera al escalón de Charles Dickens y Mark Twain, pese a saberme la trama y el final de casi todas sus obras a través del cine o de la lectura en nuestro propio idioma. Cuando se piensa en español y se lee o habla en inglés, se lee y habla también en español.

Amanecer del “veroño” en el puente del Henares


Octubre es el primer mes completo del otoño y el más representativo de todos porque noviembre, pese a estar en su ecuador, suele presentarse con más cara de invierno que de verano, aunque los meteoros son tan caprichosos y el cambio climático tan notorio —negar las evidencias es taparse los ojos con manos transparentes— que ya no sabe uno ni en qué mes vive si solo se fía del tiempo que hace. Con la medio contraída/medio sincopada palabra de “veroño” han bautizado algunos al cálido tiempo que ha estado haciendo desde el famoso “veranillo de San Miguel” hasta el Pilar y que apuntaba prolongarse incluso a San Lucas, pero un “río atmosférico” parece que va a traer una borrasca que acabará con el último ramalazo estival. Cuando lean esta entrada es probable que ese río ya haya llegado a la mar, que en este caso y a diferencia del de las coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, no es el morir, sino el llover y comenzar a refrescar. Ojalá. Por cierto, San Lucas se celebra el 18 de octubre y, por si no lo sabe alguno, le recuerdo que en esa fecha tenía lugar una de las dos ferias anuales que Alfonso X concedió a Guadalajara, precisamente la que ahora se celebra en septiembre y que fue huyendo de octubre y del otoño por el frío y la lluvia que solía traer aparejados
Cada vez que oigo un término meteorológico nuevo para mí, como ha sido el caso de este “río atmosférico” que trae una fuerte borrasca, anunciado por el televisivo Roberto Brasero —además de un gran meteorólogo y comunicador es un tipo muy simpático con el que coincidí este verano en Comillas—, me acuerdo de Mariano Medina, el inolvidable y sempiterno “hombre del tiempo” de TVE, cuando era la única televisión de España, aunque emitía por dos canales, VHF y UHF. Al señor Medina, tan circunspecto él, pero con un aura de credibilidad casi absoluta, jamás le oí en sus previsiones televisivas del tiempo palabras que ahora son casi recurrentes en ellas: “DANA”, “tormenta perfecta”, “río atmosférico”, “vorticidad”, etc. A él le bastaban para explicarnos lo que podría ocurrir con el tiempo, la “b” de borrasca, la “a” de anticiclón y las famosas isobaras… y, por supuesto, los paragüitas y los soles en forma de pegatina que colocaba en el mapa de España según procediera. El lenguaje técnico, la jerga meteorológica, llegó cuando dejó de haber una sola televisión y las cadenas privadas comenzaron a competir entre ellas por la audiencia, incluso en la previsión del tiempo, que todo suma para el rating y el share… Así, de la seriedad y circunspección intencionadas de Mariano Medina para lograr credibilidad, pasamos a la extraversión y capacidad de comunicación de meteorólogos para captar audiencia, como el ya citado Brasero, José Antonio Maldonado o Mario Picazo, entre ellos, y de Pilar Sanjurjo, Mónica López o Himar González, entre ellas. La verdad es que la Sanjurjo —que creo que no tiene nada que ver con el famoso general del mismo nombre— también es de los tiempos de “Cuéntame”, como Medina, aunque esa serie ya hace tiempo que dejó el blanco y negro y se va a despedir estos días, después de 23 temporadas, contando cosas que yo ya viví hace tiempo y no precisamente de niño. Tempus fugit, como decían los romanos…
Pese a ser el primero que nos aleja del verano y nos mete de lleno en una espiral que acabará en el frío y largo invierno, octubre siempre fue un mes muy apreciado por mí, supongo que porque en él cumplo los años. Y digo ”fue” y no “es” porque cumplir años cuando se quiere ser mayor, es una gozada, pero cumplirlos cuando no se quiere serlo más, es una putada, con perdón. Claro que querer cumplir años y no poder es mayor putada aún… Y lo dejó ahí porque las cicatrices del alma nunca se terminan de cerrar. Como se puede advertir en algunos pasajes de “Octubre, octubre”, la gran novela de José Luis Sampedro, si no la mejor, el abandono y la pérdida son dos sentimientos recurrentes en ella y que, entre otras muchas consecuencias, terminan derivando en la melancolía, el estado de ánimo que pinta el otoño en los espíritus más sensibles.
De momento, si aún no han leído la novela de Sampedro que no se conforma con un solo octubre, sino que reivindica dos en su propio título, se la recomiendo encarecidamente. Y si octubre y su “veroño” o su ya otoño, otoño, los llevan a la melancolía, piensen como Ítalo Calvino que “la melancolía es la tristeza que ha sido tomada de la luz”… y que algún día saldrá el sol.

Un pequeño gran teatro de pueblo

El último día de septiembre, que cayó en sábado, fue cálido, luminoso y estuvo a la altura del renombrado “veranillo de San Miguel”. No solo por trabajo, también por gusto, viajé a Milmarcos donde esa mañana se presentaba públicamente e iniciaba “Guadaescena”, un nuevo programa que la Diputación Provincial ha puesto en marcha para fomentar la actividad teatral en la provincia, a través de la Red Cultural de Guadalajara que creó hace un par de años la propia institución provincial, y que va a llegar a diez municipios en este otoño. A muchos les sorprenderá que una gira teatral se inicie en un pueblo tan alejado de la capital y de casi todas partes y con apenas 78 habitantes censados. La zona rural de esta provincia, que ocupa el 80 por ciento de su territorio, pero apenas agrupa al 20 por ciento de la población, si nos atenemos solo a las matemáticas es prácticamente inviable. No salen los números porque, al haber tan pocos habitantes, los costes de los servicios se disparan, más aún si incrementamos el factor distancia a los centros de su prestación y en los que se concentra el poder y la administración. No obstante, a esa Guadalajara hay que analizarla, comprenderla y atenderla como es debido dejando las matemáticas a un lado y llevando al primer plano la filosofía y las letras, lo cualitativo frente a lo cuantitativo, la dialéctica antes que el coraje como dijo Ortega y Gasset ante la estatua del soldado lector, casi una paradoja, que no deja de ser El Doncel de Sigüenza. Si por estrictos criterios de eficacia y eficiencia economicista fuera, deberían “cerrarse” literalmente muchos pueblos, pero su viabilidad no hay que medirla con esos parámetros numéricos, sino asegurarla a través de la antropología más positivista que es la que apuesta por el hombre, uno a uno tomado. Las casas no hacen los pueblos, los hacen las personas y mientras haya una sola dispuesta a vivir en un pueblo, habrá pueblo.

Gonzalo Albiñana. Teatro de sombras.


Dicho esto, en clave de necesaria introducción, afirmo con rotundidad que la elección de Milmarcos para dar inicio a “Guadaescena” fue un absoluto acierto porque se hizo en uno de los pueblos más alejados de la capital de la provincia, evidenciándose así que la Guadalajara despoblada —que no vaciada, como muy bien repite cuantas veces sea necesario el buen alcalde de Milmarcos que es Fernando Marchán— aún late y cuenta. Además —y este hecho es el definitivo, cierra el círculo y pone hasta lazo a la decisión— este histórico pueblo de la Sexma del Campo del Señorío de Molina, cuenta con un histórico teatro que lleva el nombre del autor del Tenorio, Zorrilla, que es una “joyita”, un auténtico “bombón” escenográfico porque, pese a su pequeño tamaño, dispone de todo el equipamiento básico de una sala: patio de butacas, platea, caja escénica equipada con luz y sonido, telón, bastidores y camerino; además, es realmente bonito. El teatro Zorrilla, de Milmarcos, que dentro de unos años cumplirá su centenario, fue restaurado por el ayuntamiento con tan buen criterio como gusto en 2014, tras haber dejado un tiempo de prestar sus servicios como tal y haberse utilizado como alhóndiga por sus propietarios privados. Es, sin duda, un teatro muy completo a pequeña escala, un lugar absolutamente emblemático para los amantes de las artes escénicas y que debería ser considerado como un referente del compromiso de un pueblo por no resignarse a vaciarse además de despoblarse y luchar por ser un lugar en el que la cultura, en general, y el teatro, en particular, aún sea posible conjugarlos en presente y en futuro, no solo en pasado. Mientras haya un teatro, incluso un teatrito como es el de Milmarcos, y aunque solo quede un único espectador dispuesto a acudir a la próxima función, los tespis con sus carros, los cómicos de la legua, los bululús, los ñaques, las gangarillas, los cambaleos, las garnachas, las mojigangas, las farándulas, los titiriteros, las compañías y demás actores ambulantes podrán hacer camino al andar. Y cultura y teatro al llegar.
“Guadaescena” no llevó al Zorrilla de Milmarcos un espectáculo cualquiera para cumplir y ya está. La gira la inauguró un joven artista guadalajareño, Gonzalo Albiñana, que ya es un ilusionista, mago y actor de referencia a nivel nacional e, incluso, internacional pues este mismo verano ha trabajado, y con mucho éxito, en Las Vegas (USA) y Alemania, además de recorrer gran parte de España. Su espectáculo, en el que combina magia, ilusión y teatro de sombras chinescas, es una auténtica delicia pues en él se alternan las risas y las sonrisas por lo que dice en escena, junto a los “oes” de admiración por lo que hace. Gonzalo ya es, pero está llamado a serlo aún en mayor medida, un referente español dentro del campo del ilusionismo y la magia internacional, algo que no solo lo digo yo, lo afirman sus propios compañeros de profesión al haberle otorgado a principios de verano, en Valladolid, con ocasión del 38º Congreso Mágico Nacional, el Gran Premio Extraordinario, reconocimiento que solo han logrado hasta el momento artistas de la talla de Juan Tamariz o Miguel Ajo y que no se concede anualmente pues entre 1949 y 2023 se ha otorgado sólo en 23 ocasiones. El artista alcarreño también recibió el Premio Nacional de Magia, entregado por primera vez en la historia a las sombras chinescas, y, además, obtenía la máxima puntuación que le situó como campeón en la Categoría de «Magia de Salón”. Por todo ello, será uno de los representantes españoles en el próximo Campeonato Europeo que se celebrará en Italia en 2024.
Termino ya con un guiño a Andrés Berlanga, el gran periodista y escritor fallecido hace cinco años, natural de Labros, pueblo muy cercano a Milmarcos, y autor de “La Gaznápira”, una extraordinaria novela que rescata el lenguaje dialectal del medio rural propio de la zona molinesa, al tiempo que retrata, crea y recrea pequeñas historias —relatorias las llama el autor— trufadas de aconteceres y anécdotas de aquellos pueblos, situadas entre 1949 y 1984, el período principal en que se despoblaron, que no vaciaron. Aunque en un pueblo solo viva una persona, siempre estará lleno de recuerdos, sombras (que no solo hacen teatro) y cultura material e inmaterial hasta sus bordes. Ahora sí, concluyo con estas gaznápiras palabras de Berlanga: “¡Este es mi pueblo, esta es mi Casa-Lugar! Saldré de aquí cuando salgan mis paisanos.”

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