El Tenorio Mendocino: hito, rito y mito

En 1984, el mismo año que en Alcalá de Henares comenzó a representarse, en la víspera del día de Todos los Santos, el afamado Tenorio al aire libre de la ciudad complutense, en Guadalajara se iniciaban las representaciones de algunas escenas de la célebre obra de Zorrilla, en el histórico restaurante “El Ventorrero”, a los postres de las “Cenas de Ánimas con Don Juan” que abrían la temporada de la Asociación de Amigos de la Capa guadalajareña y que terminaron evolucionando a lo que desde 1992 ya se conoce como el “Tenorio Mendocino”. Bien alto podemos decir, y no es provincianismo de vía estrecha sino verdad de la buena, que, pese a que es larga y ancha la tradición de representar el Tenorio en la víspera de Todos los Santos, no solo en España sino incluso en otros lugares del mundo, especialmente en Hispanoamérica, el de Guadalajara es uno de los más reputados de todos ellos. Esa buena y notoria reputación no nos ha salido gratis —a esta ciudad pocas veces le sale de balde algo bueno para ella—, sino que se ha cimentado en una brillante idea original, como es unir los textos y la acción de Zorrilla con lo más destacado de nuestra monumentalidad de forma itinerante, con un compromiso de llevarla a cabo y darle continuidad con rigor y calidad realmente encomiable por parte de “Gentes de Guadalajara”, el colectivo que hace posible que el mito de don Juan regrese cada año a la ciudad, se cumpla el rito y se haya convertido en un hito.

                Guadalajara no solo está matrimoniada con el Tenorio de Zorrilla por su variante mendocina que aquí se representa cada año desde 1992, el año de los fastos hispanos —Expo, de Sevilla, y Juegos Olímpicos, de Barcelona, especialmente—, sino que uno de sus precursores literarios más evidentes, “El burlador de Sevilla y convidado de piedra”, fue escrito por Tirso de Molina, seudónimo de Gabriel Téllez, freire mercedario cuyo noviciado lo realizó en el desaparecido convento de San Antolín, situado en el arrabal de la antigua alcallería de Guadalajara, entre el alcázar y el recinto del antiguo hospital provincial que, no en vano, tomó el nombre de La Merced cuando decayó el de Ortiz de Zárate. O sea, que más de dos siglos antes de que Zorrilla, en 1844, estrenara su “Don Juan”, ese mito ya bulló en la cabeza y se trasladó a la pluma de un dramaturgo y poeta fraile que vivió una larga temporada en Guadalajara. El Don Juan, en forma de burlador sevillano que pudo ser creado en una celda conventual alcarreña, ya estaba ahí, a principios del siglo XVII. Y su posible vinculación con los Mendoza mucho antes de nacer el “Tenorio Mendocino”, también, pues dos libertinos personajes vinculados a tan poderosa familia, Juan de Tassis —conde de Villamediana e infiel esposo de Ana de Mendoza—, y Miguel de Mañara —libertino marido de otra dama mendocina, Jerónima Carrillo de Mendoza—, en quien se inspiraron los Machado para escribir su “Don Juan de Mañara”, bien pudieron ser conocidos por Tirso durante su larga estancia aquí. Estas, que tienen pinta de ser más causales que causales referencias, las aportó nuestro querido y admirado Josepe Suárez de Puga en un texto introductorio que escribió para el libro que edité en 2015, titulado “Crónicas del Tenorio Mendocino”. Como es sabido, Josepe, no solo es el actual Cronista Oficial de la Ciudad de Guadalajara —honor que compartió con su amigo José Antonio Ochaíta hasta que el poeta jadraqueño falleció hace ya 50 años—, sino un escritor, sobre todo poeta, realmente eximio, al tiempo que uno de los grandes referentes del propio “Tenorio Mendocino” pues ya en su primera edición de 1992 hizo el papel del escultor en la escena del cementerio y desde 1993 el de Don Juan maduro que, literalmente, bordó los muchos años que lo representó, ofreciendo a los espectadores algunos de los mejores y más esperados momentos de la obra.

Javier Borobia- en el carismático papel de El Comendador que hizo entre 1992 y 2008- en la escena de la Hostería del Laurel

                El “Tenorio Mendocino” es un proyecto coral, de suma de esfuerzos y de voluntades, al que se han ido incorporando y del que se han ido separando —muy a su pesar en casi todos los casos, pero la edad y las circunstancias obligan, como la nobleza— muchas gentes de Guadalajara. En ello, a mi juicio, ha radicado buena parte de su éxito: en que, al ser un proyecto abierto y participativo, ha podido superar las ausencias de personas claves en su nacimiento y crecimiento de los primeros años, los que cimentan el futuro de las cosas. Ningún proyecto se consolida del todo hasta que no supera la marcha de quienes lo iniciaron. Y aunque aún quedan en “Gentes de Guadalajara” algunos miembros de la etapa fundacional del “Tenorio Mendocino”, la gran mayoría de ellas ya son de generaciones posteriores que han asumido el tinglado como propio. Lo digo aún más claro: solo perdura lo que sobrevive a sus creadores. Llegado este momento, considero obligado recordar a mi (y de tantos) querido maestro, compañero, amigo y, sobre todo, hermano, Javier Borobia, el “alma mater” de quien partió la brillante idea y gestó la puesta en marcha del “Tenorio Mendocino” hace ya 39 años cuando, siendo secretario —“Fiel de fechos” como a él le gustaba decir— de la Asociación de Amigos de la Capa de Guadalajara, se le ocurrió invitar a don Juan a los postres de la cena que cada año, en la víspera de Todos los Santos, abría la temporada capista. Con afecto, admiración y agradecimiento, me desembozo la capa y me quito el sombrero ante él y el resto de gentes de Guadalajara que nos regalaron este “Tenorio Mendocino”, destacando especialmente también entre ellas a Fernando Borlán, el poeta “majestuoso”, como lo calificó Benjamín Prado, y profesor cultivador del peripatetismo que no escribía versos, los bordaba. Como estos escritos al final de su vida y con los que doy por finalizada esta entrada, con el deseo de una larga vida al “Tenorio Mendocino” y a “Gentes de Guadalajara”:

“Que el río no se para

que eres tú quien lo lleva”

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