Un pequeño gran teatro de pueblo

El último día de septiembre, que cayó en sábado, fue cálido, luminoso y estuvo a la altura del renombrado “veranillo de San Miguel”. No solo por trabajo, también por gusto, viajé a Milmarcos donde esa mañana se presentaba públicamente e iniciaba “Guadaescena”, un nuevo programa que la Diputación Provincial ha puesto en marcha para fomentar la actividad teatral en la provincia, a través de la Red Cultural de Guadalajara que creó hace un par de años la propia institución provincial, y que va a llegar a diez municipios en este otoño. A muchos les sorprenderá que una gira teatral se inicie en un pueblo tan alejado de la capital y de casi todas partes y con apenas 78 habitantes censados. La zona rural de esta provincia, que ocupa el 80 por ciento de su territorio, pero apenas agrupa al 20 por ciento de la población, si nos atenemos solo a las matemáticas es prácticamente inviable. No salen los números porque, al haber tan pocos habitantes, los costes de los servicios se disparan, más aún si incrementamos el factor distancia a los centros de su prestación y en los que se concentra el poder y la administración. No obstante, a esa Guadalajara hay que analizarla, comprenderla y atenderla como es debido dejando las matemáticas a un lado y llevando al primer plano la filosofía y las letras, lo cualitativo frente a lo cuantitativo, la dialéctica antes que el coraje como dijo Ortega y Gasset ante la estatua del soldado lector, casi una paradoja, que no deja de ser El Doncel de Sigüenza. Si por estrictos criterios de eficacia y eficiencia economicista fuera, deberían “cerrarse” literalmente muchos pueblos, pero su viabilidad no hay que medirla con esos parámetros numéricos, sino asegurarla a través de la antropología más positivista que es la que apuesta por el hombre, uno a uno tomado. Las casas no hacen los pueblos, los hacen las personas y mientras haya una sola dispuesta a vivir en un pueblo, habrá pueblo.

Gonzalo Albiñana. Teatro de sombras.


Dicho esto, en clave de necesaria introducción, afirmo con rotundidad que la elección de Milmarcos para dar inicio a “Guadaescena” fue un absoluto acierto porque se hizo en uno de los pueblos más alejados de la capital de la provincia, evidenciándose así que la Guadalajara despoblada —que no vaciada, como muy bien repite cuantas veces sea necesario el buen alcalde de Milmarcos que es Fernando Marchán— aún late y cuenta. Además —y este hecho es el definitivo, cierra el círculo y pone hasta lazo a la decisión— este histórico pueblo de la Sexma del Campo del Señorío de Molina, cuenta con un histórico teatro que lleva el nombre del autor del Tenorio, Zorrilla, que es una “joyita”, un auténtico “bombón” escenográfico porque, pese a su pequeño tamaño, dispone de todo el equipamiento básico de una sala: patio de butacas, platea, caja escénica equipada con luz y sonido, telón, bastidores y camerino; además, es realmente bonito. El teatro Zorrilla, de Milmarcos, que dentro de unos años cumplirá su centenario, fue restaurado por el ayuntamiento con tan buen criterio como gusto en 2014, tras haber dejado un tiempo de prestar sus servicios como tal y haberse utilizado como alhóndiga por sus propietarios privados. Es, sin duda, un teatro muy completo a pequeña escala, un lugar absolutamente emblemático para los amantes de las artes escénicas y que debería ser considerado como un referente del compromiso de un pueblo por no resignarse a vaciarse además de despoblarse y luchar por ser un lugar en el que la cultura, en general, y el teatro, en particular, aún sea posible conjugarlos en presente y en futuro, no solo en pasado. Mientras haya un teatro, incluso un teatrito como es el de Milmarcos, y aunque solo quede un único espectador dispuesto a acudir a la próxima función, los tespis con sus carros, los cómicos de la legua, los bululús, los ñaques, las gangarillas, los cambaleos, las garnachas, las mojigangas, las farándulas, los titiriteros, las compañías y demás actores ambulantes podrán hacer camino al andar. Y cultura y teatro al llegar.
“Guadaescena” no llevó al Zorrilla de Milmarcos un espectáculo cualquiera para cumplir y ya está. La gira la inauguró un joven artista guadalajareño, Gonzalo Albiñana, que ya es un ilusionista, mago y actor de referencia a nivel nacional e, incluso, internacional pues este mismo verano ha trabajado, y con mucho éxito, en Las Vegas (USA) y Alemania, además de recorrer gran parte de España. Su espectáculo, en el que combina magia, ilusión y teatro de sombras chinescas, es una auténtica delicia pues en él se alternan las risas y las sonrisas por lo que dice en escena, junto a los “oes” de admiración por lo que hace. Gonzalo ya es, pero está llamado a serlo aún en mayor medida, un referente español dentro del campo del ilusionismo y la magia internacional, algo que no solo lo digo yo, lo afirman sus propios compañeros de profesión al haberle otorgado a principios de verano, en Valladolid, con ocasión del 38º Congreso Mágico Nacional, el Gran Premio Extraordinario, reconocimiento que solo han logrado hasta el momento artistas de la talla de Juan Tamariz o Miguel Ajo y que no se concede anualmente pues entre 1949 y 2023 se ha otorgado sólo en 23 ocasiones. El artista alcarreño también recibió el Premio Nacional de Magia, entregado por primera vez en la historia a las sombras chinescas, y, además, obtenía la máxima puntuación que le situó como campeón en la Categoría de «Magia de Salón”. Por todo ello, será uno de los representantes españoles en el próximo Campeonato Europeo que se celebrará en Italia en 2024.
Termino ya con un guiño a Andrés Berlanga, el gran periodista y escritor fallecido hace cinco años, natural de Labros, pueblo muy cercano a Milmarcos, y autor de “La Gaznápira”, una extraordinaria novela que rescata el lenguaje dialectal del medio rural propio de la zona molinesa, al tiempo que retrata, crea y recrea pequeñas historias —relatorias las llama el autor— trufadas de aconteceres y anécdotas de aquellos pueblos, situadas entre 1949 y 1984, el período principal en que se despoblaron, que no vaciaron. Aunque en un pueblo solo viva una persona, siempre estará lleno de recuerdos, sombras (que no solo hacen teatro) y cultura material e inmaterial hasta sus bordes. Ahora sí, concluyo con estas gaznápiras palabras de Berlanga: “¡Este es mi pueblo, esta es mi Casa-Lugar! Saldré de aquí cuando salgan mis paisanos.”

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