Archive for junio, 2024

La jiga de los gatos de la rue Saint-Malo

No fue ayer cuando asumí que la vida va en serio —a veces, demasiado— y que la condicionan más las causalidades que las casualidades. El azar está ahí, sin duda, jugando a la ruleta —a veces, incluso, a la rusa—, y la suerte, buena o mala, también está siempre ahí, si bien las cosas suceden más por acción e intención que por inacción y ventura. Con este inicio tan filosófico —tirando a pardo— no pretendo disuadir al lector de que cese aquí su interés por esta entrada, bien al contrario, lo que persigo es situar una casualidad de la vida en su justo lugar. Intentaré explicarme: el sábado, 22 de junio, mientras Gwendal, el veterano y extraordinario —casi mítico para algunos, entre los que milito— grupo de música celta de origen bretón protagonizaba la actuación principal del festival Solsticio Folk en Guadalajara, en un parque de San Roque abarrotado de público, yo estaba de viaje, precisamente, en la Bretaña, su preciosa tierra francesa. Exactamente en Brest, capital de la Finistère gala, el final de la tierra francesa, como el cabo coruñés de Finisterre lo es de la española. El origen toponímico de ambos lugares es obvio: galos e hispanos, cuando el terraplanismo era la única opción y no solo la de los tontos, creían que allí se acababa la tierra. Cada uno en la suya, por supuesto.

Gato en la casa azul de la rue de Saint-Malo en Brest (Bretaña)

            No es causal, sino casual, que yo anduviera en la Bretaña cuando el grupo de música bretón de referencia y más reconocido internacionalmente actuaba —por tercera vez, por cierto— en Guadalajara, Castilla, España. Sí es causal y no casual que, siendo yo concejal de festejos del Ayuntamiento de la capital (1999-2003), Gwendal actuara aquí por primera vez, concretamente en unas ferias, y que en su tercera visita a la ciudad y segunda participación en el Solsticio Folk, se cumplieran 25 años de su inicio, algo de lo que fuimos corresponsables mi entonces compañero concejal de cultura —y siempre amigo— Paco González Gálvez y yo. No es casual, sino causal, que al conmemorarse el 25 aniversario del nacimiento del Solsticio Folk, este año se nos haya homenajeado a ambos en él, algo que agradezco mucho —mejor, agradecemos, porque sé que también hablo en su nombre— a los concejales, técnicos municipales y colaboradores externos —sobre todo a La Tradición Oral— que se hayan acordado de nosotros. Es casual y no causal que, como ya he dicho, el día del Solsticio Folk y, por tanto, de nuestro homenaje, yo estuviera en la Bretaña y el grupo bretón por y de excelencia, estuviera en Guadalajara. Paco, una bellísima persona y un gran concejal de cultura, no suficientemente reconocido pese a ser durante su periodo de mandato cuando se inauguró el Teatro Buero Vallejo y se antepuso la gestión pura y dura a la cultura politizada, se bastó y sobró para representarnos a los dos en el homenaje.

            Me despido ya de este juego de casualidades y causalidades agradeciendo nuevamente el homenaje, como ya hice en el vídeo que dejé grabado antes de partir a Bretaña, y sobre todo al líder de Gwendal, el virtuoso flautista y líder del grupo, Youenn Le Berre, que tuviera tan cálidas palabras de recuerdo hacia mi difunto y querido hermano, Carlos, maestro profesional, músico vocacional de enorme talento y apasionado y comprometido folklorista. Él fue quien me sopló al oído, con su proverbial discreción, pero con su encendido entusiasmo por la música con raíces, que Guadalajara necesitaba un festival como el Solsticio Folk y que solo le faltaba ponerle nombre, ilusión, parque y fecha. La jiga irlandesa —“Irish jig” en su título original—de Gwendal que Charly, mi querido y añorado hermano, oyó por primera vez en el Finisterre gallego, en el Festival de Música Celta de Ortigueira hace casi 50 años, sonó el 22 de junio de 2024 por y para él en San Roque porque Le Berre se la quiso dedicar. Yo también oí esa jiga de Gwendal para Charly, exactamente en Brest, en el Finistére galo, que es la parte más occidental de la Bretaña y aún de toda Francia, una ciudad portuaria y naval donde las haya y que aún se lame de las numerosas heridas que en la ciudad dejó la II Guerra Mundial pues allí centró Hitler buena parte de su ingeniería naval en la costa atlántica y fue, junto a Saint Nazaire, una de las bases de sus u-boot, los submarinos que llamaron “los lobos del Atlántico”. En el cielo de las buenas personas, en el rincón para músicos tabernarios, Carlos también escuchó esa jiga que tanto le gustaba. Me lo sopló al oído, como el inicio del Solsticio, cuando me miraban desapasionados y descreídos, en una especie de “déjà vu”, los gatos de la rue de Saint-Malo, la única de Brest que sobrevivió casi intacta a los bombardeos de la II Guerra Mundial y que hoy es una calle bohemia, de arte, artesanos y artistas de calle. Había en ella hasta un pequeño escenario en el que me pareció oír que mi hermano tocaba su violín, aunque también sonaban su dulzaina y su pito castellano, su charango de armadillo, su timple canario, su laúd y su bandurria, sus guitarras, su clarinete, su quena y su zampoña, su carrasclás y demás instrumentos que, con él, cobraban vida propia con un gusto exquisito, mucho afán de superación y toda la constancia del mundo.

            Desde la Bretaña más profunda y mientras sueño mirando al mar y al cielo: ¡Gracias Gwendal! ¡Gracias Charly!

Huetos: solidaridad alcarreña para el Sahel

Según el trabajo de Diego de Guadix, titulado “Recopilación de algunos nombres arábigos”, que data del siglo XVII, “Alcarria” es una voz de origen árabe que significa lo mismo que “alcaria”, o sea, “la aldea”, la “alcaría” o “alquería”. Guadix decía en su tratado que “a todo lo que agora llaman Alcarria, llamaron y nombraron los moros por este nombre, “Fechalcora”, que significa el collado de las aldeas o el cerro de las aldeas o el campo de las aldeas”. Otros estudiosos de la toponimia, sostienen que Alcarria viene de la voz prerromana “carri”, que significa roca, en referencia a lo pedregoso que habitualmente es su territorio. Por otra parte, en el Diccionario de Madoz se llega a afirmar que Alcarria proviene de Olcadia, la tierra de los olcades, un pueblo íbero que se asentaba en lo que hoy es la provincia de Cuenca, aunque la actual tierra de Guadalajara era entonces habitada por los arévacos. Los olcades ocupaban parte del territorio alcarreño de la actual Cuenca, pero sobre todo se asentaban al Sur del Júcar, más bien hacia la Manchuela, por lo que esta teoría se desvanece bastante en favor de la recogida por Diego de Guadix y que es la mayormente aceptaba.


Así las cosas, en esta “tierra de aldeas” y de los numerosos caminos que a ellas llevan y de ellas traen, que es sin duda la Alcarria, de vez en cuando nos encontramos con algún pueblo que, pese a su pequeñez, no solo está tendido al sol, casi despoblado gran parte del año y solo abarrotado en semana santa y agosto, sino que su corazón comunitario late de una manera especial, aunque sus hijos vivan la mayor parte del año fuera de él. Uno de esos pueblos alcarreños que no son solo una suma de heterogéneas individualidades, sino un compacto conjunto de esfuerzos y voluntades, es Huetos, una pedanía de Cifuentes, casi deshabitada durante muchos meses, pero a la que sus hijos vuelven en cuanto pueden porque, cuando les llama la tierra, la amistad y la solidaridad, tienen los oídos bien abiertos. No es un panegírico gratuito el que voy a hacer hoy de Huetos, sino un justo homenaje de altavoz y reconocimiento porque sus gentes llevan ya 30 años apoyando con su compromiso solidario personal y comunitario el proyecto de cooperación Karangasso en el paupérrimo Sahel africano, en Mali y Burkina Faso, donde labora y se esfuerza cada día desde hace ya tres décadas un hijo de Huetos, Manuel Julián Gallego Gómez, Misionero de los llamados “Padres Blancos”.
Manuel Julián trabaja sobre el terreno, incluso sobrevivió en él a una grave dolencia digestiva que salvó de milagro dada la virulencia con la que cursó y los precarios servicios sanitarios de aquella zona tan pobre; su hermano, Antonio Damián, conocido y notable fotógrafo alcarreño y buena persona donde las haya, tuvo que viajar allí de urgencia en su socorro, cargado con una pequeña maleta, la angustia por la situación crítica de su querido hermano y… una cámara de fotos que su —nuestro y de muchos más— amigo, Nacho Abascal, otro extraordinario fotógrafo, le recomendó llevar. Antonio llegó a tiempo de acompañar a su hermano en su agudo y grave proceso que, felizmente, superó, permitiéndole después aquel viaje hacer un reportaje fotográfico humanista, de auténtica categoría, que acabó siendo un excelente libro fotográfico solidario en el que Antonio evidenció una vez más su calidad humana y fotográfica: “Noticias desde Bobo-Dioulasso” tiene por título. Lo que se recaudó con su venta, fue donado al proyecto Karangasso.
Si Manuel Julián trabaja físicamente y a pie de terreno en Mali y Burkina Faso, sus vecinos y amigos de Huetos llevan acompañándole moralmente todo ese tiempo pues, desde que apeló a su solidaridad para obtener recursos para su proyecto africano, muchas son las iniciativas que en el pueblo se han puesto en marcha para este fin, especialmente el Mercadillo Solidario que se estuvo celebrando durante muchos años todos los meses de agosto, hasta que la pandemia de Covid lo impidió y se le dio un giro al asunto a partir de 2021, sustituyéndose desde entonces el rastrillo por una comida de amistad y solidaridad, en la que las gentes de Huetos aportan viandas y pagan por las aportadas por otros; lo recaudado se envía al proyecto solidario africano que tiene en Huetos su Kilómetro cero.
Desde que Huetos se comprometió con el proyecto Karangasso, se han recaudado más de 300.000 euros, una cifra que, puesta en el terreno, se multiplica por tres pues allí no se va ni un céntimo por la gatera, sino que se aprovechan de una manera muy eficiente los recursos dado que los costes de los productos y los servicios en África suelen ser muy inferiores a los de Europa. Gracias a este dinero que ha partido de la solidaridad de este alcarreñísimo pueblo, famoso por la dulzura de sus melones, se han desarrollado allí proyectos educativos, sanitarios y sociales. En este último ámbito, cabe señalar que la zona vive actualmente una de sus recurrentes hambrunas y que las ayudas recibidas se están destinando a comprar camiones de mijo y maíz, que son los cereales base de la alimentación de su población. Hace unos años, la obra social de la extinta Caja de Guadalajara también se comprometió con el trabajo misionero de Manuel Julián y de Huetos en la zona y construyó un centro de formación profesional en Bamako. Solo esa actuación ya supuso una inversión de más de 150.000 euros, que los puso la Caja, pero detrás de ellos estuvieron los hermanos Gallego Gómez, uno allí y otro aquí, junto a sus vecinos y amigos de este pueblo alcarreño, unido y solidario como pocos, además de hospitalario. Doy fe de ello. Allí no hay nadie que vaya de buena voluntad al que se le considere forastero.
Decía Cela que “la Alcarria es un hermoso país”, pero después de recorrer mil y una veces sus pueblos y encrucijadas de caminos que hasta le dieron el nombre, cada vez tengo más claro que lo mejor de esta tierra no es su paisaje, sino su paisanaje. Lo más bonito de la Alcarria, sí, no son sus colores en primavera y otoño, es el corazón de sus gentes que late en la piel que el tiempo labró en infinitas jornadas de sol a sol y viento a viento. Y en Huetos, con sus latidos amicales, fraternales y solidarios, está una de las capitales de esa Alcarria que más quiero yo.

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