Archive for septiembre, 2024

La fiebre de la plata

El último domingo de septiembre, quienes se hayan sentido llamados a ello, han podido recordar en Hiendelaencina los tiempos dorados, más bien argentados, de este pueblo guadalajareño que, entre 1844 y 1914, fue un gran centro minero productor de plata, con señas de identidad comunitarias más propias de la etapa de los buscadores de oro en los pueblos del oeste americano que de una villa serrana y castellana al uso. “Las Minas”, que es como se conoce en la comarca a este pueblo de tan polisilábico y sonoro nombre, reunió este domingo postrero septembrino a un grupo de gente curiosa por conocer su historia y geografía mineras, programándose para tan singular actividad una visita guiada al Centro de Interpretación “El país de la plata”, a las escombreras de la mina, un taller de bateo y reconocimiento de minerales, una gincana y juegos para los más pequeños. No faltó la comida colectiva que casi toda convocatoria pública vertebra, compacta y nutre, nunca mejor dicho.

Antiguas minas de Hiendelaencina ya en ruinas a mediados del siglo XX.- CEFIHGU.- Fondo Camarillo.

Sin duda, se trata de una buena iniciativa que, además, ha sido oportuna puesto que en 2024 se conmemoran dos efemérides relacionadas con Hiendelaencina y sus históricas minas de plata: Por un lado, hace 180 años que un navarro, Pedro Esteban Górriz, descubrió el filón o veta argentífera de Cantoblanco e impulsó el nacimiento de la sociedad que explotó la primera mina, con el nombre de Santa Catalina, y, por otra, en este año se cumplen también 110 del cese de la actividad minera que coincidió con el inicio de la I Guerra Mundial.

Aunque es en la segunda mitad del siglo XIX y en los tres primeros lustros del XX cuando Hiendelaencina vivió la “fiebre de la plata”, hay referencias históricas de que ya en tiempos de los romanos éstos extrajeron este mineral en aquella zona, hasta el punto de que uno de los más grandes romanistas españoles, el catedrático alcarreño con ejercicio profesional en la Universidad de Alicante, Juan Manuel Abascal Palazón, confirma la existencia de la vía minera del Bornova y su transcurso por el entorno actual de Hiendelaencina. Por cierto, según noticias que me llegan de las excavaciones del yacimiento arqueológico de Arriaca, en terrenos de la Ciudad del Transporte que colinda entre Guadalajara y Marchamalo, hay evidencias de que esta “mansio” romana fue un centro receptor de mineral procedente de las serranías del norte y que, unas veces se fundía aquí mismo y otras se transportaba a otros lugares. O sea, que la logística que tanto se ha desarrollado últimamente en nuestro entorno, no es un asunto contemporáneo, sino bien antiguo, y que incluso está en el origen mismo de la actual Guadalajara.

“Chani” Pérez Henares, el conocido bujalareño que de solvente periodista ha devenido en un notable escritor, especialmente de novela histórica, recrea en su obra “El río de la lamia” —en la que está el origen argumental y la narrativa de gran parte de su producción literaria—, como solo él sabe hacerlo, aquel Hiendelaencina decimonónico que llegó a tener más de 10.000 habitantes cuando hoy apenas supera el centenar. Cuesta creerlo viendo lo reducido de su actual caserío, pero fue así. Cuando Górriz descubrió la gran veta de plata en 1844, que estaba ahí sin explotar desde tiempo inmemorial, y junto con otros seis socios —un murciano, un leonés, un mallorquín, un vecino de Torremocha del Campo, el cura párroco de Ledanca y el sacristán de Bujarrabal y contador de la catedral de Sigüenza— fundó la sociedad que explotó la mina “Santa Catalina”, Hiendelaencina se convirtió en un punto de destino de miles de “buscavidas” en pos de trabajo y, sobre todo, fortuna. Eran los tiempos del colt y el wínchester en el oeste americano, de los salones y los burdeles, de las diligencias y las carretas…, y aquí no fue esencialmente distinto, aunque las pistolas y los rifles no gozaban por estos lares de la licencia para portarlas y usarlas de que gozan en Estados Unidos tras la aprobación de la segunda enmienda de su constitución. En “La Constante”, que fue el nombre del macropoblado minero que erigió en Hiendelaencina la segunda y más importante sociedad mercantil que explotó sus minas, creada en Londres en 1845 con el romántico —propio de su tiempo— nombre de “Bella Raquel”, además de viviendas, letrinas y lavaderos, hubo un hospital, un casino, un teatro y, por supuesto, barberías, colmados y salones. Lo dicho: el oeste americano en el centro español, con los cercanos Ocejón y el Alto Rey remedando el Monument Valley de Utah y Arizona, con la pizarra sustituyendo al adobe, los robledales y los jarales a los saguaros y el Bornova al Colorado.

La actividad de recuperación de la memoria minera que ha tenido lugar el último domingo de septiembre en Hiendelaencina, ni es, ni debe, ni va a quedarse en un hecho aislado. “Las Minas” ya tiene un buen centro de interpretación de su minería y la Diputación aprobado y financiado —con aportaciones propias, además de otras regionales y estatales— un importante proyecto, por valor de más de 2 millones de euros, para acometer una rehabilitación sostenible de la ya citada mina “Santa Catalina” y su posterior musealización. Una buena gestión del ya existente centro de interpretación y de la mina musealizada cuando sea visitable, sin duda contribuirán a hacer aún más atractivo viajar a Hiendelaencina, a lo que tanto ha contribuido hasta ahora Julián, el del “Sabory”, con su mesón de cocina total y apegada a la tierra, donde tanto se cuida el producto, la cantidad y la calidad.

Antonio Hernández después de muerto

                Hace unos días, tan pocos que parece que el tiempo lo paute desde entonces uno de los relojes blandos de Dalí, se nos murió Antonio Hernández a la edad de 81 años, el gran poeta gaditano de Arcos de la Frontera, Premio Nacional de Poesía en 2014 —por su excelente poemario “Nueva York después de muerto”— y doble Premio de la Crítica en 1994 y 2014, entre otros muchos galardones y reconocimientos literarios y sociales de prestigio. He utilizado el pronombre “nos” y no el “se”, porque, aunque ambos sean personales, átonos, reflexivos y recíprocos, el primero es el verdaderamente adecuado para expresar que cuando fallece alguien tan grande como él, no se muere solo para su familia y amigos, se nos muere a todos, incluso a quienes apenas hayan oído hablar de él o ni siquiera lo conocieran. Los grandes poetas como Antonio no se pertenecen a sí mismos y a su entorno familiar y amical más íntimo, sino que son de todos y para todos, aunque algunos, incluso muchos, a veces no lo sepan o tarden demasiado en saberlo. La poesía es un género minoritario, apenas uno de cada cien libros que se venden en España es de poesía, pero los mejores poetas, como lo era Antonio, no necesitan la fama, incluso la rehúyen, porque su ecosistema literario es y debe ser intimista, aunque su esencia personal sea sociable y empática, como era su caso.

                No es la primera vez, ni será la última, que escribo sobre Antonio Hernández porque, además de admirarle profundamente, me precio de haber sido su amigo, especialmente en el atardecer de su vida, cuando coincidimos varias ediciones en el jurado de los Premios Provincia de Guadalajara de Poesía “José Antonio Ochaíta”, donde fraguamos esa amistad que guardaré siempre en mi corazón como un especial y valioso tesoro. Igualmente guardaré su magisterio total.  También coincidimos en el jurado del premio de poesía joven que lleva el nombre del propio Antonio y que, desde hace ya más de una década, convoca la Fundación Siglo Futuro, ese extraordinario foro avivador del conocimiento que irradia actividad cultural con tanta calidad, frecuencia e intensidad. Precisamente su presidente y fundador, Juan Garrido, fue la persona que, siendo entonces presidente de la Casa de Andalucía en la capital alcarreña, vinculó a Antonio Hernández con Guadalajara, hace ya casi 40 años de ello. Después, primero en el Club Siglo Futuro y, finalmente, en la Fundación en que devino y mantuvo su mismo nombre, Antonio Hernández era un habitual en sus programaciones, deleitando siempre en los numerosos actos en que participó, gracias a su verbo cálido, su fina ironía, su humor inteligente y, sobre todo, su poesía de excelencia. Además de ser miembro del Club Siglo Futuro desde 1992 y después patrono de la Fundación hasta su muerte, en su sede tiene un espacio a él dedicado con objetos personales, y aporta su nombre, no sólo al premio de poesía joven antes citado, sino también a la magnífica biblioteca especializada en poesía española allí establecida. La mejor poesía es, por naturaleza, apátrida, porque las fronteras empequeñecen y limitan, pero las cuatro grandes geografías de Antonio son su Arcos natal, donde se han esparcido sus cenizas porque así lo dejó poéticamente escrito —“Si no lo expliqué bien, vuelvo a decirlo./ Cuando me muera quiero que me quemen/ y arrojen mis cenizas por la Peña de Arcos./ De esa manera iré a parar al río/ donde bañé mi infancia y mi juventud/ purificándolas de mis muchos errores./ Algún vencejo o algún alcaraván/ me acogerá en sus alas (…)”—, Sevilla —donde vivió intensamente un tiempo y se hizo bético militante—, Madrid —donde trabajó y vivió la mayor parte de su vida junto a su querida Mari Luz y sus amados hijos, ambos con nombres de poetas: Miguel y Violeta— y Guadalajara —donde le avecindaron su poesía, su amor al cante “jondo” y la amistad—.

Antonio Hernández. Biblioteca de Escritores Andaluces

                Antonio padecía la cruel enfermedad del olvido que se fue manifestando poco a poco, hasta que, el pasado verano, ya decidió irrumpir violentamente en su salud y terminó deviniendo en su deceso. La noticia de su gravedad, primero, y de su muerte, después, que me llegaron puntualmente a través de Juan Garrido, me partieron el corazón porque, han de saber incluso quienes finjan ignorarlo, que yo quería a Antonio Hernández. Mucho, muchísimo. Y se que él me correspondía, lo que me reconforta en esta difícil hora porque los duelos en desafecto son puro desamparo. Siempre agradeceré, y nunca olvidaré, el magnífico prólogo que escribió para mi poemario “Ha callado el silencio”, una de sus últimas publicaciones, como sé que él también se llevó en su corazón el extenso artículo que escribí para el periódico local de su pueblo, “Viva Arcos”, en julio de 2023, cuando varios escritores amigos suyos —entre ellos Alfonso Guerra, por cierto—, fuimos invitados a rendirle tributo con motivo de su 80 cumpleaños. Precisamente, voy a terminar esta entrada/obituario entresacando un párrafo de ese artículo que con tanto cariño escribí por y para él, el mismo con el que siempre vivirá en mi corazón: 

“Antonio Hernández tiene más que una “habitación en Arcos” y yo a un maestro y un amigo, él. Su habitación arcense es un poemario de 1997 en el que el maestro vuelve con la palabra al pueblo del que nunca se fue porque él no solo nació en Arcos, es Arcos. Y eso que su padre era de San Fernando y su Mari Luz, su querida Mari Luz, hija del teniente de la Guardia Civil del pueblo y él siempre sospechoso del delito de rebeldía. Antonio es, por ello, hijo del viento que hermana la campiña jerezana con la serranía gaditana. Su padre, hijo de la sal. Como en la familia de Antonio, todo en Cádiz es hijo de la sal mediterránea y del viento atlántico que, cuando hacen el amor, nace la poesía y por tanto los poetas. Porque, sépanlo, la poesía fue antes que los poetas. Cádiz, en particular, y Andalucía, en general, son tierras fértiles para la inspiración poética, por ello hay tantos y tan buenos vates gaditanos y andaluces y, entre los mejores, Antonio Hernández, “poetísimo” —que es la forma de sincopar grandísimo y poeta— ya desde su misma cuna pues no es posible apellidarse Hernández y no tararear unas nanas de la cebolla, aunque sean las del hambre, y dejar de ver la luz de los rayos que no cesan. El hijo de Antonio se llama Miguel porque Antonio padre ya era hijo de Miguel Hernández, el padre de las nanas y el hijo del incesante rayo que se murió, más de pena que de tuberculosis, en una cárcel, con el eufemístico nombre de reformatorio, porque no le dejaban pensar lo que pensaba ni sentir lo que sentía. Y también es hijo de Machado, de Rosales, de Juan Ramón, de Alberti, de Neruda, de Celaya, de Baudelaire, de Verlaine o de Rimbaud…, siempre en busca de las soluciones imaginarias”.

Un Malo y un Pastor muy buenos

En lo que podríamos llamar, sin ánimo de menoscabo alguno, la “letra pequeña” del programa de las ferias de Guadalajara, uno de los primeros actos que siempre aparecen en él son las inauguraciones de las distintas exposiciones que se celebran en estas fechas en las principales salas de arte de la ciudad, por no decir, las únicas, pues no pasan de media docena. Es costumbre, casi ya tradición, que el día antes de la celebración del pregón oficial de las fiestas, principien esas exposiciones artísticas con un protocolo prestablecido pues se suele conformar una comitiva de autoridades que las recorre, visita e inaugura oficialmente todas, pasando por cada una de las salas con una media hora de diferencia. La primera que se acostumbra inaugurar es la exposición de la sala de arte Antonio Buero Vallejo en la sede de la delegación de la JCCM —este año una de acuarelas del colectivo “Aguada”— y la última, la del Colegio de Arquitectos —en esta ocasión, una muestra gráfica de la evolución del castillo de Sigüenza, de fortaleza medieval a parador nacional—. Les cuento una intrahistoria que conozco de la época en que yo tuve la responsabilidad política de programar y gestionar las ferias, hace ya cuarto de siglo de ello: El que la ruta de autoridades visitando e inaugurando las exposiciones artísticas de ferias concluya en la sede del COACM-GU, además de por razones de ubicación física de la sede colegial, se debe al estupendo catering que el colegio suele ofrecer a la comitiva, colegiados y acompañantes, algo que redondea la tarde porque, cuando ya se llevan tres horas alimentando inmaterialmente el espíritu a través del arte, el cuerpo suele demandar también alimento material y, más aún, si está generosamente servido… y regado.

Se da la circunstancia de que en la edición de las ferias de 2024 se van a inaugurar una serie de exposiciones de las que recomiendo la visita a todas, pero encarecidamente a dos, no solo porque los artistas que exponen, Ángel Malo y José Luis Pastor Pradillo, sean amigos, que lo son, sino porque su talla artística es muy alta y su obra va a gustarles mucho, incluso a sorprender y puede que hasta emocionar. Efectivamente, ambos son muy buenos, y este adjetivo no es gratuito ni está inducido por el cálido compromiso de la amistad, sino que es el reconocimiento que los dos, de verdad, merecen.

Soportales de Tendilla. Ángel Malo.

En la sala de arte de Ibercaja, en la calle Capitán Arenas, del 5 al 26 de septiembre, Ángel Malo expone su colección de dibujos titulada “Siguiendo los pasos de Cela. Imágenes de la Alcarria”. Ángel es un gran dibujante, como es de sobra conocido, que tiene la virtud de no haberse quedado y estancado en la buena mano y el talento natural que tiene para el dibujo, sino que ha ido evolucionando y, sin perder sus señas de identidad ni alejarse de su línea de confort, su técnica y composición han evolucionado y progresado de manera evidente, rozando ya la excelencia. Además, Ángel es un dibujante pegado al terreno, que tiene los pies en el suelo y que se inspira en su propia geografía alcarreña pues nació en Torija, pero desciende de Valdeolivas, uniéndose en él las alcarrias guadalajareña y conquense en las que la paleta no necesita más que tres colores, además del negro que dibuja, traza y perfila: el amarillo, el ocre y el azul añil. Precisamente, la exposición que inaugura en ferias Ángel Malo la inspiran y conforman toda ella dibujos de la Alcarria, ora monumentos y espacios singulares, ora campos y tierras “color tierra”, el verdadero color alcarreño, como Cela lo definió en su primer viaje literario por la comarca cuando pasó por Taracena. En esta exposición, Ángel saca a la Alcarria lo mejor de su color, apenas insinuado, cuando sueña; sus fuentes parecen mares azules de bolsillo en medio de la tierra parda; sus castillos son hitos de una histórica tierra de paso y frontera y hasta sus cardos tienen una belleza armada, agresiva, desafiante y territorial. Vuelvo a preguntarme y a reflexionar lo ya dicho por mí mismo en este blog, no hace mucho: ¿Qué no le habrán hecho a la Alcarria que en vez de soldados solo tiene cardos para defenderse?… En fin, callejear y placear por los pueblos de la Alcarria de la (buena) mano de Ángel Malo es viajar al país del viento, el sol y el agua.

La Concordia. José Luis Pastor Pradillo

Por su parte, en la sala multiusos del Centro San José, dependiente de la Diputación Provincial, del 5 de septiembre y hasta el 5 de octubre, José Luis (“Tote”) Pastor Pradillo nos invita a revisitar con él, a través de sus excelentes creaciones (nunca mejor dicho) y dibujos, aquella “Guadalajara, cuando no pasaba casi nada”. Oportunísimo título que ha puesto a esta singular muestra en la que, con su extraordinaria técnica, sobremanera el puntillismo, y su desbordante inspiración, tributaria del surrealismo, nos retrotrae imágenes de lugares, personas y personajes de aquella ciudad provinciana y anodina que fue la Guadalajara de las décadas de los años 50, 60 y 70 del pasado siglo XX, el tiempo de su infancia y primera juventud. Sus composiciones, de una brillantez onírica y una autenticidad alegórica apabullantes, no solo reflejan la piel de aquella Guadalajara perdida —como la del ayer de la novela del recientemente desaparecido Ramón Hernández—, sino también su alma.

Así, las gotas de agua del Henares se convierten en piedras, haciendo honor a su etimología, y su mortal poza en una boca agresivamente dentada que es una metáfora expresionista de algún bañista allí ahogado en aquella Guadalajara que tanto asfixiaba. Así, la bola de oro que dice la leyenda que coronaba el panteón de la condesa de la Vega del Pozo y que se llevaron los “rojos” a Moscú, aparece junto a los pies de la niña de la fuente a la que da nombre. Así, Pepito Montes redivive junto a su eterno kiosco de chucherías en el que daba las vueltas, en vez de con pesetas o céntimos, con caramelitos “Saci”, contrastando su pequeñez con la altura de las torres de Santa María, los Maristas y San Francisco… Cada cuadro de Tote trasciende de lo que es un mero dibujo, técnica y compositivamente siempre impecable —sublima el trazo de los edificios y sus figuras humanas son pluscuamperfectas, destacando los ojos que parecen ver, de verdad—, para contarnos una historia que guarda en su memoria y en su corazón, con Guadalajara, su pasado, su ser, sus monumentos y sus gentes como actores y protagonistas de ella. En una palabra: impresionante.

No dejen de visitar las exposiciones de ferias, singularmente estas dos que les recomiendo. Me lo agradecerán.

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