Archive for octubre, 2025

La saga/fuga de Araúz de Robles

Como es archisabido, pero conviene recordar para quienes no se explican algunas cosas o lo hacen de forma muy simplista, gran parte de Molina es una paramera geográfica desde la noche de los tiempos, pero también demográfica desde los años 50 del siglo pasado, cuando vivió, más bien padeció, una despoblación masiva, casi diáspora, que aún hoy continúa sangrando gota a gota, persona a persona, al casi centenar de pueblos del Señorío de Molina que, todos juntos, apenas suman poco más de 7000 habitantes, de los que la mitad viven en la capital comarcal. En apenas 20 años (2004-2024), el Señorío ha perdido un veinte por ciento de la población y en los diez años anteriores (1994-2024) ya había perdido más de un 10 por 100. Entre las décadas de los años 60 y 90 del siglo pasado, el período de mayor pérdida poblacional que vivió la zona, de casi 30.000 habitantes pasó a tener apenas 11.000.

Del momento más álgido de aquel proceso despoblador de Molina, que tuvo lugar a finales de los años setenta y primeros de los ochenta, ya se encargó de escribir “Los desiertos de la cultura”, un extraordinario ensayo antropológico, Santiago Araúz de Robles, molinés de saga y cuna, pues su familia ya estaba arraigada desde muchos siglos antes en la Vega de Arias, la gran finca, incluso con ecos cidianos, que está en el término de Tierzo, cerca de las Salinas de Almallá, y que aún sigue perteneciendo a su parentela. Aquel ensayo de Araúz de Robles, editado por la Diputación Provincial en 1979 y reeditado en 2016, narraba con conocimiento y apego a la tierra y los hombres, con ternura y afectividad, al tiempo que con guiños costumbristas y divertidos momentos y anécdotas, el proceso migratorio masivo vivido en los años anteriores en el corro de pueblos más próximos a la Vega de Arias. Si alguien quiere conocer qué y cómo pasó y quiénes fueron los protagonistas, con nombres, apellidos y, por supuesto, motes, como allí es norma, de aquel duro tiempo de fuga poblacional, necesariamente ha de acudir a este libro de Araúz que, más de cuarenta años después de ser escrito, aún tiene plena vigencia. Solo permanecen las obras de esta tipología escritas con microscopio en el análisis , foco en el diagnóstico y prismáticos y luces largas en sus conclusiones. A poco que tengan oportunidad, vuelvan a “Los desiertos de la cultura”, si es que ya los conocen, y, si no, vayan por primera vez a ellos pues aprenderán mucho, al tiempo que disfrutarán bastante. No hay mejor didáctica que la que, mientras enseña, entretiene.

Pero Santiago Araúz de Robles —prestigioso abogado con despacho en Madrid, Jaén y Canarias, eficaz servidor público especialmente en tiempos de la ejemplar, añorada y bendita, aunque sea por lo civil, Transición política española, cuando contribuyó a municipalizar la red de Metro madrileña, impulsó el Centro para la Ordenación del Territorio y el Medio Ambiente (CEOTMA), reinventó y potenció el SEPES (la sociedad estatal de suelo), modernizó RENFE, dio armazón jurídica al Banco de Crédito Local y relanzó el Ministerio de Obras Públicas desde la subsecretaría que detentó siendo ministro Calvo Sotelo—, no concluyó con “Los desiertos de la cultura” su aportación al análisis del acusado proceso despoblador de Molina, sino que ha retomado su trabajo humanista y antropológico y nos ha regalado “Vísperas de la despoblación”, su última obra, también publicada por la Diputación. En ella, el autor nos cuenta a través de 37 capítulos, breves como un cohete que revienta en la altura, pero intensos como su estallido entre vencejos y palomas, casos y cosas de aquella Molina de los años cincuenta y sesenta, hoy perdida, pero cuya forma de vivir “valía la pena”. Esta expresión del propio Araúz resume paradigmáticamente sus “Vísperas de la despoblación” que fue presentada el sábado, 25 de octubre, en una de las salas del histórico Casino de la Amistad, de Molina, abarrotada de paisanos del autor que, pese a la tarde de perros que hizo, quisieron acompañarle en un acto que dice mucho, y bien, de Molina y de su gran abogado y escritor. Porque, sépanlo quienes lo desconocen o simulan desconocerlo, que Araúz de Robles, además de ser uno de los más importantes abogados españoles de su generación, también es un notable escritor que, no solo tiene como bagaje las dos obras ya citadas, sino otras muchas en variados géneros y estilos como el ensayo, la novela, la narrativa breve o el teatro. Santiago fue profeta el sábado 25 de octubre en su tierra molinesa con sus “Vísperas de la despoblación”, una precuela de “Los desiertos de la cultura” que ha resultado de unificar en un solo volumen las treintena larga de artículos que semanalmente publicó, entre 2023 y 2024, en el periódico “Nueva Alcarria” bajo esa misma y acertada cabecera. ¡Háganse con un ejemplar! En el Servicio de Cultura de la Diputación se lo facilitarán con gusto porque es una obra útil que está mejor en las manos de los lectores interesados que guardada en inútiles cajas en un almacén. Porque no hay nada más inútil que un libro que no se lee, aunque en realidad el inútil sea el potencial lector que desprecia leerlo.

Desciendo de Molina por vía paterna y siento aquella tierra como propia, por eso me duele verla cautiva de un poder ineficaz que, pese a no resolver sus problemas e, incluso, acrecentarlos o, cuando menos, cronificarlos, subyuga progresivamente a más votantes, algo que desconcertaría si no fuera porque la oposición política de Molina ni está ni se la espera. Y en vez de oponerse al gobierno y ofrecerse como alternativa, se opone a sí misma. Mal camino no lleva a buen pueblo, se dice por allí. Y se dice bien. Como antídoto a esta triste realidad política molinesa, propongo Araúz, mucho más Araúz de Robles, el hombre que triunfó fuera de Molina, pero siempre que puede regresa allí; el sábado, 25, en olor de multitudes en el Casino para arroparle en la presentación de sus “Vísperas de la despoblación”; muchas veces, simplemente a recogerse en soledad ante la tumba de su padre en el minúsculo cementerio de Tierzo. No obstante, como el propio Araúz, para ganar el futuro propongo a Molina que se guie por las ideas y las almas de sus gentes, tomadas persona a persona, y que pronto se ponga allí de moda el verbo volver. De lo mejor de la saga Araúz de Robles nos han llegado los más humanos y humanistas estudios para conocer y entender la fuga masiva de gentes —que en realidad no lo fue, pues fugarse es irse de un lugar voluntariamente y la gente marchó de allí con el corazón partido— de aquella histórica tierra. Torrente Ballester tenía a sus JB en su saga/fuga, nosotros tenemos a los Araúz de Robles; y, de entre ellos, a Santiago, el hombre al que, siendo niño, salvaron su vida unos amigos de juegos cuando se hundió en las gélidas aguas del Gallo tras romperse la capa de hielo en la que patinaban. No había entonces servicios públicos de emergencias; la emergencia la atendieron unos brazos amigos que lucharon contra el temor y el frío por salvar al niño Santiago. Molina necesita menos hielos y más brazos si quiere que éstas sean vísperas del regreso.

La saga/fuga de Araúz de Robles

                Como es archisabido, pero conviene recordar para quienes no se explican algunas cosas o lo hacen de forma muy simplista, gran parte de Molina es una paramera geográfica desde la noche de los tiempos, pero también demográfica desde los años 50 del siglo pasado, cuando vivió, más bien padeció, una despoblación masiva, casi diáspora, que aún hoy continúa sangrando gota a gota, persona a persona, al casi centenar de pueblos del Señorío de Molina que, todos juntos, apenas suman poco más de 7000 habitantes, de los que la mitad viven en la capital comarcal. En apenas 20 años (2004-2024), el Señorío ha perdido un veinte por ciento de la población y en los diez años anteriores (1994-2024) ya había perdido más de un 10 por 100. Entre las décadas de los años 60  y 90 del siglo pasado, el período de mayor pérdida poblacional que vivió la zona, de casi 30.000 habitantes pasó a tener apenas 11.000.

                Del momento más álgido de aquel proceso despoblador de Molina, que tuvo lugar a finales de los años setenta y primeros de los ochenta, ya se encargó de escribir “Los desiertos de la cultura”, un extraordinario ensayo antropológico, Santiago Araúz de Robles, molinés de saga y cuna, pues su familia ya estaba arraigada desde muchos siglos antes en la Vega de Arias, la gran finca, incluso con ecos cidianos, que está en el término de Tierzo, cerca de las Salinas de Almallá, y que aún sigue perteneciendo a su parentela. Aquel ensayo de Araúz de Robles, editado por la Diputación Provincial en 1979 y reeditado en 2016, narraba  con conocimiento y apego a la tierra y los hombres, con ternura y afectividad, al tiempo que con guiños costumbristas y divertidos momentos y anécdotas, el proceso migratorio masivo vivido en los años anteriores en el corro de pueblos más próximos a la Vega de Arias. Si alguien quiere conocer qué y cómo pasó y quiénes fueron los protagonistas, con nombres, apellidos y, por supuesto, motes, como allí es norma, de aquel duro tiempo de fuga poblacional, necesariamente ha de acudir a este libro de Araúz que, más de cuarenta años después de ser escrito, aún tiene plena vigencia. Solo permanecen las obras de esta tipología escritas con microscopio en el análisis , foco en el diagnóstico y prismáticos y luces largas en sus conclusiones. A poco que tengan oportunidad, vuelvan a “Los desiertos de la cultura”, si es que ya los conocen, y, si no, vayan por primera vez a ellos pues aprenderán mucho, al tiempo que disfrutarán bastante. No hay mejor didáctica que la que, mientras enseña, entretiene.

Portada del libro «Vísperas de la despoblación»

                Pero Santiago Araúz de Robles —prestigioso abogado con despacho en Madrid, Jaén y Canarias, eficaz servidor público especialmente en tiempos de la ejemplar, añorada y bendita, aunque sea por lo civil, Transición política española, cuando contribuyó a municipalizar la red de Metro madrileña, impulsó el Centro para la Ordenación del Territorio y el Medio Ambiente (CEOTMA), reinventó y potenció el SEPES (la sociedad estatal de suelo), modernizó RENFE, dio armazón jurídica al Banco de Crédito Local y relanzó el Ministerio de Obras Públicas desde la subsecretaría que detentó siendo ministro Calvo Sotelo—, no concluyó con “Los desiertos de la cultura” su aportación al análisis del acusado proceso despoblador de Molina, sino que ha retomado su trabajo humanista y antropológico y nos ha regalado “Vísperas de la despoblación”, su última obra, también publicada por la Diputación. En ella, el autor nos cuenta a través de 37 capítulos, breves como un cohete que revienta en la altura, pero intensos como su estallido entre vencejos y palomas, casos y cosas de aquella Molina de los años cincuenta y sesenta, hoy perdida, pero cuya forma de vivir “valía la pena”. Esta expresión del propio Araúz resume paradigmáticamente sus “Vísperas de la despoblación” que fue presentada el sábado, 25 de octubre, en una de las salas del histórico Casino de la Amistad, de Molina, abarrotada de paisanos del autor que, pese a la tarde de perros que hizo, quisieron acompañarle en un acto que dice mucho, y bien, de Molina y de su gran abogado y escritor. Porque, sépanlo quienes lo desconocen o simulan desconocerlo, que Araúz de Robles, además de ser uno de los más importantes abogados españoles de su generación, también es un notable escritor que, no solo tiene como bagaje las dos obras ya citadas, sino otras muchas en variados géneros y estilos como el ensayo, la novela, la narrativa breve o el teatro. Santiago fue profeta el sábado 25 de octubre en su tierra molinesa con sus “Vísperas de la despoblación”, una precuela de “Los desiertos de la cultura” que ha resultado de unificar en un solo volumen las treintena larga de artículos que semanalmente publicó, entre 2023 y 2024, en el periódico “Nueva Alcarria” bajo esa misma y acertada cabecera. ¡Háganse con un ejemplar! En el Servicio de Cultura de la Diputación se lo facilitarán con gusto porque es una obra útil que está mejor en las manos de los lectores interesados que guardada en inútiles cajas en un almacén. Porque no hay nada más inútil que un libro que no se lee, aunque en realidad el inútil sea el potencial lector que desprecia leerlo.

                Desciendo de Molina por vía paterna y siento aquella tierra como propia, por eso me duele verla cautiva de un poder ineficaz que, pese a no resolver sus problemas e, incluso, acrecentarlos o, cuando menos, cronificarlos, subyuga progresivamente a más votantes, algo que desconcertaría si no fuera porque la oposición política de Molina ni está ni se la espera. Y en vez de oponerse al gobierno y ofrecerse como alternativa, se opone a sí misma. Mal camino no lleva a buen pueblo, se dice por allí. Y se dice bien. Como antídoto a esta triste realidad política molinesa, propongo Araúz, mucho más Araúz de Robles, el hombre que triunfó fuera de Molina, pero siempre que puede regresa allí; el sábado, 25, en olor de multitudes en el Casino para arroparle en la presentación de sus “Vísperas de la despoblación”; muchas veces, simplemente a recogerse en soledad ante la tumba de su padre en el minúsculo cementerio de Tierzo. No obstante, como el propio Araúz, para ganar el futuro propongo a Molina que se guie por las ideas y las almas de sus gentes, tomadas persona a persona, y que pronto se ponga allí de moda el verbo volver. De lo mejor de la saga Araúz de Robles nos han llegado los más humanos y humanistas estudios para conocer y entender la fuga masiva de gentes —que en realidad no lo fue, pues fugarse es irse de un lugar voluntariamente y la gente marchó de allí con el corazón partido— de aquella histórica tierra. Torrente Ballester tenía a sus JB en su saga/fuga, nosotros tenemos a los Araúz de Robles; y, de entre ellos, a Santiago, el hombre al que, siendo niño, salvaron su vida unos amigos de juegos cuando se hundió en las gélidas aguas del Gallo tras romperse la capa de hielo en la que patinaban. No había entonces servicios públicos de emergencias; la emergencia la atendieron unos brazos amigos que lucharon contra el temor y el frío por salvar al niño Santiago. Molina necesita menos hielos y más brazos si quiere que éstas sean vísperas del regreso.

La movida (alcarreña) se mueve

                La sociedad civil de Guadalajara —esa parte de nosotros que se mueve sin que toquen el silbato ni lo ordenen las instituciones públicas—, apática y diluida habitualmente, de vez en cuando se despereza y es capaz de sorprendernos con la organización de actividades socio-culturales de calidad, bien medidas y, por oportunas, necesarias. Todo lo que es oportuno es necesario, aunque si no se hace, no pasa nada. Nunca pasa nada, hasta que pasa.

                De la mismísima sociedad civil, a través de la asociación “Quadrophenia” —¡Qué nombre más total!, el de la mítica ópera rock de The Who, producida en 1973, que a través de la mejor de las músicas de aquel tiempo, feroz y feraz, nos contaba las historias de Jimmy, un joven con problemas en medio de “mods” y de “rockers”; o sea, sencillamente un joven— ha partido la buena y oportuna idea de organizar un amplio programa de actividades para recordar los tiempos de “La movida alcarreña” que, haberla, húbola. La más conocida de las movidas fue la madrileña, aquel ya mítico movimiento musical que, sobre todo, bebió en las fuentes de la “new wave”, la nueva ola, y el punk ingleses; aquella, popera, “mod” y formalita, éste, rockero y transgresor. El inicio de la movida madrileña tuvo lugar a finales de los años 70 y principios de los 80 del siglo XX, tan cerca y cada vez más lejos al mismo tiempo. El final del franquismo y la transición democrática que entonces estaba en su punto más álgido y con todas sus inquietudes y anhelos de libertad sin ira, en esperanza y en concordia que conllevó, fue el caldo de cultivo ideal para este movimiento contracultural que no solo afectó al mundo de la música, sino que también influyó, y de forma evidente, en otros campos artísticos y creativos como el cine, la fotografía, el comic, etc. Eso sí, la música fue la fachada de la movida y la locomotora que tiró de aquel tren de modernidad. Estos son algunos de los nombres propios de aquella movida madrileña que también tuvo una sucursal alcarreña, como más adelante veremos: Kaka de Luxe —del que luego surgieron otras formaciones como Alaska y los Pegamoides—, y otros grupos pioneros como Radio Futura, Nacha Pop, Los Secretos, Paraíso o Mermelada, por citar solo algunos de los principales referentes pues la lista podría extenderse mucho más.

Cartel del Festival con el que arrancó la «Movida alcarreña»

                Como decía al principio, para recordar y evocar e, incluso, homenajear aquellos tiempos jóvenes de quienes ya peinamos canas y poner nombres propios a los protagonistas de “La movida alcarreña”, la asociación “Quadrophemia”, con Darío Bueno y Nacho Rupérez al frente de ella, ha organizado un programa de actividades en torno a ella que se iniciaron el pasado 10 de octubre con la inauguración de una exposición en el “Espacio Medarde”, en la tercera planta del Mercado de Abastos, en colaboración con la concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Guadalajara. El comisario de la muestra y agitador y cómplice de Darío y Nacho en el conjunto del programa de esta actividad es José de Lucas, “Luqui” o, simplemente José, el hermano pequeño que todos querríamos tener porque, además de ser un músico como la copa de un pino, es una extraordinaria persona que tiene en su cabeza y en su corazón la historia musical de Guadalajara de las últimas cuatro décadas ya largas. José, actualmente líder de “Estudio 80”, una banda que recuerda con muy buen nivel y hacer aquella música ochentera de la movida, ha pasado ya por muchos grupos y en todos ellos dejado huella, incluso en alguno, aún sigue dejándola: Scooters, Decadentes, 40 Grados, Antifaces, Daltónicos, Asunto Tornasol, La Traición, Xúcar, El nombre de la rosa, Templo, el ya citado Estudio 80, Nueva Ola, La Década Prodigiosa, Cadillac, Pistones y Mercedes Ferrer han disfrutado —y, repito, algunos siguen disfrutando— de la buena guitarra, el buen rollo y la buena gente que es José. La exposición de “La movida alcarreña” que ha comisariado la conforman fotografías, discos, carteles, instrumentos y objetos originales, muchos de ellos de su propiedad pues, como decía, es la memoria viva y activa de ese histórico tiempo musical que en Guadalajara tiene hasta fecha exacta de nacimiento. Efectivamente, si en Madrid se considera el homenaje a Canito, el batería fallecido en accidente del grupo Tos —banda de los hermanos Urquijo que después pasó a llamarse Los Secretos, ya con “nuestro” recordado Pedro A. Díaz como batería— y que tuvo lugar en la Escuela de Caminos de la Universidad Politécnica madrileña el 9 de febrero de 1980, como el punto de arranque de “La movida madrileña”, la alcarreña también tiene una fecha exacta de partida: el 18 de diciembre de 1982, cuando siete grupos locales —Loza, Antifaces, Zhenit, Shema, Scooters, Sáhara y Skaiber— tocaron en los Salesianos a beneficio de los damnificados en unas fuertes inundaciones en Levante. Aquellos músicos, y quienes les jaleamos y aplaudimos, hemos cambiado mucho, y hasta hecho mayores, incluso algunos se quedaron en el camino siendo demasiado jóvenes, pero lo que ahora llaman DANAs ya hacían estragos entonces con nombres sin acrónimos para los mismos fenómenos atmosféricos.

Cartel del programa la «Movida Alcarreña» organizado por Quadrophenia

                El programa de “La movida alcarreña” que “Quadrophenia” nos ha regalado, no comienza y termina con esta exposición que estará abierta hasta primeros de diciembre y a la que aconsejo encarecidamente ir pues no solo recrea, también enseña y hasta explica un tiempo de esta ciudad que, a veces, parece tener detenido el reloj o, peor aún, en la que casi nunca pasa nada; hasta que pasa. Como no podía ser de otra manera, la actividad la completan mesas redondas con protagonistas de aquella “Movida”: músicos, djs, dueños de bares también míticos o casi —sí, “bares, qué lugares…”—, periodistas, etc. Y actuaciones en vivo con música, muy buena música con muchos reencuentros de amigos que se unieron a través de ella y que vuelven a reunirse en su derredor, cuarenta y pico años después. Ya libres, pero lastrando el plomo del paso del tiempo (y de alguna decepción) en las alas.

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