Como es archisabido, pero conviene recordar para quienes no se explican algunas cosas o lo hacen de forma muy simplista, gran parte de Molina es una paramera geográfica desde la noche de los tiempos, pero también demográfica desde los años 50 del siglo pasado, cuando vivió, más bien padeció, una despoblación masiva, casi diáspora, que aún hoy continúa sangrando gota a gota, persona a persona, al casi centenar de pueblos del Señorío de Molina que, todos juntos, apenas suman poco más de 7000 habitantes, de los que la mitad viven en la capital comarcal. En apenas 20 años (2004-2024), el Señorío ha perdido un veinte por ciento de la población y en los diez años anteriores (1994-2024) ya había perdido más de un 10 por 100. Entre las décadas de los años 60 y 90 del siglo pasado, el período de mayor pérdida poblacional que vivió la zona, de casi 30.000 habitantes pasó a tener apenas 11.000.

Del momento más álgido de aquel proceso despoblador de Molina, que tuvo lugar a finales de los años setenta y primeros de los ochenta, ya se encargó de escribir “Los desiertos de la cultura”, un extraordinario ensayo antropológico, Santiago Araúz de Robles, molinés de saga y cuna, pues su familia ya estaba arraigada desde muchos siglos antes en la Vega de Arias, la gran finca, incluso con ecos cidianos, que está en el término de Tierzo, cerca de las Salinas de Almallá, y que aún sigue perteneciendo a su parentela. Aquel ensayo de Araúz de Robles, editado por la Diputación Provincial en 1979 y reeditado en 2016, narraba con conocimiento y apego a la tierra y los hombres, con ternura y afectividad, al tiempo que con guiños costumbristas y divertidos momentos y anécdotas, el proceso migratorio masivo vivido en los años anteriores en el corro de pueblos más próximos a la Vega de Arias. Si alguien quiere conocer qué y cómo pasó y quiénes fueron los protagonistas, con nombres, apellidos y, por supuesto, motes, como allí es norma, de aquel duro tiempo de fuga poblacional, necesariamente ha de acudir a este libro de Araúz que, más de cuarenta años después de ser escrito, aún tiene plena vigencia. Solo permanecen las obras de esta tipología escritas con microscopio en el análisis , foco en el diagnóstico y prismáticos y luces largas en sus conclusiones. A poco que tengan oportunidad, vuelvan a “Los desiertos de la cultura”, si es que ya los conocen, y, si no, vayan por primera vez a ellos pues aprenderán mucho, al tiempo que disfrutarán bastante. No hay mejor didáctica que la que, mientras enseña, entretiene.
Pero Santiago Araúz de Robles —prestigioso abogado con despacho en Madrid, Jaén y Canarias, eficaz servidor público especialmente en tiempos de la ejemplar, añorada y bendita, aunque sea por lo civil, Transición política española, cuando contribuyó a municipalizar la red de Metro madrileña, impulsó el Centro para la Ordenación del Territorio y el Medio Ambiente (CEOTMA), reinventó y potenció el SEPES (la sociedad estatal de suelo), modernizó RENFE, dio armazón jurídica al Banco de Crédito Local y relanzó el Ministerio de Obras Públicas desde la subsecretaría que detentó siendo ministro Calvo Sotelo—, no concluyó con “Los desiertos de la cultura” su aportación al análisis del acusado proceso despoblador de Molina, sino que ha retomado su trabajo humanista y antropológico y nos ha regalado “Vísperas de la despoblación”, su última obra, también publicada por la Diputación. En ella, el autor nos cuenta a través de 37 capítulos, breves como un cohete que revienta en la altura, pero intensos como su estallido entre vencejos y palomas, casos y cosas de aquella Molina de los años cincuenta y sesenta, hoy perdida, pero cuya forma de vivir “valía la pena”. Esta expresión del propio Araúz resume paradigmáticamente sus “Vísperas de la despoblación” que fue presentada el sábado, 25 de octubre, en una de las salas del histórico Casino de la Amistad, de Molina, abarrotada de paisanos del autor que, pese a la tarde de perros que hizo, quisieron acompañarle en un acto que dice mucho, y bien, de Molina y de su gran abogado y escritor. Porque, sépanlo quienes lo desconocen o simulan desconocerlo, que Araúz de Robles, además de ser uno de los más importantes abogados españoles de su generación, también es un notable escritor que, no solo tiene como bagaje las dos obras ya citadas, sino otras muchas en variados géneros y estilos como el ensayo, la novela, la narrativa breve o el teatro. Santiago fue profeta el sábado 25 de octubre en su tierra molinesa con sus “Vísperas de la despoblación”, una precuela de “Los desiertos de la cultura” que ha resultado de unificar en un solo volumen las treintena larga de artículos que semanalmente publicó, entre 2023 y 2024, en el periódico “Nueva Alcarria” bajo esa misma y acertada cabecera. ¡Háganse con un ejemplar! En el Servicio de Cultura de la Diputación se lo facilitarán con gusto porque es una obra útil que está mejor en las manos de los lectores interesados que guardada en inútiles cajas en un almacén. Porque no hay nada más inútil que un libro que no se lee, aunque en realidad el inútil sea el potencial lector que desprecia leerlo.
Desciendo de Molina por vía paterna y siento aquella tierra como propia, por eso me duele verla cautiva de un poder ineficaz que, pese a no resolver sus problemas e, incluso, acrecentarlos o, cuando menos, cronificarlos, subyuga progresivamente a más votantes, algo que desconcertaría si no fuera porque la oposición política de Molina ni está ni se la espera. Y en vez de oponerse al gobierno y ofrecerse como alternativa, se opone a sí misma. Mal camino no lleva a buen pueblo, se dice por allí. Y se dice bien. Como antídoto a esta triste realidad política molinesa, propongo Araúz, mucho más Araúz de Robles, el hombre que triunfó fuera de Molina, pero siempre que puede regresa allí; el sábado, 25, en olor de multitudes en el Casino para arroparle en la presentación de sus “Vísperas de la despoblación”; muchas veces, simplemente a recogerse en soledad ante la tumba de su padre en el minúsculo cementerio de Tierzo. No obstante, como el propio Araúz, para ganar el futuro propongo a Molina que se guie por las ideas y las almas de sus gentes, tomadas persona a persona, y que pronto se ponga allí de moda el verbo volver. De lo mejor de la saga Araúz de Robles nos han llegado los más humanos y humanistas estudios para conocer y entender la fuga masiva de gentes —que en realidad no lo fue, pues fugarse es irse de un lugar voluntariamente y la gente marchó de allí con el corazón partido— de aquella histórica tierra. Torrente Ballester tenía a sus JB en su saga/fuga, nosotros tenemos a los Araúz de Robles; y, de entre ellos, a Santiago, el hombre al que, siendo niño, salvaron su vida unos amigos de juegos cuando se hundió en las gélidas aguas del Gallo tras romperse la capa de hielo en la que patinaban. No había entonces servicios públicos de emergencias; la emergencia la atendieron unos brazos amigos que lucharon contra el temor y el frío por salvar al niño Santiago. Molina necesita menos hielos y más brazos si quiere que éstas sean vísperas del regreso.





