Archive for noviembre, 2025

El aire de Campoamor

No es la primera vez que cito a mi abuelo paterno, Juan, molinés de origen humilde que salió de su minúsculo pueblo natal, Otilla, en la primavera de su vida, oliendo a mula, oveja y boj, y regresó en el otoño avanzado, con uniforme de oficial de la Guardia Civil, mucho vivido y poco ya por vivir. Murió a los 87 años, quebrándose así su optimista voluntad de llegar a centenario. Juan Orea Segovia, que así se llamaba el padre de mi padre, decía en cada duelo o en sus vísperas, como si fuera una letanía, “que Dios te libre de la hora de las alabanzas”. Esa hora, generalmente, es ya la de la muerte, cuando en este país que entierra tan bien, según palabras de Alfredo Pérez Rubalcaba que van en la misma dirección que las de mi abuelo, descontamos todo lo malo y lo regular que pensamos de la persona fallecida y solo tenemos para ella palabras de elogio y reconocimiento que, generalmente, se las negamos en vida. Afortunadamente, este no es el caso del gran pintor alcarreño, Jesús Campoamor, uno de los artistas plásticos más importantes y renombrados de la provincia en las últimas siete décadas, y que, pese a ser ya nonagenario y gozar de una salud, sobre todo intelectual, admirable, en apenas tres años ha sido objeto de cuatro relevantes y merecidos tributos que, me consta por el afecto y la amistad que nos unen, ha recibido con especial emoción y gratitud hacia quienes los han promovido. Y no han sido los únicos reconocimientos que ha tenido, pero sí los más especiales para él.

Campoamor, arriacense de nación, azudense de afección, torijano de adopción y guadalajareño de vocación, fue nombrado “Hijo predilecto” de la provincia por la Diputación de Guadalajara en 2022, entregándosele la distinción con ocasión del Día de la Provincia que en ese año se celebró, precisamente, en Torija, donde Jesús vive, pinta y es muy feliz con su querida Delia desde hace ya muchos años. En 2024, el Centro Asociado de la UNED de Guadalajara, uno de los más activos y referenciales que tiene esta universidad pública en provincias de similar demografía, decidió otorgar el nombre de Jesús a su utilizadísima biblioteca, tanto que va necesitando progresivamente ampliar su espacio en su sede del Centro San José. En septiembre de este mismo año, el Ayuntamiento de Torija le nombró, oficialmente, porque en puridad ya lo era desde hacía varias décadas, “Hijo adoptivo” del municipio, y el viernes, 21 de noviembre, el Ayuntamiento de Azuqueca de Henares inauguró en su novísimo Centro de las Artes la sala de exposiciones que también lleva el nombre de Jesús, en base a dos hechos afectivos y objetivos: Allí vivió un amplio período de tiempo Campoamor y allí le nacieron cinco hijos, de los que algunos aún residen en el municipio, y el consistorio azudense ha considerado, con buen criterio, que él era la persona más adecuada para dar su nombre a esta nueva, amplia y bien dotada sala por ser uno de los pintores contemporáneos más importantes de la provincia. Jerarquizar importancias en algo tan subjetivo como el arte es como intentar embolsar agua en las manos, pero, sin duda, él está entre la nómina más escogida de artistas plásticos de Guadalajara de la segunda mitad del siglo XX y primeras décadas del XXI. Además, a su faceta de pintor de reconocido y reconocible estilo, suma la de escultor ocasional —su obra que representa a un personaje femenino sentada junto a un libro y que él tituló “Paz”, instalada en una mediana de la calle Alamín en su cruce con la avenida de Burgos, es de una delicadeza y una belleza singulares— y la de sensible poeta e impulsor de la poesía pues a él se le deben las Noches de Versos que se celebran cada año en Torija en el mes de julio desde hace ya tres lustros. En este enlace se pueden obtener referencias de su última edición en un post de mi autoría publicado en este mismo blog: https://guadalajaradiario.es/blogs/jesusorea/2025/07/21/quince-noches-de-versos-en-torija/

Como decía antes y no es la primera vez que lo hago ni creo que sea la última, profeso admiración y afecto a Jesús Campoamor a partes iguales y a ambos nos une una entrañable amistad, reciente en su actual y notoria intensidad. Siempre que él me requiera, estaré a su lado porque sé que disfruta de mi cercanía y yo de la suya. El río más joven, que en este caso soy yo, no pierde una gota de caudal, bien al contrario, si sigue el cauce del más veterano. Por ello, he estado encantado de acompañarle en todos los homenajes que se le han tributado en estos últimos años e, incluso, he intervenido a petición suya en los dos últimos, el más reciente, hace apenas unos días en Azuqueca, cuando se inauguró la estupenda sala de exposiciones que lleva ya su nombre. Como dije en el acto, inaugurando este Centro de las Artes y su sala de exposiciones “Jesús Campoamor”, el Ayuntamiento, de un “plumerazo” oportuno y bien medido, ha hecho buena la frase de Picasso según la cual “el propósito del arte es quitar el polvo a la rutina de nuestras almas”. Y Frida Kahlo, allá donde esté, en todo caso seguro que cerca de Diego Rivera, podrá seguir pintando flores para que no se mueran nunca.

Como decía Henri Bergson, yo prefiero seguir a mi corazón en lugar de a las masas. Y siguiendo mi corazón he estado, estoy y estaré tan cerca de Jesús Campoamor como él me reclame porque quiero que se me pegue algo de su talento y de su talante. No en vano, estamos ante el mejor embajador de esta provincia, como dice Pedro Aguilar siempre que tiene ocasión. Precisamente con este reputado periodista, escritor y profesor universitario, madrileño de nación y torijano de adopción, y con Jesús de Andrés, doblemente alcarreño por sus raíces en Castilmimbre y Valdenoches, vicerrector de centros asociados la UNED, politólogo y sociólogo de tanto currículo como prestigio, notable escritor y poeta a tiempo parcial, tuve el placer de compartir estrado, tanto en Torija como en Azuqueca, para introducir los homenajes allí recibidos por nuestro común, admirado y apreciado amigo, Jesús. Él es el pintor del aire de la Alcarria, ese aire que Cela, su buen amigo, definió en 1946, cuando viajó por primera vez a este país al que entonces no le daba la gana venir a nadie, como “limpio, lúcido, transparente y diáfano”. Así lo pinta, mejor que nadie, Campoamor en sus cuadros y, además, le pone color en función de lo que ve y lo que siente cuando tiene el pincel en la mano y la inspiración le coge trabajando en su estudio de Torija.

Guadalajara no tiene línea 27 de autobuses

Mi geografía personal, desde mi primer latido fuera del útero materno y como ya he relatado tantas veces, está estrechamente ligada al actual principal salón urbano de Guadalajara, que sin duda es la plaza de santo Domingo con su cercano pulmón verde y corazón multicolor que es el parque de la Concordia. Nací, hace tantos años que a veces no quiero acordarme de que ya he cumplido 64, en la clínica del Dr. Sanz Vázquez a la que, por cierto, ahora se le ven las desnudeces y casi hasta los tuétanos pues de su viejo edificio solo quedan las paredes mientras refuerzan la cimentación para, después, de abajo arriba, construir un nuevo centro sanitario solo conservando la piel de ladrillo del viejo. Singular y bonita y, por ello, catalogada y obligada a preservar al tiempo que las escaleras que unían la planta baja con la primera, situadas a la izquierda del pasillo de entrada principal al edificio. Esta ciudad que ha permitido con tanta ligereza que se demolieran muchos edificios históricos y singulares, a veces se pone contradictoriamente exquisita y obliga a preservar elementos puntuales de edificios relativamente recientes, como es el caso de esta escalera y de otros elementos arquitectónicos o decorativos puntuales en esta misma y otras construcciones que, no digo yo que no haya que conservar y menos aún si lo informan y aconsejan los técnicos municipales competentes, lo que me sorprende es tanto celo para lo episódico, incluso casi anecdótico, y tan poco, a veces, para lo verdaderamente sustancial, importante y trascendente.

Estado actual de la Clínica Sanz Vázquez con el busto de Alvarfáñez de Minaya en primer plano

Guadalajara es así, para lo bueno, lo malo y lo regular. Descuidada con aspectos relevantes de su patrimonio arquitectónico y monumental, también medioambiental, y preocupadísima algunas veces —pocas, eso sí, que las preocupaciones son para ciudades comprometidas y la nuestra no lo está consigo misma— por casos y cosas puntuales, tan puntuales que a veces rayan con la nimiedad, cuando no con el ridículo. Recuerdo hasta concejales —por otra parte, intelectualmente solventes y comprometidos, pero excesivamente maximalistas— atándose con cadenas a unas acacias porque las iban a talar para hacer el parking de la avenida de Castilla y la calle Rufino Blanco. También recuerdo que, siendo yo concejal de medio ambiente, parques y jardines incluidos, me montaron literalmente un pollo porque el ingeniero de montes propuso talar un olmo enfermo en la calle Julián Besteiro. El olmo estaba hasta arriba de grafiosis y le quedaba menos de medio telediario para caerse y hacer potencialmente daño a personas y bienes. También me quisieron echar a los leones cuando, con todo el dolor de mi corazón, accedí a que se sustituyeran las catalpas de la calle Virgen de la Soledad por prunos, siguiendo las recomendaciones del técnico municipal pues estaban todas ellas infestadas de fumagina, con riesgo evidente ya de caída de los árboles y de afectación del hongo a las personas. Por el contrario, cuando se me ocurrió plantar unas melias —de la variedad azedarach, vulgarmente llamadas cinamomos— en el barrio de La Rambla, en el parque Salvador Allende, que entonces apenas tenía vegetación y era un solárium de lagartijas —o regatinas, como las llaman en algunos pueblos de la Alcarria—, también me quisieron dar lo mío algunos miembros de la asociación de vecinos. Se escudaron para cuestionar aquella actuación en que, donde yo ordené plantar los árboles, además ya de cierto porte, para que dieran sombra en verano y oxígeno todo el año, durante tres días se colocaban algunos cacharritos de feria en las fiestas de la barriada. Curiosamente, como yo también era entonces concejal de festejos, aquellos mismos miembros de la asociación de vecinos de La Rambla me pidieron, apenas unos meses después, acabar con el modelo festivo de verbenas, puestos de morcillas y cacharritos de feria en el barrio para sustituirlo por uno solo de programación de actividades culturales, especialmente infantiles. Lo que, por cierto, me pareció estupendo y contaron con mi decidido apoyo, acabándose además así con algunos momentos de cierto peligro que se solían vivir allí al calor de la música y el alcohol en las verbenas. Y permitiendo a las melias seguir creciendo en paz. O no, porque les confieso que hace ya años que dejé de patearme hasta el último rincón de la ciudad, como tuve por costumbre durante los años que fui concejal (1999-2007), e, incluso, algunos después.
Como verán, empiezo ya a contar batallitas… Eso es signo de que ya se más por viejo que por diablo. Eso sí, que nadie se olvide que, como decía Góngora, “de caducas flores están hechas las guirnaldas”. Y don Luis, el cordobés, fue un poeta barroco, culteranista, que recargaba su poesía hasta el extremo, pero recuerden que la feliz, por extraordinaria, Generación del 27 se autodenominó así tras el homenaje a Luis de Góngora en Sevilla, en diciembre de 1927, con motivo del tercer centenario de su muerte. Y una gran profesora mía de literatura, Ángela Serrano, a quien le debo tanto como aprecio y admiro, cuando le pegunté, siendo yo aún preuniversitario, que cuál era el autobús que me recomendaba para ir por los mejores caminos de la literatura, me dijo convencida: “El 27, siempre el 27”. Lástima que no haya una línea 27 en las de autobuses de Guadalajara, ni siquiera la que lleva al barrio de Escritores.

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