Las de 2023 van a ser las ferias de la capital en las que se cumplirán 50 ediciones ininterrumpidas con presencia de peñas festivas en ellas. Efectivamente, fue en las ferias de 1974, que se celebraron del 22 al 29 de septiembre, cuando inició su andadura el actual movimiento peñista, si bien hubo una primera época anterior con peñas que apenas duró tres “partes” —como se le llamaba entonces a los “telediarios”—, a mediados de los años sesenta. La primera peña festiva fundada en Guadalajara tuvo un nombre muy alcarreñista: “La Colmena” y, como las demás que tuvieron actividad en los años sesenta —alrededor de 15 y que fueron bautizadas con nombres bastante menos identitarios: “Los Garrulos”, “La Chimenea”…—, debieron luchar lo indecible para ser legalizadas porque el tardofranquismo aún apretaba y los derechos de reunión y asociación no eran tales al estar muy condicionados, tutelados y controlados a través de los entonces todopoderosos gobernadores civiles. Eran tiempos casposos de “Cuéntame” y aquellas peñas arriacenses sesenteras y pioneras estaban muy limitadas, condicionadas y obligadas a mucho, incluso a tener un sacerdote como asesor porque en el poder establecido y en la mayoría de la sociedad, dócil a él, imperaba obsesivamente la “moralidad”. Y, claro, una reunión de jóvenes con hormonas haciendo la ola, fiesta, alcohol y música de por medio era el ecosistema perfecto para que Belcebú hiciera de las suyas, sin perder de vista a los perniciosos “rojos” y masones que parecían no ser, pero estaban. En las ferias del año 1968, cuando los adoquines de París se levantaron en busca de la playa en el histórico mayo francés, la autoridad gubernativa decidió que hasta ahí habían llegado las peñas festivas alcarreñas en su primera época, incluso con asesor religioso, porque “la edad de piedra” aún no había pasado, pese a lo que decía la canción de “Los chicos con las chicas” que cantaban Los Bravos. Bastaron un par de enfrentamientos verbales entre peñistas y “guardias”, alguna copa de más y algún “decoro” de menos para que aquellas pioneras peñas fueran prohibidas. Era la respuesta del entonces gobernador civil, Luis Ibarra Landete, al conocido lema de “prohibido prohibir” del mayo del 68.
En 1973, meses antes de ser asesinado por ETA Carrero Blanco — el entonces presidente del gobierno y llamado a ser el sucesor de Franco— hubo algún intento de recuperar las peñas porque ya se divisaban unos tímidos rayos de las primeras luces tras la larga noche franquista. Eran los tiempos de los gabinetes ministeriales tecnocráticos y del Opus Dei, también de la crisis mundial por el encarecimiento del petróleo que a la economía de España le hizo especial pupa. No fue hasta 1974 cuando, por fin y ya de forma sostenida hasta ahora, las peñas festivas volvieron a ser el pulmón y el corazón, la sal y la pimienta de las ferias de Guadalajara, dándoles a estas un carácter popular, alegre, dinámico y bullanguero que hasta entonces no tenían pues su caldo de cultivo era el oficialismo. Las fiestas arriacenses de aquel tiempo comenzaban y terminaban en la Concordia —donde se instalaba el ferial y se machacaba literalmente el parque—, las principiaban los desfiles de carrozas con “reinas” importadas y con papás muy poderosos, y las complementaban la feria de muestras de la cámara de comercio e industria —heredera de las históricas ferias de ganado—, el “bombero-torero” y tres corridas de toros —de toritos, más bien— y algunas actividades de ocio, cultura y deporte más para completar el programa. No todo era moco de pavo en aquellas ferias setenteras aún en dictadura pues el Coliseo Luengo solía tener una muy buena programación de espectáculos de música y teatro, muchos de ellos venidos gracias a un programa nacional de calidad llamado “Festivales de España”. También de vez en cuando el ayuntamiento se estiraba y ofrecía algún evento de altura, como una recordada actuación de María Dolores Pradera en el sin par palacio del Infantado, recién restaurado entonces tras ser bombardeado y muy dañado en la Guerra Civil.
Las cinco primeras peñas del renacido movimiento peñista de Guadalajara que tuvieron actividad en las ferias de 1974 fueron “Agapitos”, “Búfalos”, “Guatequeros” —con su lema “la peña de los toreros”—, “La Ponderosa” y “Acetilenos”. Pedro Zaragoza Orts —el hombre que inició el despegue turístico de Benidorm cuando fue su alcalde—, entonces Gobernador Civil de Guadalajara, pese a ser una persona afecta al régimen y no tener inclinaciones precisamente liberales, se puso de lado y permitió al alcalde de Guadalajara, Antonio Lozano Viñés, algo más aperturista que él, que autorizara aquellas cinco peñas históricas de las que hoy continúan teniendo actividad las dos primeras. No obstante, les fueron exigidos varios requisitos a todas: certificados de Sanidad y de un arquitecto de la salubridad y condiciones estructurales de los locales donde iban a tener sus sedes, relación completa y detallada de todos sus componentes con sus datos de filiación, expedición de un carné identificativo y designar un responsable ante la autoridad gubernativa y municipal. Y, por supuesto, guardar la “compostura” debida, tanto en la calle como en los locales, con permanente supervisión policial, con riesgo de cierre si a juicio de los agentes se estuvieran haciendo cosas indebidas. Al contrario que en los años sesenta, en esos momentos la autoridad temía más que esas “cosas indebidas” fueran de carácter político que relacionadas con la moralidad pues ésta, al fin y al cabo, podía ser preservada con discreción y “ojos que no ven…”, mientras que la creciente oposición política al franquismo postrero cada día se hacía más evidente, aunque aún fuera clandestina. De hecho, del “Club Juvenil” de Guadalajara, tras el que estaba el todavía ilegalizado PCE pues del PSOE alcarreño de entonces no había rastro, surgieron buena parte de los líderes del movimiento peñista, entre ellos Chani Pérez Henares o José Antonio López-Palacios. No es una casualidad que una de las peñas pioneras se llamara “Acetilenos” y tuviera por logotipo una doble A encerrada en un círculo, o sea, el símbolo anarquista elevado al cuadrado… En 1974 se inició el camino con no pocas piedras en él. En 1975 hubo mucha política en la famosa “Casa de las Peñas” porque la celebración de las ferias coincidió con los cinco últimos fusilamientos del régimen franquista, tres miembros del FRAP y dos de ETA, que levantaron una oleada de protestas a nivel nacional e internacional. En 1976, muerto ya Franco, se constituyó la “Comisión de Peñas” y se relanzó el movimiento, ya de forma imparable, y a partir del 77, año en que tuvieron lugar las primeras elecciones generales democráticas, el viento soplaba a favor y pasó a hacerlo de popa y a toda vela cuando en 1979 llegó a la alcaldía Javier Irízar tras las primeras elecciones municipales democráticas de la Transición.
No quiero terminar este post dando la impresión de que solo hubo política en el re-nacimiento de las peñas de Guadalajara en el año 1974 y siguientes porque no es cierto; lo que más hubo fueron ganas de divertirse y echarse a la calle y tomarla que, en el fondo, es una aspiración de cualquier joven, como la de cambiar a mejor las cosas. Y eso sí que es política, pero de verdad, no la que muchas veces practican los partidos, nutridos de profesionales de ella y trufados de endogamia y sectarismo.