El 23 de abril, festividad de San Jorge y fecha en la que este año se cumple el 503 aniversario de la batalla de Villalar —que precipitó el final del movimiento comunero castellano y, en gran medida, de la propia Castilla—, se celebra el Día del Libro porque los libros son una de esas cosas a las que hay que dedicar un día al año puesto que hay muchos en que no están en la vida de las personas. Peor para ellas, pero también mal, muy mal para escritores, editores, distribuidores, libreros y demás profesionales y empresas que, directa o indirectamente, intervienen en el sector y tienen legítimos intereses en él.
El 23 de abril no se eligió para celebrar el Día del Libro a nivel internacional por casualidad, sino por una causalidad notoria, bien buscada y encontrada: en esa misma fecha y en el mismo año (1616) fallecieron dos de los más grandes escritores que han parido los tiempos, William Shakespeare y Miguel de Cervantes, auténticos referentes en sus respectivas lenguas, el inglés y el español, que, además, son las más habladas y escritas en el mundo y que, aun respetando a todas las demás, tienen más y mejor literatura. Además, en ese mismo día y año también falleció el Inca Garcilaso de la Vega, un importante puente literario entre Europa y América, entre el viejo y el nuevo mundo. Esta casualidad histórica tiene sus matices pues se antoja demasiado bonita para ser cierta. Hay fuentes que afirman que, en realidad, Cervantes murió un día antes, el 22 de abril, y lo que sí que está contrastado es que Shakespeare falleció diez días después de Cervantes y el Inca Garcilaso, aunque en su certificado de defunción figure, efectivamente, el 23 de abril de 1616 como fecha de su deceso. Esta discrepancia tiene una explicación muy sencilla: en el año en que murieron Cervantes y Shakespeare, mientras que España se regía por el nuevo calendario gregoriano, implementado por el Papa Gregorio XIII en 1582, Inglaterra lo hacía por el viejo calendario Juliano, creado por el mismísimo Julio César y que estaba en vigor desde el año 45 a. C. El calendario gregoriano, como los relojes con prisa, adelantaba, mientras que el juliano, como la vida para los perezosos, se rezagaba; así, cuando aún era 23 de abril de 1616 en Inglaterra, ya era 3 de mayo en España. Los ingleses siempre a su ritmo y aire, con su propio sistema jurídico e iglesia nacional, con sus pesos y medidas particulares y hasta conduciendo por la izquierda para diferenciarse de los demás. Gran Bretaña es una isla, pero no hay mar más ancho y profundo que el de la voluntad de aislarse.
En mi último y reciente viaje a Inglaterra quise dedicar un día a conocer la geografía vital de Shakespeare y viajé a Stratford-upon-Avon, el lugar donde nació en abril de 1564. Stratford es una pequeña ciudad de poco más de 30.000 habitantes que, en gran medida, vive del turismo que genera el hecho de ser la cuna del autor de “Hamlet” y de tantas conocidas obras más, aunque, como es frecuente, son más los que han oído hablar de ellas que quienes las han leído o visto representadas. La ciudad junto al río Avon, que eso es lo que significan los apellidos de Stratford, está en el condado de Warwick, al sureste de Birmingham, la segunda ciudad más poblada de Inglaterra, tras Londres. Aunque se enfadarían mucho los ingleses si leyeran esto que voy a decir ahora, en realidad la Inglaterra actual nació, precisamente, en el castillo de Warwick, erigido por el normando Guillermo el conquistador, quien también fundó la famosa Torre de Londres, e inauguró la dinastía normanda que expulsó a los vikingos escandinavos de las islas británicas y sometió a los desunidos sajones. Francia, pues, está en el origen mismo de la Inglaterra que hoy conocemos y sucesivas familias de origen galo fueron durante siglos las dueñas del histórico castillo de Warwick hasta que uno de sus miembros, que quería ser actor de cine y solo lo fue a medias, lo vendió para poder vivir en Hollywood. Ahora, ese histórico y bello castillo, emplazado en un lugar de película, es en realidad un parque temático de ocio familiar, inspirado en el medievo, y lo gestiona la misma empresa que es dueña del famoso museo de Madame Tussauds, el de cera de Londres, el más prestigioso del mundo en su género. Por cierto, la conocida madame era francesa también, de Estrasburgo. Ahí lo dejo.
Como decía, el pueblo de Shakespeare vive de él. Si el castillo de Warwick es un parque temático del medievo, Stratford es un parque temático en torno al escritor inglés. Todo gira alrededor de la que fuera su casa, de estilo Tudor y muy bien conservada pese a datar del siglo XVI, y del centro de interpretación —en la foto— que la complementa. Un buen comercio de antigüedades, textiles, joyas… y mucha oferta de ocio y restauración, sobre todo en torno al río Avon, con su pequeño “Stratford eye” y todo, dinamizan la economía de este lugar, casi de culto para quienes gustamos de la mejor literatura. Y Shakespeare ocupa en ella un lugar preferente, aunque hay distintas tesis que afirman que no hubo uno, sino dos o tres, y que, en realidad, él solo fue un simple apellido adoptado por el Conde de Oxford para publicar sus obras. Incluso hay quienes llevan las teorías sobre Shakespeare a extremos y aseguran que, al menos algunas de sus obras, están escritas por la mismísima reina Isabel I. Ser o no ser, la duda, como en Hamlet. O los celos, como en Otelo…
Lo que sí está absolutamente contrastado es que una tía de Cervantes, María, mantuvo amores ilícitos, pero muy intensos, con Martín “El Gitano”, un hijo extramatrimonial del tercer duque del Infantado, Don Diego Hurtado de Mendoza, y María Cabrera, una bella actriz de piel cetrina que actuó para él y con la que mantuvo relaciones carnales. Don Diego quiso tanto a su hijo bastardo que hasta consiguió del rey Fernando el Católico su reconocimiento como legítimo y nombramientos eclesiales con importantes rentas. Incluso don Diego lo propugnó para arzobispo de Toledo, pero su propósito murió en el intento. Que nadie se escandalice porque una dignidad eclesial de aquel tiempo tuviera mujer e hijos puesto que, hasta el mismísimo Cardenal Mendoza, tuvo “dos lindos pecados”. Aquellos amores entre Martín Hurtado de Mendoza y María Cervantes tuvieron su fruto: Martina de Mendoza, pero también sus fuertes desavenencias, con el dinero de por medio, claro. El padre de María de Cervantes y abuelo de Miguel terminó enfrentado por su hija con los Mendoza, a quienes servía como hombre de leyes y a quienes acusó de mancillarla siendo menor de edad, reclamando por ello reparación dineraria. Sus demandas, fuertemente contestadas en todas las instancias por la poderosa familia alcarreña, le obligaron a huir de su jurisdicción e influencia a la vecina Alcalá de Henares. Por ello, dicen algunos, que el famoso autor del Quijote y que fue tan importante que hasta el día de su muerte es el del libro en todo el mundo, nació en Alcalá y no en Guadalajara. Esta última afirmación no deja de ser historia ficción, un género que, por cierto, está muy en boga con el nombre de novela histórica. “María Cervantes “in love” (enamorada) podría titularse esta, a semejanza de la conocida película “Shakespeare in love”, de John Madden, que ganó el Oscar en 1999.
¡No pasen… y lean, por favor! Como, precisamente, decía Cervantes: “El que lee mucho y anda mucho, va mucho y sabe mucho”.