En lo que podríamos llamar, sin ánimo de menoscabo alguno, la “letra pequeña” del programa de las ferias de Guadalajara, uno de los primeros actos que siempre aparecen en él son las inauguraciones de las distintas exposiciones que se celebran en estas fechas en las principales salas de arte de la ciudad, por no decir, las únicas, pues no pasan de media docena. Es costumbre, casi ya tradición, que el día antes de la celebración del pregón oficial de las fiestas, principien esas exposiciones artísticas con un protocolo prestablecido pues se suele conformar una comitiva de autoridades que las recorre, visita e inaugura oficialmente todas, pasando por cada una de las salas con una media hora de diferencia. La primera que se acostumbra inaugurar es la exposición de la sala de arte Antonio Buero Vallejo en la sede de la delegación de la JCCM —este año una de acuarelas del colectivo “Aguada”— y la última, la del Colegio de Arquitectos —en esta ocasión, una muestra gráfica de la evolución del castillo de Sigüenza, de fortaleza medieval a parador nacional—. Les cuento una intrahistoria que conozco de la época en que yo tuve la responsabilidad política de programar y gestionar las ferias, hace ya cuarto de siglo de ello: El que la ruta de autoridades visitando e inaugurando las exposiciones artísticas de ferias concluya en la sede del COACM-GU, además de por razones de ubicación física de la sede colegial, se debe al estupendo catering que el colegio suele ofrecer a la comitiva, colegiados y acompañantes, algo que redondea la tarde porque, cuando ya se llevan tres horas alimentando inmaterialmente el espíritu a través del arte, el cuerpo suele demandar también alimento material y, más aún, si está generosamente servido… y regado.
Se da la circunstancia de que en la edición de las ferias de 2024 se van a inaugurar una serie de exposiciones de las que recomiendo la visita a todas, pero encarecidamente a dos, no solo porque los artistas que exponen, Ángel Malo y José Luis Pastor Pradillo, sean amigos, que lo son, sino porque su talla artística es muy alta y su obra va a gustarles mucho, incluso a sorprender y puede que hasta emocionar. Efectivamente, ambos son muy buenos, y este adjetivo no es gratuito ni está inducido por el cálido compromiso de la amistad, sino que es el reconocimiento que los dos, de verdad, merecen.
En la sala de arte de Ibercaja, en la calle Capitán Arenas, del 5 al 26 de septiembre, Ángel Malo expone su colección de dibujos titulada “Siguiendo los pasos de Cela. Imágenes de la Alcarria”. Ángel es un gran dibujante, como es de sobra conocido, que tiene la virtud de no haberse quedado y estancado en la buena mano y el talento natural que tiene para el dibujo, sino que ha ido evolucionando y, sin perder sus señas de identidad ni alejarse de su línea de confort, su técnica y composición han evolucionado y progresado de manera evidente, rozando ya la excelencia. Además, Ángel es un dibujante pegado al terreno, que tiene los pies en el suelo y que se inspira en su propia geografía alcarreña pues nació en Torija, pero desciende de Valdeolivas, uniéndose en él las alcarrias guadalajareña y conquense en las que la paleta no necesita más que tres colores, además del negro que dibuja, traza y perfila: el amarillo, el ocre y el azul añil. Precisamente, la exposición que inaugura en ferias Ángel Malo la inspiran y conforman toda ella dibujos de la Alcarria, ora monumentos y espacios singulares, ora campos y tierras “color tierra”, el verdadero color alcarreño, como Cela lo definió en su primer viaje literario por la comarca cuando pasó por Taracena. En esta exposición, Ángel saca a la Alcarria lo mejor de su color, apenas insinuado, cuando sueña; sus fuentes parecen mares azules de bolsillo en medio de la tierra parda; sus castillos son hitos de una histórica tierra de paso y frontera y hasta sus cardos tienen una belleza armada, agresiva, desafiante y territorial. Vuelvo a preguntarme y a reflexionar lo ya dicho por mí mismo en este blog, no hace mucho: ¿Qué no le habrán hecho a la Alcarria que en vez de soldados solo tiene cardos para defenderse?… En fin, callejear y placear por los pueblos de la Alcarria de la (buena) mano de Ángel Malo es viajar al país del viento, el sol y el agua.
Por su parte, en la sala multiusos del Centro San José, dependiente de la Diputación Provincial, del 5 de septiembre y hasta el 5 de octubre, José Luis (“Tote”) Pastor Pradillo nos invita a revisitar con él, a través de sus excelentes creaciones (nunca mejor dicho) y dibujos, aquella “Guadalajara, cuando no pasaba casi nada”. Oportunísimo título que ha puesto a esta singular muestra en la que, con su extraordinaria técnica, sobremanera el puntillismo, y su desbordante inspiración, tributaria del surrealismo, nos retrotrae imágenes de lugares, personas y personajes de aquella ciudad provinciana y anodina que fue la Guadalajara de las décadas de los años 50, 60 y 70 del pasado siglo XX, el tiempo de su infancia y primera juventud. Sus composiciones, de una brillantez onírica y una autenticidad alegórica apabullantes, no solo reflejan la piel de aquella Guadalajara perdida —como la del ayer de la novela del recientemente desaparecido Ramón Hernández—, sino también su alma.
Así, las gotas de agua del Henares se convierten en piedras, haciendo honor a su etimología, y su mortal poza en una boca agresivamente dentada que es una metáfora expresionista de algún bañista allí ahogado en aquella Guadalajara que tanto asfixiaba. Así, la bola de oro que dice la leyenda que coronaba el panteón de la condesa de la Vega del Pozo y que se llevaron los “rojos” a Moscú, aparece junto a los pies de la niña de la fuente a la que da nombre. Así, Pepito Montes redivive junto a su eterno kiosco de chucherías en el que daba las vueltas, en vez de con pesetas o céntimos, con caramelitos “Saci”, contrastando su pequeñez con la altura de las torres de Santa María, los Maristas y San Francisco… Cada cuadro de Tote trasciende de lo que es un mero dibujo, técnica y compositivamente siempre impecable —sublima el trazo de los edificios y sus figuras humanas son pluscuamperfectas, destacando los ojos que parecen ver, de verdad—, para contarnos una historia que guarda en su memoria y en su corazón, con Guadalajara, su pasado, su ser, sus monumentos y sus gentes como actores y protagonistas de ella. En una palabra: impresionante.
No dejen de visitar las exposiciones de ferias, singularmente estas dos que les recomiendo. Me lo agradecerán.