La autoestima desmedida jamás ha sido un atributo propio de los guadalajareños, más bien todo lo contrario. Probablemente porque somos una provincia de población escasa –aunque la tendencia haya cambiado en los últimos años por el desarrollo económico y residencial del Corredor del Henares, dinámica justamente inversa a la despoblación que no cesa desde hace décadas en las zonas rurales-, con pocos municipios de peso específico en el contexto nacional y que tenemos una de las capitales menos conocidas y visitadas de España, entre otras circunstancias no especialmente favorables para poder sacar mucho pecho, no ofrecemos el “mapamundi” de Guadalajara en nuestras oficinas de turismo, como dice el chiste que hacen los de Bilbao en las suyas, sino algún folletito de andar por casa. Sea lo dicho sin ánimo de crítica alguna a los soportes impresos de información turística provincial –tanto los editados por la Junta como por la Diputación y los ayuntamientos-, mejorados pero mejorables, y en los que, con más voluntad que medios y más ilusión que acierto, trabajé en su día por razones de destino profesional. Un trabajo que siempre desarrollé convencido de que Guadalajara tenía mucho más que ver y conocer de lo visto y conocido y que se merecía más atención de los turistas que la que éstos le prestaban. Y he dicho turistas, no “domingueros, pirómanos y tira-botes” –expresión textual de una “sui-géneris” cuña de promoción de la provincia que mi amigo/hermano, Javier Borobia y yo, emitíamos en “El Guardilón”, nuestra querida y recordada tertulia radiofónica en Rueda Rato, luego Onda Cero– que esos vienen sin llamarles, no dejan más que mierda por donde van y arrasan con casi todo.
Aunque, tras esta larga parrafada pudiera parecerlo, hoy no tengo intención de extenderme en hablar ni de la autoestima ni del turismo provinciales, sino de la destacable y feliz circunstancia de que nuestra paisana guadalajareña, Clara Sánchez, acaba de ganar el prestigioso Premio Planeta con su novela “El cielo ha vuelto”, el galardón literario mejor dotado de los convocados en lengua española, con 601.000 euros -100 millones de las antiguas pesetas-, y que, además, tiene los valores añadidos de elevar notoriamente los niveles de conocimiento y prestigio de sus ganadores y de garantizar una venta masiva de ejemplares de sus novelas premiadas.
Clara Sánchez, como ella mismo dijo la misma noche en que fue proclamada ganadora del Planeta, ya ha entrado por la “puerta grande” de la literatura al ganar este premio, un premio que viene a sumarse a otros dos que ya había conquistado antes y que conforman la gran trilogía de los premios literarios españoles en la actualidad: el Alfaguara –en 2000, con la novela “Últimas noticias del paraíso”- y el Nadal –en 2010, con su obra “Lo que esconde tu nombre”-. Salvo error u omisión, ningún escritor español puede presumir, como ya puede hacerlo Clara Sánchez, de haber ganado estos tres importantes premios; algunos han ganado dos de ellos, como Manuel Vicent -el Nadal (1986) y el Alfaguara (1999) – y Lucía Etxebarría –el Nadal (1998) y el Planeta (2004) -, pero ninguno los tres, hecho que certifica definitivamente que Clara Sánchez es una extraordinaria escritora y que, de confirmar su trayectoria en próximas entregas, algo previsible, puede llegar a alcanzar el cenit de las letras españolas y llevarla a ser candidata a premios literarios de prestigio internacional que ni me atrevo a nombrar para no gafarla.
No se si es provincianismo de vía estrecha, pero como guadalajareño me siento muy orgulloso de que una doble paisana mía –nació en Guadalajara en 1955, seis años antes que yo, pero desciende de Galápagos, pueblo en el que viví los primeros meses de mi vida- haya obtenido un premio literario de tanto prestigio y repercusión como es el Planeta, siguiendo, por cierto, el camino que en su día transitó otro guadalajareño, natural de Baides, Ángel María de Lera –fallecido hace ya casi 30 años-, quien en 1967 ganó este mismo premio con su excelente novela titulada “Las últimas banderas”. El mejor homenaje que podemos hacer a ambos es leer sus libros, no porque sean guadalajareños, una provincia injustamente tenida por quienes la desconocen como de segunda e, incluso, de tercera, sino porque su literatura es de primera.
Puede que esta tierra sin apenas gentes y además mayores, de soles y fríos extremos, de vientos solanos y airones, de aguas con vocación atlántica que acaban en el Mediterráneo, de altos páramos y pequeñas sabinas, de anchas alcarrias y menudos chaparros, de estrechos valles y profundos barrancos cortados a tajo, tajuña y hoz, de tierras de barro y piedra, ocres de arcilla, escarlatas de rodeno y negriazuladas de pizarra,… puede que estas tierras, por no tener, no tengan ni los turistas que se merecen, pero ¡ellos se lo pierden!, porque del silencio y la soledad nacen las mejores inspiraciones y las plumas encuentran palabras aún con el tintero seco. Aunque se viva en Madrid porque el silencio y la soledad, aunque inspiradoras, son muy malas compañías y no dan de comer.
P. D. 1.- La “sui-géneris” cuña de promoción de la provincia a la que me he referido decía textualmente: “Provincia despoblada, pero rica en soles y vientos, precisa personal para recogerlos. Domingueros, pirómanos y tira-botes, abstenerse. Preguntar por Guadalajara. Máxima discreción” (Busquen en Internet el precioso tema instrumental de “La Tejadilla”, del Nuevo Mester de Juglaría, y lean con voz solemne y pausada ese texto con su música de fondo y recompondrán aquella cuña que Javier y yo emitíamos en nuestro programa “gratis et amore”, porque como decía Facundo Cabral, “lo mejor de la vida es gratis”).
P. D. 2.- En la página web de Antena 3 se dan dos noticias referidas a Clara Sánchez con ocasión de haber sido premiada con el Planeta, en las que, textualmente, se refieren a ella de las dos siguientes y diferentes maneras: “escritora madrileña de origen alcarreño” y “escritora manchega”. Es evidente que algunos sueltan los gentilicios como los perdigones que a otros se les escapan al hablar. O a ellos mismos.