Antiguos y viejos patronazgos

                  Ni las ferias de Guadalajara han sido siempre de la Antigua, ni la propia Virgen de la Antigua ha sido siempre la patrona de Guadalajara pues sólo lo es oficialmente desde 1883, sucediendo en el patronazgo de la ciudad a Santa Mónica y San Agustín, que fueron patronos de ella durante más de cinco siglos, a través de votos suscritos desde 1364 y renovados sucesivamente por el consistorio local hasta bien entrado el siglo XIX. Si nos atenemos a criterios estrictamente históricos, más bien historicistas, las ferias de otoño de la ciudad, que hace solo unos lustros pasaron a celebrarse a finales de verano pero que durante siglos tuvieron lugar a mediados de octubre, en realidad serían de San Lucas y no de la Antigua, como hace años ya se nominan al haberse acercado, hasta casi fundirse, las fechas de su celebración con el día de la festividad de la Virgen (8 de septiembre). San Lucas (cuya fiesta se celebra el 18 de octubre) —del que no consta que exista en la ciudad ninguna imagen suya más allá de que, como uno de los cuatro evangelistas que fue, aparezca en algún fresco o cuadro en alguna iglesia o capilla—, está vinculado a las ferias arriacenses desde que el rey Sabio, Alfonso X, las concediera a la ciudad en 1260 a través de un privilegio rodado cuyo original se conserva en el archivo municipal. En ese histórico documento, firmado en Córdoba, el rey que tanto fomentó la celebración de ferias y mercados en Castilla, que dio origen al primer gran cuerpo normativo castellano con las Partidas, que promovió la poetización a Santa María, gracias a la que se recopilaron más de 400 Cantigas, y que tanto contribuyó al conocimiento y expansión del oriental juego del ajedrez en el mundo occidental, dice literalmente: “(…) Damosles e otorgamoles que fagan dos ferias en la villa sobredicha de Guadalfaiara por siempre iamas, e que las fagan dos veces en el año, la una fferia por Cinquesma Onze días, la otra feria que sea por Sant Lucas e comience ocho días después”.  La primera feria a la que se refiere este documento, y que se celebraba cincuenta días después de Pascua de Resurrección —alrededor del Corpus—, ya había sido concedida su celebración a la ciudad por Alfonso X siete años antes, en 1253, si bien no a los cincuenta días de la Pascua, sino en la propia Pascua.

                  Así las cosas, durante siete siglos, las ferias de Guadalajara, que eran eminentemente ganaderas, se celebraron en octubre y siempre en torno a la festividad de San Lucas, una semana antes o una después de su festividad. Por tanto, podríamos perfectamente decir que las ferias de Guadalajara eran las de San Lucas, si bien ahora nadie cae en ello y hasta casi todo el mundo considera más lógico que lo sean en honor de la Virgen de la Antigua, la patrona de la ciudad desde hace 142 años. Desde 1883 en que Guadalajara asumió el patronazgo de la Virgen de la Antigua, y hasta los años setenta del siglo pasado, las ferias se seguían celebrando en octubre, en torno al día de San Lucas, y unas semanas antes, el día 8 de septiembre —festividad de la Natividad de la Virgen—, tenían lugar las fiestas de la Antigua que solo poseían un carácter religioso, vertebrado a través de una función litúrgica solemne por la mañana y procesión vespertina. En los años sesenta y setenta del siglo XX se fueron adelantando los días de celebración de las ferias buscando el “veranillo de San Miguel” de finales de septiembre, pues en las tradicionales fechas de mediados de octubre las jornadas acortaban ya mucho y la lluvia e, incluso, el frío, solían condicionar negativamente su celebración. Fue en los inicios de la actual etapa democrática, siendo alcalde Javier de Irízar, cuando ya dejaron de celebrarse definitivamente en octubre e, incluso, en vez de tener lugar en la última semana de septiembre, como ocurrió durante unos años, se adelantaron a la tercera, dejando ya de ser de otoño, algo que definitivamente se consolidó siendo alcalde José María Bris cuando se comenzaron a celebrar el lunes siguiente al día de la celebración de la patrona, algo que, salvo alguna edición puntual, se ha venido manteniendo hasta ahora. Por tanto, de las ferias de San Lucas pasamos a las ferias y fiestas de la Antigua, algo que la ciudad parece haber asumido como un hecho, no sólo normal, sino incluso lógico y razonable, al unirse y celebrar fiesta y ferias en un mismo ciclo y en un tiempo, además, teórica y prácticamente más bonancible.

Grabado de la Virgen de la Antigua, de autor anónimo, siglo XVIII

                  Entre tanto, del culto a Santa Mónica y San Agustín, con quienes, como ya he dicho, tuvo votos de patronazgo la ciudad durante más de siete siglos, apenas queda memoria en archivos y bibliotecas, ni siquiera permanece en la colectiva de las gentes, pues desde finales del siglo XIX la fuerza con la que irrumpió el patronazgo de la Antigua opacó la tradición de la celebración de la festividad de ambos santos, madre e hijo, que tenía lugar el 4 de mayo. Este patronazgo local se solía celebrar con un gran novenario, misa solemne, procesión desde Santiago a San Miguel del Monte —de esta iglesia ya solo se conserva la capilla de Luis de Lucena— y prendimiento de una “cerca” de velas en Santa María. El origen de estos votos con Santa Mónica y San Agustín radica en una epidemia de langosta que sufrió la ciudad —y toda Castilla— entre 1363 y 1364, que asoló los campos y cuyos devastadores efectos se sumaron a los de la “peste negra” que también acaeció en aquel tiempo. La ciudad, para tratar de erradicar aquella plaga, decidió elegir por sorteo el patronazgo al que encomendarse. Por tres veces, el azar quiso que fuera San Agustín el patrón elegido, hecho tenido por milagroso, máxime cuando tras encomendarse a él, la plaga cesó el día 4 de mayo, fecha en la que se celebraba la festividad de Santa Mónica, su santa madre, nunca mejor dicho. Más de siete siglos de fidelidad de la ciudad a estos votos de patronazgo familiar y doble, y ya siglo y medio de olvido, últimamente paliado por la notoria presencia de la orden de los Agustinos en la ciudad, que gestiona dos colegios, el Agustiniano y el Sagrado Corazón. Este año, además, se suma que el nuevo Papa, León XIV, es agustino y, si el obispado de Sigüenza-Guadalajara no ha cambiado de opinión, hace años que se decidió que la futura nueva iglesia de la zona de los Valles se consagre a los santos, madre e hijo, que durante tanto tiempo fueron patrones de la ciudad.

                  Dicho todo esto, pongámonos un año más bajo el amparo de la Virgen de la Antigua, lo que no solo es un guiño sincretista a la histórica —y ya, afortunadamente, superada— rivalidad de ambas advocaciones marianas locales, sino una renovación personal del voto comunitario de patronazgo que la ciudad mantiene desde 1883. Además de correr, fiémonos de la Virgen. Una madre siempre espera y nunca falla.

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