Aunque el titular del post, como el algodón del anuncio de la tele, no engaña, sí que puede hacer dudar a qué Pablo y a qué Pedro me refiero; no obstante, el avisado y avispado lector seguro que ha descartado que lo haga a los homónimos apóstoles de Jesús y tampoco a Pablo Mármol y Pedro Picapiedra, aquellos entrañables personajes prehistóricos de dibujos animados que nos ayudaban a merendar los bocadillos de Nocilla en las tardes de los años sesenta, incluso de los primeros setenta, cuando volvíamos del colegio con más hambre que Carpanta. Efectivamente, el Pedro y el Pablo a los que me voy a referir no provienen de lejanas montañas, ni de áridos desiertos de Oriente Medio, ni sus vidas son coetáneas a la de Jesús, ni se trata del recaudador de impuestos Saulo que, tras caerse del caballo y convertirse al cristianismo, dejó de recaudar denarios para tratar de hacerlo con almas; tampoco se trata del pescador de peces y después de almas Simón Pedro, que fue la piedra angular que Cristo eligió para edificar su iglesia, aún después de haberle negado tres veces. El Pedro y el Pablo de los que voy a hablar tampoco viajan en “troncomóvil”, ni están casados con Vilma y con Betty y son padres de Pebbles y BamBam, nacidos todos de la desbordante e ingeniosa imaginación de Joseph Barbera y William Hannah, los guionistas de Los Picapiedra; el Pedro y el Pablo a los que me refiero se apellidan Sánchez e Iglesias, respectivamente, y son los líderes del PSOE y de Podemos, las dos fuerzas políticas de la hoy fragmentada izquierda española que aspiran a ser las más votadas de entre ella en las generales de dentro de un año, para tratar de ser los próximos presidentes del gobierno tras un pacto de corte frentepopulista porque ninguna encuesta da mayoría absoluta a ningún partido y, además, por mucho, ni es previsible que nadie la alcance según está el patio político.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias eran, hace no más de medio año, poco menos que unos desconocidos para la gran mayoría de los españoles; hoy, en cambio, aspiran a ser, nada más y nada menos, que presidentes del gobierno de España, algo que a muchos nos tiene especialmente preocupados porque no vemos en ellos y sus respectivos proyectos y equipos la capacidad, solvencia y adecuación necesarias para asumir tan alta responsabilidad, salvando por supuesto lo que representan cada uno y las distancias que hay entre ambos, hoy notorias, pero en el futuro ya veremos porque, como decía Fraga, “la política hace extrañas parejas de cama” y, en eso de compartir lecho con afines o no, la izquierda suele ser más promiscua que la derecha. Pero si estos Pedro y Pablo tienen, a día de hoy, opciones reales de ser los próximos presidentes de España –la encuesta de ayer de El País, incluso, concede al de Podemos más posibilidades de ser la opción de izquierdas más votada-, aunque sea en un gobierno necesariamente de coalición, más que por sus méritos están así posicionados por los deméritos del PP, que no sólo se está desgastando por los duros recortes sociales que ha debido acometer –aunque hayan sido forzados por el solar en que Zapatero dejó España a nivel económico-, por sus incumplimientos y errores, sino sobre todo por los casos de corrupción en los que se está viendo envuelto, de manera cada vez más alarmante y progresiva, y en los que no voy a ahondar pues ya lo hice en mi anterior post, y eso que lo subí a la red antes de que estallara la escandalosa operación “Púnica”.
Ahora se cumplen los primeros cien días del ascenso a la secretaría general del PSOE de Pedro Sánchez, un diputado “de a pie” hasta hace bien poco y que ha ascendido hasta el liderazgo de los socialistas españoles de una manera democráticamente intachable, a través de primarias, algo que, como está ya probado, no garantiza que lo elegido sea lo más adecuado. Sánchez es la antítesis teórica de los dos rasgos fundamentales externos de Rubalcaba: es guaperas y joven, mientras que su predecesor es más bien feote y ya se le había pasado el arroz en política, después de tres décadas en ella de manera activa. Respecto a las capacidades políticas de uno y otro, el tiempo dirá, aunque por cómo han principiado las cosas, no le doy tres décadas en primera línea política al nuevo líder del PSOE pues, a pesar de jugar muy a su favor los hechos de la novedad y la frescura que representa, ya ha dado muestras de más inseguridades, incoherencias, inconsecuencias y debilidades de las debidas para ser un recién llegado; ahí van algunas de ellas: proponer la desaparición del Ministerio de Defensa y luego desdecirse; permitir que el PSC juegue descarada y peligrosamente a la ambigüedad con el proceso soberanista catalán; romper el consenso de la Transición y proponer la reforma de la Constitución hacia un modelo federal, sin explicar su contenido formal, ni detallar su profundidad y alcance ni valorar sus consecuencias; romper el compromiso de voto del Grupo Socialista en el Parlamento Europeo para la ratificación del nuevo ejecutivo comunitario y la elección de altos cargos de la Unión sólo por tratar de bloquear la designación de Arias-Cañete como Comisario de Energía, algo que ni siquiera consiguió; depender en exceso del apoyo de la lideresa andaluza, Susana Díaz, que, por el contrario, ya ha marcado distancias con él por no compartir algunas de sus decisiones; exponerse mediáticamente en exceso con tal de ser protagonista, hasta el punto de llamar en directo a un programa de telebasura como “Sálvame” y, sobre todo, decir que no pactará con “Podemos”, mientras Susana Díaz y otros dirigentes socialistas ya han dicho, públicamente, que “ya veremos después de las elecciones”. Ya sé que el hombre acaba de llegar y que aún es mucho el camino que le queda por recorrer –o no, ya veremos también-, pero hay un dicho en esta tierra que no suele fallar y que yo tengo oído en Zaorejas: “Mal camino no lleva a buen pueblo”.
Respecto a Pablo Iglesias y su “Podemos”, yo no sé si finalmente podrán o no -con mi voto, seguro que no- pero lo que está claro es que esta opción la están inflando los errores del PP en el gobierno y el PSOE en la oposición y el desencanto por la crisis económica y la situación política actual que está cundiendo entre los españoles, especialmente entre los más jóvenes. Lo que es innegable es que la estrategia de Iglesias, Echenique y compañía está siendo muy acertada, hasta el punto de, en apenas tres meses, conseguir llevar al Parlamento Europeo cinco diputados y, lo que es más significativo, crecer exponencialmente en las encuestas de intención de voto, aglutinando el voto de los desencantados del PSOE e IU, incluso de algunos despistados del PP, de los abstencionistas de izquierdas y, sobre todo, de jóvenes, primeros votantes o casi, que ven en “el coleta” el líder que necesita España para que “no la conozca ni la madre que la parió”, frase acuñada por Alfonso Guerra hace ya más de 30 años, pero que adquiere ahora plena vigencia y efecto subyugante porque, la verdad sea dicha, las cosas están muy mal y… aún se pueden poner peor.
A mí el proyecto de Pablo Iglesias me parece especialmente peligroso porque está jugando con las ilusiones maltrechas de muchos y la mayoría de sus recetas para dar la vuelta del calcetín a España no son nuevas, sino muy viejas, y se demostraron erráticas en el siglo XX, causando mucho sufrimiento, pobreza e injusticia en el mismo pueblo que luchó por ellas, incluso a muerte. Ideas que hace ya más de un siglo también se disfrazaron, como ahora, de la más pura y dura justicia social, pero que cuando se pusieron en práctica distaron muy mucho de ser justas y sociales; incluso en los pocos países del mundo en los que aún perduran esas ideas, de base comunista, alma libertaria y espíritu antisistema –pero que, cuando se aplican, son sólo sistema, único, eso sí-, la democracia brilla por su ausencia, el Estado anula al individuo hasta pensar y hacer por él y sólo la pobreza es aún mayor que la injusticia. Aunque, como ya he dejado dicho, Pedro Sánchez no es mi tipo –sobre todo político-, sí asumo al cien por cien estás palabras que dedicó a “Podemos” en el último Comité Federal que celebró el PSOE : “Tenemos que enfrentarnos a la idea del populismo, un proyecto que se construye sobre el descrédito del otro, sin aportar soluciones ni futuro a la sociedad española, o mejor dicho, con propuestas que provocarían frustración a los más débiles y un pobre futuro para España”. Veremos si Sánchez mantiene este discurso en el supuesto de que el PSOE necesite pactar con Iglesias o viceversa.