En los últimos días ha tenido amplio eco en la prensa provincial e, incluso, también en la nacional, la noticia de que se ha “descubierto” en Driebes una “ciudad” romana que, muy probablemente, sea Caraca. La ubicación de ésta se estimó durante siglos que podría estar en el entorno de la ciudad de Guadalajara –en la segunda mitad del XIX, el prestigioso arqueólogo alemán, Schulten, incluso se atrevió a decir que estaba en Taracena– y, después y hasta hace bien poco, también se especuló con que su verdadera localización estuviera en Carabaña. Sin duda, se trata de una gran noticia -extraordinaria, incluso- pero cabe matizarla, de ahí que haya entrecomillado dos palabras y ahora voy a tratar de explicar el por qué.
En realidad, según expertos, libros y documentos que he consultado antes de escribir esta entrada, no se trata de un “descubrimiento”, sino más bien de la muy probable confirmación de un hecho que ya anticipada el prestigioso catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Alicante, el guadalajareño Juan Manuel Abascal Palazón, en su magnífico estudio titulado “Vías de comunicación romana de la provincia de Guadalajara”, cuya primera edición fue publicada en 1982 por la entonces muy activa y hoy desaparecida Institución Provincial de Cultura “Marqués de Santillana”, dependiente de la Diputación Provincial de Guadalajara. Efectivamente, en ese libro, un en aquel tiempo muy joven Abascal afirma textualmente, tras descartar la ubicación de Caraca en Carabaña, que era hasta ese momento la tenida por buena, que “nosotros proponemos la localización de Caraca más al este de Carabaña de lo que se ha propuesto, en el despoblado de Santiago de Vilillas, jurisdicción de Almoguera, al sur de la provincia de Guadalajara”. Ese despoblado, del que solo quedan visibles sobre tierra los restos de una ermita medieval, efectivamente, se encuentra en el término de Driebes y en el mismo lugar, el Cerro de la Muela, en el que los arqueólogos, Emilio Gamo y Javier Fernández Ortea, responsables de los hallazgos recientes en la zona, sitúan los restos romanos que pueden confirmar que allí estuvo Caraca.
Por otra parte, el hecho de entrecomillar también la palabra “ciudad” en el arranque de este artículo, ha sido para matizar que, en realidad, Caraca no era una ciudad romana propiamente dicha, pues no se trataba ni de un municipio, ni de una colonia ni de una prefectura, que eran los tres tipos de ciudad romana, sino de una “mansio” o mansión que, dicho en gramática parda más que en lenguaje científico, era un gran complejo hostelero para dar acogida y servicio a los viajeros en las principales vías de comunicación romanas. De hecho, las “mansios” se situaban a una distancia prestablecida unas de otras –alrededor de 24 millas romanas-, circunstancia determinante para que los investigadores pudieran especular antaño con sus ubicaciones partiendo ya de un hecho racional y objetivo, lo que, sin duda, facilitó su trabajo. No obstante, como es evidente, daban muchos palos de ciego, a falta de geo-radares como el utilizado ahora en Driebes por Gamo, Fernández Ortea y el resto del equipo de arqueólogos que parecen haber localizado definitivamente Caraca.
Siguiendo el buen criterio de Abascal, al que el tiempo va dando razones y que goza de un importante prestigio como experto en la historia y la cultura romanas en la comunidad científica, además de Caraca había otras cinco “mansios” en el territorio que desde 1833 ocupa y es la provincia de Guadalajara: Arriaca –él se inclina por pensar, a falta del hecho cierto de su localización, que podría estar en el despoblado de Varrecas, próximo al Burgo, al norte de la actual Guadalajara-, Caesada –a la que la historiografía antigua ubicaba en Hita, pero que nuestro paisano defiende que estuvo en el despoblado de Santas Gracias, junto al río Aliendre, cerca de Espinosa de Henares, siguiendo el criterio del cronista Catalina García-, Segontia –cuya ubicación considera “definitivamente establecida en el Cerro de Villavieja, en Sigüenza”, a apenas 2 kilómetros de ésta-, Carae –él opina, al contrario que otros romanistas, que no puede estar en Zaorejas, que es donde se daba por cierta su ubicación, sino en “un lugar a mitad de camino entre Zaorejas y Villanueva de Alcorón, en el paraje conocido como “Los Calderones”- y Sermonae –cuya “probable ubicación”, dice el historiador guadalajareño, “esté en las cercanías de Hinojosa”-. Como verán, aún tienen mucho tajo en la provincia los arqueólogos y los geo-radares.
Termino diciendo que a las importantes noticias arqueológicas que han llegado de Driebes, pronto se podrían sumar otras procedentes de Molina de Aragón –concretamente de su magnífica alcazaba-, de Sigüenza –en este caso de la iglesia de Santiago, que sigue “hablando” en su lento pero firme caminar para convertirse en el Centro de Interpretación del Románico, espero que de ámbito provincial y no solo local o comarcal- y, por supuesto, siempre de Recópolis, el magnífico yacimiento de Zorita del que apenas se ha descubierto hasta ahora poco más de un diez por ciento de su extensión y que ya es un referente europeo como ciudad visigótica de nueva planta, después ocupada por andalusís y castellanos.
Como decía Gabriel Celaya de la poesía, y aunque en un sentido muy diferente al que quiso dar a su expresión el poeta guipuzcoano, la arqueología es un arma cargada de futuro porque, además del valor historiográfico y científico que comporta, la extensión, aprovechamiento y explotación –racionales y sostenibles, por supuesto- que pueden derivarse de su conocimiento y divulgación constituyen un potencial recurso de primer orden para desarrollar zonas rurales. Y, en Guadalajara, entre “mansio” y “mansio” romanas, hay mucho campo. Y muchas huellas de las numerosas culturas que por estas tierras han pasado a lo largo de la historia.