(La gallinita seguro que cae)
Esta nueva entrada podría haberse titulado “¿y ahora qué? (2)” y, dada la incertidumbre presente y previsiblemente también futura que envuelve al ya bautizado como “problema catalán”, es muy probable que le pudieran seguir muchas otras con el mismo título y ordinales in crescendo. Si tras el no-referéndum proindependentista del 1 de octubre nos preguntábamos qué iba a ocurrir a partir de ese momento por la confusión del estado de cosas y la reiterada desobediencia legal en que el gobierno de la Generalitat se había instalado, hoy nos lo volvemos a preguntar después de conocer la ambigua -y cínica- respuesta que Puigdemont ha dado al ultimátum que le había planteado Rajoy para que aclarara si el pasado 10 de octubre había declarado o no la independencia en el parlamento catalán, aunque luego la suspendiera ipso facto.
Los estereotipos adjudicados a los caracteres y rasgos personales de los habitantes de un determinado lugar, pongamos que hablo ahora de regiones, suelen ser muy injustos porque juzgan e igualan a todo el mundo por el mismo rasero, cuando las personas, por definición, independientemente del solar donde radiquen nuestra cuna y/o habitación, somos diferentes, incluso dentro de una misma familia. Prueba de lo que digo es que si los gallegos son tenidos por ambiguos y los catalanes por poseer mucho “seny” -sentido común-, las actuaciones del, solo protocolariamente, “molt honorable” presidente de la Generalitat de los últimos tiempos parecen ser más propias de un gallego que de un catalán pues son muy ambiguas y están muy alejadas del sentido común, que Dios me libre de negar a los gallegos. Efectivamente, Puigdemont hizo todo un alarde de ambigüedad -y de hipocresía- en la sesión del parlamento catalán en la que, supuestamente y según las ilegales “leyes de desconexión”, previamente aprobadas a la búlgara, iba a declarar “de forma solemne” la independencia de Cataluña y su constitución como república, quedándose en una declaración meramente retórica. Además, para llevar su ambigüedad -y doblez- a límites extremos, suspendía unos segundos después esa no-declaración para abrir “un período de diálogo”, intentando vender una buena voluntad y un buen rollito tipo “flower power” que jamás han tenido, ni él, ni los socios que le acompañan en esta, llamémosle por su nombre, traición a España y a los españoles y, por tanto, a Cataluña y los catalanes, aunque muchos de ellos sean colaboradores necesarios en esa felonía. Ante las dudas creadas por Puigdemont en su declaración -o no- de la independencia de Cataluña, el gallego presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, le emplazó con fecha y hora límites a que aclarara si había declarado o no a Cataluña independiente, a lo que, vencido el plazo, el supuestamente “molt honorable” ha vuelto a responder de forma ambigua, más a la gallega que a la catalana si recurrimos a los estereotipos, aunque hace ya tiempo que a Cataluña no la conoce ni la madre que la parió y está más en la “rauxa” -el arrebato, la subversión- que en el “seny”. Mala elección esta de la Cataluña bifronte, como Jano.
El ambiguo texto de la contestación que el presidente catalán ha dado a Rajoy cuando éste le pedía una respuesta breve y concreta es una prueba más del dislate y la huida hacia adelante en las que el “govern” lleva instalado desde que las radicales y antisistema CUP sumaran sus escaños a los de “Junts pel sí” para caminar de la mano contra el derecho y la razón, contra viento y marea, hacia una independencia que no quieren, al menos, la mitad de los catalanes ni la inmensa mayoría de los españoles y de los europeos, con lo que, además de ser legalmente imposible, es racionalmente inaceptable que se persiga de esta forma. Esta no-respuesta de Puigdemont, además de ambigua y errática, es muy cobarde, muy gallina, porque con ella no busca un diálogo “sincero”, al que apela en ella de forma cínica e hipócrita, sino seguir eludiendo sus responsabilidades penales y civiles, que son aún más graves que las políticas, pero que, más pronto que tarde, el estado de derecho le debe hacer pagar si no rectifica, algo ya improbable. Pedir diálogo fuera de la ley al gobierno central es de locos, máxime si lo piden quienes ni siquiera lo han practicado con la oposición en el parlamento catalán cuando han tramitado sus “leyes de desconexión”, saltándose a la torera -y eso que están prohibidos los toros en Cataluña– la Constitución española, el Estatuto catalán, el reglamento del parlamento autonómico y las más elementales normas que han de regir una cámara legislativa mínimamente democrática. Los hechos de los independentistas han enmerdado tres palabras con las que se llenan la boca: democracia, diálogo y paz, al tiempo que les han hecho nada fiables por no reconocer ni respetar las leyes que no les gustan; mal bagaje para ir a ninguna parte.
Me dio mucha pena oír decir hace algunas semanas al cantautor independentista Lluis Llach que habría que castigar a los funcionarios que no acataran el “procés” de autodeterminación; o sea, él que fue uno de los referentes de la “nova cançó”, que tanto admiramos algunos y cuyas canciones creíamos que eran puertas abiertas a la libertad, resulta que quiere atar a la “estaca” de la república catalana a los catalanes que no piensan como él y al resto de españoles al pretender robarnos la soberanía nacional; pero seguro que ese despropósito en fondo y forma “tomba, tomba, tomba” (cae, cae, cae), como proclamaba su propia canción, precisamente titulada “La estaca”, por la fuerza de la ley y la de la razón. Termino ya con otra de las más conocidas canciones de Llach, “La gallineta”, que me ha recordado mucho la cobarde actitud de Puigdemont al refugiarse en tablas, como los toros mansos, a la hora de contestar a Rajoy: “La gallina ha dit que no, visca la revolució” (la gallinita ha dicho que no, viva la revolución). Aunque, bien mirado, esta gallineta no ha dicho ni que sí ni no, si bien todos sabemos que lo que ha querido decir es que sí, aunque no se ha atrevido. Y lo de “visca la revolució” se lo cantarán las CUP mientras los de ERC harán los coros.
P.D.- En vez de hablar del “problema catalán” -en realidad es español-, me hubiera gustado dedicar este post a tratar sobre la declaración de Guadalajara como “Ciudad Europea del deporte 2018”, una extraordinaria noticia que viene a hacer justicia al magnífico trabajo que Eladio Freijo viene haciendo al frente de la concejalía de Deportes desde hace ya diez años. Concejales como él dignifican la política y la hacen muy muy grande. Vayan también mis felicitaciones a todos los que han colaborado con Eladio para que se haya producido este importante reconocimiento, desde el alcalde y resto de concejales hasta el empleado más novel del Patronato de Deportes y, por supuesto, a las gentes del deporte de la ciudad: federaciones, clubs, colegios de árbitros, centros escolares, asociaciones, voluntarios, practicantes activos y aficionados en general.