A Filomeno Freijomil, el personaje protagonista de la novela de Torrente Ballester “Filomeno a mi pesar” -Premio Planeta en 1988-, no le gustaba su nombre, de ahí el título de esta brillante novela de uno de los escritores españoles más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Como saben, a la fortísima borrasca que ha desatado una nevada de aúpa en España, con especial incidencia en el centro, los científicos del llamado “Grupo suroeste” -conformado por las agencias estatales meteorológicas de España, Francia, Portugal y Bélgica– la han bautizado como “Filomena”. Desde hace cuatro temporadas, este conjunto de países decidió poner nombre propio a todos los temporales y borrascas esperados en su zona de influencia con el fin de coordinarse y prevenir mejor sus efectos y consecuencias. Cada temporada meteorológica se inicia en octubre y acaba en septiembre, nominando a las sucesivas borrascas siguiendo el orden de las letras del abecedario, alternándose nombres masculinos y femeninos; así, tras Filomena, la siguiente se llamará “Gaetan” -prevista también en enero-, al que seguirá “Hortense” -que se espera en febrero-. A quien no le ha gustado que a la gran borrasca de nieve pasada -pero aún presente por el hielo- la bautizaran con un nombre femenino es a la dirigente de Unidas Podemos, Rosa Pérez Garijo, coordinadora general de IU en la Comunidad Valenciana y consejera de Participación, Transparencia, Cooperación y Calidad Democrática -¡ahí es nada!- de la Generalitat Valenciana, quien ha criticado en un tuit que «a todos los desastres les ponen nombre de mujer». Después lo borró, claro, cuando supo lo que tenía que haber sabido antes de tuitear esa estupidez. Corren tiempos de políticos y políticas de dedo fácil; no solo lo digo por la cantidad de tuits por minuto que muchos y muchas producen, sino también por el elevado número de señalamientos/as y nombramientos/as “digitales” que suelen hacer, en el primer caso para acusar y/o descalificar a los/as de enfrente y, en el segundo, para otorgar dádivas y nóminas/os públicas/os a los/as suyos/as. Me dejo ya de lenguaje inclusivo forzado porque a mi linotipia figurada se le ha acabado ya el signo auxiliar de la barra inclinada que, como saben, en matemáticas es, al igual que los dos puntos, un signo de división. Ahí lo dejo, pues.
Filomena, así llamada a pesar de Pérez Garijo, nos ha helado a media España y a muchos españoles, como la mítica revista de humor gráfico y literario “La Codorniz” que, dejando en Belén con los pastores a la censura franquista, abrió una de sus más recordadas portadas con este magistral titular de supina ironía: “Reina un fresco general procedente de Galicia”. Lo que no es ya ironía ni para tomárselo a broma, sino una triste realidad, es que en este país la imprevisión y la improvisación siguen campando a sus anchas o casi. La llegada de “Filomena” se sabía hace ya semanas, y que se avenía con un fuerte temporal de nieve se conocía desde, cuando menos, una semana antes; pues bien, pese a ello, ha reinado y aún sigue reinando el caos en muchos lugares: camiones y coches atrapados en las carreteras, líneas de trenes y de autobuses suspendidas, aeropuertos cerrados, calles atascadas, primero de nieve y después de hielo, hospitales y otros centros de urgencia con graves dificultades de acceso y hasta para relevar los turnos de trabajo, comercios y otros establecimientos cerrados, cortes de suministro de energía eléctrica -en el centro de Guadalajara, sin ir más lejos, la mañana del sábado hubo un corte duró una hora-, etc. etc. Es evidente que la fuerte y prolongada nevada que hemos vivido no es habitual, al menos por estos lares, pero también es una obviedad que ahora las previsiones meteorológicas son muy fiables y precisas con muchos días de antelación por lo que deberían haberse tomado bastantes más medidas preventivas de las tomadas y planificar muchos más recursos y medios para paliar sus efectos de los planificados. Ya se que los españoles somos los reyes de la improvisación y que nos venimos muy arriba en las peores circunstancias, pero no estaría mal que dejáramos de tener que hacernos los machotes cuando los problemas son evitables o, al menos, previsibles y atenuables. No hablaré del gobierno la próxima semana, como sarcásticamente decían Tip y Coll; acabo de hablar de él, de todos los muchos gobiernos que tenemos y no siempre coordinados y leales entre ellos: europeo, estatal, autonómico, provincial y local.
Lamentablemente, no solo ha quedado patente una vez más la proverbial improvisación hispana con la llegada de “Filomena”, sino que ya venía acreditada con la puesta en marcha del plan de vacunación contra el Covid-19, un problema muchísimo más grave aún que el que ha traído el temporal de nieve. A 9 de enero, España había recibido 743.925 dosis de la vacuna y solo se habían administrado 277.976; es decir, de cada tres vacunas que se podían haber administrado ya, únicamente se ha puesto una. De las pocas veces que el ministro Illa ha anticipado con acierto un dato, fue el verano pasado cuando aseveró que en diciembre llegarían las primeras vacunas; pues bien, pese a ello, el Ministerio de Sanidad no ha adjudicado el contrato de asistencia técnica del plan de vacunación hasta el pasado viernes, un contrato, por cierto, que ha recaído en Indra, una consultoría multinacional, por importe de 800.000 euros. Me llama poderosamente la atención que el “comité de expertos” que teóricamente ha gestionado la pandemia estuviera conformado solo por funcionarios y un profesional independiente y que para la elaboración de este importante plan se contrate, y muy tarde, a una empresa privada. Al mismo tiempo, me choca que no se esté permitiendo, al menos hasta el momento, que las residencias de mayores y los hospitales de titularidad privada puedan vacunar con su propio personal médico y de enfermería. ¿Cuántas muertes y cuantos pacientes graves va a suponer que no se esté vacunando al ritmo posible por el número de dosis que ya hay en España? Es una pregunta que dejo ahí.
Filomena, a nuestro pesar, ha sido una borrasca que, sumadas su intensidad y la improvisación para paliar sus efectos, nos ha traído muchos problemas de movilidad, laborales, de servicios y suministros…, además de algunas muertes puntuales, ciertamente lamentables, pero el inicio lento y dubitativo del plan de vacunación contra el Covid-19 va a tener unas consecuencias previsibles y letales.