Cosas por hacer

               A Guadalajara se le acaba de morir Santiago Bernal Gutiérrez, un gran guadalajareño de Santiuste de San Juan Bautista (Segovia). No solo los de Bilbao nacen donde les da la gana, también los guadalajareños. Ser de Guadalajara no implica necesariamente haber nacido en esta provincia; lo que sí es imprescindible es haberla asumido y querido como es, con sus virtudes y sus defectos, con sus bellezas y sus fealdades, con sus activos y sus pasivos, con sus pros y sus contras, pero, sobre todo, “laborar” por ella, verbo que Layna Serrano llevó hasta el epitafio de su mujer, fallecida muy antes de tiempo. Bernal ha muerto ya en el atardecer de una vida longeva, a los 94 años, deteriorado por la edad y la enfermedad, y puteado –con perdón- por las circunstancias y alguna falta de empatía y celo profesional, pero hasta su último segundo vital laborando por enaltecer las guadalajaras, por seguir con la dialéctica epitáfica de Layna. Y esto que digo no es recurrente, ni el típico halago post-mortem, tan español y tan cabrón –perdón de nuevo-; es verdad de la buena porque a pesar de su avanzada edad y sus lógicos achaques, entre otros las secuelas del puñetero Covid que padeció y superó en octubre pasado -esta vez me niego a pedir perdón-, Bernal dejó sobre su mesa de trabajo una extensa nota que decía: “Cosas por hacer”. Me lo contaron sus propios hijos en el tanatorio y desde ese mismo momento ya supe cuál sería el titular de este artículo de despedida a un buen, querido y admirado amigo como fue para mí, y para tantos otros, Santiago. ¡Qué lección de actividad, empeño y compromiso con la vida hasta su último suspiro tiene esa nota que dejó Bernal! Cuando hay tanto pusilánime y pasivo en el mundo que solo está en él porque pasan lista y únicamente se le puede encontrar aborregado, Santiago, con sus 94 largos años y las muchas circunstancias que condicionaron negativamente su último tramo vital, seguía y seguía haciendo cosas y aún se dejó muchas por hacer.

Santiago Bernal con sus máquinas de toda la vida. Foto Paula Montávez.

               Profesionalmente, Santiago fue un gran relojero de los que hacían andar a un reloj aunque le faltaran piezas o llevara muchos años en desuso. Uno de sus hijos, Mario, aprendió la profesión de él y ahora es uno de los mecánicos relojeros más prestigiosos que trabajan en Madrid, especializado en relojes de alta gama. De casta le viene al galgo, podríamos decir, apelando al sabio refranero castellano. Pero si Bernal era –y es, gracias a su hijo- sinónimo de profesionalidad y competencia en el mundo de la relojería, por lo que públicamente destacó fue por su esforzado, impagable y extraordinario trabajo como fotógrafo y como gestor y dinamizador de la fotografía en Guadalajara. El propio Santiago, en las palabras de introducción que escribió para su magnífico libro fotográfico sobre La Caballada de Atienza –editado en 2012-, resumió con sencillez sus principales aportaciones a su provincia de adopción y vocación: “Desde que en Guadalajara me inicié en el mundo de la cultura y el deporte, he trabajado duro y siempre de forma altruista, en favor de la capital y su provincia. Cincuenta años con la Agrupación Fotográfica y otros treinta con el Club Alcarreño de Montaña, haciendo actividades originales, tratando que estuvieran bien desarrolladas y que siempre dejaran poso para que los medios de comunicación las publicaran y difundieran, era el único premio que yo quería y que busqué: su difusión, lo más amplia posible, para que se enteraran de que en Guadalajara se hacían actividades culturales y deportivas importantes”. Santiago, ciertamente, puso a Guadalajara en lo más alto en el campo de la fotografía nacional e, incluso, europea, gracias a su extenso e intenso trabajo desde la Agrupación Fotográfica de Guadalajara, especialmente a través de la organización de los prestigiosos premios de la Abeja de Oro y de la Semana Internacional de la Fotografía. Una de sus mayores ilusiones hubiera sido que la capital acogiera el Museo Nacional de la Fotografía al haber aportado la provincia tantos y tan relevantes fotógrafos (Ortíz Echagüe, Goñi, Marí, Camarillo, López, etc.) y tener una de las agrupaciones fotográficas más activas de España y algunos de los certámenes más prestigiosos; incluso hubo un tiempo en que trabajó activamente en este importante proyecto y consiguió el apoyo de notables agrupaciones y destacados fotógrafos para él, pero la soledad no es buena compañera de viaje ni lleva demasiado lejos. Hoy, España, sigue sin tener un Museo de la Fotografía pese a que se proyectó un gran Centro Nacional de Artes Visuales que integraba uno en él en tiempos de Zapatero y que iba a ubicarse en el antiguo edificio de la Tabacalera, en Madrid; el propio expresidente del gobierno enterró ese proyecto cuando llegó la crisis económica que él mismo negó y nadie lo ha retomado hasta ahora. Guadalajara no debería olvidarse de sus opciones para ser anfitrión de este centro porque tiene argumentos –y posibles instalaciones: El Fuerte, la Cárcel…- para ello, aunque le falten “bernales” y puede que también “bemoles”.

Mesa de trabajo de Santiago Bernal tal y como la dejó antes de morir. Sobre ella, varias carpetas, entre ellas de fotografías para un libro sobre Valverde de los Arroyos, pueblo que frecuentaba, otras con una nota que decía «Cosas por hacer», y en la pared su carnet de socio del Real Madrid, que lo era desde Mayo de 1945, y tenía el número 198.

               Santiago Bernal, como ya hemos visto, era una persona tremendamente activa y ponía mucho empeño y pasión en todo lo que hacía. A veces parecía que, incluso, iba a una velocidad más que los demás. Sin ser una persona especialmente culta, fue un gran hombre de la cultura, demostrando sin pretenderlo que la actividad cultural no está reservada a ninguna élite; otra cosa ya es que algunos pretendan hacer elitismo de la cultura para distanciarse y sobresalir de los demás. Como fotógrafo, Santiago destacó por su depurada técnica y capacidad de encuadre y composición, pero sobre todo porque hacía una fotografía cargada de humanidad; sin duda, estamos ante un gran fotógrafo humanista, al tiempo que muy humano, pues no solo tomaba excelentes imágenes, casi siempre con personas como protagonistas, sino que empatizaba con ellas y hasta creaba vínculos que perduraban. Ese fue el caso de su estrecha relación con Atienza y su Caballada; hasta allí fue a hacer fotos de esa espectacular e histórica fiesta a principios de los años sesenta y en Atienza gestó estrechas amistades y vínculos, hasta el punto de ser nombrado en 1993 hermano honorario de la plurisecular Cofradía de la Santísima Trinidad, de la que llegó a ser “prioste” (seis) por turno, algo casi vedado a personas sin ascendencia atencina. Atienza y su Caballada siempre estuvieron y estarán en su corazón y me consta que el afecto es recíproco.

               Concluyo ya diciendo que Santiago Bernal era una buena persona, en el sentido machadiano de la palabra. Cercano, sencillo, empático, generoso o servicial son algunos de los adjetivos que se ganó en vida y que deben acompañarle en esta despedida en la hora de su muerte. Ha sido enterrado con la tradicional y bella chaquetilla de cofrade de la Santísima Trinidad y ya cabalga por las Puertacaballos y las Barranqueras del cielo reservado a quienes laboraron más por los demás que por ellos mismos. Descansa en paz, amigo. Muchos te debemos mucho y Guadalajara más.

Guadalajara en el Camino de Santiago

2021 está siendo Año Santo Compostelano porque el 25 de julio, festividad de Santiago Apóstol, ha caído en domingo, tal y como estipuló en 1122 el Papa Calixto II cuando concedió a la catedral y ciudad compostelana el primer privilegio jubilar, dando comienzo los jubileos cuatro años más tarde, en 1126. Alejandro III, medio siglo después, exactamente en 1178, declaró perpetuo este privilegio y, al menos de momento, esa perpetuidad se viene cumpliendo. Es una de las pocas cosas hecha por el hombre -el Papa no deja de serlo, aunque su palabra y su obra estén inspiradas por el Paráclito-, que nació con vocación de continuidad y se viene manteniendo ya desde hace nueve siglos. La permanencia de las cosas es un valor, no todo es removible, revisable, reformable y “revolucionable”.

                Dicen que el Camino de Santiago es “la calle mayor de Europa” por la tradición, inicialmente conquistada y después ya heredada, del histórico peregrinaje de numerosos europeos por él para ganar el jubileo al llegar a Compostela, la ciudad cuya toponimia significa “campo de estrellas”. Tiene todo el sentido este bellísimo nombre porque los peregrinos que iban hasta Santiago desde Europa utilizaban la posición de la Vía Láctea en el cielo -en verano nordeste/sureste- como referencia para poder seguir el camino y llegar a su destino. Esa meta no es otra que la histórica y señera catedral de Santiago, donde la tradición dice que reposan los restos del apóstol patrón de España, construida hace nueve siglos, justamente cuando Calixto II otorgó el privilegio jubilar jacobeo. Al concluir las obras de la catedral, Santiago heredó la archidiócesis que anteriormente tenía su sede en Mérida, la capital de la Hispania ulterior romana que, siete siglos después de la caída del imperio de occidente, aún continuaba siendo una gran urbe de referencia del oeste español.

Portada románica de Santiago de la iglesia cifontina de El Salvador, un jalón señero de los caminos de Santiago en la provincia.

                Dice la tradición oral que “todos los caminos llevan a Roma”, la sede del Vaticano, el gran y principal destino, meca y meta, del peregrinaje de los cristianos de todo el mundo y ciudad que tiene también un privilegio jubilar, pero posterior al de Santiago pues data de 1300 y lo concedió el Papa Bonifacio VIII. Si todos los caminos llevan a la capital romana, muchos son los que llevan a Santiago, aunque el principal sea el llamado “Camino francés” (764 kilómetros), que se inicia en St. Jean Pied de Port (Francia) y entra en España por Roncesvalles, llegando hasta Compostela a través de la ruta jacobea más conocida, jalonada y transitada. Otra ruta que va ganando cada vez más peregrinos por la belleza de los lugares que discurre es el “Camino del norte” (824 kilómetros), que se inicia en Irún y concluye en Santiago después de recorrer toda la cornisa cantábrica a través de Euskadi, Cantabria, Asturias y, por supuesto, Galicia. Una tercera ruta jacobea de relevancia es el “Camino portugués” (620 kilómetros), que parte de la capital lusa y termina en Compostela. Hay otros caminos de Santiago secundarios, pero también cada vez más transitados por quienes ya han hecho el principal, como el llamado “Primitivo” (313 kms.), que une Oviedo con Santiago, el “Inglés” (119 Kms.), que parte de Ferrol/La Coruña, el de “Invierno” (263 Kms.), cuyo origen está en Ponferrada, entre otros como los llamados “Portugués por la costa”, el “Sanabrés”, la “Vía de la Plata” o el “Aragonés”, además de varias rutas que, más que caminos propios, son ramales que enlazan con el francés.

                La provincia de Guadalajara, como no podía ser de otra manera dada su estratégica ubicación en el centro de España y su conexión geográfica directa con la submeseta norte desde la sur y el foso del Tajo, también ha sido y es una histórica tierra de paso, no solo de uno, sino de varios de los muchos caminos y ramales que conducen a Santiago. Los prolíficos investigadores Emilio Cuenca y Margarita del Olmo aportaron en 2009 una valiosa obra editada en dos tomos, aunque presentada conjuntamente, conformada por estos títulos: “Los Caminos de Santiago de la provincia de Guadalajara y sus precedentes” y “Caminos de Santiago en la Guadalajara medieval”. Es absolutamente recomendable su consulta si se quiere profundizar en las rutas jacobeas que discurrieron por la provincia de Guadalajara y lo digo en pasado porque apenas hay peregrinos por ellas en la actualidad camino de Compostela y, como bien versificó Machado en sus “Cantares”, “caminante no hay camino, se hace camino al andar”.

                Del Olmo y Cuenca nos aportan que el primer camino jacobeo por la provincia de Guadalajara entraba en la actual provincia por Vállaga, un despoblado próximo a Illana, procedente de Uclés (Cuenca). Desde allí, discurría por un territorio jalonado de villas, fortalezas, casas asilo u hospitales que servían de protección a los peregrinos y que estaban a cargo de alguna de las órdenes militares hospitalarias, ubicándose cada 30 kilómetros aproximadamente, que es lo que se suele recorrer en una jornada de viaje. Desde Illana, ese camino proseguía de sur a norte por Albalate de Zorita, Zorita, Hueva, Peñalver, los dos Yélamos, Balconete, Archilla, Brihuega, Fuentes de la Alcarria, Casas de San Galindo, Alcorlo, Hiendelaencina, Albendiego y Campisábalos, que era el lugar más septentrional y que entregaba ya el camino a la actual provincia de Soria, terminando este ramal en Burgos donde enlazaba con el “Camino francés”. A este primer camino jacobeo por la provincia le siguió uno nuevo que también se iniciaba en Vállaga y continuaba por Albalate, Zorita y Hueva, pero, en vez de proseguir por Peñalver, discurría por Alhóndiga, Durón, Trillo, Cifuentes, Mirabueno, Sigüenza y Atienza para volver a conectar con Albendiego y Campisábalos como ya hacía el primero. Además de estas dos rutas que atraviesan la provincia de sur a norte, los investigadores antes citados documentan que también hubo un camino secundario, igualmente procedente de la actual provincia de Cuenca, que enlazaba Castilforte con Cifuentes. El Señorío de Molina, por su parte, tenía ruta jacobea propia que discurría por La Yunta, Cubillejo de la Sierra, Molina de Aragón, Ventosa (Santuario del Barranco de la Hoz), Buenafuente del Sistal, Riba de Saelices, Luzaga, Saúca, Jodra del Pinar y Sigüenza, desde donde se unía con los dos primeros caminos ya descritos en Campisábalos y Albendiego. Finalmente, también hay huellas históricas de una ruta jacobea llamada “de los santiaguistas de Peñahora-Mohernando” y otra que discurría por Uceda. Como hemos podido comprobar, hay rastros del camino de Santiago prácticamente por toda la provincia, pero si seguimos la máxima machadiana antes citada, sólo serán verdaderos caminos si los caminantes los vuelven a hacer al andarlos. “Caminante, son tus huellas el camino y nada más”.

Estivalia política

               Cuenta la costumbre, que habla poco, pero dice mucho, que los calores más sofocantes del verano suelen producirse entre mediados de julio y mediados de agosto, “de Virgen a Virgen”, pues el 16 de julio es la del Carmen y el 15 de agosto la de la Asunción, dos de las advocaciones marianas más señeras. La costumbre, en esta ocasión, como en casi todas, se limita a constatar un hecho irrefutable, cual es que en estos días de julio entramos en el ecuador del verano que es cuando el sol zurra la badana de verdad, se enseñorea de cielos y tierras y abrasa todo lo que osa no estar a la sombra. Y en las sombras, el sol no sofoca por su fogosidad directa, pero lo hace a través de su interpuesto calor que cuece el aire y a veces hasta el seso, con ese. Muchos son los refranes de este tiempo, pero este lo resume todo: “Julio caliente, quema al más valiente”.

               Así las cosas y mientras tenemos aún muy lejos -al menos algunos- las olas del mar y demasiado cerca y sucediéndose sin solución de continuidad las de calor, la política que todo lo invade y no ceja en su empeño por adherirse y expandirse como la hiedra ni cuando más aprieta el sol, nos ha traído la mayor crisis de gobierno de la democracia. Nunca antes fueron sustituidos siete ministros a la vez en una remodelación del gabinete como ha hecho Pedro Sánchez el pasado fin de semana, apenas 48 horas después de decir que no estaba entre sus prioridades un cambio de carteras. A este presidente hay que juzgarle por lo que hace y por lo que no, pero a sus palabras les pasa lo que a los periódicos, que envejecen de un día para otro. Es de aplicación a buena parte de la clase política -no digo a toda para que no me llamen demagogo-esta frase de Abraham Lincoln que debería estar enmarcada y en lugar bien visible en el despacho del titular de la Moncloa: “Hay momentos en la vida de todo político en que lo mejor que puede hacerse es no despegar los labios”. Les habría venido muy bien hacerla caso a todos los inquilinos que ha tenido el palacete sede de la presidencia del gobierno, pero de manera especial al actual porque sus discursos caducan antes que los yogures y, eso no es lo peor, lo peor es que no tiene ningún rubor en cambiarlos en función de los acontecimientos, consciente de que la sociedad actual tiene memoria de pez y apenas se leen libros y periódicos, solo tuits. Germán Coppini, con sus “Golpes bajos”, cantaba que corrían “malos tiempos para la lírica” y parece que siguen corriendo, pero lo que es evidente es que corren muy malos para la verdad. Lo curioso es que este gobierno quiere decidir cuál es la verdad de la buena, un nuevo ministerio sin cartera para el gabinete con más ministros de la democracia. Sánchez bate récords.

Palacio de la Moncloa

               La crisis de gobierno sanchista en pleno sofoco juliano -me refiero al mes, no al político y militar romano que le dio su nombre- no solo ha tenido unas proporciones cuantitativas ignotas en democracia al caer hasta siete ministros, sino también cualitativas pues se ha llevado por delante a su número dos en el gobierno, la vicepresidenta Carmen Calvo, y a su número dos en el partido, José Luis Ábalos, que además de ministro de Fomento es secretario de organización del PSOE. Igualmente significativo es el cambio del ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, tras un tiempo de relaciones tormentosas entre el actual poder ejecutivo español y el judicial, algo que comenzó cuando una ministra, Dolores Delgado, salió del gobierno para hacerse cargo de la Fiscalía General del Estado. Campo, que es magistrado de profesión, ha debido tomar mucho omeprazol y almax durante el tiempo que ha sido titular de Justicia porque Montesquieu no es uno de los filósofos de cabecera de Sánchez. Tampoco es baladí el relevo de la ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, pues esa cartera se pone en manos de la persona que junto al presidente del gobierno proyecta la imagen de España en el exterior ; antes también recaía esa función en el rey, pero este gobierno tiene a Felipe VI semiescondido en Zarzuela y a su padre “exiliado” en Abu Dhabi:delenda est monarchia”, como acuñó Ortega siguiendo a Catón. La señora Laya, que tiene cara de “pitagorina”, debe ser muy lista, pero su labor diplomática ha sido bastante torpe. A otro que Sánchez ha mandado a la luna -pero de Valencia– es al astronauta ministro de Ciencia, Pedro Duque, al que fichó para aquel primer gobierno suyo que bautizó como “bonito” -este presidente nunca defrauda eligiendo adjetivos-; Duque no hizo nada en ese primer gobierno y en este ha hecho el doble: nada de nada… ¡pero era muy pinturero tener un astronauta sentado en el gabinete! Una ministra que incluso fue portavoz en el anterior consejo y que ha caído sin miramientos en vísperas de los idus de julio es Isabel Celaá, una señora con un apellido tan impronunciable como difícil de entender su cara, mezcla del Spock de Star Treck y la novia cadáver; permítanme este licencioso comentario en el contexto festivo en que está derivando esta entrada. La señora Celaá no fue una buena portavoz -pontificaba y regañaba demasiado- y ha sido una de las peores ministras de Educación que se recuerdan. También ha sido relevado el ministro de Cultura y Deportes, Rodríguez Uribes, un político sin sombra. Además de los siete ministros que han cesado, algunos de los que permanecen cambiarán de cartera, siendo el caso más llamativo el de Miquel Iceta, el líder del PSC que se trajo Sánchez de Barcelona a Madrid para ponerle al frente de Política Territorial como un guiño más al separatismo catalán con el fin de amachambrar su apoyo para seguir en Moncloa. Apenas seis meses después, Iceta cesa en esta relevante cartera para el proceso “federalizante” en el que está Sánchez, pasando a Cultura y Deportes, un ministerio lamentablemente menor en la España poliédrica, asimétrica, babélica y de secano y barbecho de hoy. Isabel Rodríguez, la actual alcaldesa de Puertollano, será quien le sustituya, pero que nadie piense que Sánchez va a frenar con ella las aspiraciones de reincidir en sus delitos de los separatistas indultados por provenir de Castilla-La Mancha, cuyo presidente es de los socialistas más hostiles con el separatismo; Rodríguez es ante todo sanchista y puede que sea la persona que el actual presidente del gobierno haya elegido para intentar relevar al incómodo Page. Que, además de ministra de una cartera con peso político vaya a ser la portavoz del gobierno, es un extraordinario escaparate que sin duda va a tratar de aprovechar la puertollanera para intentar asaltar Fuensalida desde Moncloa. Pico no le falta, veremos si también tira de pala.

Monografías del abandono

               La activa asociación Serranía de Guadalajara acaba de editar y presentar públicamente un libro patrocinado por la Diputación Provincial, titulado “Serranías de Guadalajara. Despoblados, expropiados, abandonados”, en el que se recogen las circunstancias en las que se despoblaron 20 pueblos de esta comarca de la Guadalajara más septentrional mediada la segunda mitad del siglo XX, además de hacerse unas amplias monografías de ellos. La obra, eficazmente coordinada por el médico y escritor valverdeño, José María Alonso Gordo, está escrita y suscrita por veinte autores, entre los que tengo el honor de encontrarme. Aunque cada uno con nuestro estilo y acento, entiendo que se ha conseguido dar al trabajo una mínima unidad como para que resulte lo suficientemente coral, con relativa armonía y sin gallos ni estridencias. No es un libro más dadas su originalidad temática y, especialmente, su impagable aportación como referencia agrupada de los 20 pueblos serranos de Guadalajara que más pagaron el acusado proceso de despoblación que se vivió en la España rural, sobremanera desde finales de los años 50 hasta los 80, y que aún no ha cesado, como el rayo del poemario de Miguel Hernández. La “España vaciada” lo llaman ahora y hasta parece que los políticos se quieren tomar en serio que deje de seguir vaciándose y que la palabra repoblación sustituya a su antónima, despoblación. Permítanme que sea escéptico al respecto porque los urbanitas crecen como las amapolas en los campos de cereal en la primavera tardía, pero los “ruralitas” solo nacen como las amanitas cesáreas, el hongo tan buscado como escasamente encontrado en los robledales que es casi como el edelweiss, la flor que tan dificultosamente se abre paso entre la nieve alpina. Pero por mí, que no cesen en su empeño quienes tienen poder, competencia y recursos para ello; bien al contrario, legislen sobre la matería, pero, sobre todo, trabajen de verdad, presupuesten e inviertan y no solo se llenen la boca de buenas intenciones, pero con palabras/propaganda y hechos/huecos.

Portada del libro

               Como comenta el prologuista del libro al que nos estamos refiriendo, el filólogo originario de Riosalido, José Antonio Ranz Yubero, la despoblación y el abandono de núcleos habitados en el medio rural no es un fenómeno del siglo XX pues antes de iniciarse éste, en centurias anteriores, solo en la provincia de Guadalajara habían desparecido 535 pueblos, de los que 70 estaban situados en la comarca de las Serranías. Ranz apunta también un preocupante dato ad futurum: “otros diez pueblos (de la Sierra Norte) están a punto de decirnos adiós”. La Guadalajara vaciada sigue vaciándose, pues.

               Estos son los 20 despoblados de las Serranías de Guadalajara, por expropiación o abandono, sobre los que trata este libro: Alcorlo, El Atance, Bujalcayado, Las Cabezadas, Fraguas, La Iruela, Jócar, Matallana, Matas, Querencia, Robredarcas, Romerosa, Sacedoncillo, Santotis, Tobes, Umbralejo, El Vado, La Vereda, La Vihuela -de cuyo capítulo me he encargado yo por tener vínculos familiares con Colmenar de la Sierra, del que era anejo- y Villacadima. Como el propio título de la obra indica, la mayoría de ellos se despoblaron porque sus últimos habitantes marcharon del pueblo para fijar su residencia permanente en otro lugar, si bien unos cuantos fueron forzados a la despoblación por expropiación, siendo los casos más evidentes los de los pueblos que anegaron embalses: Alcorlo (en 1982), El Atance (en 1998) y El Vado (en 1954); como es sabido, en la comarca de la Alcarria, otros dos pueblos fueron cubiertos por las aguas, en este caso del embalse de Buendía: Santa María de Poyos y La Isabela (en 1956), con su balneario real y todo. También fueron varios los pueblos despoblados y expropiados de las Serranías para realizar en ellos una reforestación, generalmente de pinos, cuando las políticas de ordenación del territorio estaban por la labor de la “pinarización” de montes -permítaseme la expresión- y, sobre todo, por reducir al máximo el número de pueblos pequeños por ser “inviables” para la administración. En unos casos se expropió para reforestar y en otros se reforestó después de la despoblación, entre otros motivos para que no pudieran regresar a sus casas quienes las habían abandonado, aunque en algunos casos continuaran siendo sus legítimos propietarios. Entre el hecho de que muchas gentes marchaban de los pueblos a la ciudad en busca de trabajo y una mayor y mejor calidad de vida y los empujones que la administración dio a no pocos para que fueran despoblados, la España de interior, en aquellos años que precedieron y siguieron al llamado “desarrollismo”, más que vaciarse, se desangró. No olvidemos que quienes se iban de sus lugares de arraigo no eran objetos, ni siquiera animales, sino personas de carne y hueso, aunque aquella no pasara de enjuta y éstos estuvieran molidos de tanto trabajar para apenas sobrevivir. A este respecto, yo mismo puedo aportar un testimonio personal de excepción: Cuando era un joven que quería ser periodista en la impagable escuela del recordado semanario “Flores y Abejas”, fui testigo de excepción, junto con mi compañero y amigo fotógrafo, Luis Barra, del momento en el que se produjo la despoblación efectiva de Alcorlo, el 29 de enero de 1982. Ese día, la Confederación Hidrográfica del Tajo demolió el pueblo con palas excavadoras para forzar a sus últimos 30 residentes a que se marcharan de él, una vez que les habían expropiado las fincas urbanas y rústicas que iba a anegar el embalse que tomaría su nombre y cuyas aguas ya llegaban a las casas más cercanas al río Bornova. Como contaba en mi crónica de aquel día, Alcorlo parecía víctima de un terremoto, mientras sus últimas gentes lloraban lágrimas secas porque de las húmedas ya no les quedaban, y se sentían, literalmente, víctimas de un “avasallamiento” -este fue el término exacto utilizado por un vecino para definir la situación-, por muy legal que fuera. Termino esta entrada con las palabras con las que cerré la columna que, complementando la información, publiqué sobre aquel momento en que moría un pueblo por aplastamiento y a sus gentes se les hacía jirones el alma: “La muerte, esa tarde del 29 de enero, parecía ser la constante que deambulaba por Alcorlo. Un viento frío, helado, un viento soberbio y con guadaña nos despedía de allí ya al anochecer. Descanse en paz Alcorlo”.

Memorias del pan y quesillo

               Fue el autor de “Cartas a un joven poeta”, el gran poeta austriaco de cuna checa, Rilke, quien afirmó que “la verdadera patria de los hombres es la infancia”. Puede que a más de uno le parezca que esta aseveración es pura retórica y que las auténticas patrias son un poco de geografía, bastante de historia y mucho de sentimientos. Como suele ocurrir con casi todo en esta vida, la perspectiva desde la que se vean las cosas y las circunstancias que las condicionan son las principales variables a tener en cuenta para acercarnos a la verdad, que además no suele ser única y ay si lo fuere… Lo que sí tengo cada vez más claro, cuanto más mayor me hago, es que la definición de patria de Rilke no es solo retórica, sino que se acerca mucho a la verdad cuando a aquella la desprendemos de banderas y la contemplamos desnuda. La desnudez de las cosas es su verdadera esencia, aunque su presencia pueda parecernos impúdica. En todo caso, no quiero patrias moradas que empiezan en Vallecas y acaban en Galapagar, ni patrias verdes que de tanto gritar se quedan sin voz, ni patrias naranjas en constante almoneda, ni patrias rojas poliédricas y asimétricas, ni patrias azules tibias y laxas. Mientras el arco iris de la procelosa política española actual se aclara y deja de dar síntomas de daltonismo y otros “ismos” no solo cromáticos, militaré en el partido de Rilke y afirmaré que mi verdadera patria es la infancia y, por ello, hoy mi patria es mi nieto, Darío, con su cara de sol, su sonrisa de luna, sus ojos de mar y su nombre de poeta.

Pan y quesillo.

               En tanto Darío vive en su patria infantil, yo estoy reviviendo con él la mía de la niñez. Un tiempo que, todos los veranos, lo viví en Taracena, el pueblo de mi madre y, por ello, también el mío. Ya lo he dicho otras veces y no me cansaré de repetirlo: tengo la suerte de tener una ciudad, Guadalajara, y un pueblo, Taracena, que, además, forman parte de una unidad urbana, aunque medie algo de campo -cada vez menos- entre ellas.

               En este tiempo del entorno del solsticio de verano, recogidas ya las notas del colegio y guardados los libros del curso recién acabado en el viejo arcón del comedor decorado con una damajuana sobre paño de terciopelo, Taracena eran mi destino y mi patria. Mi abuela, Felicidad, y mi tía, Esperanza -¡qué bonitas personas y qué bellos nombres!-, me esperaban con los brazos abiertos y a los que yo acudía presto para fundirme con ellas con una sonrisa por bandera. La sonrisa es la bandera de la verdadera patria que es la infancia. Entre el solsticio de junio, San Juan y San Pedro, la Taracena de los años sesenta era ya un continuo trasegar de los últimos segadores manuales y las primeras cosechadoras. En las eras de pan llevar, aún se trillaba a la antigua, con el trillo y una mula o un tractor tirando de él para separar el grano de la paja, a lo que seguía el aventado manual a pala o mecánico con las aventadoras marca “Ajuria”, de Vitoria. Los chiquillos teníamos en las eras un territorio de nuestra patria al que acudíamos cada mañana para ver faenar, pero, sobre todo, para ver si nos daban algo de bola y nos subían un rato al trillo para hacer de lastre y ayudar a las piedras de Cantalejo a hacer su trabajo de separación. En nuestra patria infantil, la única independencia que nos ponía a todos de acuerdo era la del grano y la paja, su república debía acabar en las eras y cada uno debía salir de allí por su lado; el cereal al granero, y la paja, a la cuadra. El precio que pagábamos por aquella secesión ritual era el tamo, el picajoso polvo que se levanta al aventar y que se pega a la piel como un objeto metálico a un imán.

               El principio del verano de aquellos años en que el hombre aún no había llegado a la luna, o acababa de hacerlo, y en los que todavía estaban prietas las filas, había nieve en las montañas, incluso en verano, y siempre se estaba cara al sol, además de sus imágenes, tiene sus sonidos, el trisado de las golondrinas y el chillido de los vencejos haciendo acrobacias en el cielo, y sabores, al chocolate, la nata bigotera resultante de cocer la leche, el vino recio con azúcar y el pan candeal tierno de las meriendas. También saben a las plantas silvestres que, entonces, buscábamos de forma casi ceremonial y que nos comíamos como si de auténticos manjares se tratase, simplemente porque la naturaleza nos los servía en bandeja y solo debíamos tomarlos, incluso aunque tuvieran un punto de toxicidad, como el pan y quesillo, la flor blanca con sépalos marrones de la falsa acacia que tenía un sabor dulzón y un olor intenso y agradable. Tampoco hacíamos asco, precisamente, sino todo lo contrario, a los cardillos y hasta a los cardos borriqueros, que, tras sus agudos y amenazantes pinchos, ofrecían unos comestibles y sabrosos nervios centrales y peciolos a los que se accedía tras ser cuidadosamente pelados, eliminándose las partes verdes de la hoja. También buscábamos las penúltimas collejas por los ribazos de los caminos y que en casa eran apreciadas para, tras ser cocidas, hacerse una rica tortilla con ellas, aunque su principal aprovechamiento al romper la primavera era suavizar con verde los potajes de Semana Santa. Igualmente buscábamos acederas e, incluso, achicoria, cuyas hojas acababan también en pucheros, ensaladas o tortillas. En la primavera postrera y el primer verano, competíamos con los grajos por comernos las cerezas que había en la zona de huertos del camino de Enmedio, mientras que, ya avanzado el estío, nos dábamos algún que otro atracón, pagado a veces a precio de retortijón, en los frutales de la vega del arroyo de Santana donde nos esperaban sabrosas ciruelas, peras y albaricoques que, aunque tenían dueño, confiscábamos sin rubor en nuestra república infantil. Las moras silvestres, también avanzado el verano, nos esperaban entre zarzales que se cobraban en agudos pinchazos y rasponazos nuestra osada cosecha. Había hasta quien se comía los berros que salían al amor del agua clara y fresca de la Fuente Vieja, abrevaderos de mulas y criaderos de renacuajos, proyectos de ranas, como nosotros de hombres.

               Mi geografía de verano de la infancia es Taracena; mi historia, la de mis aventuras y correrías con mis amigos del pueblo, y mis sentimientos, los del afecto que se guarda al lugar y a las personas con los que has compartido tu verdadera patria.   

San José Bono y el beato Emiliano

               Los lunes, al sol o a la sombra, suelen ser bastante pestosos. Después del tiempo de asueto, de las licencias que otorga lo festivo y de las opciones de ocio, activo o no, que nos ofrecen los fines de semana, los lunes se nos pegan las sábanas al cuerpo como el picajoso tamo a la piel del segador, las legañas pelean a brazo partido hasta con el agua de la ducha y la modorra no se despereza hasta bien entrada la mañana. Hoy, cuando escribo esta entrada, es un lunes atípico porque es festivo por lo civil: el Día de Castilla-La Mancha. Yo a esta jornada siempre la llamé irónicamente “San José Bono” –entiéndanse esta expresión y la parecida que después vendrá en tono irónico, pero jamás faltón ni insultante-,  porque sabido es que el político socialista de Salobre fue durante un montón de años el carismático presidente de esta región hasta el punto de lograr que la institución que gobernaba y su persona fueran casi una misma cosa, retroalimentándose ambas sin solución de continuidad. Si seguimos esa lógica, ahora celebramos “San Emiliano García Page”, aunque cierto es que el actual presidente, pese a tener en Bono su mentor desde bien joven y haber heredado de él su populismo irredento, aún le quedan congreso de los diputados que presidir, ministerio que dirigir y muchas hípicas toledanas y no pocos negocios en Centroamérica que acometer para compartir escalón y escalafón con él en el “santoral” político. Dejémoslo entonces en que hoy se celebra el “Beato Emiliano García Page”. El actual presidente regional, pese a llevar tantos años en política como vida laboral acumula, aún es joven para alcanzar algún día la santidad por lo civil de Bono e, incluso, superarla en “milagros”. Camino va de ello porque, pese a ser el primer presidente regional que llevó a Podemos a un gobierno autonómico, antes de acabar ese mismo mandato ya había pactado el siguiente con Ciudadanos, aunque luego le sobraron votos a él y les faltaron a los naranjas. Soplar y absorber a la vez no es solo cosa de gallegos, visto lo visto con Page, en Toledo también es posible, no sé si por el aire límpido de los cigarrales o por el agua contaminada del Tajo.

               Cuando se celebraba “San José Bono” con toda su intensidad, hace ya de ello varios lustros, los Días de Castilla-La Mancha eran de fastos –con “f” y con “g”- de verdad. Solo se parecían a los de ahora en la propaganda política que está detrás de ellos y en que su celebración rota entre las cinco capitales de provincia de la región, entrando también en esa rotación algún que otro “poblachón” manchego. Que nadie entienda este adjetivo como despectivo; el mismísimo Paco Umbral llamaba así a Madrid, siguiendo la estela del gran Azorín, el literato de los ojos mediterráneos y el corazón castellano. Aquellos días de fastos y gastos ordenados por Bono tenían por objetivo consolidar una región que aún andaba en pañales y cuya historia no había nacido precisamente en la noche de los tiempos, sino en una tarde en el Senado, a finales de los años setenta del siglo pasado. Fue entonces cuando la parieron algunos senadores –tengo un amigo que les llama “cenadores”- de las provincias dela vieja Castilla-La Nueva, excluidos los de Madrid porque era una provincia con mucha población y que acogotaría a las demás, aunque sumados los de Albacete, que no querían ser la cola del ratón murciano y preferían ser la cabeza del mur castellano-manchego. Aquellos primeros “días” de la entonces naciente Castilla-La Mancha eran jornadas de autobuses y bocadillos con gentes en diáspora y de un lado a otro para hacer bulto y bullicio, auténticos “extras” de la película festiva regional con un tic “berlanguiano” que se montaba cada año para hacer región al precio que fuera. Cantes y bailes al más puro estilo de los coros y danzas de la Sección Femenina de Pilar Franco, actos y discursos oficiales, meriendas y limonadas con vales, actuaciones musicales de relumbrón en la tarde-noche y fuegos artificiales fin de fiesta solían vertebrar aquellos “días” en que “San José Bono” era mucho más que un presidente regional y bastante más que un simple “barón” socialista. Era un político tan supuestamente cercano y del pueblo que, como cualquier hijo de vecino, siempre se cambiaba de camisa las veces que hiciera falta por padecer hiperhidrosis y no tenía inconveniente en regalar su propio reloj a cualquier paisano. Eso sí, en cuanto se quitaba uno para obsequiarlo, el “Chunda” de turno –con este nombre era conocido su jefe de prensa y asesor “áulico”- le volvía a poner otro igual en la muñeca para repetir escena con el siguiente paisano. Y no hablo de oídas.

               Con el “Beato Emiliano” los días de Castilla-La Mancha son más contenidos, dinámica en la que ya los situaron sus predecesores, José María Barreda y Dolores Cospedal, a quienes no elevo a los “altares” de la política regional por dos motivos bien diferentes: al primero, por su grisura e irresponsabilidad al gastarse mucho más de lo que tenía, y a la segunda por ejercer su cargo a tiempo parcial y con un gobierno mediocre que jamás conectó con el electorado, siendo solo excusa de mal pagadora la pésima herencia económica recibida. Este año, el Día de Castilla-La Mancha se celebra en Guadalajara, pero va a limitarse a un acto institucional en el Buero Vallejo en el que, alternándose con algunas actuaciones musicales y proyecciones de vídeos, se va a entregar una larga nómina de premios y reconocimientos. Recibirán sus galardones hoy en la capital alcarreña, desde 30 asociaciones e instituciones por su trabajo durante la pandemia de covid-19 –he echado de menos en esta relación a los fabricantes de féretros, y ahora sí que lo digo con toda la ironía del mundo-, a Manolo “el del Bombo” que, aunque tiene o tenía un bar en Valencia, resulta que es de un pueblo de Ciudad Real. Como el entrañable forofo de la selección, esta región sigue con la boina puesta que, por sí mismo, no comporta desdoro alguno, el problema es cuando se cala hasta los ojos.

La consagración de la primavera

(Estuviste con Kaka de Luxe pero no te oí cantar rock)

Imagino que muchos habrán pensado al leer el titular de esta entrada que hoy la cosa va de música clásica, de Stravinsky en concreto, autor de “La consagración de la primavera”, un extraordinario concierto orquestal que el gran músico ruso compuso en 1913 para ballet. Junto a “La Primavera” de “Las Cuatro Estaciones”, de Vivaldi, compuesta dos siglos antes, son dos de las grandes piezas clásicas que ponen música a este tiempo en el que la vida se despereza después del invierno y cambia blancos de nieve y grises de cielos nubosos por la paleta de colores más amplia posible que es la que nos ofrece la naturaleza mientras camina del equinoccio de marzo al solsticio de junio. Supongo que también muchos, puede que casi todos, al ver la foto que acompaña este texto sin comenzar a leerlo, habrán corroborado la suposición a la que ya les invitaba el titular y pensado que sí, efectivamente, hoy tocaba hablar de flores y de campo en esta primavera ya consagrada de mediados de mayo. Verdad es que el geranio que se ha colado en el primer plano de la imagen, protagonizándola y condicionándola, propone ese pensamiento pues su rojo vibrante parece el iris de un gran ojo que estuviera fijando la mirada en ese horizonte infinito de verdes, azules y ocres que conforman la Alcarria, la Campiña y las Serranías vistas desde el Clavín en una tarde de sol y nubes de mayo. La inconfundible silueta al fondo del padre Ocejón, la montaña mágica de las majadas del rayo, los campillos de ranas y el valle verde de los mil y un arroyos es el mejor telón de fondo posible para esta primavera ya consagrada en las guadalajaras. Como el pico del Águila, el monte/jamba geminado con la peña Hueva, es también puerta de la Alcarria que tiene el cielo por dintel y al que el iris/geranio del Clavín ve a su derecha como si de una fuga de líneas de nervaturas de margas y calizas se tratara. Es la “tierra color tierra” a la que le salió un “sarpullido”, según escribió Cela cuando pasó por Taracena en su “Viaje a la Alcarria”. Ciertamente, el verdadero color de la Alcarria es el de la tierra.

Pero no, “Mari Pili, no, no, no” -como cantaban los “Ejecutivos agresivos” en 1980-, el post de hoy no va de ese tipo de primaveras coloristas, térreas y florales, ni de esa forma de consagración, va de la primavera musical que supuso la llamada “movida madrileña”, vivida hace ya cuarenta años y que, pese a nacer a finales de los setenta, fue a principios de los ochenta cuando se consagró. El subtítulo de este artículo -tomado de la letra de “Divina”, un temazo de T-Rex versionado por Radio Futura, grupo icónico de aquel tiempo y dedicado a Olvido Gara (Alaska)- apunta en la buena dirección.

Pie de foto: La primavera consagrada en Guadalajara vista desde El Clavín. Foto: Rafael Alba Jiménez.

Ciertamente, aquella verdadera primavera musical -también lo fue política, social y cultural en el más amplio sentido de la palabra- llegada con la recién estrenada democracia y que fue la movida, vivió hace 40 años su auténtica consagración. Este movimiento musical tuvo uno de sus antecedentes más directos en Burning, grupo setentero que transitó los caminos del rock hasta cruzarse con un pop muy fresco y vacilón en “¿Qué hace una chica como tu en un sitio como este?” (1978),banda sonora de la película homónima de Fernando Colomo. Hay quien excluye a este grupo de La Elipa de la verdadera movida, pero como decía la gente de Kaka de Luxelos Burning fueron los primeros que se pusieron medias, pelucas rubias y gafas negras”, complementos que muchos grupos de ese tiempo asumieron para sus puestas en escena.  Precisamente Kaka de Luxe (o sea, Fernando Márquez “El Zurdo”, Manolo Campoamor, Carlos Berlanga, Enrique Sierra, Olvido Gara -auténtica “musa” de la movida- y Nacho Canut) fue la banda a la que casi todos consideran la verdadera iniciadora y referente de la movida. Solo duró dos años (1977 y 1978), pero marcó tendencia y fue un auténtico grupo nodriza ya que de él surgieron otros muy importantes de aquella etapa: Paraíso (El Zurdo), Alaska y los Pegamoides (Olvido Gara, Campoamor y Canut, más Eduardo Benavente y Ana Curra) refundado después en Alaska y Dinarama (Olvido, Canut y Carlos Berlanga, que estuvo en la última etapa de los Pegamoides, pero sobre todo ya en Dinarama) o Radio Futura (Enrique Sierra).

La movida tuvo su referente musical en Inglaterra, de donde surgieron en los años setenta diversas corrientes que influyeron decisivamente en el panorama mundial y sobremanera en el español. La movida transitó entre el rock y el pop, si bien fue más popera que rockera por influencia de “the new wave” británica, la nueva ola que encumbró a grupos como Pet Shop Boys, Duran Duran, OMD, Modern Talking, The Jam, The Simths, Eurythmics… y algunos subgéneros surgidos de ella, especialmente “the new romantics” (Adam and the Ants o Alphaville), aunque también del renacido ská (The Specials, Madness) e, incluso, del reggae que tanto influyó en un grupo mítico como es The Police. En España, algunas de las bandas que hicieron ská fueron “Ska-P” y los ya citados “Ejecutivos agresivos” del “Mari Pili, no, no no”. El pop suave, casi barbilampiño y adolescente de la movida, convivió con un rock antisistema y de pelo en pecho como escarpias, como el punk, que había nacido también en Inglaterra mediados los años 70, con Sex Pistols como principal referente. En España, uno de los grupos punks más echados al monte con sus letras no fue madrileño, sino catalán, la “Banda trapera del río”, nacido, como el propio punk, cuando la movida aún estaba en gestación.

Como decíamos, hace ya 40 años que se consagró aquella primavera musical que fue la movida pues entre 1980 y 1981 se grabaron temas míticos como “La chica de ayer” (Nacha Pop, 1980), “Horror en el hipermercado” (Alaska y los Pegamoides, 1980), “Hoy no me puedo levantar” (Mecano, 1981) o “Déjame” (Los Secretos, 1981). Precisamente en este último tema y en los primeros años de este último grupo, está notoriamente presente una de las mejores baterías del pop-rock español de todos los tiempos, la del guadalajareño Pedro Antonio Díaz, lamentablemente fallecido en accidente de tráfico en 1984. Juan Luis Ambite, otro guadalajareño -mucho menos músico que “Pedrito, el Pelirrojo”, como era conocido Díaz, pero muy pintón y hasta personaje almodovariano, como la mismísima Alaska-, también formó parte de la movida como bajista de “Los Pistones”, el grupo al que se unió en 1981 y cuyo tema más conocido fue “El pistolero” (1983). La movida fue mi movida y la viví en vivo y en directo cuando estudiaba periodismo en Madrid. Y es que “caí enamorado de la moda juvenil”, como decía otro tema legendario de Radio Futura grabado en 1980.

Dulce soledad

               La importancia de los nombres -llamarse Ernesto, por ejemplo, en la obra teatral de Oscar Wilde– no es precisamente baladí. Un nombre ha de definir de la forma más certera posible a la persona, animal, vegetal o cosa que pretende nominar, pero si no lo hace, no pasa nada, siempre y cuando el apelativo sea sonoro, como decía Cervantes; si, además de sonoro, es bello, miel sobre hojuelas. Los límites para poner nombres a las personas los fija el artículo 51 de la vigente Ley del Registro Civil, que solo prohíbe “nombres que sean contrarios a la dignidad de la persona” o “los que hagan confusa la identificación”. De todas formas, los jueces que tienen ahora a su cargo los registros civiles, además de aplicar e interpretar desde su aprobación en 2011 una ley mucho menos limitativa que las anteriores, son bastante más permisivos que sus predecesores. Recuerdo al gran profesor de literatura del nuevo Brianda -el Liceo Caracense siempre será para mí el viejo Brianda-, poeta y amigo, Fernando Borlán, defendiendo en un artículo ingenioso, con algunos momentos realmente magistrales, que unos padres pudieran poner a su hija el nombre de Sandra porque la juez responsable del registro civil se lo había denegado al entender que era un diminutivo de Casandra. En España, según el INE, hay en la actualidad casi 100.000 mujeres que se llaman Sandra; si hubiera sido por aquella juez que pasó por Guadalajara silbando y cortando como el viento por un desfiladero, o se llamaban todas Casandra, o de Sandras, ni hablar. Como se preguntaba Borlán al concluir su artículo ¿quién iba a mandar entonces rosas a Sandra cuando se marchara de la ciudad? según cantaba Sabú Martínez en los años setenta.

El mundo de los nombres es realmente amplio y complejo y va desde la anonimia -es decir, desde lo innombrado- hasta la polionomasia -una palabreja que ni siquiera está en el diccionario de la RAE, que inventó el filólogo Leo Spitzer y viene a significar una multiplicación de nombres para un mismo ser u objeto-, pasando por la nombradía -fama o reputación-. El Quijote es un proverbial campo para el estudio de los nombres, hasta el punto de que Pedro Ruiz Pérez, precisamente, ha realizado uno titulado “Anonimia, polionomasia y nombradía en Don Quijote y Cervantes” que les recomiendo leer por su interés y accesibilidad pues está en línea; eso sí, tengan un diccionario a mano, aunque sea el virtual de la RAE.

               El mundo del comercio ha sido siempre un terreno fértil para el nominalismo más imaginativo y expresivo pues la primera carta de presentación de un negocio es su nombre. Sin salir de Guadalajara, recuerdo una peluquería que se llamaba “La Higiénica” -la cita Ramón Hernández en su novela “El ayer perdido”, clave para conocer la ciudad de posguerra-, una tienda de ropa que se hacía llamar “La tijera de oro” -situada en la calle Mayor, esquina a Antonio del Rincón-, un colmado o venta de ultramarinos que con su nombre, “La Precisa”, presumía de que sus balanzas eran muy de fiar, o una imprenta que se llamaba “Gütenberg”, situada en la calle Miguel Fluiters y en la que media Guadalajara nos hicimos los recordatorios de primera comunión o las invitaciones de boda. También recuerdo con especial regusto “El buen gusto”, una tienda de ultramarinos y caramelos que había en la entrada de la calle Mayor, esquina a Santo Domingo, o “El arca de Noé”, otro colmado, en esta ocasión situado a mitad de la Carrera. Del “Maragato”, la pescadería que había en la calle Mayor que hacía ya esquina con el tramo de soportales de la plaza del ayuntamiento que enfilaba hacia la Cuesta del Reloj, recuerdo los barriles de arenques que parecían guiñar sus pequeños y adiposos ojos al viandante.

Peral de la Dulzura

               Un sector comercial que ahora apenas está representado en la Guadalajara de casi 90.000 habitantes pero que, en su día, en la de poco más de 15.000 llegó a concentrar hasta siete negocios solo en la calle Mayor, es el de las confiterías. Algunas de ellas con nombres tan sugerentes como “La Flor y Nata” -su cierre, en noviembre de 2018, me supo a hiel, como sus dulces siempre me supieron a miel-, “Casa Guajardo” -creo recordar que fundada en 1887 y de los mismos propietarios, los hermanos Hernando-, “La Favorita” -nombre ahora recuperado como bar cafetería en lo que anteriormente fue otra confitería, “Campoamor”- o “La Mallorquina”, de la que siempre recuerdo a su orondo dueño en la puerta, con su pelo y su delantal blancos. “Dulce soledad” fue la razón comercial de una confitería, también propiedad de los hermanos Hernando, que da título a este artículo y que apenas pervivió unos años; su nombre, al menos para mí, roza la perfección por su lirismo, al tiempo que pragmatismo, dos circunstancias muy difíciles de conjugar: dulce soledad es en sí mismo un verso pentasílabo con el que arrancar o cerrar un romancillo, al tiempo que define el objeto del negocio -dulcería- y la calle donde estaba situado -Virgen de la Soledad-. Si Luis y Rubén Hernando me hubieran pedido que les sugiriera un nombre para esa confitería, de haberme dado la imaginación para ello, sin duda hubiera optado por “Dulce soledad”.

               Termino ya esta entrada con un dulce que no es comestible y que, por tanto, es apto al tiempo para golosos sin problemas de glúcidos como para diabéticos. Se trata del Peral de la Dulzura -en la imagen superior-, la bella ermita mariana situada en la confluencia de la carretera que sube por el valle del San Andrés, la GU-932, con la que desde Budia lleva a Brihuega, la GU-902. Desde que, siendo un joven aún con acné, fui allí por primera vez con José Ramón López de los Mozos a estudiar sus exvotos, el Peral de la Dulzura es un nombre y un lugar que me cautivaron. Tradición, devoción, historia, piedra y naturaleza unidas para regalar unas largas y detenidas mirada y estancia mientras el aire limpio y puro de la Alcarria hinche nuestros pulmones, incluso filtrado por mascarillas. Allí se matan como en pocos sitios el gusanillo de la curiosidad y el virus del tedio, o sea, el tedioso virus.

Villalar, provincia de Guadalajara

                              El 23 de abril de 2021, quinto centenario del fin traumático comunero en Villalar, se conmemora una de las efemérides más importantes de la historia de Castilla, la tierra con más historia e historias que conmemorar de las Españas -en el concepto orteguiano de unidad al tiempo que de diversidad, aunque sea invertebrada-, pero que no tiene una comunidad autónoma, ni nacionalidad, ni región propia, sino que está dividida en cinco desde que se desarrollara el proceso autonómico tras la Constitución de 1978. Así, hay una gran parte de Castilla en Castilla y León, otra en Castilla-La Mancha, pocos pueden dudar de la castellanidad de La Rioja pues allí nació el idioma castellano, Madrid es indubitadamente castellana y Cantabria fue la cuna y el origen de Castilla y siempre su montaña y su mar, aunque ahora muchos “cantabrones” renieguen de ello, incluso en la Universidad de Cantabria, ¿verdad, Juan Pablo Mañueco? No le pregunto esto retóricamente a mi compañero de blogs en GD, gran profesor de literatura, historiador y prolífico y sesudo escritor; lo hago porque él mismo me dio un dato que me dejó estupefacto: su buen libro, “Breve historia de Castilla”, ha sido rechazado por la biblioteca de la Universidad de Cantabria porque defiende la tesis de que en esa tierra nació Castilla y por ende es castellana. Yo creía que universidad tenía su etimología en universalidad, no en tribu o caverna…  

                              El movimiento comunero, quinientos años después de su eclosión y aplastamiento -no de otra manera se puede llamar a lo que el poderoso ejército realista de Carlos V hizo con él, apoyado por los “grandes” de Castilla-, sigue siendo objeto de un amplio debate historiográfico. Se conocen sus causas -fundamentalmente el “extranjerismo” del rey, sus ansias imperialistas, menospreciando la corona castellana y ausentándose con frecuencia de Castilla, y su voracidad recaudatoria-, también sus consecuencias -el ajusticiamiento de los cabecillas comuneros en Villalar el 24 de abril de 1521, poniendo fin sin contemplaciones a la revuelta-, pero hay distintas interpretaciones sobre lo que representó, así como su interpretación y relevancia históricas. Hay quienes defienden, como los materialistas históricos, que el comunero fue un movimiento eminentemente social y de clases populares en lucha contra las poderosas. Otros sostienen que la de las comunidades fue la primera revolución burguesa y que cabe interpretarla como un conflicto de intereses, muy cerca de las tesis socialdemócratas cuando éstas dieron por superadas las marxistas. No pocos consideran que, en realidad, la revuelta comunera es un claro antecedente revolucionario de corte liberal, pues por primera vez se puede hablar del término ciudadano en contraposición del de súbdito, algo que no quedará definitivamente resuelto hasta el fin del antiguo régimen que trajeron la ilustración y la revolución francesa a finales del XVIII. Finalmente, hay una tendencia historiográfica que concibe al movimiento comunero como algo de carácter retrógrado y que en el fondo es puro nacionalismo, que se niega a aceptar la modernidad que, con sus consejeros extranjeros y a pesar de otros pesares, trae a España el rey nacido en Gante. La historiografía y los historiadores seguirán estudiando y posicionándose al respecto, pero lo innegable de este movimiento es que tuvo un carácter urbano, al nacer en las ciudades, y que, frente a los tutelantes regimientos y corregimientos, pretendió gobernarse en comunidades, de ahí su nombre, con evidente método asambleario. También es indudable que, aunque participaron en él bajos y no tan bajos nobles -un ejemplo paradigmático de ello es la mujer del mismísimo Padilla, María María López de Mendoza y Pacheco, hija de don Íñigo López de Mendoza, segundo conde de Tendilla y primer marqués de Mondéjar-, tuvo una naturaleza eminentemente popular, algo que se demuestra al conocer las profesiones de tres de los cabecillas comuneros de Guadalajara: Diego de Medina -albañil solador-, “Gigante” -albardero- y Pedro de Coca -carpintero-. También hubo comuneros letrados y emparentados con los Mendoza en la capital alcarreña, como Francisco de Medina, padre del historiador Francisco de Medina y Mendoza.

               En el limitado espacio de este blog no podemos extendernos más en mirar hacia atrás. Miremos, pues, hacia delante: ¿Cómo se va a conmemorar en Guadalajara y en Castilla-La Mancha el V centenario de Villalar? Pues oficialmente solo tenemos noticias de que, si se cumple la moción que se aprobó en el Ayuntamiento de la capital en enero de 2020, presentada por Unidas Podemos, en la plaza del Concejo se instalará algún tipo de recuerdo a los comuneros locales y se hará alguna referencia a los hechos que tuvieron lugar aquí durante su rebelión. El lugar es idóneo, pues en el atrio de la iglesia de San Gil solían reunirse los comuneros, al igual que lo hacía históricamente el común en concejo, de ahí el nombre de la plaza. Por otra parte, allí mismo ha convocado el Partido Castellano – Tierra Comunera (PCAS), el 23 de abril, a las siete de la tarde, un homenaje en recuerdo a los comuneros de Guadalajara; al día siguiente, a las cinco, el PCAS también ha convocado en la Plaza de España, en Atienza, un acto similar. Recordemos que Juan Bravo, el cabecilla de la revuelta en Segovia y uno de los tres principales líderes comuneros, junto a Padilla y Maldonado, ajusticiados en Villalar, nació en la histórica villa atencina. Si toda la actividad municipal en este quinto centenario se va a limitar a cumplir la moción de UP, me parece muy poco proporcionada respecto a la relevancia de la efeméride y la trascendencia que ésta tuvo en nuestra ciudad.

En lo que respecta a Castilla-La Mancha -recordemos que Padilla era toledano y que su mujer, apodada “María la Brava” por su coraje, mantuvo allí la revuelta y la llama comunera tras Villalar durante diez meses-, el lunes, 19 de abril, se daban inicio a los trabajos para programar los actos del V Centenario de la rebelión de las Comunidades de Castilla en un acto que contó con la presencia del presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, y al que se invitó al Presidente de la Asamblea Legislativa de Castilla y león, Luis Fuentes. Será la Real Fundación de Toledo la que asesore a la Junta para contribuir a la programación de esta efeméride. Confío en que no solo se le de el acento toledano a esta programación, teóricamente regional, pues Guadalajara tuvo una participación y un peso específicos tan notorios en el movimiento comunero que habrían de ser debidamente tratados y reconocidos. Lo que sí me ha agradado es que se haya invitado al acto al presidente del parlamento de Castilla y León. Aunque Castilla esté ahora subsumida en cinco realidades autonómicas distintas, va en buena línea que se trabajen entre ellas, de forma conjunta, asuntos castellanos. Aunque el artículo 145.1 de la C.E. determine que “en ningún caso se admitirá la federación de Comunidades Autónomas”, es absolutamente necesaria y aconsejable la colaboración e interrelación frecuente entre las comunidades castellanas. Villalar está hoy en Valladolid, Castilla y León, por tanto, pero siempre será un hito castellano y, por ello, nunca dejará de ser también provincia de Guadalajara.

  Termino ya diciendo que en esta región siempre se ha cargado mucho el acento hacia lo manchego, en detrimento de lo castellano, un error de bulto porque una parte menuda no puede eclipsar una realidad enorme, ni la geografía puede soslayar la historia; además, a Guadalajara se le ha dejado en una posición muy incómoda pues ésta es la única de las cinco provincias de Castilla-La Mancha que no tiene un milímetro cuadrado de comarca manchega y, por esta causa, ni puede tener sentimiento de pertenencia a ella ni  afección a una región que, además de artificial, ejerce en demasía el mancheguismo militante.

¡Viva Guadalajara castellana!

Semana Santa claustral

               El año pasado, por primera vez desde 1939, no hubo actos de religiosidad popular en la Semana Santa de Guadalajara, en este caso por causa de la pandemia; en aquel, porque la Guerra Civil acababa de terminar -concluyó el 1 de abril y el 2 fue Domingo de Ramos- y no andaba la cosa precisamente para procesiones. Tampoco había santos con los que procesionar porque la mayor parte de los que procesionaban en Semana Santa en Guadalajara se quemaron en y con la ermita de la Soledad, donde tradicionalmente se guardaban, pocos días después de comenzar aquella fratricida contienda. En 2021, aunque no ha habido procesiones como en 2020, al menos sí que se han celebrado cultos en el interior de las iglesias, si bien con limitación de aforo y medidas especiales. Las cinco cofradías y las dos hermandades de Semana Santa de la ciudad, pese a no poder procesionar, que es el eje central de su actividad anual, han instalado y ornado las imágenes de sus pasos en sus respectivas sedes canónicas para poder ser contempladas y veneradas con el mayor realce posible. Hemos vivido, pues, una Semana Santa que podríamos llamar claustral.

Cristo de la Pasión entre las sombras.

Así, el Nazareno y la Soledad han llenado de compunción y lágrimas el templo barroco jesuítico de San Nicolás; Él, camino del calvario -la suma inocencia al patíbulo, ¡qué contrasentido! -, Ella, a su lado, siempre a su lado, con el luto en el manto y en el corazón, al tiempo que en los ojos las lágrimas superlativas e inconsolables de todas las madres que han llorado la muerte de un hijo.

En San Ginés, el Cristo del Amor y de la Paz – ¿puede haber un Cristo con un nombre más bello? -, cansado de la ignominia de la cruz enhiesta, pero aún clavado a ella, se acostó a los pies del altar de la vieja iglesia dominica, sobre paño de terciopelo enlutado, rodeado de claveles rojos, símbolo de su sangre derramada por todos, y de velones que anticipaban la luz de su Resurrección y de la vida que no acaba. El bellísimo Cristo de Capuz no estaba muerto, pese a parecerlo clavado a la cruz, tener las rodillas quebradas, las manos y los pies remachados al madero y manar sangre y agua de su costado traspasado por el centurión Longinos. Pero no estaba muerto, dormía, esperaba, quizás soñaba.

En la concatedral, con su indisimulada fábrica mudéjar y su retablo manierista, suma de tiempos y de estilos entre el XIV y el XVII, María Magdalena, María la de Cleofás, el apóstol y evangelista Juan y la Virgen de los Dolores lloraban sin consuelo a los pies de la cruz de Cristo, la sacrosanta cruz de madero rugoso, hiriente y retorcido en la que murió la vida para renacer como el brote de la semilla enterrada. La Dolorosa de Santa María, con su atavío hebreo, es una mujer de su tiempo que tiene traspasado su corazón por los mismos clavos y la misma lanza que traspasaron los pies, las manos y el costado de Cristo. No hay mayor dolor que el de una madre cuando ve sufrir a su hijo. No debe haberlo. Descendido ya de la cruz, muerto en esperanza, dormido, Cristo yace en el santo sepulcro también en Santa María; velan su sueño los apóstoles, rotos de dolor por la muerte del maestro y el amigo que les habló de una resurrección en la que no creerán hasta meter el dedo en sus llagas. Tomás somos todos, aunque fue a él a quien le tocó meter su dedo por todos nosotros. No hay esperanza sin fe y aquel dedo del “dídimo”, del “mellizo”, sobrenombres de Tomás, fue el que nos indicó a todos el camino a seguir en la encrucijada de la vida.

En Santiago, donde el gótico, el mudéjar y el plateresco se dan la mano en el viejo convento de las clarisas, Jesús atado a la columna y la Virgen de la Esperanza nos invitaban catequéticamente a conocer el doloroso e infamante camino que recorrió Cristo hasta llegar a la cruz. A la columna le ataron, a la cruz, lo clavaron. No pueden andar sueltas ni la libertad ni la justicia, máxime si estas golpean nuestras conciencias y nos abocan a caminos que no queremos transitar. Cristo atado a la columna nos ofrece a su madre como esperanza de la verdadera y eterna libertad. Y la sombra del Cristo de la Pasión -imagen de la foto que acompaña esta entrada-, hermosísima talla del maestro Higueras, se nos mostraba como ejemplo de lo que es transitar por la vida, siempre cargando cruces, pero para llegar al final de un camino en el que tendremos la oportunidad de mirar a los ojos a Dios y aguantarle la mirada hasta vernos reflejados en ella. El Cristo de la saeta de Machado, siempre con sangre en las manos, siempre por desenclavar, es la opción difícil de la vida, pero es la mejor, aunque muchos no lo sepan y otros no lo quieran saber.  Como dice el “Reloj de la Pasión”, cantar popular alcarreño de Semana Santa, “¡El reloj se concluye, /sólo nos falta / que a sus golpes y avisos, / despierte el alma».

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