Crónica de las no-ferias

               Como es sabido, este año no ha podido haber ni “pregón” de ferias ni “pobre de mí”, los dos actos con los que suelen principiar y concluir las fiestas de la capital. La pandemia de Covid-19 que, lejos de cesar, ya se aviene como una (segunda) ola -como el título de la conocida canción de Rocío Jurado-, no solo se ha llevado muchas vidas y traído sufrimiento, dolor, anormalidades e inconvenientes de toda clase, además de graves consecuencias sociales y económicas, también ha dejado las fiestas para mejor ocasión con el fin de evitar que se convirtieran en un “infectódromo”. Desde 1938, el penúltimo año de la Guerra Civil, la ciudad de Guadalajara no había dejado de celebrar sus tradicionales ferias y fiestas que, en aquel entonces, aún tenían lugar a mediados de octubre. Veinte años antes, en 1918, las ferias capitalinas también fueron suspendidas con el fin de evitar que se propagara la grave epidemia de “grippe”, que después se bautizó como “española”, que también se llevó no pocas vidas y trajo mucho sufrimiento en aquel año y el siguiente, si bien en este segundo ya cursó de forma bastante menos mortífera.

               Evidentemente, no solo la ciudad de Guadalajara se ha quedado compuesta y sin ferias, prácticamente toda España ha renunciado a sus fiestas este año o, como mucho, ha reducido a la mínima expresión sus programas, como las circunstancias y el sentido común aconsejaban. Pese a ello, no han sido pocos los lugares en los que, grupos de irresponsables liderados por descerebrados, han intentado e, incluso, conseguido, celebrar algún acto festivo con importante concentración de personas -es una forma de llamarlas-, en lo que, con retintín de listillos memos, han bautizado como “no fiestas”. No me consta que en Guadalajara se haya dado este caso, al menos de manera notoria, escandalosa y peligrosa, de lo cual me alegro sobremanera porque bastante está corriendo ya el “bicho” sin jolgorios festivos grupales, como para invitarle a que aún acelere más gracias a ellos.

               Cuando el ministro de la Gobernación suspendió las ferias de Guadalajara de 1918, la decisión estuvo rodeada de bastante polémica porque no se tomó en la propia ciudad, sino que se impuso desde Madrid. Es más, el entonces gobernador civil de la provincia, el liberal Diego Trevilla, convocó una reunión a la que asistieron médicos, autoridades provinciales y municipales, comerciantes y representantes de otros sectores sociales y económicos para pulsar su opinión respecto a la conveniencia, o no, de celebrar las ferias en función de la situación de la epidemia de gripe que se vivía en aquel momento; la mayoría se pronunció por mantener su celebración. A pesar de este dictamen que partió de la propia ciudad y de que sí se autorizaron las ferias de San Saturio, en Soria, e incluso algunas en la propia provincia, el ministro optó por suspender las arriacenses, lo que derivó en duras críticas a la actuación gubernamental de los “feriófilos” y encendidos elogios de los “feriófobos”; estos fueron los dos curiosos términos con los que “Flores y Abejas” bautizó y agrupó a los partidarios y a los detractores de la celebración festiva. Como es fácilmente deducible, los principales argumentos de los primeros para defender el mantenimiento de las ferias fueron que aquella epidemia no era para tanto, que se estaban celebrando o se iban a celebrar fiestas en otros lugares y que la ciudad iba a dejar de ingresar de los forasteros de 10.000 a 12.000 duros -entre 50.000 y 60.000 pesetas, o sea, 360 euros al cambio actual-, hecho muy perjudicial para el comercio y la industria local. Los contrarios a la celebración ferial se apoyaban, fundamentalmente, en el caldo de cultivo idóneo para la propagación de aquella mortal gripe que, a su juicio, supondría mantener las fiestas. Como recordatorio de la letalidad de esa pandemia de finales de la segunda década del siglo XX, decir que en el mundo murieron más de 30 millones de personas por ella, mientras que en España bailan las cifras según las fuentes consultadas; los fallecidos en nuestro país por aquella epidemia oscilan entre los 182.000 -dato oficial del Instituto Geográfico y Estadístico- y los 300.000 -estimación más alta de varios estudios independientes- y su contagio pudo alcanzar a cerca de ocho millones de personas, un 40 por ciento de la población española de ese momento. En la provincia de Guadalajara, la incidencia de la mal llamada “gripe española” -su probable origen estuvo en un campamento militar en Estados Unidos y llegó a Europa vía Francia, a través de tropas desplazadas a la I Guerra Mundial- fue moderada respecto al ámbito nacional, si bien hubo pueblos, como Aldeanueva de Guadalajara, en los que llegó a morir casi el 50 por ciento de su población.

               Concluidas las no-ferias de 2020, no nos queda más consuelo que pensar que ya queda menos para las de 2021, confiando en que dentro de doce meses la pandemia sí esté vencida de verdad y no como ocurrió a finales de junio, cuando cesó el confinamiento y algunos irresponsables con responsabilidades quisieron cantar victoria y echar a la gente a la calle, tratándose solo de una tregua temporal y después de mucho sacrificio. La concejala de festejos del ayuntamiento de Guadalajara, Sara Simón, ha asegurado públicamente, con un optimismo que el tiempo dirá si era exacerbado o  no, que las del año que viene “van a ser las mejores ferias de la historia”; espero que lleve razón y que sus socios de gobierno, Ciudadanos, le dejen gastarse el dinero necesario para elaborar un buen programa festivo pues, sabido es, que este grupo es partidario de la reducción de gastos en esta materia; sin ir más lejos, este mismo año -eso sí, cuando ya se sabía que era probable que no se celebraran- condicionaron a reducir el presupuesto para ferias en un 14 por ciento y se jactaron de ello. En el último mandato de Román, Cs también insistió de forma recurrente en la necesidad de bajar la dotación presupuestaria de ferias y fiestas con una especie de mantra, reiterado un pleno tras otro por su entonces portavoz, Alejandro Ruiz, con estas palabras: “hay que invertir menos en fiestas y más en empleo”. Es de suponer que, por coherencia, y dado el dramático incremento del paro en que está derivando la crisis socio-económica del coronavirus, Ciudadanos insista y profundice aún más en esa posición política. Pero no solo con dinero se organizan unas buenas ferias, aunque sin él, es muy difícil hacerlo; hay que echarle muchas horas de trabajo en equipo, acertar en las contrataciones de espectáculos, innovar, pero con criterio, mejorar lo que funciona y no suprimirlo o cambiarlo por cambiar, programar para todos los públicos, no solo actos en cantidad sino sobre todo en calidad, ponderar las demandas e intereses de todos los sectores de población, no fastidiar a unos para contentar a otros, cuidar al detalle la celebración y la seguridad de los actos programados… Y no olvidarse de que el mal tiempo arruina un buen programa y a un mal programa puede hacerlo parecer mejor un buen tiempo.

Taracena “okupada”

               Hace 84 años, un coronel del ejército republicano que mandaba las tropas que protegían la entrada a Guadalajara por la entonces llamada carretera de primer orden de Madrid a Francia, ocupó la vivienda de mis abuelos maternos en Taracena, junto con su mujer y su ayudante, residiendo en ella los casi tres años que duró la Guerra Civil. Evidentemente, la ocupación la hizo a la fuerza y con intimidación, pues mis abuelos vivían allí junto a sus cinco hijos. El jefe militar republicano tuvo, al menos, la delicadeza de permitir a mi familia seguir residiendo en su casa y hasta compartió con ella los “chuscos” de pan que diariamente traía su ayudante de la intendencia de Guadalajara. La convivencia forzosa y forzada de aquel matrimonio con mis abuelos, mis tíos y mi madre en su propia casa, fue bastante razonable, pese a la tesitura. Mi familia puso mucho de su parte para hacer lo más soportable y llevadera posible aquella incómoda situación, ayudando mucho a ello la mujer del coronel pues era muy educada, sensata y respetuosa. Acabada la guerra, se acabó la ocupación, y la separación de ambas familias fue todo lo cordial que podía ser en circunstancias como aquellas. Mi familia, en un “quid pro quo” propio de las buenas personas, hizo lo que pudo por aquel coronel, una vez acabada la contienda, al igual que él hiciera con los míos mientras duró el conflicto; eso sí, éste siempre desde una posición usurpadora y de fuerza.

Robos, hurtos, amenazas, intimidaciones, agresiones, trapicheos… y hasta un disparo mortal a un gato efectuado desde la calle por una ventana hacia el interior de una vivienda de una vecina, son algunos de los lamentables hechos que se vienen sucediendo en Taracena desde que este bloque fuera “okupado”

               He contado esta historia porque hace unos días, un par de individuos que residen en el bloque “okupado” de la calle Espíritu Santo de Taracena, según pueden atestiguar vecinos que les vieron, reconocieron y disuadieron, intentaron “okupar” -o robar, solo ellos saben su intención- las casas que ahora tenemos la familia de mi difunto y querido hermano, Carlos, y la mía, construidas de nuevo hace 14 años sobre el solar de la vieja casa de labranza de mis abuelos, ocupada durante la guerra. No se qué tendrá este terreno, además de una sima con agua que costó muchos camiones de hormigón drenar, pero el caso es que es un recurrente objeto de oc/kupación, con “c” y con “k”. Pongamos que la de los militares fue con “c” y con “k” la de estos delincuentes a los que niego el matiz de “presuntos” pues hacen una tras otra, como bien saben y sufren los vecinos de Taracena desde que, hace ya más de dos años, “okuparan” un bloque de viviendas del pueblo de nueva construcción. Robos, hurtos, amenazas, intimidaciones, agresiones, trapicheos… y hasta un disparo mortal a un gato efectuado desde la calle por una ventana hacia el interior de una vivienda de una vecina, son algunos de los lamentables hechos que se vienen sucediendo en Taracena desde que este bloque fuera “okupado” y en el pueblo se tiene muy claro y probado que hay una relación directa de causa/efecto en ello. También ha habido un “efecto llamada” y se han “okupado” otros inmuebles del pueblo y hay algunos ya señalados, previsiblemente, para futura usurpación.

Taracena, visto desde la antigua carretera general a Francia. Fotografía tomada a la altura del lugar que desde principios de los años 60 ocupa la fábrica de caolines “Caobar”. C. 1930. Foto Camarillo. CEFIHGU. Diputación de Guadalajara.

En Taracena, un lugar tranquilo donde los hubiera y con un habitualmente pacífico clima de convivencia, hace tiempo que se ha perdido la tranquilidad, cunde el temor y la paz no puede estallar, parafraseando el título de la novela de José María Gironella que es la tercera de su tetralogía sobre la Guerra Civil, iniciada con “Los cipreses creen en Dios”. A los pies de un ciprés del cementerio de Taracena, probablemente descreído por el signo convulso y enrarecido de los tiempos, descansa Carlos, mi añorado hermano, quien tantas horas disfrutara en nuestra casa de la plaza de la Fuente del pueblo, ocupada en el 36 y ya dos veces intentada “okupar” en 2018 y 2020. Allí disfrutó de su música con la intensidad de su pasión por ella y su enorme talento y allí compuso su extraordinaria “Suite Taracena” en la que se reúnen pasacalles, reboladas, jotas, jotillas, pericones, mazurcas y bailes corridos dedicados a la recuperada botarga de San Ildefonso, calles, parajes y personas del pueblo. Si los “okupas” -o ladrones- hubieran conseguido su propósito, el ciprés bajo el que descansa mi hermano se habría pasado del descreimiento pasivo al agnosticismo activo.

La “okupación” es un fenómeno que crece de manera exponencial, la vigilancia policial no es suficiente para combatirla, la legislación vigente no tiene el carácter punitivo y disuasorio necesario para paliarla, los juzgados están esclerotizados y no avanzan las causas ni para atrás y hay excesiva tolerancia política con ella, cuando no connivencia

               He contado mi propia experiencia y estoy aflorando mis sentimientos como testimonio personal y directo de la impotencia y otras muy desagradables sensaciones que deben tener las personas a quienes les llegan a usurpar sus viviendas que, lamentablemente, cada día son más. La “okupación” es un fenómeno que crece de manera exponencial, la vigilancia policial no es suficiente para combatirla, la legislación vigente no tiene el carácter punitivo y disuasorio necesario para paliarla, los juzgados están esclerotizados y no avanzan las causas ni para atrás y hay excesiva tolerancia política con ella, cuando no connivencia, especialmente por parte de un amplio sector de la izquierda española que, para más inri, ahora se sienta en el consejo de ministros y gobierna ciudades.  Como muestra, un botón: la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, confluente podemita con sus “Comús”, hasta imparte cursos de “okupación” para jóvenes basados en teorías anarquistas. Hablábamos antes del 36, pero 1909 tampoco está tan lejos.

La “okupación” en Guadalajara no sólo se limita al notorio caso de Taracena, aunque allí tiene un especial y grave impacto por ser un pueblo de poco más de 500 habitantes e idiosincrasia más rural que urbana. En la ciudad hay también viviendas “okupadas” en el barrio de los Manantiales, el de Aguas Vivas (Bulevar Clara Campoamor), la zona de las Lomas, en la calle Cuba y la avenida de Venezuela, calle Laguna de la Colmada, en pleno centro de la ciudad (calle Mayor, López de Haro, Plaza del Cívico) o en las viviendas de San Vicente Paúl. En el último pleno municipal se aprobó una moción para elaborar un protocolo para tratar de combatir la “okupación”, presentada por el PP y apoyada por el PSOE tras hacer una aportación transaccional; también la apoyaron Ciudadanos y Vox. Unidas Podemos votó en contra y AIKE (A Guadalajara hay que quererla), se abstuvieron, claro. ¡Aike… joderse y querer, de verdad, más a Guadalajara! Evidentemente, hay un problema social de acceso a la vivienda para jóvenes y para familias con escasos recursos, pero la solución no pasa por permitir, tolerar, mirar para otro lado e, incluso, enseñar a “okupar” viviendas a base de reventar bombines de cerraduras de inmuebles de propiedad privada, como también los que son de titularidad pública (especialmente de la Sareb), porque no hay nada que vaya más en contra de la propiedad pública que la usurpación violenta e impune de ésta por una persona privada. Y no se olviden que, sin ley, no hay derecho y, sin derecho, la selva, el estado natural… La anarquía.

Obituarios entre los rebrotes

Atardecer en el Cantábrico, visto desde la parte posterior del histórico cementerio de Comillas.

               En la pasada y confinada primavera y el rebrotado verano corriente se han acumulado un elevado número de decesos, gran parte de ellos por causa del coronavirus, pero otros debidos a diversas circunstancias clínicas, la mayoría asociadas a la edad, aunque no todas como más adelante veremos. Todavía no sabemos oficialmente el número de muertos que, a día de hoy, ha provocado el/la Covid-19 en España; un país que no sabe contar los muertos evidencia cierto analfabetismo funcional pues, que uno más uno son dos y dos más dos son cuatro, es algo que se aprende en primero de primaria. Lo que pasa es que el problema del conteo de los fallecidos por la pandemia no es matemático, sino ético, pues cuantos menos parezca que ha habido, mejor parece que se ha gestionado políticamente; o, al menos, eso creen los politiquillos y politicastros que desprecian la ética al practicar eso de que la verdad no importa, lo que verdaderamente importa es el relato. Maquiavelo está cada vez más vivo y Sócrates, el padre de la ética, cada vez más muerto.

               Ahí lo dejo y voy a lo que voy que no es otra cosa que rendir un pequeño homenaje a media docena de personas que han tenido el común denominador de ser activos públicos en la sociedad guadalajareña y que han fallecido en las últimas semanas. En el atardecer de sus vidas, esa bella metáfora de la muerte que nos legó San Juan de la Cruz, les ha llegado esa hora llamada de las alabanzas porque, como bien dijo el destacado dirigente socialista Alfredo Pérez Rubalcaba, en “España enterramos muy bien”; es decir, nos guardamos siempre los elogios y reconocimientos a una persona para su hora póstuma, aunque en vida le hayamos negado el pan y la sal. Ahí lo dejo también y voy ya con estas seis breves necrológicas de otros tantos personajes públicos que nos han dejado en las últimas semanas, a los que conocí bien y que creo se merecen un puñado de sentidas palabras de despedida que, en casi todos los casos, por mi parte también son de agradecimiento por lo que me enseñaron o hicieron por mí, incluso sin saberlo. El orden es alfabético, no cronológico por fecha de fallecimiento y, mucho menos aún, jerárquico. Todos los hombres, todas las mujeres, miden lo mismo en la horizontal de sus ataúdes.

MANUEL JIMÉNEZ MOYA. Expresidente de la Cámara de Comercio de Guadalajara y propietario y gerente del Hotel España. Murió con apenas unas horas de diferencia respecto a su anciana madre, circunstancia que confirma que cuando fallece un hijo aún demasiado joven para morir, su progenitora se muere también un poco con él. Bien lo sé porque lo he vivido dos veces de cerca. Manolo fue todo lo buena persona que la vida le dejó ser, además de un buen empresario y profesional del sector servicios. Se subió a algunos caballos indomables y gran parte de su existencia la pasó agarrado a sus crines para no caerse de ellos, mientras los jacos le intentaban descabalgar. Fue un buen amigo de mi hermano, Alfonso, y por ello también un buen amigo mío, aunque casi nunca coincidiéramos en el camino de Kerouac.

DANIEL MARTÍNEZ BATANERO. Como es sabido pues su sorpresiva y trágica muerte acaeció hace apenas unos días y fue ampliamente recogida en los medios, Dani murió de repente cuando descendía del Ocejón por la cara de Campillo de Ranas, mientras estaba de excursión con su hijo menor. Con el mayor había viajado a Entrepeñas dos días antes pues decidió vacacionar “guadalajareando” en familia en el verano del coronavirus. Fue una persona de una inteligencia extraordinaria que triunfó profesionalmente en el mundo del Big Data; los amplios, complejos y especializados campos de las ciencias exactas, la informática y las telecomunicaciones los dominaba con una solvencia absoluta. Como servidor público, fue concejal del Ayuntamiento de Guadalajara (mandato 2007-2011, con Román de Alcalde), debiéndose a él el inicio de la implementación del sistema de gestión y administración electrónica municipal y la mejora de su red de voz y datos, para lo que contó con la inestimable ayuda de Javier Barbadillo, el también recordado y extraordinario archivero del consistorio capitalino que falleció igualmente de forma trágica y sorpresiva hace unos meses. Martínez Batanero también fue Director General de Telecomunicaciones, Nuevas Tecnologías y CIO de la JCCM (mandato 2011-2015) donde no pudo hacer todo lo que hubiera querido pues los recortes presupuestarios condicionaron sus ambiciosos planes. Dani era una persona de grandes valores, de grandes amigos, de sólidos ideales, afable y entusiasta como pocas. El futuro de Guadalajara sin él es un poco menos esperanzador.

ANTONIO PAJARES RUIZ. Destacado, conocido y reputado profesional de la docencia, especialmente reconocido por ser el carismático director del Colegio Provincial San José durante más de treinta años. Supo combinar perfectamente su rectitud de carácter con una cercanía y afección hacia los internos de este centro, por quienes se desvivió literalmente. También supo ponderar y equilibrar de forma adecuada la lealtad hacia la Diputación Provincial con su obligada labor de tratar de obtener todos los medios posibles para mejorar las instalaciones, los servicios y los recursos, tanto humanos como materiales, del centro bajo su dirección. Persona de profundas convicciones religiosas, fue miembro de Cursillos de Cristiandad y un parroquiano muy activo y comprometido de San Nicolás. Con Antonio Pajares se ha ido, ya nonagenario, un Maestro con mayúsculas de la vieja escuela.

JULIÁN SEVILLA VALLEJO. Burgalés de nacimiento, pero guadalajareño de adopción, pues aquí residió la mayor parte de su vida y aquí desarrolló tres cuartas partes de su trayectoria profesional, entre la que destaca su paso por el Cabildo Insular de La Gomera, como Secretario General del mismo, adonde llegó mediados los años 50. Tras otros destinos, una década después, obtuvo la plaza de la Secretaría General del Ayuntamiento de Guadalajara; en el consistorio capitalino ejerció hasta que en 1975 tomó posesión del mismo puesto en la Diputación Provincial, donde prestó servicios hasta su jubilación, en 1994. Aunque algunas “leyendas urbanas” le achacan responsabilidades en el desarrollo urbanístico especulativo del denominado “Plan Sur” de la ciudad, lo que sí puede documentarse es que su concurso fue decisivo para que Guadalajara tenga muy bien resuelto, en cantidad y calidad, el problema del abastecimiento de agua a través de la Mancomunidad de Aguas del Sorbe. En la Diputación Provincial contribuyó desde sus responsabilidades técnicas a la transición de ésta al nuevo régimen democrático, así como al incremento de su actividad y plantilla. Fue una persona respetada y apreciada por la mayor parte de los funcionarios, especialmente los que trabajamos más cerca de él.

CARLOS IGNACIO TORRES MARTÍNEZ. Madrileño de nacimiento, pero otro guadalajareño de adopción y vocación. Vino a la capital destinado como alto ejecutivo de Unión Fenosa y fue un destacado militante, primero de AP y después del PP. Su más visible responsabilidad política fue la de ser candidato a alcalde y portavoz del Grupo Popular en el Ayuntamiento de Guadalajara en el mandato 1983-1987, tras haber sido ya portavoz de Coalición Democrática en el anterior. Su extraordinaria oratoria y su capacidad y habilidad dialécticas, complementadas por su inteligencia y vasta cultura, le hicieron destacar sobremanera en aquellas primeras corporaciones municipales de la transición, presididas por el socialista Javier Irízar, con quien, pese a la rivalidad política, trazó una buena amistad, hecho muy indicativo de su talante abierto e ideal liberal. Junto con José Jodar, Gabriel Leblic y Carlos García Cuesta, aunque con ninguno de ellos coincidió en militancia, fue un referente del liberalismo moderado en Guadalajara, a pesar de pertenecer a un partido como AP que, en ese momento, era netamente conservador. Confieso públicamente que oyendo intervenir en los plenos municipales a Carlos Torres y hablando en privado con él, me acerqué al liberalismo político y valoré intentar ser algún día concejal del Ayuntamiento.

MARIANO VICENTE RECUERO. Natural de Ruguilla y fallecido ya nonagenario, fue un destacado funcionario de carrera de la Diputación Provincial de Guadalajara, en la que se inició como auxiliar administrativo tras haber estado acogido en el Colegio Provincial San José -hasta 1955 llamado “Casa de Expósitos y de la Misericordia”- y llegó a ser uno de sus técnicos más cualificados, una vez aprobada la carrera de Derecho cuando ya era un hombre maduro y padre de familia. Trabajador, competente, inteligente, brillante y recto son algunos de los adjetivos que, con absoluta justicia, se le pueden atribuir. Tuvo la responsabilidad principal de poner en marcha todo el armazón jurídico y documental de los planes provinciales de obras y servicios de la Diputación Provincial, a principios de los años ochenta del siglo pasado, justamente cuando éstos alcanzaron sus mayores niveles de actividad y presupuestos. Fue un buen jefe, un gran compañero y un excelente maestro; doy fe de ello pues tuve el honor y el placer de trabajar durante un tiempo con él y forjar una buena amistad, pese a nuestra diferencia de edad.

               Que la tierra les sea leve a todos ellos. Gracias por haber vivido. Descansen en paz.

Lavanda alcarreña de Loewe

Aunque ya se van agostando y la cosecha va muy avanzada, los espectaculares campos de lavanda de Brihuega siguen atrayendo turistas y dinamizando económicamente una zona que, como la mayor parte de las de la Guadalajara rural, languidecía con los cultivos tradicionales y llevaba décadas despoblándose y vaciándose. El segundo domingo de agosto, que se avino con un sol de justicia y de “polvo, sudor y hierro”, como con los que cabalgaba el Cid en el poema “Castilla”, de Manuel Machado, el ocaso en los campos de lavanda convocó a cerca de un centenar de personas, que se dice pronto. Durante el día, el goteo de visitantes también fue constante, a pesar de que el mejor momento de estos campos ya ha pasado, gran parte de ellos están cosechados y el fuerte calor no invitaba, precisamente, a echarse a los llanos alcarreños con el sol en todo lo alto.

En lo que antaño fueran estepas cerealistas, salpicadas de bosquetes de chaparros, desde hace menos de cuatro décadas se cultiva la lavanda, aunque en realidad la mayor parte de estos campos son de lavandín, un híbrido entre el espliego y la lavanda. Fue un maestro briocense, Álvaro Mayoral, quien hace cuatro décadas se trajo unos esquejes de lavandín de la Provenza francesa -la zona europea más conocida en la que se cultiva la lavanda y que aglutina gran parte de la producción mundial junto con China, Bulgaria y ahora también España, fundamentalmente Brihuega– que supusieron el inicio de estos coloristas y fragantes campos en nuestra provincia. Pese a que puede haber hasta quien piense que el objeto de su plantación fue y es promover el turismo en la época de su floración, que tiene lugar en la primera mitad del verano, estos campos aportan en realidad casi el 10 por ciento de la producción mundial de lavandín y lavanda, un producto básico en la alta y media perfumería. De hecho, quien más ha impulsado la explotación agraria de estos campos, al tiempo que su aprovechamiento turístico, es Emilio Valeros, uno de los más grandes perfumistas españoles de todos los tiempos, ya septuagenario, y que fue director técnico de la prestigiosa firma Loewe durante más de 30 años, tras haber trabajado para algunas de las empresas francesas de cosméticos de referencia. A su buen olfato, su extraordinario criterio profesional y acreditado buen gusto se deben cerca de un centenar de perfumes, algunos tan reputados como los de las marcas “Solo Ella”, “Loewe Solo” o “Loewe Agua”. Valeros es un destacado miembro de la Academia Española del Perfume en la que, como no podía ser de otra manera, ocupa el sillón “Lavanda”. Él es el gran impulsor del Festival de la Lavanda que, cada año, excepto éste por causa del coronavirus, se celebra en el mes de julio en Brihuega y que progresivamente atrae a más visitantes y tiene más peso en la economía local, sobremanera en el sector servicios. El gran interés y atención que las RRSS y los medios de comunicación nacionales e, incluso, internacionales, vienen prestando en los últimos años a los campos de lavanda briocenses –se suelen referir a ellos como la “Provenza española”- y a su Festival de la Lavanda, están contribuyendo decisivamente a su conocimiento y difusión, una publicidad y una promoción gratis, impagable y, por lo que parece, también imparable.

Son ya más de mil hectáreas de estas aromáticas las que se siembran anualmente solo en la zona de Brihuega, la mayor parte de ellas propiedad de la familia Corral, si bien también hay algunos campos de mucha menor extensión de este cultivo en otros municipios alcarreños, como por ejemplo Almadrones o Escamilla. Es muy significativo el hecho de que, anualmente, los campos de lavanda vayan creciendo en torno a un diez por ciento en extensión en la zona de Brihuega. Sin duda, el lavandín y la lavanda han llegado para quedarse en la Alcarria, al menos mientras su producción sea totalmente absorbida por el mercado, como lo es hasta ahora, y su rentabilidad supere claramente a la de los cultivos tradicionales de la zona, fundamentalmente el cereal. El clima, el suelo y la altura de la Alcarria son idóneos para que los campos de lavanda se desarrollen de la feliz manera en que lo vienen haciendo; las abejas no se equivocan, además de muy trabajadoras, son muy listas, y desde la noche de los tiempos han elegido estas tierras para hacer la mejor miel por la riqueza, variedad y calidad de sus plantas aromáticas. La nariz de los buenos perfumeros debe ser tan fina y capaz de captar matices como la de las abejas. Puede que algún día, que seguramente no conoceremos porque el proverbial “chauvinismo” galo pondrá pie en pared para evitarlo, a la Provenza alguien la llame la “Alcarria francesa”.

En todo caso, es evidente y progresivo el aprovechamiento turístico de los campos de lavanda briocenses; el problema de este nuevo y potente recurso es su estacionalidad extrema, pues la duración del momento álgido de su floración no supera los dos meses. Crear productos y servicios en torno a la lavanda que rompan esa estacionalidad -un museo del perfume, un centro de interpretación virtual de los campos de lavanda, un aula de iniciación a la perfumería… se me ocurren como ideas en tormenta- es una clara oportunidad de futuro que pueden y deben aprovechar Brihuega, en particular, y la Alcarria en general.

Si una jarcha ya comparaba, en el aún balbuciente castellano de finales del XI y principios del XII, la alegría de una mujer por el regreso de su amado con un amanecer en la ciudad de Guadalajara, pocas puestas de sol hay en España parangonables en belleza con las de los campos de lavanda de Brihuega en la primera mitad del verano. No dejen de visitar Brihuega, en este tiempo y en cualquier otro. La lavanda es una de las muchas motivaciones que hay para hacerlo.

Suite Comillas

               Pese a la preocupación por los numerosos y progresivos rebrotes de contagios del/la Covid-19 –como no se terminan de poner de acuerdo en si es chico o chica el dichoso virus, pues yo me refugio en la ambivalencia- ya tengo las maletas hechas para irme a Comillas, el refugio cántabro que hace años adopté como propio de forma convencida y entusiasta. Quienes sigan este hilo de manera más o menos fiel –la fidelidad en estos tiempos de valores en saldo se puede dar por buena, incluso si se manifiesta intermitentemente-, a buen seguro que ya se esperaban este post sobre Comillas de finales de julio que es cuando suelo subir allí con la familia, pues me gusta vivir la vacación subido a horcajadas entre los finales de este mes y los principios de agosto.

               Comillas es un lugar privilegiado en el que la montaña y el mar forman pareja estable de verdad, sin altibajos en la relación y manteniendo debidamente encendida la llama de la pasión entre ellos para que la monotonía no apague su amor. Ese matrimonio entre la verticalidad de la montaña y la horizontalidad del mar se repite de manera recurrente por toda la costa cantábrica española. Son los detalles, a veces pequeños y otras no tantos, los que diferencian un lugar de otro, a pesar de que casi todos ellos son realmente bellos por ese constante y fiel romance entre el verde intenso y recostado de los prados y el azul infinito del mar. Comillas tiene a su favor que, además de ofrecer mar y montaña en las dosis más altas que la vista y, sobre todo, el alma precisen, reúne un catálogo monumental único y excelente por la extraordinaria huella que dejó allí el mejor modernismo catalán, Gaudí incluido, gracias a Antonio López y López, un humilde comillano que se fue a Cuba a hacer las américas y regresó siendo un indiano multimillonario. Llegó a codearse literalmente con los reyes de España, hasta el punto de que tanto Alfonso XII como Alfonso XIII veranearon allí gracias a sus buenos oficios, pagados por la corona con un marquesado, precisamente el de Comillas, como no debía ser de otra manera. El marquesado de Comillas está emparentado con la baronía de Güell –sí, la del parque barcelonés obra de Gaudí- y la estupidez revisionista, trufada por las miopías nacionalista y populista, ha propiciado que la alcaldesa Colau retirara de su emplazamiento público y llevara a un almacén la estatua que de López y López había en Barcelona, al ser acusado de esclavista, una leyenda negra de la que el gran culpable fue su envidioso cuñado. Si Jacinto Verdaguer, los arquitectos y escultores modernistas y otros creadores catalanes a los que tanto apoyó el Marqués de Comillas levantaran la cabeza, es más que probable que se volvieran a sus tumbas y se pusieran en ellas boca abajo. No solo quedó indeleble huella del mecenazgo artístico del marqués en Barcelona y en Comillas, sino también de su sensibilidad y altruismo social pues nunca olvidó sus humildes orígenes.

               Si al espectacular macropaisaje cántabro de costa se le une la maravilla del rastro modernista dejado en Comillas por Gaudí, Doménech i Montaner, Martorell o Llimona, entre otros, y a ello le adicionamos el hecho de que esta villa está magníficamente situada: a apenas 50 kilómetros de Santander, a 20 de Santillana del Mar, a otros tantos de Suances, a una docena de San Vicente de la Barquera y a poco más de Cabezón de la Sal, es fácil deducir que esos detalles, pequeños y no tanto como decía, son valiosos aliados suyos para convertirla en un lugar de referencia que a muchos, entre los que me incluyo, nos ha cautivado y ganado. Comllas tiene un censo de población de derecho similar al de Brihuega, si bien en verano se multiplica por bastante pues es un lugar tradicional de segunda residencia. Mucho tienen que cambiar las cosas para que deje de ser también la mía; es más, si el tiempo y las circunstancias me lo permiten, proclamo públicamente que es mi intención residir de mayo a septiembre en Comillas que, ahora pertenece a Cantabria, pero que siempre fue y por tanto nunca dejará de ser, Castilla, parte del verdadero mar y la verdadera montaña castellana.

               El próximo otoño, virus mediante, tengo intención de presentar mi primer poemario, escrito en versos que van más allá de ser libres y que se acercan a lo libérrimo. Más que poesía es “proesía”, prosa con forma, tono y ritmo poético, poesía en ciernes y a mi aire, pero la quiero sacar del cajón en que la guardo y compartirla con los lectores que se quieran acercar a ella. Se titulará “Suite Comillas” y les adelanto su portada. Como siempre que puedo y él quiere, que también es siempre, las imágenes que acompañarán mis composiciones las va a aportar Nacho Abascal que es aún mejor persona que fotógrafo y ese es el mejor y más justo piropo que le puedo echar. Les adelanto unos versos del poema dedicado al Capricho, el palacete que Gaudí proyectó en Comillas, y que, como ven en la imagen, servirá de espectacular y colorista portada del libro.

Quijano/Alonso/Quijote por fantasía y delirio.

Quijano/Máximo Díaz de/Gaudí en Comillas.

A Capricho.

Si Alonso navegó por mares de secano,

polvo manchego levantado a uña de Rocinante,

Máximo atracó el “llaut” del modernismo

en un pequeño y viejo puerto ballenero montañés.

Mar de lana y requesón/

Mar de espuma y relanzón.

Capricho ecléctico.

Oriental/Medieval.

Capricho espurio.

Mediterráneo/Cantábrico.

Capricho armónico y colorista (…)

(Primeros versos de “Sueño en color” –El Capricho-)

P.D.- “Llaut” es una embarcación típica catalana.

Los idus de marzo en “time lapse”

               Marzo era el primer mes del año en el calendario romano, la mensualidad del dios Marte, y el día 15 tenían lugar los llamados idus que, aunque los más nombrados son los de este mes, los había también los días 15 de los de mayo, julio y octubre, y los días 13 del resto de los meses del año. Al parecer, idus es una palabra importada del etrusco por el latín que hace referencia a la noche clara, iluminada y brillante por la luz de la luna. A pesar de que en las últimas horas de los idus de marzo del año 44 antes de Cristo, Bruto asesinó a su padre, Julio César, con sus compinches y a partir de entonces se han tenido por una fecha de pésimos augurios, en la tradición romana los idus eran, precisamente, todo lo contrario: un día especialmente propicio para la buena ventura y en el que se fijaban muchas expectativas favorables. Si nos retrotraemos a los idus de marzo de 2020, es evidente que están más cerca de la negrura que para César y Roma trajeron aquellos en que fue víctima de un complot magnicida, que de los que la tradición romana decía que eran muy propicios; recuerden que a las 0 horas del pasado 15 de marzo, o sea, el día “d” y la hora “h” en que daban comienzo los idus de este mes, se inició la primera quincena de confinamiento que conllevó el primer decreto de declaración del estado de alarma por causa del/la Covid-19,  aprobado por el gobierno de España, y que terminó prolongándose por espacio de 99 días. Lo decimos en pasado y como si hubiera ocurrido hace más tiempo del que verdaderamente ha transcurrido, pero esa prisión domiciliaria está más cerca de lo que parece y sus negativas consecuencias de todo orden, sanitarias, sociales, políticas, económicas, psicológicas -¡ojo a éstas!-, etc. están ahí y tardarán aún tiempo en diluirse. Y esto no es pasado pasado, sino pasado presente, pues la actual proliferación de rebrotes de contagios en varias zonas de España es harto preocupante y la perspectiva de que en otoño se reactiven y generalicen de forma exponencial está ahí, a pesar de la irresponsabilidad de muchos que se toman esto a chufla, como la gente se tomaba al Piyayo, el “viejecillo renegro, reseco y chicuelo” del poema de José Carlos de Luna.

               Como hemos dicho, aquellos idus que nos encerraron en nuestras casas para tratar de que el coronavirus no se colara en ellas, no solo nos trajeron limitación de movimientos e incomodidades, sino también angustia y miedo pues nuestro único contacto con la calle era a través de la televisión, la radio, el teléfono y las redes sociales y estos medios no nos daban más que noticias acongojantes y, en algunos casos, también acojonantes, permítaseme la expresión. Estábamos tan descolocados que hasta nos dio por salir a los balcones a aplaudir, supuestamente a los sanitarios, cuando en realidad eran las palmas del miedo, las que en un coso taurino se dedican al torero que, gravemente herido por el toro, es conducido a toda prisa a la enfermería. Los sanitarios, evidentemente, se merecían aquellos aplausos y muchos más, pero sobre todo se merecían medios personales de protección, que no tuvieron en gran medida y de ahí el escandaloso número de profesionales españoles infectados e, incluso, muertos en la pandemia; también precisaban, en vez de ovaciones, más y mejores recursos hospitalarios para poder atender con eficacia aquel tsunami que se les vino encima. Dijo Churchill cuando acabó la Batalla de Inglaterra en la II Guerra Mundial que «nunca tan pocos hicieron tanto por tantos», refiriéndose a los pilotos de la RAF; esa frase es perfectamente trasladable a lo que han hecho los sanitarios por nosotros. Y lo que siguen haciendo, porque la lucha contra el virus no ha terminado aún, sino que estamos en período de tregua en el que se están produciendo menos heridos y bajas que en los momentos de mayor crudeza, pero esto aún no ha acabado, aunque algunos actúen como si lo hubiera hecho. Allá ellos si solo ellos fueran a pagar las consecuencias; el problema es que la irresponsabilidad de algunos puede afectar a muchos. Nunca tan pocos pusieron en peligro a tantos.

               Y mientras llegan la vacuna y los tratamientos que puedan dar de verdad por terminada la batalla contra el coronavirus, la vida se nos ha complicado sobremanera. Eufemísticamente, lo llaman “nueva normalidad” pero en realidad podrían decir que a la fuerza ahorcan; nada que sea impuesto puede ser asumido como algo normal, aunque haya que aceptarlo como mal menor. Entre esa anormalidad impuesta disfrazada de “nueva normalidad”, hay muchas cosas molestas y otras limitativas de males mayores: mascarillas, distanciamiento -físico, que nunca social, pues ese tipo de alejamiento tiene unas connotaciones de marginación e incluso exclusión-, limitaciones de movilidad, reducción o cierre de servicios, etc. etc. Como hoy me está saliendo una entrada gris oscura para el ánimo, pese a que no era esa mi intención inicial, voy a tratar de compensar a los lectores que hayan aguantado leyendo hasta aquí con una recomendación que, espero, mute y mude el gesto de contrariedad por uno de optimismo. Sean lo más responsables y solidarios posibles -recuerden que esta batalla no es individual, sino colectiva-, pero déjense del “síndrome de la cabaña” y salgan de casa y viajen todo lo que puedan. España es el segundo destino del turismo mundial y eso indica que fuera nos perciben como un país con una gran industria hotelera, de restauración y de servicios, pero sobre todo como un lugar en el que es extraordinaria la variedad y riqueza de los recursos y el atractivo y la competitividad de los productos turísticos. Este verano, opten por viajar por España, especialmente por la más recóndita, por la menos saturada, por la alternativa a los lugares masificados. La elección del turismo de interior, lejos de descartarla, priorícenla. Tiempo tendrán de volver a tostarse al sol en la costa, vuelta y vuelta como se asan los espetos en las playas malagueñas. Y tengan en cuenta que no es tampoco necesario viajar muy lejos; en nuestra misma provincia, hay lugares bellísimos que a buen seguro no conocen, o pueden conocer más y mejor, y ya vamos teniendo una oferta de hoteles, hostales, casas rurales, restaurantes, servicios y turismo activo bastante estimable. Aunque podría ponerles no pocos ejemplos, les voy a remitir a un par de sugerentes enlaces en los que podrán ver dos preciosos vídeos en “time lapse” -técnica fotográfica de cámara rápida-, realizados por Miguel Ángel Langa, uno de los principales impulsores del Festival Internacional de Time Lapse, de Molina de Aragón -el único que tiene lugar en el mundo-, que este año debería haber celebrado en agosto su octava edición, pero que ha tenido que ser suspendida. Otra buena actividad que el coronavirus se llevó. En el primer enlace https://vimeo.com/104876235 podrán ver el vídeo en time lapse titulado “Un año en el Barranco de la Hoz”, verdaderamente espectacular, y en el segundo  https://www.youtube.com/watch?v=3B8CcxlMVQA verán “El Castillo 2.0”, dedicado al castillo molinés, uno de los recintos fortificados medievales más amplios e importante de España. Precisamente, a raíz de este time lapse de Langa, nació el festival molinés al que hemos hecho referencia. Espero que estas hermosas e impactantes imágenes en movimiento les sirvan de motivación al viaje. Recuerden que viajar es una forma de soñar despiertos, la disyuntiva a las pesadillas.

Sin fiestas y con mascarilla

               El verano, sobre todo el período que va entre “las dos vírgenes” -la del Carmen, en julio, y la de la Asunción, en agosto-, suele traer a los pueblos de la provincia una imagen temporal y atípica respecto a su cotidiano ser y vivir, con fecha de caducidad como los yogures, que es la del regreso de sus hijos, nietos y bisnietos que tienen casa en ellos, pero residen en zonas urbanas. De este fenómeno sociológico periódico hemos hablado en este blog prácticamente cada estío porque, sin duda, es el hecho que más altera y condiciona la vida provincial por las consecuencias que conlleva, positivas casi todas ellas. Aunque a veces hay cierta carga de negatividad en el impacto que supone que unos seres eminentemente urbanos trasladen parte de sus hábitos urbanitas a zonas rurales, este hecho también conlleva que se produzca el reencuentro entre los pueblos y quienes se vieron obligados a emigrar de ellos y sus descendientes. Y los reencuentros siempre son eminentemente positivos, tanto entre personas, como entre el paisaje y sus figuras, pues minoran el desarraigo y restablecen equilibrios. Eso, desde un punto de vista emocional; desde un punto de vista racional, los regresos de la gente a sus pueblos, o a los de sus padres o abuelos, implican dinamizar la actividad social y económica, darles algo de oxígeno en verano, especialmente a las actividades del sector servicios, para cuando llegue la larga hipoxia del otoño avanzado y todo el invierno.

Encierro de toros de Brihuega entrando en la plaza del Coso, 1928. Este año ya se ha anunciado su suspensión. Foto Archivo Camarillo. CEFIHGU. Diputación de Guadalajara.

               Este verano, que ya está ahí, pese a que el sol lleve mascarilla, va a ser especialmente atípico, como lo ha sido la primavera que nos ha robado el coronavirus. “¿Quién me ha robado el mes de abril?”, se pregunta ese pedazo de poeta que además canta regular, llamado Joaquín Sabina. La realidad, a veces, como en esta, va mucho más allá de la ficción y hasta de las metáforas de quienes mejor cantan a la vida; este dichoso Covid 19 -o esta, porque uno ya no sabe si es chico o chica, aunque igual da porque estamos en tiempos arcoíris- ha ido más allá de lo que se preguntaba Sabina y nos ha traído una meta-metáfora: ¿quién nos ha robado la primavera del 2020 y se propone restarnos también parte del tiempo presente y aún del futuro inmediato? La respuesta no está en el viento, como dice la también hermosa canción de Bob Dylan; bien sabemos cuál es, aunque no sepamos su género y si está a gusto con su identidad.

               El verano de 2020 con mascarilla va a robarnos en la provincia poder respirar plenamente el aire sin contaminar de nuestros pueblos, un aire que, como el de Campisábalos, aunque me consta que también el de muchos otros lugares, está científicamente considerado como el más limpio y puro de España y el tercero del mundo. Da gusto encabezar este tipo de rankings y no el de despoblación -vaciamiento les ha dado por llamarlo ahora en esta etapa del nominalismo extremo- pues, como saben, algunas zonas de Guadalajara, especialmente las Serranías del Norte y el Señorío de Molina, presentan datos en ese ámbito similares a los de la lejana, fría, escandinava y ártica Laponia. Resulta curioso que las tierras que recorrió el Cid camino de su exilio a Valencia estén tan cerca de aquellas en las que vive Papá Noël; lo mismo hasta Babieca ha compartido pastos con Trueno, Relámpago, Bromista o cualquier otro de los renos del “viejito pascuero”, como llaman los argentinos a “Papá Navidad”.

               El verano con mascarilla de 2020 -si nos la ponemos tapándonos mentón, boca y nariz, como Dios y las autoridades sanitarias mandan- también nos va a robar parte de los olores de la tierra, especialmente los de ésta que es una de las que mejor huelen del mundo; la calidad de su miel y el buen gusto y mejor olfato de las abejas, avalan esta grandilocuente, pero certera, afirmación que en un viaje por la Alcarria me hizo una vieja y querida amiga que ya murió, la gran -en todos los sentidos- periodista de ABC, Isabel Montejano.

               Y este verano con el sol con gafas y mascarilla, también nos robará la mayor parte de las fiestas populares que, como un cohete revienta en la altura, estallan, sobre todo en agosto y en la primera quincena de septiembre, por todos los rincones de la provincia y ponen bullicio, jarana y alegría donde habitualmente solo hay silencio y soledad. Guadalajara tiene muchas carencias, sin duda, al tiempo que puede que le sobre algo -por ejemplo, resignación y acomodo-, pero es una tierra festera como pocas; es probable que esa alma festiva estival sea la reacción, el otro yo, el yang, al cuerpo doliente que presenta gran parte del resto del año. Sin duda, la fiesta es más ruidosa donde más se escucha el silencio.

               En vez del pañuelo de peñista atado al cuello, este verano vamos a llevar las gomas de las mascarillas asidas a las orejas, como si fueran orejeras de burro; en vez de encierros de toros, vamos a tener tiempo para aburrirnos y hasta observar a las afanosas hormigas acarreando alimento a sus nidos para sobrevivir en invierno, mientras no solo las cigarras están a la molicie; en vez de verbenas hasta la madrugada, vamos a poder ver, con más tiempo y silencio que nunca, cómo las perseidas se nos antojan lágrimas celestes de y por San Lorenzo, allá en torno al 10 de agosto.

Cantaba Paloma San Basilio, con su gran e infinita voz, que “la fiesta terminó”; este año, ha terminado antes si quiera de empezar. Asumamos el espíritu positivo de la fiesta de las fiestas españolas que es la pamplonica de San Fermín -también suspendida este año- y pensemos que ya nos queda un día menos para celebrar nuestras fiestas… del año que viene.  Coronavirus mediante.

Los apóstoles en tiempos del coronavirus

               En nuestra entrada anterior comentábamos que, por causa del Covid 19, se había suspendido la celebración de la inmemorial y celebérrima fiesta de La Caballada atencina, un hecho sin precedentes documentados. Como la grave pandemia va remitiendo pero no cesa, en esta ocasión nos vemos obligados a comentar la suspensión de otra destacada celebración tradicional de la provincia como es la procesión del Corpus Christi, de Guadalajara, también conocida como de los Apóstoles por participar en ella deforma destacada la antiquísima Cofradía del mismo nombre, con sede canónica en Santa María. Al aún persistir la suspensión de este tipo de actos públicos de calle decretada desde la primera declaración del estado de alarma, manifestaciones religiosas incluidas, la carroza con la custodia que porta al Santísimo, los Apóstoles,  los niños y niñas neo-comulgandos, el clero, el pueblo de Dios y la autoridades han dejado de salir este año el día del Corpus en procesión por la ciudad, hecho que no sucedía desde tiempos de la segunda República. En 1933 fue el primer año en que no se procesionaba en esta festividad en la capital desde las Guerras de la Independencia y Carlistas del XIX.  Efectivamente, la primera vez que se suspendió esta procesión en aquellos complicados años 30 del siglo pasado, no fue en 1936, en vísperas ya de la Guerra Civil, sino tres años antes, cuando el Gobernador la prohibió siguiendo las recomendaciones del Comisario de Vigilancia, que parece ser que vigilaba mucho a unos y poco a otros. Aunque aún quedaban tres años para iniciarse la contienda civil, la normalidad y la convivencia pacífica hacía tiempo que estaban alteradas, hasta el punto de que, tres días antes de la celebración de la procesión, como era preceptivo entonces, se solicitó su autorización por escrito al Gobierno Civil. Al día siguiente, como reacción a esta acción administrativa, se presentó también en el gobierno un pliego con firmas en el que se hablaba de posibles alteraciones de orden público, caso de autorizarse el acto religioso; finalmente, el Gobernador optó por no permitir la procesión, celebrándose a modo claustral, dentro del templo de Santa María. Los virus de la intolerancia, el odio y la falta real de libertad religiosa suspendieron temporalmente una celebración festiva, religiosa y popular con larga y honda tradición en el mundo cristiano y secular arraigo en esta ciudad pues podría remontarse su celebración a los siglos XIII y XIV, si bien está documentada a partir de 1454.

Miembros de la cofradía, ataviados con capa castellana, a la puerta de Santa María

              

La primera vez que se suspendió esta procesión en aquellos complicados años 30 del siglo pasado, no fue en 1936, en vísperas ya de la Guerra Civil, sino tres años antes, cuando el Gobernador la prohibió siguiendo las recomendaciones del Comisario de Vigilancia, que parece ser que vigilaba mucho a unos y poco a otros.

Pese a que la procesión del Corpus no se celebró el domingo 14 de junio –este año se cumplían 30 años de su desplazamiento desde el jueves, día en que tradicionalmente venía teniendo lugar-, la Cofradía de los Apóstoles sí ha mantenido la celebración de todos sus actos internos, guardando las debidas y obligadas medidas de seguridad sanitaria entre sus miembros, como no debía ser de otra manera. Así, el domingo de Pentecostés -15 días antes del Corpus-, celebraron –celebramos, pues yo soy miembro de ella como último suplente- asamblea general; el sábado anterior al Corpus nos volvimos a reunir para oír misa en hermandad y rezar el Miserere –el salmo 50, por el sufragio de las almas de los hermanos que nos precedieron y como oración colectiva de contrición y penitencial- ante la magnífica talla del Cristo, precisamente llamado de los Apóstoles, que hay en Santa María; finalmente, participamos en la misa principal del Corpus en la concatedral, el mismo domingo, vestidos los titulares con mantos y túnicas para ambientar la Eucaristía a que se ha debido reducir la celebración de este año de “la gran fiesta de los sentidos”, como mi amigo y hermano, Javier Borobia –es titular de San Felipe en la hermandad-, ha bautizado siempre este gran día. Una imagen para el recuerdo será la que hemos dejado en 2020 los apóstoles en los actos celebrados en nuestra sede canónica, con nuestras capas castellanas sobre los hombros y las obligadas mascarillas cubriendo mentón, boca y nariz. Puede que resulte menos chocante ver a un santo con un par de pistolas, dicho sea de modo en absoluto irreverente y por apelar al conocido dicho.

Siempre que se acerca el Corpus, una fecha muy señalada y emotiva para mí, como me consta que lo es también para mis hermanos de Cofradía y sus familias, tengo por costumbre acudir a dos libros que guardo con especial celo y afección en mi fecunda librería: “El Corpus Christi en Guadalajara”, de Pedro José Pradillo, y “El Corpus Christi de Francisco Sánchez”, de Salvador García de Pruneda. La obra de Pradillo es el resultado de una importante investigación histórica sobre la festividad del Corpus, que deviene en ensayo y que trasciende de lo local por lo que adquiere una gran relevancia y proyección. El sabio técnico de patrimonio del Ayuntamiento de Guadalajara, que publicó este libro en 2000, cuando aún no lo era, realiza un exhaustivo análisis de la liturgia festiva del Corpus, centrando su período de estudio entre 1454 –que es cuando se documenta por primera vez la celebración de esta fiesta a través de un pago del ayuntamiento a quienes se visten ese año como apóstoles- y 1931, año en que se inició la segunda República, período en el que, como hemos visto ya antes, su celebración se vio muy comprometida, cuando no prohibida. El trabajo de Pradillo es una referencia imprescindible para quienes quieran profundizar en el conocimiento de la celebración del Corpus en Guadalajara, contextualizada, relacionada y comparada con las celebraciones de otras ciudades de España que también tienen en esta festividad un día solemne y de fiesta mayor.

               García de Pruneda (Madrid, 1912) fue un diplomático español –llegó a ser titular hasta de tres embajadas: Túnez, Etiopía y Hungría-,  y novelista –ganó el Premio Nacional de Literatura en 1963- que vivió parte de su infancia y mocedad en Guadalajara, donde su padre, militar de profesión, estaba destinado. Tanta huella dejó en él la capital alcarreña que ambientó aquí su novela titulada “El Corpus Christi de Francisco Sánchez” (1971), si bien no la cita expresamente, aunque resulta obvio por el nomenclátor de calles y monumentos, así como por la toponimia menor que aparece en la obra. La acción transcurre en la víspera de la celebración del Corpus y, como toda novela que se precie de serlo, reúne en su trama momentos y escenas de amor y de muerte, una muerte que acontece, ni más ni menos, que en las terreras del Henares, al pie de la Fuente Blanquina.

               Tanto la novela de García de Pruneda como el ensayo de Pradillo los editó el Ayuntamiento de Guadalajara, en 1995 y 2000 respectivamente, siendo alcalde de la ciudad e impulsor de ambas publicaciones José María Bris, un regidor que fue especialmente sensible con todo lo que son las señas de identidad de la ciudad, al tiempo que una persona muy cercana a los ciudadanos y a su sociedad civil. Siendo primer munícipe, Bris nunca faltaba a la misa de siete de la mañana el día del Corpus, la que en intimidad y familiaridad celebramos la Cofradía de los Apóstoles, compartiendo después con nosotros el almuerzo de hermandad que tradicionalmente sigue a la Eucaristía. Y siendo él alcalde y Francisco Tomey presidente de la Diputación, la Cofradía se vio muy beneficiada por ambas instituciones pues gracias a su apoyo económico se pudo adquirir la magnífica talla del Cristo de los Apóstoles, se renovaron las pelucas, las túnicas, los mantos y los cíngulos, a la vez que se pudieron acuñar las medallas con el emblema de la hermandad que portamos los cofrades. Lo que fue ayuda a seguir siendo lo que es.

La Caballada descabalgada

El Domingo de Pentecostés, que este año ha caído en el día 31 de mayo, siempre ha sido una fecha señera en el calendario festivo tradicional de la provincia de Guadalajara pues, no en vano, se celebran en él, o han celebrado, tres de los eventos costumbristas de mayor raigambre y significación, como son la Caballada de Atienza, las Loas y Danzas a la Virgen de la Hoz y la Soldadesca, de Hinojosa. En realidad, la única de estas tres señaladas citas que permanece inalterable en el calendario el día de Pentecostés desde que iniciara su histórica andadura hace 858 años es la fiesta atencina. La de la Hoz del Gallo –cuyo origen se remonta a principios del siglo XVI y se recuperó en 1979 tras décadas desaparecida- hace unos años que retrasó su celebración una semana y viene teniendo lugar en la octava de Pentecostés, y la de moros y cristianos de Hinojosa, entra y sale del calendario como el Guadiana de la tierra, no celebrándose desde 2010, tras haberse recuperado en 1981.

«Desfile de la Caballada de Atienza». Fotógrafo MANUEL URECH LÓPEZ. Colección Layna Serrano. (Fecha desconocida). CEFIHGU. Diputación de Guadalajara.

               Este año, por causa del puñetero coronavirus que no sólo está condicionando los días azules de nuestras vidas, los laborables u ordinarios, sino también los rojos, los festivos y extraordinarios, ni siquiera se ha podido celebrar la Caballada, al parecer por primera vez en su plurisecular historia y, en todo caso, de forma documentada desde hace 350 años ¡que se dice pronto! Ni las numerosas guerras que han asolado España en toda edad, media, moderna y contemporánea, ni los incontables acontecimientos que han condicionado negativamente las vidas de los españoles a lo largo de los últimos nueve siglos, ni las crisis de fe y religiosidad popular que nuestro país ha acusado en este mismo tiempo, ni las sucesivas crisis agrarias que han diezmado de población y vigor el medio rural, sobremanera el serrano, habían podido con la Caballada hasta que ha irrumpido inopinadamente el Covid-19 en nuestras vidas y ha aconsejado su suspensión, como no debía ser de otra manera, dadas las circunstancias.

               La Caballada es, junto con el Festival Medieval de Hita y teniendo muchísima más antigüedad, raigambre y mérito que éste, el único evento de la provincia que está declarado como “Fiesta de Interés Turístico Nacional”; además, obtuvo esta declaración en la primera relación de fiestas españolas que lograron esta importante distinción, aprobada por la Secretaría de Estado de Turismo en 1980. En esa primera y escogida nómina de 29 festividades turísticas de interés nacional que otorgó la Administración General del Estado, además de la Caballada y el Festival Medieval de Hita, se incluyeron otras importantes y afamadas celebraciones como las Fiestas del Pilar, de Zaragoza, las Hogueras de San Juan, de Alicante, el Festival de los Patios cordobeses o las fiestas de la Merced, de Barcelona, lo que nos aporta una referencia de la primera “división” festiva en la que juega la Caballada, valga el símil futbolístico. Esa declaración, evidentemente, no fue gratuita y se basó en criterios objetivos e incuestionables como la importancia histórica del hecho en que se fundamenta, la continuidad plurisecular ininterrumpida en su celebración, la formalidad y vistosidad de su extraordinario ritual y, por supuesto, el magnífico contexto geográfico e histórico-artístico en el que tiene lugar pues Atienza es una de las grandes villas castellanas y, por ende, de España.

Repasaremos ahora, sucintamente, el notable y singular origen de la Caballada que data de la segunda mitad del siglo XII, exactamente de 1162, época histórica de mayor esplendor de Atienza. En aquél año, los recueros –arrieros- atencinos, a través de una inteligente y curiosa estratagema, consiguieron sacar de la villa, como si fuera uno más de ellos y sano y salvo, al entonces rey niño, Alfonso VIII –cuyo posterior reinado, recordemos, supuso la transformación de Castilla en el centro de poder político más importante del occidente peninsular y la decadencia definitiva del poder musulmán-, sitiado en Atienza por tropas de su tío, el rey leonés, Fernando II, que se metió en medio de la disputa civil de los Castro y los Lara, en la tutela y custodia del rey también llamado “pequeño” por la historia, para tratar de asir la corona de Castilla y subyugarla a la de León. En conmemoración de esta secular efeméride y merced a los privilegios concedidos a Atienza por el agradecido rey Alfonso, cada domingo de Pentecostés, desde hace 858 años, se celebra la fiesta de “La Caballada”, que merece la pena conocer bien de cerca y en todo su ritual –si aún no la conocen, han de esperar al 23 de mayo de 2021-, y que tiene su momento álgido para el espectador en las galopadas que los cofrades de la Santísima Trinidad dan sobre sus caballos por los caminos que unen la ermita de Nuestra Señora de la Estrella y la villa. Si quieren hacerse una idea de cómo es esta fiesta y conocer algunos aspectos de su origen y ritual, les invito a que vayan a este divertido, curioso y singular enlace en el que se cuenta “La Caballada” con muñecos de “Playmobil”, una auténtica delicia y gozada no solo para los más pequeños: https://youtu.be/je_VW2ICI84

Atienza merece ser vista, conocida y disfrutada en cualquier momento del año, incluso en los meses, los muchos meses, en que allí se llama fresco al frío, pero si hay una época especial en la que esta histórica villa se muestra en todo su esplendor esa es, precisamente, la primavera ya avanzada, en torno a Pentecostés y la Caballada. Es en ese tiempo cuando la “peña muy fuort” del Mio Cid se despereza del largo invierno, los campos de cereal aún verdean, salpicados de amapolas y margaritas, y en los montes bajos y en los baldíos pelean por imponer su color el amarillo de las flores de la retama, el blanco de las de la jara, el blanco-rosáceo de las flores de la gayuba y el tomillo y el rosa-violáceo del brezo, entre un sinfín de otros arbustos y flores propios de estas tierras que antaño fueron de marojos y quejigos.

No me cabe duda de que La Caballada sí que volverá más fuerte. Mientras esperamos a ese 23 de mayo del año que viene en que está ya fijada en el calendario la próxima celebración de esta gran fiesta atencina, nos vamos con estos versos de Alberti, de su conocido poema “Galope”, escritos durante la Guerra Civil española, que acabó con tantas vidas y tantas cosas y que aún hoy condiciona nuestras vidas, pero que no pudo con La Caballada. Ésta se celebró los años de la contienda con La única merma en su programa de no poder contar con los gaiteros que acompañan varios de sus actos. Veamos ahora cómo el poeta gaditano utiliza la repetición de palabras y la aliteración como recurso en sus versos, de tal modo que nos hace sentir el galope del caballo. Cerremos los ojos, repasemos a Alberti y sentiremos su caballo cuatralbo a pie de uña por el camino de Atienza que lleva de la villa a la Estrella:

A corazón suenan, resuenan, resuenan
las tierras de España, en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo,
caballo cuatralbo,
caballo de espuma.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!

Guadalajara y la perdiz toledana mareada

               Por la que hay montada con el dichoso coronavirus y la vorágine informativa y propagandística en la que estamos inmersos, donde cada vez cuesta más distinguir la verdad de la mentira y la información objetiva de la opinión subjetiva –las más de las veces, también interesada-, ha pasado casi desapercibida una interesante y reveladora encuesta realizada por electomanía.es sobre los sentimientos identitarios de los españoles respecto a sus provincias y sus comunidades autónomas. Pocas, muy pocas veces, la provincia de Guadalajara se ha erigido en lo más alto de una tabla estadística nacional, como no sea en la de ser la primera en tener una central nuclear, la única en reunir dos durante un tiempo, en ser también una de las dos, junto con Alicante, en albergar un sanatorio leprológico –el de Trillo– durante décadas, o en radicar en su territorio la cabecera del más grande y sangrante trasvase de agua que hay en España, el Tajo-Segura.

La encuesta a la que he hecho referencia ha llevado a Guadalajara a otro primer puesto que, en esta ocasión, no la desmerece y socava, sino que simplemente evalúa sus sentimientos y es probable que todas esas cosas que he relatado y la han zaherido tengan que ver en el resultado: Guadalajara es la circunscripción de España con mayor sentimiento identitario provincial; así, como lo leen, al tiempo que es la que menos sentido identitario regional tiene, dato que se deduce porque el objetivo de esa encuesta era ponderar y poner en cuestión si los españoles se sentían más de su región que de su provincia o viceversa. Los números más significativos de la encuesta son los siguientes: el 78,6% de los guadalajareños se identifican más con su provincia que con su comunidad autónoma, el 18,8% se considera tanto de su comunidad autónoma como de la provincia y solo el 2,6% más de la autonomía que de la provincia. Con estos datos, como he dicho, Guadalajara se destaca como la circunscripción de toda España que más se identifica con su provincia, al tiempo que menos lo hace con su comunidad autónoma; en total, Guadalajara ofrece un valor de -57% de balance identitario. En lo que hace referencia al resto de provincias de Castilla-La Mancha, Cuenca presenta un -39% de balance identitario, Albacete un -24,3% y Toledo un -8,7%. Ciudad Real es la única provincia de la región donde impera más el sentimiento regional que el provincial.

¿Sorpresa? Puede que en Toledo se la hayan llevado; yo, desde luego, no estoy nada sorprendido por este resultado que evidencia bastantes cosas, pero que deja una bien clarita: Después de 38 años de autonomía y de los denodados y costosos esfuerzos para el erario público que desde ésta se han hecho por difuminar las provincias y que impere la región, Guadalajara sigue teniendo una afectividad infinitamente superior hacia su provincia. Evidentemente, son muchos los factores que influyen en ello, pero hay dos claves, una que podíamos llamar de “estado”, que es que Castilla-La Mancha es una región artificial y con la que Guadalajara no se siente cómoda ni encuentra la afinidad suficiente, y otra de “gobierno”, que es el hecho de que los guadalajareños creemos que nunca se nos ha tratado adecuadamente desde Toledo y que las “políticas manchegas” que se suelen hacer no son las que precisa la única provincia de la región que no tiene ni un milímetro cuadrado de Mancha. No niego que mi reflexión albergue un cierto tinte victimista, pero es que tengo la sensación –y, por lo evidenciado en la encuesta, veo que la comparten muchos paisanos- de que primero fuimos víctimas de un error, que fue crear una comunidad autónoma de mero diseño y discurso político y sin sentimientos ni afinidades reales, excluyendo encima de ella a Madrid, que es nuestra vecina grande y rica, hermana mayor y tantas cosas más. Para, después, ser víctimas de sucesivos gobiernos regionales -34 años socialistas y solo 4 populares- que ni han sintonizado con Guadalajara en lo afectivo ni en lo pragmático y lo racional.  Son muchas las afrentas de “Toledo” con Guadalajara, pero vamos a citar solo algunas por ser muy expresivas: Mientras que Castilla-La Mancha lleva recaudando desde hace años muchos millones de euros que pagan los regantes por el trasvase Tajo-Segura, ese dinero, en vez de revertir prioritariamente en la cabecera del trasvase, se invierte en cualquier parte de la región. Incluso se ha dado el caso de que con ese dinero se ha construido la llamada “Tubería manchega”, que deriva agua del Tajo a la cuenca del Guadiana, al tiempo que hay pueblos de la cabecera del trasvase que aún deben ser abastecidos con cisternas por la Diputación. Item más, mientras el nuevo hospital de Toledo ya está terminado, aunque no puesto en funcionamiento, el de Guadalajara avanza al paso de los entierros en la Galicia profunda: Dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás. Y seguimos: entretanto el nuevo campus universitario de Alcalá en Guadalajara nunca termina de llegar, incluso después de que el ayuntamiento haya tenido que poner bastante dinero en terrenos para él, la Universidad de Castilla-La Mancha no está precisamente falta de infraestructuras –parece que sí de financiación, pero ese es otro cantar-; para más “inri”, a la Junta le cuesta un alumno universitario en la UCLM más del doble de lo que le cuesta tenerlo en la de Alcalá, que es y debe seguir siendo la Universidad de Guadalajara. Me estoy quedando ya sin tinta –y eso que este medio es virtual- y debo ir concluyendo este listado de afrentas dejándome muchas en el tintero, pero no ésta: la Junta ingresó alrededor de 32 millones de euros por las subastas del suelo del Fuerte de San Francisco para la construcción de viviendas y firmó un convenio en 2004 con el Ayuntamiento de la capital comprometiéndose a rehabilitar los edificios históricos de este antiguo cantón militar. Incluso una sentencia ya firme del Tribunal Supremo de 2017 obligaba a la Junta a cumplir ese convenio, algo que entonces no había hecho y que aún sigue sin hacer, mareando la perdiz a la toledana, como bien saben hacer en la capital regional. O sea que la Junta hizo negocio con Guadalajara, algo que ya es el colmo.

               Después de todas estas afrentas –y de bastantes más que por razones de espacio han de quedar aparcadas hoy, que no olvidadas-, después de tanto centralismo toledano, después de tanto mancheguismo y tan poco castellanismo, después de tantas prédicas y tan poco trigo, Guadalajara piensa lo que piensa y siente lo que siente.

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