La provincia del crimen

                Es muy probable que al leer el titular de esta nueva entrada muchos lectores hayan pensado que no iba a referirme a la provincia de Guadalajara, sino a la de Cuenca, que es así conocida porque en ella tuvo lugar el famoso “crimen” que llevó al cine Pilar Miró, un asesinato que data de 1918 y que, por cierto, jamás se cometió pues la supuesta víctima, José María Grimaldos López, alias “El Cepa”, un humilde pastor que trabajaba en una finca de la localidad conquense de Osa de la Vega, no murìó, sino que desapareció de allí porque se trasladó a vivir a otro pueblo. Lo que sí hubo fue sentencia condenatoria de un jurado popular a León Sánchez Gascón y Gregorio Valero Contreras, por asesinato, con fines de robo, de “El Cepa”, basándose la carga acusatoria en la confesión de ambos inculpados que, al parecer, se produjo bajo fuertes torturas, como queda crudamente reflejado en la película de Miró que, por cierto, fue una de las últimas que padeció la censura pues se rodó en 1979, pero no pudo exhibirse en salas hasta dos años después porque los tribunales de justicia estimaron que «podía ser delictiva contra el Cuerpo judicial y la Guardia Civil”.

Y dado ya a Cuenca lo que es de Cuenca, vamos a dar a Guadalajara lo que le corresponde en materia de criminalidad pues, como es público y notorio y lleva siendo noticia de alcance nacional desde hace varias semanas, últimamente “la provincia del crimen”, más que la vecina, es la nuestra; y, lamentablemente, ese crimen sí que existió y, además, con unos detalles de truculencia realmente bárbaros: me estoy refiriendo, como ya habrán imaginado, al crimen de Pioz, acaecido a mediados del pasado mes de agosto, en el que murieron los cuatro miembros de una familia brasileña -padre, madre y dos hijos de muy corta edad- a manos de un sobrino del padre que, no contento con acabar con sus vidas, se ensañó con sus restos mortales y los descuartizó. Un asesinato, sin duda, horrendo y que ha causado un impacto tal que, a pesar del tiempo transcurrido desde su descubrimiento, a mediados de septiembre, y de que prácticamente se sabe ya casi todo lo que ocurrió aquel funesto día de agosto en el archi-fotografiado y filmado chalet de Pioz escenario del crimen, sigue siendo noticia porque continúan conociéndose más detalles y de una escabrosidad que asustaría al mejor guionista de películas de terror.

No es grato, aunque sí entendible -pues nada más las noticias impactantes suelen llevar a los pequeños pueblos al telediario- que Pioz haya salido sólo en los medios informativos nacionales en los últimos años, primero por causa del agujero económico abismal de su ayuntamiento -aún colean en internet titulares de prensa que dicen que se tardarán 7000 años en pagarla-, y, después, por este espeluznante crimen. Obviamente, este municipio guadalajareño rayano con Madrid solo ha sido un involuntario y pasivo escenario de un terrible crimen que, para más inri, ha adquirido carácter internacional al ser brasileños tanto el asesino como los asesinados, y no se merece pasar a ser “el pueblo del crimen” que, contrariamente, al de Cuenca de 1918, sí se cometió y de qué manera tan salvaje y brutal. Confío en que pronto se vuelva a hablar más del espléndido castillo de Pioz que de este hecho truculento o de su desmesurada deuda municipal, aunque las piedras, por muy venerables que sean, conmueven bastante menos que la sangre y el dinero.

Tengo mucho cariño a la provincia de Cuenca, con la que me unen entrañables lazos familiares y en la que he vivido grandes momentos personales y pasado allí muchas temporadas descubriéndola y disfrutándola, pero prefiero que siga siendo ella “la provincia del crimen” a que lo sea Guadalajara, porque ya cargamos con bastantes “sambenitos” a nuestras espaldas, que no voy ahora a recordar para no dar pistas a nadie, como para que nos carguen con otro. Y eso que, si el crimen de Cuenca no fue tal, en Guadalajara, además del de Pioz, en apenas unos años se han acumulado otros asesinatos truculentos que han trascendido de la prensa local y también han tenido espacio, y con alarde de titulares, en la prensa nacional, entre ellos el de la violencia extrema de género en Horna, el aún caso abierto de la anciana de 90 años asesinada en Hiendelaencina, o los dos que tuvieron Cifuentes como escenario: el del “carnicero” que no sólo mató sino que también “picó” a su pareja, y el que cometieron dos amigos contra un primo de uno de ellos y que simularon un secuestro. Por cierto, la comisión de asesinatos truculentos en Cifuentes ya tenía un antecedente histórico en el famoso “Crimen de la Cueva del Beato”, que data de 1905, y en el que el bueno de Bibiano Gil, el ermitaño que se recogía y oraba en ese santuario y que pedía limosna para adecentarlo al tiempo que para auxiliar a los pobres, fue asesinado por un pastor envidioso que después arrojó su cadáver al fondo oscuro y profundo de la cueva.

 

Amores imposibles en la “tercera Alcarria”

                La mejor de las amistades posibles -que es la muy generosa y nada interesada- me llevó hace unos días hasta Arbeteta a pasar un buen rato y a disfrutar de ese bello entorno natural de la “tercera Alcarria”, como llamaba a las tierras del sur de Cifuentes Layna Serrano, que en realidad ya son casi sierras y que forman parte del Alto Tajo, ese espléndido macropaisaje guadalajareño que, precisamente, cuando llega la otoñada, se viste con sus mejores galas y ofrece una sinfonía de color o, lo que viene a ser  lo mismo, una paleta de sonidos, incluida la de las grullas en migración, para regalo de la vista y el oído.

Castillo de Arbeteta  Arbeteta nos recibió con una fuerte lluvia en forma de temporal que estaba empapando a la tierra e invitando a los escasos residentes que quedan en el pueblo, incluso en fin de semana, a no desafiarla en la calle, sino a esquivarla al amor de la lumbre baja. Algunos de los pocos lugareños con los que pudimos hablar nos contaron que era el primer día en muchos meses que allí llovía tanto y de manera tan prolongada, pero lejos de quejarse por ello todos daban la bienvenida al agua porque saben que sin ella sería imposible aquel bendito paisaje que la orogenia nos regaló a los hombres, aunque a quienes más han sufrido su dureza en sus propios riñones y en sus menguadas despensas, les haya parecido justo lo contrario, algo que es perfectamente entendible.

Si bien la intensa y pertinaz lluvia condicionó nuestra libertad de movimientos en la grata jornada vivida en Arbeteta, no nos impidió ir hasta el Picazo y disfrutar desde allí de la espléndida vista del castillo roquero que se alza sobre un acantilado de más de medio centenar de metros, en el serpenteante valle que lleva a Valtablado, y que tiene un dominio privilegiado sobre su escarpado entorno. Esta singular y casi inaccesible ubicación –sólo se puede acceder al castillo a pie por el Este-, sin duda fue determinante para que se erigiera allí esta pequeña fortaleza que tiene más pinta de haber sido un torreón-vigía que un gran enclave guerrero y residencial, aunque la evidente presencia en su patio de armas de los restos de un aljibe es prueba irrefutable de que no dejó de ser un espacio vividero.

Mambrú de Arbeteta  Pese a que Arbeteta, y muy especialmente su entorno, tiene muchas cosas que ver, dos son de obligada atención e interés: su espectacular castillo y el famoso “Mambrú”, que es el nombre dado a la veleta que corona el chapitel de la iglesia. Se trata de una figura humana vestida de granadero de la guardia real, con denominación idéntica a la de la cancioncilla popular de “Mambrú se fue a la guerra…”, que parece tratarse de la deformación fonética del apellido del general inglés “Malborouhg”, famoso por su participación en la Guerra de Sucesión española, a principios del siglo XVIII.

Fue el antes ya citado Cronista Provincial, Francisco Layna Serrano, quien se hizo eco en un artículo publicado en 1944 en el Boletín de la matritense Sociedad Española de Excursiones, quien se hizo eco de una bella leyenda popular que habla de los amores imposibles de un humilde mozo de Arbeteta, hijo del sacristán, que marchó a la milicia y regresó de sargento, y una hija del labrador más rico de Escamilla y cuya frustrada relación quedó inmortalizada en las veletas de ambos pueblos, llamándose “El Mambrú” a la de Arbeteta y “La Giralda” a la de Escamilla. La primera, como hemos dicho, representa a un soldado de granaderos y la segunda es una figura de mujer, aunque, según afirma Layna, originalmente representaba al arcángel San Gabriel. Como a la de Arbeteta, un rayó la partió y modificó su primitivo aspecto.

La leyenda aludida contaba que el padre rico de la muchacha de Escamilla había prohibido tajantemente que su hija mantuviera amores con el humilde mozo de Arbeteta que, desolado por ello, entró en la milicia para tratar de mejorar su posición social y sus recursos económicos y así doblegar la voluntad del progenitor de su amada. Pero éste, incluso después de regresar aquél con éxito de su paso por el ejército, mantuvo su negativa inflexible a esa relación, de tal forma que ambos enamorados sólo podían comunicarse ascendiendo a lo más alto de la torre de ambas iglesias para hacerse señales, él agitando una bandera y ella, a través de su amiga la hija del sacristán, moviendo al viento su propio delantal. Como en casi todas las leyendas de amores, la muerte joven de ambos enamorados dio al traste con sus esperanzas y sus vidas.

La resolución de esta leyenda, de la que por razón de espacio he omitido muchos detalles singulares, el propio Layna la contaba de esta forma tan curiosa en su artículo antes referido, que fue reeditado en 1988 por la Diputación de Guadalajara en un opúsculo conmemorativo de la recolocación de una réplica del “Mambrú” de Arbeteta sobre el chapitel de la iglesia, tras haber destrozado un rayo la figura de la veleta original: “Dícese que para perpetuar el recuerdo de aquellos desventurados y de la ingeniosa traza discurrida y practicada por ellos para comunicarse, el vecindario de Escamilla hizo coronar su hermosa torre con una veleta representando personaje celestial con vestimenta que pueda parecer femenina, veleta llamada “La Giralda” y que en el ambiente popular representara y recordara a la mocita desgraciada; como los de Arbeteta remataron el agudo chapitel de su campanario, no con una figura genérica a la cual, por algún detalle y convenio tácito popular se le asignase el recuerdo de determinada persona muy estimada en el lugar, sino que representara a la persona misma o sea la efigie del malaventurado sargento “Mambrú”.

Layna Serrano dixit.

Bienvenidos a la tierra de la tía amancebada de Cervantes

                La Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha sigue confundida y empeñada en confundir al personal, incluso a los turistas con los que pretende ser hospitalaria, afirmando, un día sí y otro también, y aunque a veces sea de forma indirecta, que la provincia de Guadalajara es parte de la comarca de La Mancha, cuando, evidentemente, no lo es y ni siquiera un pacto de Page con Podemos e, incluso, también con el PP, podría cambiar esa realidad. No es opinable, como tampoco lo es decretable, que ni un centímetro cuadrado de las diferentes tierras de Guadalajara son manchegas, esa es una realidad cierta e inmutable desde que la orogenia, en la noche de los tiempos, puso en el sitio en que siguen estando los accidentes geográficos que confieren personalidad y unidad al paisaje y a las comarcas.

                La última ocurrencia regional en la que a Guadalajara se le ha situado en la comarca de La Mancha ha sido la instalación de unos voluminosos y bien visibles carteles publicitarios -la Junta siempre ha sido muy amiga de la cartelería y la propaganda, que no en toda ocasión es publicidad, al menos eficaz-  en varios puntos de la provincia dando a los visitantes la “Bienvenida a la tierra de Don Quijote”. De color rojo intenso y con la imagen de Cervantes como motivo reconocible, estas nuevas señales de supuesta identidad regional -digo supuestas porque, si bien pretenden representar a toda la región, solo lo hacen a una parte- ya han sido colocadas en la entrada a la provincia desde Madrid por la A-2 y próximamente se instalarán en las entradas a ella por esta misma vía desde Aragón, así como en la entrada de Madrid por la N-320.

Tierra-DonQuijote  Sin ser, evidentemente y como ya hemos comentado, parte de su paisaje manchego, la mayor relación que Guadalajara tiene con Don Quijote no se da por el extraordinario personaje literario en sí, sino indirectamente a través de su autor, el gran Miguel de Cervantes, y no sólo por haber nacido éste en la vecina -y hermana, aunque ahora pertenezca a otra comunidad autónoma- Alcalá de Henares. Efectivamente, una curiosa historia de amores pecaminosos vincula al autor del Quijote con Guadalajara, cual es la protagonizada por una tía suya, María, que fue la amante y mantenida de don Martín “El Gitano”, un hijo ilegítimo que el Duque del Infantado tuvo con una cíngara, llamada María Cabrera, que había acudido a Guadalajara con una troupe de su etnia con motivo de las fiestas del Corpus. Una historia concatenada y poliédrica de amoríos supuestamente prohibidos que aún presenta una cara más si recaemos en que el hijo ilegítimo del Duque que tenía por amancebada a la tía de Cervantes era entonces el arcediano de Guadalajara, después de haber ostentando otros títulos eclesiásticos como el arcedianato de Talavera, el curato de Galapagar y las abadías de Santillana y Santander. En cualquier caso, no creo que esta singular anécdota histórica cambie la incierta realidad de que cuando se entra en la provincia de Guadalajara, se haga a “la tierra de Don Quijote”. 

Termino diciendo lo que no debería ser necesario ya decir por tratarse de una verdad de Perogrullo: la provincia de Guadalajara, desde que Javier de Burgos cerrara en 1833 los límites de las actuales provincias españolas, la conforman cuatro grandes comarcas: La Alcarria, la Campiña, el Señorío de Molina y las Serranías del Norte, que podríamos estructurar en otras subcomarcas, pero ninguna de ellas manchega pues La Mancha sólo ocupa una parte de las otras cuatro provincias que conforman Castilla-La Mancha. Aunque también es una obviedad, parece necesario repetirlo ante tanto intento “macheguizador” de Guadalajara: Toda la Mancha es tierra castellana, pero no toda la tierra castellana es manchega.

Sin duda, la improvisación y las prisas con que nació esta región para cerrar el mapa autonómico nacional tras aprobarse la Constitución de 1978 y la fractura de Castilla que esa nueva estructura territorial implicó, han contribuido a esta ceremonia de la confusión que, lamentablemente, va a más. Y no se trata sólo de un problema de errático pero simple nominalismo como es el caso, sino de un focalizar las políticas regionales en esa gran parte, pero no la única, de la región que es la Mancha, desenfocando, cuando no dejando a oscuras, al resto de comarcas y, de entre ellas, muy especialmente a las de Guadalajara. Puede que en mis palabras haya algo de victimismo, no lo niego, pero que eso no oculte que también hay en ellas una gran parte de verdad.

“Buero Vallejo y Guadalajara”, el libro

Después de tres entradas dedicadas a Antonio Buero Vallejo con motivo de la celebración del centenario de su nacimiento, hecho que tuvo lugar el pasado día 29 de septiembre, sin solución de continuidad llega esta cuarta, aunque como podrán advertir los lectores no lleva el mismo título que las tres anteriores ni está acompañada del ordinal correspondiente. La razón es bien sencilla: si bien el protagonista de esta entrega va a seguir siendo el gran dramaturgo arriacense -reivindico, como hizo el propio Buero, la belleza de este gentilicio para referirse a los naturales de esta ciudad-, hoy el foco lo voy a poner en el libro que he escrito sobre él y su vinculación con la capital alcarreña, y al que, sin necesidad de devanarme el seso, he titulado “Buero Vallejo y Guadalajara”.

Efectivamente, acudiendo a la famosa frase acuñada en televisión por el gran Paco Umbral ante la no menos grande Mercedes Milá -grandeza ganada por cada uno en lo suyo-, hoy he venido a hablar de mi libro que, por cierto, es el tercero que presento en un año, formando ese trío al sumarse al dúo anterior: las “Crónicas del Tenorio Mendocino” –presentado en octubre de 2015- y “Viaje a la Alcarria en familia” -junio de 2016-. El dedicado a Buero, si los duendes de la imprenta no hacen de las suyas -que, como las meigas gallegas, haberlos haylos, doy fe y no soy notario, pero sí me he manchado de tinta entre cajas bajas y altas, linotipias e impresoras-, se presentará el próximo martes, 18 de octubre, a las siete de la tarde, en la Sala Multiusos del Centro San José. Avisados e invitados quedan, quedáis todos.

Para mantener la siempre aconsejable reserva sobre el contenido de un libro hasta el mismo día de su presentación y preservar la información detallada sobre éste para premiar a los asistentes a ella -los que acuden a este tipo de actos se merecen eso y mucho más, pues cada vez escasean en mayor número, como las abejas, y ese es también un problemón, pero hoy no toca hablar de él-, me voy a limitar a adelantar una mínimas consideraciones sobre mi nuevo libro que, una vez más, va a patrocinar la Diputación Provincial; “mi” Diputación, pues ya llevo 13.035 días trabajando para ella y me complace y llena de orgullo haberlo hecho y poder seguir haciéndolo. La producción, maquetación y edición electrónica han coorido a cargo del gran Jesús Padín (Intermedio ediciones) -hoy parece que voy regalando este adjetivo, pero les aseguro que no-  con las que estoy encantado. Como lo he estado siempre con los editores responsables de mis anteriores libros, Fernando Toquero (Tres Pasos Comunicación) y Antonio Herrera Casado (Aache ediciones). Aprovecho la ocasión para reiterarles mi agradecimiento a todos ellos pues un buen continente es capaz hasta de hacer parecer menos malos unos contenidos solo regulares. Y no es, al menos no pretende ser, falsa modestia.

Lo que resulta imposible es hablar de un libro sin decir nada de él -eso de hablar sin decir ni pío solo está reservado para algunos políticos; demasiados, diría yo- y, de momento, tan sólo les he adelantado del que he escrito sobre Buero el título, la editorial encargada de su producción material y la fecha de su presentación. Como premio a quienes hayan llegado a leer hasta aquí y como acicate a quienes, sin duda llevados más por la indulgencia de la amistad que por un verdadero y objetivo interés, vayan a acudir al acto de su presentación pública, les voy a adelantar el resumen de intención del libro que aparecerá en el texto de solapa:

buero-antonio-foto“BUERO VALLEJO Y GUADALAJARA no es ni una biografía al uso ni una hagiografía del gran dramaturgo alcarreño, aunque en algunos momentos de la obra así pudiera parecerlo. Fundamentalmente se trata de un relato en el que se narran los vínculos entre Buero y su ciudad natal, en la que vivió su infancia, mocedad y primera juventud, pero con la que siempre mantuvo lazos afectivos, aunque ambos no siempre coincidieran en el mismo espacio y en el mismo tiempo, ni tuvieran la misma pulsión ni respiraran el mismo aire.

Además del tiempo vivido por Buero en Guadalajara, no sólo mientras se avecindó en ella, en este libro se resumen también los tiempos vividos por la propia ciudad en el siglo XX, dado que el escritor nació en 1916, en la segunda década de este siglo, y murió en 2000, el último año de la centuria. Dos vidas paralelas en lo biológico, pero no siempre en lo biográfico. En todo caso, el autor ha pretendido con esta obra acercar a Buero Vallejo a Guadalajara y a Guadalajara a Buero, trasluciendo sus palabras una fuerte carga de afección y emotividad hacia ambos”.

Termino ya con una reflexión del mismo Buero que sirvió de magnífica rúbrica al acto institucional de celebración de su centenario en el Teatro que lleva su nombre y que también forma parte del centenar de frases suyas que, con indudable creatividad, acierto y oportunidad, salpican otro tanto número de escaparates de toda la ciudad con motivo de su centenario: “Duda cuanto quieras, pero no dejes de actuar”. Una locución bueriana que forma parte del libreto de su conocida obra, “La Fundación” (1974), y que, por cierto, continúa así: “No podemos despreciar las pequeñas libertades engañosas que anhelamos aunque nos conduzcan a otra prisión…”. Y hay muchos tipos de prisión y muchas formas de ser y estar prisioneros.

Buero, siempre Buero. Siempre grande. Hoy también.

 

En la imagen se ve a Buero Vallejo andando por la calle Miguel Fluiters, el mismo día en que se descubrió una placa conmemorativa en su casa natal, 11 de diciembre de 1991. Foto. Jesús Ropero

 

 

Buero regresa a su ciudad predilecta (y 3)

Según consta en su acta de bautismo -a la que he tenido acceso- y, supongo, también constará en su asiento de filiación en el Registro Civil -al que no-, exactamente a la una y cuarenta y cinco horas del día 29 de septiembre de 2016 se ha cumplido el centenario del nacimiento de Antonio Buero Vallejo en Guadalajara. Aunque, no sin faltarle razón, el “ABC cultural” del domingo pasado llevaba a su primera página esta efeméride con el titular de “El centenario olvidado” -fundamentalmente por la escasa representación de su obra en los últimos años, de manera sonrojante para los programadores de los teatros públicos-, lo cierto es que en su ciudad y provincia natales se ha trabajado bien y en la buena dirección y, tanto el Ayuntamiento como la Diputación Provincial, han elaborado sendos programas conmemorativos que están a la altura de tan eminente circunstancia y que, además, se complementan adecuadamente, como ya comenté en mi entrada anterior.

Con la conmemoración de centenarios suelo tener, al menos, dos prevenciones: la primera, que pasen injustamente desapercibidos, que por fortuna no es el caso, o que lleguen y transcurran sin dejar huella, que espero que no lo sea. Celebrar, festejar, conmemorar una señalada efeméride como la de Buero -el más importante autor teatral español de la segunda mitad del siglo XX y uno de los más notables de todo el siglo, en el que, recordemos, también escribieron literatos de la talla de Benavente, Valle Inclán o Lorca, por sólo citar a algunos- es obligado, justo y oportuno pues, como dijo el propio dramaturgo cuando en 1997 recibió la medalla de oro de la Universidad Carlos IIInunca está uno demasiado cansado de galardones, por lo menos en un país como España, que arrostrando las más diversas etapas de carácter social, político, ideológico, etc., en todas ellas ostentan su indiferencia, más o menos disfrazada, pero indiferencia, al fin, por el escritor”. Este aserto y reflexión son perfectamente válidos también para valorar los actos conmemorativos de su centenario pues en el fondo no dejan de ser galardones, aunque sean a título póstumo, algo también muy español.

Buero frase Velero 1Como ya adelantaba, la segunda prevención que me asalta cuando se acerca una efeméride relacionada con un escritor es que ésta llegue a su día “d” y hora “h” y pase sin que de ella quede poso alguno, ni siquiera el casi imperceptible que deja el viento solano en quienes, aún sin quererlo, reciben en sus rostros ese aire recalentado y a veces polvoriento, procedente de Levante, que llega a la España del occidente y el septentrión después de haber atravesado las cálidas tierras del interior peninsular. Insisto, no me vale la conmemoración de una efeméride, por muy espectacular que pueda llegar a ser su programación, si los actos que la conforman perviven lo que un fuego de artificio, cuando estalla en la altura entre vencejos y palomas, por muy sonoro y visual que sea el efecto. Prefiero, sin duda alguna, las programaciones que, aun siendo más humildes y menos pretenciosas que las que merecen el calificativo de espectaculares, siembran y abonan el futuro. Y, lo digo porque lo creo justo, sinceramente estimo que los programas del centenario de Buero preparados en la ciudad y en la provincia de Guadalajara, incluso no estando exentos de algún acto de cohetería, fundamentalmente están conformados por convocatorias que no se consumirán en el tiempo presente, sino que se proyectarán en el futuro.

Destaco dos entre ellas: el establecimiento y puesta en marcha de una Sala permanente dedicada a Buero en el Palacio de la Cotilla, iniciativa promovida por el Ayuntamiento de Guadalajara, y la creación de un Centro de documentación y una sección específica sobre el dramaturgo alcarreño en la Biblioteca de Investigadores de la Provincia, que ha anunciado la Diputación. En idéntico buen camino que es sembrar para después poder recoger, van las actividades que en los programas de ambas instituciones están dirigidas a escolares o, incluso, protagonizadas por ellos: la representación y lecturas dramatizadas de obras de Buero a cargo de estudiantes del instituto de educación secundaria que desde 1984 lleva su nombre, organizadas por el Ayuntamiento para los días 30 de septiembre y 6 de octubre, y las sesiones didácticas sobre su vida y obra que ha ofertado la Diputación a todos los colegios de primaria e institutos de secundaria de la provincia. Y, para que lo de sembrar para después recoger no se quede en simple figura retórica, la Diputación se propone plantar un árbol en el jardín que antecede a la fachada principal del palacio provincial, tras la celebración de un acto solemne extraordinario dedicado al escritor en su salón de plenos, que tendrá lugar el 29 de abril de 2017 -fecha en la que se conmemorará el decimoséptimo aniversario de su muerte-, y que vendrá a ser un recuerdo vivo y permanente de Buero en el corazón de la ciudad que le vio nacer y junto a la “casa de la provincia”. Todo un símbolo para homenajear y recordar a quien tan bien cultivó el simbolismo en una parte de su teatro.

En cualquier caso, y como ya he dicho en cuantas ocasiones he tenido oportunidad, la vida del dramaturgo arriacense se apagó ya avanzada la primavera del año 2000, pero la llama de su obra, como la de todos los creadores -y él lo fue en forma sublime- siempre permanecerá encendida; otra cosa ya es su fulgor e intensidad. Nosotros, sus paisanos, desde su ciudad y provincia natales y aún a pesar de nuestra pequeñez y limitaciones como mínima suma poblacional que somos, tenemos la obligación de avivar ese fuego para que el suyo no sea un “centenario olvidado”, como lamentaba en ABC la viuda del propio escritor, Victoria Rodríguez, sino que sirva para reencontrarle, para redescubrirle, porque, según afirmó certeramente el doctor en Filología Hispánica, investigador científico y miembro del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC, José Luis García Barrientos, “el conflicto esencial de la dramaturgia bueriana consiste en la lucha del hombre por alcanzar la verdad”. Y, sin verdad, el hombre no es actor, ni siquiera secundario, ni aún figurante de su propia vida, sino, como mucho, espectador y, a veces, apenas un simple y hasta prescindible elemento de atrezo.

Buero regresa a su ciudad predilecta (2)

A mí las “no-ferias” me han ido bien, gracias. Y las he calificado de “no-ferias” porque, la verdad sea dicha, apenas he participado en ellas pues bien cierto es que cada tiempo tiene su afán y, en el momento actual, mis afanes no pasan, precisamente, por los encierros de aguardiente tras la albada, las mañanas de sol picajoso y sueño, los mediodías de vermú y charanga, las tardes de toros y las interminables noches azules de la fiesta septembrina arriacense. Nunca seré demasiado viejo para el rock and roll y, por muy mayor que muera, seguro que creeré morir aún joven, pero reconozco que no estoy madurando bien para la fiesta y que ésta cada día me parece más juvenil, edad en la que ya no estoy pero sin dejar de estarlo. Aunque pueda parecer un contrasentido, yo sé bien lo que me digo…

Una vez que de la fiesta solo queda el olor a pólvora -y también a orín e, incluso, a vómito allá donde se desmadró- del último cohete que estalló anoche en la traca final del espectáculo pirotécnico y a Guadalajara se le ha puesto ya cara de otoño, entramos de lleno en las vísperas del centenario del nacimiento de Antonio Buero Vallejo en nuestra ciudad, que se conmemorará el próximo 29 de septiembre. Para tan alta ocasión, el Ayuntamiento ha preparado un, a mi juicio, potente programa de actos, presentado y hecho público unos días antes de iniciarse las ferias que, como comentaba en mi entrada anterior, este año ha pregonado el hijo del dramaturgo, Carlos Buero Rodríguez, no de forma casual, sino evidente y oportunamente causal. Al programa elaborado por el consistorio y ya conocido, en los próximos días se va a sumar el que va a aportar a este centenario la Diputación Provincial, en cuya preparación he tomado parte por razones profesionales y que, por ello, no voy a adelantar ni valorar, pero les anticipo que creo que va a estar también a la altura de las circunstancias y a contribuir a que la celebración de la efeméride no se circunscriba al ámbito local, sino que llegue también al provincial, como no debía ser de otra manera.

Invito encarecidamente a los que el ruido de la fiesta no les haya permitido aún escuchar la silente, pero audible, llamada a la exposición que, con el título “Antes del Teatro. La pintura en la vida de Buero Vallejo”, permanecerá abierta al público en el Teatro Buero Vallejo hasta el próximo día 30, a que no dejen de acudir a verla ya que, realmente, merece la pena. Para quienes no lo sepan, Buero quiso ser artista plástico antes que escritor y tenía unas excepcionales aptitudes para ello, hasta el punto de manejar los pinceles con la habilidad de la pluma, o casi. Si quieren profundizar en esta faceta artística del escritor, deben estar pendientes a la publicación del libro que, próximamente, editará Planeta y en el que se van a recopilar más de medio centenar de dibujos que Buero realizó entre los 7 y los 15 años, una gran parte de los que “amorosamente” -en expresión acuñada por él mismo- fueron recogidos y guardados con celo por su padre y que realizó cuando vivía en Guadalajara.
Autorretrato BueroEl programa municipal del centenario de Buero, con todo sentido y lógica, lo integran varias citas con su obra dramática, el mejor homenaje que se puede rendir a un dramaturgo; de hecho, el mismo día en que cumpliría 100 años, Buero nos convoca en el Buero a ver “El sueño de la razón”, obra que estrenó en 1970, que él calificó de “fantasía” y que tiene a Goya por protagonista, cuyo papel asumió por primera vez un gran actor, Pepe Bódalo, habitual en el teatro de nuestro paisano.  Un día después, en el Teatro Moderno -en el que, siendo niño y cuando era la sala del Ateneo Instructivo del Obrero, Buero vio muchas obras de teatro y pases de cinematógrafo-, los alumnos del IES que desde 1984 lleva su nombre escenificarán fragmentos de varias de sus obras. El 6 de octubre, de nuevo en el Moderno, también los alumnos del Buero realizarán una lectura dramatizada de “El Tragaluz”, obra estrenada en 1967. Una semana después, será el grupo de teatro “Phersa”, con la colaboración de la Asociación “Libros y más”, quien lleve a cabo una nueva lectura dramatizada, en esta ocasión bajo el título de “Las mujeres de Buero”, igualmente en el Moderno, sala en la que el 27 de octubre tendremos una nueva cita con una de las obras más conocidas del escritor alcarreño: “En la ardiente oscuridad”, estrenada en 1950. Este mismo espacio escénico, ocho días antes, acogerá la proyección de la película “Esquilache”, dirigida por Josefina Molina en 1989, y basada en la obra de Buero “Un soñador para un pueblo” (1958).

Otros actos completan el programa elaborado por el Ayuntamiento para conmemorar el centenario de Buero, como el que, el mismo día en que se cumple, está programado en su propia casa natal -Miguel Fluiters, 39-, en cuya fachada se proyectará la instalación artística de “Historia de una escalera”, obra con la que obtuvo el Premio Lope de Vega de Teatro, en 1949, y que impulsó, decisivamente, su carrera como dramaturgo, entonces recién iniciada. Y el Buero poeta -que también lo fue y de calidad estimable, aunque él mismo afirmara que no tenía aptitudes para ello- nos convoca de nuevo en el Buero, el 26 de octubre, a un recital de su obra poética en la que declamarán Manuel Galiana, Luis Martín y Emilio Gutiérrez Caba.

Concluyo la entrada de hoy -segunda, pero no última, de las que tengo intención de dedicar a Buero en su centenario- proponiéndoles que no se conformen con ser figurantes en esta importante efeméride, sino que asuman algún papel en ella, aunque sea secundario. Y si no se ven sobre el escenario, pueden asomarse a él entre bambalinas; en todo caso, siempre les quedará la opción de formar parte del público, porque, sin espectadores, no hay teatro posible. El eco es un efecto, no una realidad.

Ahora sí que termino por hoy y, precisamente, con estos versos de Buero que forman parte de su poema titulado “Dos dibujos”, dedicado a Miguel Hernández, a quien conoció en Benicassim en el transcurso de la Guerra Civil y con quien trabó amistad después de ella en las cárceles franquistas, realizando en una -la situada en la madrileña plaza de Conde de Toreno, en 1940- el más famoso dibujo del poeta alicantino:

Duerme tranquilo. El polvo

                                               resucita perenne

                                               aunque nos sirva a todos de mortaja”.

 

Foto: Autorretrato de Buero. 1948

Buero regresa a su ciudad predilecta (1)

El Ayuntamiento de Guadalajara ha acertado de pleno al designar a Carlos Buero Rodríguez, el único hijo vivo de Antonio Buero VallejoEnrique Buero, un año menor que Carlos, murió en accidente en 1986-, como pregonero de las ferias y fiestas de Guadalajara de septiembre de 2016, el mes y el año en que se va a cumplir el centenario del nacimiento del gran dramaturgo en nuestra ciudad, hecho que tendrá lugar, exactamente, el próximo día 29, festividad de San Miguel.

Y digo que ha acertado de pleno, no solo por lo oportuno de la designación dada esta importante efeméride que en unos días se va a conmemorar, sino porque Carlos, por sí mismo, a través de su erudito, inteligente y profundo pregón, se ha descubierto para la ciudad en la que nació y vivió su padre hasta los 18 años de edad como un hombre que, si no ha cultivado más el campo de las letras, es porque no ha querido, o no se han dado las circunstancias en su vida, pero no porque no haya podido o tenido capacidad. De casta le viene al galgo, utilizando el sapientísimo refranero castellano, y no solo lo digo por vía paterna, sino también por la materna pues su madre, Victoria Rodríguez, ha sido una gran actriz, hasta el punto de obtener el Premio Nacional de Interpretación, en 1957, precisamente por su papel en “Hoy es fiesta”, una de las obras más conocidas de Buero.

Carlos Buero leyó en el Teatro-Auditorio arriacense -el gentilicio para los habitantes de la ciudad de Guadalajara que más le gustaba emplear al dramaturgo- que, con toda justicia, lleva el nombre de su padre desde su inauguración en diciembre de 2002, un pregón de auténtica altura intelectual, magníficamente construido y, como ya he dicho, profundo y erudito, algo, a mi juicio, nunca censurable; bien al contrario, siempre de agradecer pues para escuchar cosas comunes, recurrentes, reiterativas y, a veces, hasta vulgares sobre la fiesta, ya hay demasiados espacios y tiempos. Y pregoneros… Y, evidentemente, no me estoy refiriendo a los que han abierto en años precedentes las ferias de la ciudad, pues todos ellos han estado a la altura de las circunstancias y su elección me ha parecido siempre correcta y, a veces, también oportuna. Por cierto, una sugerencia para el Ayuntamiento: no estaría mal que, cada cierto tiempo, cuando haya material suficiente -y hace tiempo que lo hay de sobra- se editara un libro que recogiera los pregones de las ferias y fiestas de la ciudad. Lo escrito y publicado, permanece.

buero-hijoAl elogiar el docto pregón de Carlos Buero no pretendo, ni mucho menos, dármelas yo de culto; bien al contrario, confieso que, entre que ya ando algo “teniente” del oído y que, en algunos momentos, el pregonero, precisamente porque jugó a ser “personae” -o sea, se puso la máscara de actor- y dio una inflexión en tono bajo a algunos pasajes de su discurso, se me escaparon algunos detalles de su pieza y otros me obligaron, después, a acudir a mi limitada pero muy querida biblioteca, a conocer, aclarar o ampliar algunos datos del origen festivo del teatro, en la antigua Grecia, que, al fin y al cabo, fue la idea central del pregón.

Confieso que eché de menos algunas referencias a la vinculación del padre del pregonero con la ciudad de Guadalajara, que esperaba con curiosidad pues estoy inmerso en un proyecto editorial sobre ello, pero entiendo perfectamente que el discurso que Carlos Buero trajo a Guadalajara no quiso transitar por esos derroteros, sino que eligió un camino mucho más difícil y comprometido para él, pero muy aportador para el auditorio, lo que sin duda es de agradecer. Tiempo habrá en las próximas semanas e, incluso, meses, para que, quienes puedan y quieran, escriban y hablen sobre “Buero Vallejo y Guadalajara”, hijo y ciudad, ciudad e hijo, que no siempre caminaron unidos, pero siempre lo hicieron juntos pues, como el propio literato dejó escrito en su “Apunte autobiográfico”, en 1987, “de la infancia procede, ciertamente, casi todo”. Y en Guadalajara no solo nació, sino que aquí vivió toda su niñez, su mocedad -salvo un lapso de un par de años en que residió en el norte de África por destino militar de su padre- y su primera juventud, hasta que marchó a estudiar Bellas Artes a Madrid, en 1933, y al año siguiente fue allí destinado su padre, fijando ya al año siguiente, tanto él como su familia, su residencia definitiva en la capital de España.

No solo tiempo, sino también espacio, tendremos para hablar de Buero y su vinculación con Guadalajara en su centenario, porque es oportuno y justo que así lo hagamos y porque quiero contribuir, en la medida de mis limitadas posibilidades, a que nuestro célebre e insigne paisano no siga solo siendo, para demasiados, el nombre de una calle, un instituto o el teatro de la ciudad. Termino ya esta primera entrega sobre el hijo de Francisco Buero García -un militar gaditano que se formó, primero, y después formó en la Academia de Ingenieros de Guadalajara, y de María Cruz Vallejo Calvo, una buena mujer nacida en Taracena- con unas significativas palabras suyas, pronunciadas en el acto oficial en que recibió la Medalla de Oro y el título de Hijo Adoptivo de la ciudad, el 9 de marzo de 1987: “Llevo a Guadalajara en el corazón y la he llevado toda mi vida”. Una afirmación, al tiempo que confesión, que subrayó con esta otra: “He conocido algunas ciudades durante mi vida, pero os aseguro que, si ahora me nombráis ´Hijo predilecto de Guadalajara´, mi ciudad predilecta también es Guadalajara”.

Felices ferias y fiestas buerianas, paisanos, y haced caso al excepcional pregonero que hemos tenido este año: aprovechad que este tiempo festivo nos brinda “la ocasión para quitarnos el corsé de nuestro personaje y dejar correr libremente nuestras energías sin fin ni propósito”. Pero siempre con mesura y respetando a quienes opten por seguir siendo el mismo “personae” que ya son a diario.

Buero Vallejo y su hijo Carlos a la edad de dos años. Foto Basabe. Biblioteca virtual MIguel de Cervantes.

               

 

Una bandera pirata en la catedral de Sigüenza

banderas-drakeImagino que, al lector que no esté avisado del asunto, el titular de este post le habrá sorprendido sobremanera porque los mares sí eran los hábitats naturales de los piratas -incluso en el siglo XXI lo siguen siendo en Somalia y en el Golfo de Guinea-, pero una catedral, y menos la seguntina, que puede que sea una de las españolas que más disten de la costa marítima, no parece un lugar propicio ni para banderas, ni para banderías piratas. Pero todo -o casi- tiene una explicación: La bandera pirata a la que me refiero en el titular no es la clásica y temible negra con la calavera y los dos fémures cruzados en blanco que tantas veces hemos visto en las películas de aventuras, sino una alistada de varios colores que le fue arrebatada al pirata inglés, Francis Drake -al que la reina de Inglaterra, Isabel I, nombró “Sir” por sus impagables servicios de rapiña a la corona británica-, durante su incursión a España y Portugal en 1589, y donada a la Catedral de Sigüenza por D. Sancho Bravo y Arce de Laguna, sobrino-nieto del llamado Doncel de Sigüenza, Martín Vázquez de Arce. Por cierto, digo llamado “Doncel” y digo bien, porque no era ya doncel cuando murió y se le hizo la extraordinaria escultura funeraria gótica situada en la capilla de su familia de la catedral seguntina, puesto que estaba casado y hasta tenía una hija, al parecer un tanto casquivana. Pues bien, esa bandera pirata, que junto a una de Portugal estuvo durante décadas, siglos incluso, colgada en la capilla de los Arce, pasando para muchos desapercibida, ha sido reciente y convenientemente restaurada y ahora forma parte muy destacada de la extraordinaria exposición que, bajo el título de “Atémpora”, se inauguró el pasado 8 de junio en la catedral seguntina y permanecerá abierta al público, inicialmente, hasta el 16 de octubre, aunque podría -y debía- prorrogarse dado el éxito de público que está teniendo. Más de 20.000 visitantes ya han pasado por la muestra, que está organizada, en iniciativa conjunta, por el Obispado de Sigüenza-Guadalajara, el Cabildo de la Catedral, la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y el Organismo Estatal del IV Centenario de Cervantes.

Como muy bien ha resumido Jesús de las Heras, actual Deán de la catedral, periodista y sacerdote diocesano, seguntino de nación, vocación y corazón, “Atémpora es un recorrido por la sociedad, la cultura y el arte sacro del Siglo de Oro, al hilo del cuarto centenario de las muertes de los grandes escritores —dos de los más eximios de toda la historia de la literatura universal— Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare”. El sábado pasado tuve la oportunidad de realizar una visita guiada a esta exposición, en mi enésimo regreso a Sigüenza y entrada a su catedral, y me sorprendió muy gratamente la muestra, recomendando encarecidamente a los lectores que, si aún no la han visitado, no dejen de hacerlo antes de que se clausure pues su contenido merece la pena y el continente, el propio templo catedralicio -la nave central además de capillas laterales y algunas estancias poco frecuentadas por visitas de manera habitual- contribuye especial y decisivamente a poner en valor la muestra.

Atempora 3“Atémpora” es una exposición al estilo de “Las Edades del hombre”, conocida y prestigiosa marca de las muestras periódicas de arte sacro que con tanto éxito se vienen celebrando en Castilla y León desde 1988 y que van recorriendo cada año distintas localidades de nuestra región hermana: en 2016 es la zamorana Toro la sede, Cuéllar (Segovia) es el lugar elegido para celebrar la de 2017, Aguilar de Campoo (Palencia) la acogerá en el año 2018 mientras que Lerma (Burgos) lo hará en la edición de 2019.  La singularidad de “Atémpora” es que no se circunscribe a mostrar tan sólo arte sacro, aunque éste es la base de la muestra, sino que también se exponen otro tipo de piezas artísticas, bibliográficas, muebles, enseres, etc. de carácter civil pues no nos olvidemos que con ella se trata de recrear, en parte, la sociedad del tiempo en que vivieron y murieron Cervantes y Shakespeare, ambos fallecidos en 1616, hace ahora cuatro siglos.


“Atémpora” es un camino abierto que no debe dejarse de recorrer cuando acabe la muestra de este año en Sigüenza el próximo otoño. Organizar buenas, atractivas y oportunas exposiciones en marcos extraordinarios es una fórmula de éxito asegurado de público, algo que no siempre acompaña a las convocatorias expositivas convencionales, lo que constituye todo un fiasco para sus comisarios y, a veces, hasta un dispendio para sus promotores y patrocinadores. Si, además, esas exposiciones contribuyen a dinamizar el turismo en ciudades que ya tienen de por sí atractivo y capacidad de acogida y prestación de servicios a visitantes, como es el caso de Sigüenza, pues mejor que mejor. De hecho, desde la apertura de la muestra, la Ciudad del Doncel es un continuo movimiento de gentes que van camino de la catedral o vienen de ella, especialmente los fines de semana, hasta el punto de haberse hecho necesario restringir el tráfico de vehículos el entorno del templo.

Y, tras “Atémpora”, a la catedral le espera otra magnífica noticia: el inicio de las obras de restauración del altar de Santa Librada y el mausoleo de Don Fadrique de Portugal, dos de las muchas joyas que encierra la “fortis seguntina” y que, si la actuación es adecuada -que sin duda lo será, como lo están siendo todas las que se van llevando a cabo en ella, aunque sea poco a poco-, lucirán después espléndidas y justificarán mi enésima más una visita a Sigüenza. Y espero y deseo que la de muchos.

 

 

 

Trabajar por la Concordia

 

       Ya lo he dicho no pocas veces y lo volveré a decir cuantas sea necesario -o, incluso, sin que lo sea- que la Concordia es el parque más antiguo de la ciudad y su principal zona verde de referencia, pero para mí tiene un valor subjetivo añadido pues he vivido junto a él los 54 años que dice mi DNI que tengo, con la excepción de un par de ellos en que residí en la calle de la Música -para el callejero oficial, Padre Melchor Cano– y el año largo que pasé en Burgos haciendo la mili, justo al lado del yacimiento arqueológico de Atapuerca.

Aunque veo y disfruto a diario la Concordia, el día da la Asunción, la Virgen festera de agosto, paseé un buen reto y con calma por él, y, además de constatar que en esta fecha se produce, muy probablemente, el momento del año en que menos gente hay en la ciudad por causa de la diáspora veraniega y la concentración festiva de este «puente», pude apreciar que su estado de mantenimiento y conservación es manifiestamente mejorable y que se hace necesaria una pronta y profunda actuación de reforma pues, más que antiguo, parece viejo, que no es lo mismo. 

     Concordia-parque  Como decía, el de la Concordia es el parque más antiguo de la ciudad ya que data de 1854 y recibió este bello y sugerente nombre “en testimonio de la (concordia) que felizmente reina en esta muy noble y muy leal ciudad” cuando se construyó en lo que antaño fueren las Eras Grandes; sí, de las de pan trillar. La primera gran reforma llegó a él en 1913, cuando se acometió la construcción del muro de piedra y se instaló la barandilla de hierro forjado que aún perviven y que sustituyeron al talud de tierra que caía desde el parque hacia la zona conocida como “La Carrera (de San Francisco)”, nombre que deviene de los alardes que los caballeros de la ciudad llevaban a cabo en este espacio en la Edad Media, con sus caballos, armas y lorigas. Como curiosidad, decir que a esta zona del parque paralela a la Carrera, se le conoce como «Paseo de los Curas«, siendo bien fácil de adivinar la causa. De esa misma época data la construcción del kiosco de música de la Concordia, de inspiración modernista, su más destacado referente arquitectónico y visual, proyectado en 1908, pero no encargada su ejecución hasta 1914 y realizada un par de años después. El kiosco fue reformado en 1919, cuando se cambió el trazado del parque, y casi construido de nuevo en 1920. En los años veinte, según recordaba Felipe María Olivier en sus emotivas «Crónicas de la Infancia«, el parque tenía un estanque en forma de trébol en su parte oeste (lateral derecho según se va a él desde Santo Domingo) y en el lado contrario una fuente con caída de agua en cascada sobre piedras naturales y una balsa con peces de colores. Aunque desde su inauguración, mediado el siglo XIX, la Concordia nunca dejó de llamarse popularmente así, oficialmente fue llamado «Paseo de la Unión Soviética» dos años durante la Guerra Civil y «Parque Calvo Sotelo» durante gran parte del franquismo. Nada más acabar la Guerra Civil se acondicionó y mejoró su paseo central -el que enlaza la zona de Santo Domingo con la de San Roque- para facilitar el tránsito por él de los cadetes de las Academias Militares de Infantería y Transformación (de alféreces provisionales en oficiales de carrera) que, entre 1940 y 1948, se ubicó en los edificios de la Fundación de la Condesa de la Vega del Pozo –colegio de Adoratrices- proyectados por Ricardo Velázquez Bosco. En 1954 se construyeron las dos pilastras de entrada al parque. La última gran reforma llevada a cabo en él data de 1982, que vino a culminar una previa iniciada en 1978. Lo más significativo de esta actuación fue suplir los ajardinamientos rectilíneos de tipo francés, por los actuales curvilíneos de estilo inglés, elevándose los macizos ajardinados respecto a las zonas de paseo. Todos estos datos y muchísimos más están perfectamente reflejados en el magnífico libro que mi apreciado amigo y antiguo compañero de colegio, el historiador Pedro J. Pradillo, publicó en 2015 con el título de «El Paseo de la Concordia (Historia del corazón verde de Guadalajara)», cuya tenencia y lectura recomiendo encarecidamente.

Pues esa Concordia de mis amores -y de los de muchos, por supuesto-, donde jugué de niño y después, siendo ya mayor, jugué con mis niñas, donde moceé y paseé con mi primer amor, donde vivió tantas horas de asueto mi padre en el otoño de su vida, donde disfruté de las Ferias cuando se celebraban en ella -aunque, literalmente, la dejaban machacada-, donde leí por primera vez a Julio Verne, L. Frank Baum, Harper Lee o Enid Blyton gracias a la biblioteca de proximidad que había junto al kiosco de música,… esa Concordia de todo eso y mucho más hoy no presenta, precisamente, su mejor aspecto: la mayor parte de sus praderas de césped están agostadas y no pocas literalmente machacadas -la fiebre del «Pokemón go» tiene parte de culpa, pero no toda-, están muy deteriorados muchos tramos de bordillo de los macizos ajardinados, el estado del arbolado y de la jardinería podría cuidarse y trabajarse más, los entornos de las estatuas y ellas mismas, más que ser hitos de la memoria colectiva, parecen serlo de la desmemoria, el mobiliario urbano precisa renovación y mayores cuidados, la limpieza general también es mejorable… Ciertamente, el parque de los parques de la ciudad no vive su mejor momento y, al menos a mi parecer, requiere una actuación de reforma y mejora importante y urgente, así como un posterior mantenimiento y conservación de bastante mayor intensidad y eficacia que el actual. Me consta que el equipo de gobierno del Ayuntamiento está en ello, pero bien es sabido que, en materia de inversiones públicas, lo que no se presupuesta, no existe.

Misión a Comillas

                Casi es ya un clásico de finales de julio, como lo era de finales de agosto la fiesta mitin minero/ugetista/socialista de Rodiezmo, que “Misión al pueblo desierto” –por si alguien no ha reparado en ello, el nombre de mi blog, que es intencionadísimamente homónimo al título de la última obra que estrenó en vida Buero Vallejo– vaya dedicado a Comillas, la bendita por Dios, por la naturaleza, el arte y no pocas cosas más villa cántabra en la que disfruto con mi familia las vacaciones de verano desde hace ya muchos años.

                Como ya he dicho en anteriores ocasiones y no me cansaré en repetir, Comillas reúne muchas de las virtudes que, al menos a mi saber, entender y gustar, debe reunir un destino vacacional familiar de calidad, sin por ello negárselas a otros muchos lugares de nuestra diversa, maravillosa y hermosa España que, a estas horas y desde hace ya muchas -demasiadas, a mi juicio-, aún está sin gobierno y a pesar de ello funciona, algo que hasta ahora solo parecía reservado a Italia pero que, por lo visto, también es aplicable a la vieja Hispania, la más preciada de las colonias romanas para Roma que por cierto jamás terminó de dominar Cantabria, entre otras razones por el ardor guerrero de los cántabros, como el propio Horacio reconoció al afirmar: «Cantabrum indoctum iuga ferre nostra” (“El cántabro, no enseñado a llevar nuestro yugo”).

Comillas1De entre el abanico de virtudes que aglutina Comillas para ser mi destino vacacional archipreferido destaco algunas, pero no todas, con el fin de no cansar al lector ni ponerle los dientes largos: su equilibrio paisajístico entre el mar y la montaña, mediando un magnífico parque natural, Oyambre, entre los Picos de Europa y el “fresco prado hacia la mar cantábrica”, como describe esta tierra José García Nieto en su bello poema ”España”; también su espectacular inventario de recursos histórico-artísticos que la convierten en un museo al aire libre de la arquitectura, la escultura y la decoración modernistas, con el sin par “Capricho”, de Gaudí, como máxima expresión de ese estilo. Un estilo, una forma de entender y plasmar el arte que, a finales del XIX y principios del XX, el Marqués de Comillas –un indiano que se hizo rico en ultramar- llevó a su pueblo natal desde su Barcelona de adopción y sede principal de sus negocios navieros, como también llevó al mismísimo rey Alfonso XII que disfrutó de su hospitalidad en su entonces palacio de Ocejo –después de la visita Real construiría el espectacular de Sobrellano– en el verano de 1881, un Real privilegio sólo reservado a lugares realmente privilegiados. No me quiero dejar en el tintero otras virtudes comillanas, como el tamaño ideal de su núcleo poblacional, que ni es una gran ciudad en la que echar tantas cosas de más, ni una pequeña aldea en las que echar tantas de menos, o su cercanía a casi todas partes de la costa y el interior cántabros, como Santander, que apenas dista medio centenar de kilómetros, Santillana del Mar, que está a una veintena, etc. Y, además, ya saben que en el norte -y Cantabria siempre fue y no ha dejado de ser el norte de Castilla-, el verano es una eterna primavera, con sus chaparrones y todo que, a veces, es cierto, son auténticos temporales, y que allí, si se quiere comer bien, se puede comer muy bien, sobre todo si se acude a diario a la pequeña lonja del puerto, se compran “tomatucos” del país en las fruterías locales o una buena pieza de novilla Tudanca, alimentada a base de hierba y veza, en las carnicerías con ganadería propia. Y no se olviden de beber leche fresca de vaca cántabra hasta que la nata les dibuje un gran bigote blanco que podrán borrar con un buen sobado artesano y, si es industrial, no lo duden: de “El Macho”.

ComillasDecía que mi intención no era poner los dientes largos al lector y resulta que me los he puesto a mi mismo, porque, bien cierto es, no concibo unas buenas vacaciones sin unos buenos mediodías y unas buenas noches en torno a mesa y mantel y, se lo aseguro, en ese aspecto, no sólo Comillas, sino Cantabria entera, ofrecen magníficas opciones; que hay que buscar bien, por supuesto, porque, evidentemente, también nos podemos encontrar con una nada más que regular cocina para turistas –regular en calidad pero no en precio-, que no está a la altura de las exigencias de un paladar mínimamente exigente. Avisados quedan.

Y, como acaba la jota castellana, allá va la despedida, deseándoles a todos unas muy felices vacaciones, como espero tenerlas yo. Si se es noble, como creo serlo, lo que uno quiere para sí mismo lo desea para los demás. Entiéndase en esta última reflexión mi invitación a que conozcan y disfruten de Comillas. Pronto, muy pronto, me iré “hasta la soledad de sus arenas múltiples y doradas”, como diría García Nieto, entre el verdor de sus prados y el azul infinito del mar cuando se funde en el horizonte con el cielo.

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