Tengo un tractor colorado

                Todos los veranos, siendo niño, en cuanto nos daban las notas en el colegio, iba corriendo a casa a enseñárselas a mis padres para que, sin perder ni un minuto porque mi excitación y ansiedad infantiles así lo demandaban, me llevaran a Taracena, el pueblo en el que no nací pero del que es originaria toda mi familia materna y al que proclamo mío ante quienes finjan ignorarlo -gracias, Don Camilo, por el préstamo de esta expresión, a título gratuito; es una forma de retribución por las muchas horas que le llevo dedicadas en su centenario-. Y ya que hablo de orígenes, voy a entretenerme un momento en relacionar los de mi vía paterna, porque es muy interesante, casi un nomenclátor provincial: el padre de mi padre, Juan, era de Otilla, una pedanía de Torrecuadrada de Molina; mi abuela paterna, María Gracia, era de El Casar; ambos se conocieron en Otilla, cuando ella fue allí destinada como maestra. Residiendo aún en este pueblecito molinés nació su primer hijo, Alejandro; la segunda hija, María Cruz, nació en El Casar, y el tercero, Juan José, mi padre, en Cifuentes.  Juan Orea y Gracia Guerrero compartieron muchos destinos provinciales por agrupación familiar, dado que él era Guardia Civil y, por tanto, también funcionario público como ella: Colmenar de la Sierra, Alcocer y, finalmente, Guadalajara, cuando mi abuela se hizo cargo de la escuela de niñas de Taracena y él fue destinado a la Comandancia de la Guardia Civil de la capital, entonces aún situada en el antiguo palacio de los Guzmanes, con el empleo ya de teniente y la responsabilidad de formación e inspección de todos los miembros del benemérito Cuerpo en la provincia. Un paréntesis: mi abuelo paterno vivió casi toda la Guerra Civil encarcelado en la prisión de Alicante, a la que había sido trasladado desde la de Guadalajara, de donde salió hacia la levantina apenas 48 horas antes de que tuviera lugar en ella la terrible matanza del 6 de diciembre de 1936, en la que murieron más de 300 presos, todos menos uno: Higinio Busons, que se salvó de la escabechina escondiéndose en la leñera ; de hecho, mi abuela Gracia le dio por muerto durante toda la contienda, que vivió desterrada en primera línea de fuego, en Zaorejas, con sus tres hijos, los dos mayores adolescentes y el pequeño, mi padre, aún un chaval. Lo dicho: si se molestan en señalar sobre un mapa provincial los diferentes destinos que la vida deparó a mi familia paterna, los cuatro puntos cardinales de las guadalajaras han estado en su camino vital: al norte, Colmenar de la Sierra; al sur, Alcocer; al este, Otilla, y al oeste, El Casar. Y, para colmo, mi padre vino a nacer, aunque fuera casi de forma casual, en el auténtico epicentro geográfico de la provincia, que es Cifuentes, y su camino terminó en la capital de la provincia… Puede que el guadalajareñismo militante que, no me pesa reconocerlo, corre por mis venas, en realidad no sólo sea por razones biológicas, sino también biográficas -gracias, don José (Ortega y Gasset), por el préstamo, le debo una-, aunque indirectamente vividas.

Pero volvamos al principio, que es a donde suelen volver casi todas las cosas, como bien dice Toynbee con su teoría cíclica del desarrollo de las civilizaciones; y, al principio, hablábamos de Taracena, el pueblo en el que, a sensu contrario de la paterna, se concentra casi toda la historia de mi familia materna y de la que tengo datos docuemntados que la vinculan a esta pedanía de la capital –que lo es desde 1969, siendo antes municipio independiente- que, al menos, se remontan al siglo XVIII. En Taracena pasé todos los veranos de mi infancia –salvo los obligados períodos quincenales de campamentos de la OJE, vividos en Luzaga– , y no lo hice obligado, sino obligando a mis padres a llevarme allí y a mi muy querida abuela materna, Felicidad, y a mi queridísima tía, Esperanza, obligándolas, a su vez, a cuidarme. Y, además, lo hacían muy bien.

Foto Tractor Massey Harris GU-222     Guadalajara, en los años sesenta, mi tiempo de infancia, era aún un proyecto de ciudad y tenía muchos tics de pueblo: desde rebaños de ovejas deambulando por la plaza de Santo Domingo en medio de un Seat 600 y un Renault Cuatro Cuatro, a un guardia municipal intentando ordenar el escaso tráfico mientras saludaba a los conocidos descubriéndose su salacot; pero no era un pueblo-pueblo como el que yo tenía en Taracena, un lugar en el que todo el mundo se conocía y era medio familia, y en el que los chiquillos teníamos mil y una opciones para jugar e irnos haciendo mayores, porque los niños de pueblo se hacen mayores antes que los de ciudad. En Taracena, al contrario que en la capital, podíamos subirnos al trillo en la era para hacer peso y echar una mano en la ardua tarea de separar el grano de la paja, ayudar al abuelo en el huerto, coger peras o llevar haces de leña al horno a cambio de que el panadero nos diera unas estupendas magdalenas recién horneadas; pero también podíamos jugar al bote en la plaza de la Iglesia por la mañana. En la de la Fuente, ya a la tarde, primero jugábamos a la dola y después a los chandarmes y ladrones, aunque cuando llegaba la hora, ya de anochecida, de este juego, el campo de acción se abría a todo el pueblo. Y hasta aquí quería yo llegar: mi escondite favorito, cuando me tocaba hacer de ladrón, era el tractor de mis tíos, un Massey Harris de patente canadiense pero fabricado en Inglaterra, en los años 50, que fue el primero que llegó al pueblo y que tenía una matrícula muy significativa y realemnte curiosa: GU-222. Ese tractor colorado –en mi casa, y en las de muchos en aquellos tiempos, el color rojo no se nombraba nunca y se decía en su lugar colorado o encarnado-, llegó a Taracena en 1953, transportado en un camión de los dos que entonces tenía la COPAG desde el puerto de Barcelona, adonde llegó en barco procedente de Inglaterra. Me cuentan quienes lo vivieron que cuando apareció el tractor en el pueblo, toda la chiquillería corrió alborozada detrás de él, acompañándolo por el camino de Iriépal, por el que le condujeron para irse haciendo con él, aunque a mí me da que también querían presumir ante los labradores del pueblo vecino porque ellos aún no tenían ningún tractor. Una forma más de manifestación del sociocentrismo, que diría Caro Baroja.

Subido al Massey Harris, en aquellas noches de los veranos de los sesenta, huía de los chandarmes al tiempo que soñaba que viajaba en una de las mil y una estrellas que por la festividad de San Lorenzo, el 10 de agosto, se producen en el cielo en forma de lluvia o de lágrimas y a las que se les da el nombre del santo que murió asado en una parrilla. Soñaba con viajar y con muchas cosas más, porque soñar es gratis, que es lo mejor de la vida, como cantaba Facundo Cabral.

Hoy, casi medio siglo después, me he reencontrado en Taracena con ese viejo tractor que, milagrosamente, no ha caído en manos de un chatarrero y, aunque herido de muerte por el óxido, casi oculto por la maleza y arrinconado hace ya años como un trasto viejo por su falta de utilidad, aún es perfectamente reconocible, como se muestra en la foto que acompaña este post. Y con él he vuelto a soñar, que para Saramago es leer, pero para mí es escribir.

 

Elogio y nostalgia de la Transición

                Le tomo prestada a Don Gregorio Marañón la idea del titular de este post, no para elogiar y echar de menos a la “caput castellano-manchegae” –permítaseme la expresión en latín macarrónico-, como él hizo en su obra escrita en 1951 y titulada “Elogio y nostalgia de Toledo”, sino para aplaudir, y además con progresivo y vivo entusiasmo, la Transición política que llevó a España de una dictadura, que duró treinta y nueve años, a una democracia plena, instaurada en apenas tres, el tiempo que transcurrió entre la muerte de Franco, acaecida el 20 de noviembre de 1975, y la aprobación de la vigente Constitución -por casi un 90 por ciento de los españoles, no conviene olvidar- en el referéndum celebrado el 6 de diciembre de 1978.

 Ciertamente, viendo la evolución de los tiempos y de los acontecimientos políticos, son cada vez más los motivos que se suman a los ya muchos acumulados desde su propio tiempo para elogiar la Transición política española del franquismo a la democracia, aunque algunos se empeñen en certificar su defunción, como lo hizo Pablo Iglesias, el líder de Podemos, al calificar su mayor y mejor consecuencia, la Constitución del 78, como” candado que hay que abrir”. Esta afirmación la hizo mediado 2014, si bien intentó corregirla año y medio después cuando en la presentación de su libro, curiosamente titulado “Una nueva transición”, dijo que la de los años setenta «había alcanzado un notable consenso social, supuso una promesa de modernización -¿solo promesa?- y trajo avances innegables”. Evidentemente, prefiero al “podemita” de la segunda afirmación que al de la primera, pero, la verdad sea dicha, no me fío un pelo de cuál sería el que gobernaría España si pudiera hacerlo, algo que, de momento, parece estar lejos de ocurrir porque los españoles le negaron su apoyo para ello el pasado 26-J, incluidos los más de un millón cien mil que le habían votado a él o a su coaligado IU el 20-D del año anterior. Esa sangría de votos que se han dejado en el camino Iglesias y Garzón deberían hacérsela mirar bien y no como han hecho algunos conmilitones suyos que, incapaces de asumir que Unidos Podemos ha fracasado en su intento de asaltar el poder dando el “sorpasso” al PSOE, se han permitido especular lamentablemente con un posible “pucherazo” electoral, como si España fuera su Venezuela del alma. Me dan miedo los que no pueden entender que la gente no les vote a ellos. Me asustan quienes piensan que sólo ellos están en posesión de la verdad. Me aterran quienes no aceptan las reglas del juego cuando ellos pierden. Esas actitudes radicales, sectarias e intolerantes, dan la razón a quienes afirman que los extremos, sean del color que sean, son o terminan siendo muy parecidos, y hacen buena y política esa afirmación, solo geográfica, que dice que “demasiado al Este es el Oeste”, llevada al teatro como comedia por Alfonso Mendiguchía.

Si los líderes y los partidos políticos más representativos de la España de hoy, especialmente los que no se cansan de repetir que al PP hay que sacarlo a gorrazos de la Moncloa y darle la vuelta a España como se le da a un calcetín –algo que, más matizado o no, han venido a decir tanto PSOE como Podemos, IU e, incluso, Ciudadanos, señalando y vetando éstos últimos a Rajoy como si fuera un apestado político-, recuperaran el espíritu de la Transición, y no sólo la letra y cuando les conviene, se dejarían de “cordones sanitarios”, “líneas rojas”, “vetos” y demás formas de verbalizar lo que en el fondo es pura y llanamente un intento de exclusión a una fuerza política y a un líder que, por cierto, han sido los únicos que han crecido claramente en apoyo ciudadano en la última cita electoral, aunque algunos miren para otro lado porque esa nueva realidad post lectoral no les guste.

Si “las dos Españas” machadianas, con la cera que se habían dado durante décadas entre ellas y los muertos y el dolor que habían causado la una a la otra, fueron capaces de renunciar en la Transición a parte de su ideario para confluir o converger en uno asumible por todos, aunque no terminara de convencer del todo a ninguno, bastante más fácil debería ser en esta etapa de gobierno provisional que ya dura demasiado que, simplemente, se permita gobernar al partido que ha concitado el mayor apoyo de los ciudadanos en sendas y consecutivas convocatorias electorales, siendo, además, el único que ha crecido, y significativamente, en la segunda. Evidentemente, no es esperable ni de Podemos ni de los partidos independentistas absolutamente nada a favor de la gobernabilidad de España si ésta pasa por que gobierne el PP, ahora bien, tanto del PSOE como de Ciudadanos cabría esperar que dejen el “tacticismo” político de una vez y que asuman que, a falta de una mayoría absoluta -en estos tiempos casi impensable-, una gran minoría de españoles -muy superior a sus respectivas y limitadas minorías, incluso sumadas éstas- han apoyado al PP y a su líder, aunque a ellos no les guste ni uno ni otro. Llegados a este punto, quiero decirle al señor Rivera y a quienes dentro de su partido no cuestionan este postulado político suyo de las exclusiones y los vetos personales –que ya pusieron en práctica en las pasadas elecciones municipales y autonómicas, sin ir más lejos en la Diputación de Guadalajara vetando a Guarinos como presidenta- que los vetos personales son más propios de una democracia orgánica que de una plena y que las exclusiones de personas de la actividad política corresponden, en primer lugar, a los jueces, si media sentencia firme por delito con pena accesoria de inhabilitación para cargo público, en segundo lugar, a los electores, que incluyen y excluyen del poder a quienes creen conveniente, y, en tercer pero preeminente lugar, a los militantes de cada partido que han de elegir a sus líderes, candidatos y representantes.

Si Santiago Santiago Carrillo y Manuel Fraga se terminaron soportando e, incluso, respetando y hasta puntualmente elogiando de forma mutua, en aras de la convivencia pacífica, la libertad y la democracia en España, Rajoy, Sánchez y Rivera podrían llegar a ser hasta amigos si persiguieran ese mismo horizonte de tolerancia, consenso y concordia. Ese recuperar el verdadero espíritu y valor de la Transición, permitiría dejar sin recorrido a los “salvadores” del pueblo que nos intentan vender nuevas transiciones que, está bien claro, lo que en realidad pretenden no es construir sobre la primera, sino especular a su antojo ideológico sobre su solar arruinado.

25 años de “Mar Mur”

                Guadalajara acaba de celebrar la XXV edición de su “Maratón de los Cuentos”, una singular y extraordinaria actividad que nació principiando la última década del siglo XX y que ha alcanzado esta efeméride mediando la segunda del XXI. Aquella iniciativa que partiera en 1992 de la directora de la Biblioteca Pública Provincial y entonces también alcaldesa de IU de Guadalajara, Blanca Calvo -que lo sería por poco tiempo más, pues dimitió en julio de ese mismo año-, para tratar de dinamizar la Feria del Libro local, con el paso del tiempo se ha convertido en la actividad cultural probablemente más conocida y reconocida de la ciudad. Como es sabido, el Maratón llegó, incluso, a figurar en el Libro Guinness de los Record cuando en su segunda edición logró superar la marca mundial de tiempo ininterrumpido contándose cuentos públicamente, un hecho que, aunque ahora tenga una importancia solo relativa, entonces supuso todo un acicate para organización, contadores, espectadores, medios de comunicación y opinión pública en general.

                Contrariamente a lo que con tanta frecuencia ha sucedido en esta ciudad, una iniciativa que nació, en cierta medida, de forma coyuntural, con el paso del tiempo, lejos de languidecer e, incluso, morir, ha ido consolidándose de manera progresiva y calando muy hondo en la memoria colectiva de una ciudad como esta que tantas veces ha evidenciado desmemoria. El que el Maratón de los Cuentos haya alcanzado su XXV edición y con el vigor que lo ha hecho, implica que ha crecido y se ha desarrollado a la par que los jóvenes que ahora tienen 25 años de edad, un momento existencial especialmente dulce, en el que el rendimiento físico e intelectual de las personas suele llegar a sus máximos y en el que para alcanzar la excelencia vital sólo se requiere la experiencia que, se quiera o no, el paso del tiempo siempre aporta, aunque algunos crezcan más biológica que biográficamente, por conformismo y falta de inquietudes y de compromiso, graves pecados donde los haya.

Guadalajara ha unido su nombre al de los cuentos, ojalá que para siempre, como los hermanos Grimm lo unieron a Bremen gracias a sus torpes, pero maravillosos músicos, o a Hamelin, por medio de su cautivador flautista, o como  Hans Christian Andersen lo vinculó a Copenhague a través de su Sirenita, o los cuentos de las mil y una noches a Bagdad, esa maravillosa ciudad oriental que hace ya mucho tiempo que no está ya ni para un solo cuento más. Efectivamente, hace tiempo que Guadalajara, de forma natural y sin necesidad de que el marketing ni la publicidad fuercen absolutamente nada, es conocida y puede “venderse” como “ciudad de los cuentos” y no pongo delante el determinativo “la” por respeto a las cuatro ciudades anteriormente citadas y a otras muchas más que podríamos citar y que también están vinculadas, por causas diversas, a la narrativa oral.

Me agrada sobremanera que mi ciudad tenga un barrio entero dedicado a autores, personajes, escritores o narradores de cuentos, eso denota sensibilidad de quienes les pusieron a las calles del SP-03 esos nombres y no seré yo, precisamente, quien vaya en contra del fomento de la sensibilidad y menos en una ciudad como esta que, a veces, demasiadas, ha dado muestras de tener excesivo y duro callo en la piel. Vaya en su descargo que, históricamente, le han llovido palos por todas y desde todas partes, por lo que no le ha sido fácil el “philosophare” cuando tenía muy comprometido el “vivere”… Por cierto, aprovecho la ocasión para decir que, no estaría mal, que en futuras ocasiones en que haya que nominar nuevos barrios de la ciudad, también se tenga la sensibilidad de llevar a nuestro callejero a importantes personalidades de las artes y las ciencias españolas que, a pesar de sus indudables méritos, no están en él. Está muy bien que Saturnino Calleja, que fue un cuentista muy prolífico, tenga una calle dedicada en Guadalajara, como también me parece bien que lo tengan los duendes, las hadas, las sirenas, la luna, la estrella y las princesas, ahora bien, lo que no me parece tan plausible es que aún no les hayamos encontrado un hueco en nuestro callejero a escritores de la talla, por ejemplo, de Lope de Vega, Valle Inclán, Blasco Ibáñez, Pío Baroja, Azorín, Unamuno, Ortega y Gasset, Ramón J. Sender, Gerardo Diego, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Jorge Guillén,… Lo dejo ahí.

Vuelvo al principio: Que el Maratón de Cuentos de Guadalajara haya alcanzado su XXV aniversario con la vitalidad que lo ha hecho es una excelente y extraordinaria noticia que hay que destacar y comentar; pero no para dormirse en los laureles, sino, bien al contrario, para reinventarlo cada año y renovar sus contenidos y recursos, como esta edición, acertadamente, se ha hecho, potenciando su presencia en las redes sociales, ese mundo de la comunicación que nos da vértigo a quienes nacimos para el periodismo en los tiempos en que aún las linotipias eran tecnologías imprescindibles, pero que es el presente y parece que el futuro. Y al futuro no hay que irle con malos cuentos.

Termino homenajeando a dos grandes escritores guadalajareños, el dramaturgo Antonio Buero Vallejo –en el año de su centenario- y a su viejo y buen amigo, el poeta Ramón de Garciasol, que estuvieron presentes en la inauguración del primer Maratón de los Cuentos alcarreño, en 1992, dándole así su aliento cuando a ellos ya no les sobraba. Ambos hace ya tiempo que no están entre nosotros, pero los literatos, como los viejos rockeros, nunca mueren porque siguen vivos a través de su literatura. Y de su ingenio, como el que demostraron desde bien jóvenes cuando, compartiendo aula en el viejo Brianda, jugaban a ser el “mur (ratón) de Guadalajara” –el ratón de villa, rol que asumía Buero, nacido en la capital- y el “mur de Mohernando” –el ratón de aldea, el rol de Garciasol, natural de Humanes-, dos personajes secundarios del Libro de Buen Amor, del Arcipreste de Hita. Me consuela el hecho de que los tres estén en nuestro callejero; ahora también espero que no sólo sean para muchos los nombres que tienen unas calles de la ciudad.

Las otras guadalajaras

                Como es sabido, hace ya años que se constituyó en la comarca de Molina de Aragón una asociación cívica que tiene por nombre “La otra Guadalajara” y cuyo fin primordial es reivindicar políticas y actuaciones de las administraciones públicas para sacar a la comarca molinesa de la postración y la falta de desarrollo social y económico que lleva acusando largo tiempo, siglos, diría yo, aunque en las últimas décadas su regresión, especialmente la demográfica, haya llegado ya a cotas verdaderamente alarmantes. Si bien no siempre he compartido las formas y los medios con que se ha producido “La otra Guadalajara” e, incluso, algunas veces me ha parecido ver detrás de sus actuaciones más política partidista que de comarca, sigo identificándome con sus fines porque la tierra molinesa, en la que nació mi abuelo paterno y, por tanto, en la que tengo fuertes raíces, lejos de progresar, continúa en regresión, y si ésta, a veces, parece ralentizarse, es porque no se puede desangrar con mayor celeridad lo que ya está casi exangüe.

Todo el mundo entiende, perfectamente, que a Molina se le llame “la otra Guadalajara” porque, efectivamente, es la más distante, no sólo físicamente, del entorno de la capital y el Corredor del Henares, donde sí crece la población y hay actividad económica, aunque aquélla haya llegado, en gran medida, de aluvión y durante el “boom” del ladrillo, ahora en grave crisis, y a veces ésta vaya a trompicones. Pero, lamentablemente, no sólo Molina es “la otra Guadalajara”, sino que hay “otras Guadalajaras”: las Serranías y aún gran parte de la comarca de la Alcarria presentan síntomas de regresión demográfica y socio-económica similares a los de Molina y necesitan políticas activas de desarrollo rural bastante más eficaces que las hasta ahora puestas en marcha, que han sido escasas en forma y cuantía, y muy limitadas en fondo y objetivos.

Abordar en profundidad los ya endémicos males que aquejan a nuestro medio rural y proponer soluciones asdecuadas para combatirlos no están ni en mi capacidad ni en el espacio del que dispongo en este post, aunque, simplemente, dejar constancia de que es un problema que sigue estando ahí entiendo que ya es aportar algo disonante con la publicidad y la propaganda políticas que, con tanta frecuencia, pretenden vender acciones para el medio rural como si fueran el “bálsamo de Fierabrás” –a esta región le quitas a Don Quijote y se queda como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando- que, las más de las veces, no pasan de episódicas y coyunturales.

Lo que sí me da tiempo a tratar, aunque sea de forma muy limitada, es un hecho que, precisamente, me comentó el presidente de la Diputación Provincial y Alcalde de Sigüenza, José Manuel Latre, el pasado viernes, en el bello patio neo-mudéjar del palacio provincial, en el acto institucional de celebración de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, patrón de la Diputación: aunque este año, en razón de la oportunidad que supone la conmemoración del centenario del nacimiento de Cela, se esté trabajando muy especialmente en torno a su libro “Viaje a la Alcarria”, hay que ponerse a trabajar en la misma línea con el resto de comarcas de la provincia. Por lo que me dijo, intuyo que Latre tiene muy claro que en Guadalajara tenemos “otras Guadalajaras” que pueden y deben promocionarse, de igual o parecido modo a como se está haciendo este año con la Alcarria, lo que sin duda repercutirá en el turismo, un sector que no es la panacea para todos los males de nuestro medio rural, pero que, sin duda, es una eficaz aspirina para el dolor de cabeza y un aliviador antiácido para el de estómago. Eso sí, para otros males mayores de nuestra provincia, harán falta otros remedios más complejos que un simple comprimido.

Me parece muy acertada la reflexión que me hizo Latre a la sombra del ladrillo mudejarizante de Marañón y Aspiunza, los arquitectos del palacio provincial en la penúltima década del XIX, y cuyo proyecto ganó el concurso nacional que se convocó para diseñarlo y construirlo, presentándose a él con un lema realmente significativo: “Con trabajo y economía se enriquecen los pueblos”. Al hilo de la apuesta del presidente de la Diputación por promocionar, no sólo la Alcarria, sino el resto de la provincia, o sea “las otras Guadalajaras”, gracias al turismo cultural, se me ocurre pensar que, al contrario que el coronel de García Márquez, éstas sí han tenido quienes les escriban: El autor anónimo del Poema de Mio Cid a las Serranías, la Campiña, la Alcarria y Molina –o sea, al norte, el este y aún parte del centro y el oeste de la provincia-, el Arcipreste de Hita a la Campiña, la Alcarria y las Serranías en el “Libro de Buen Amor”, Ortega y Gasset a las Serranías en “El Espectador  (Notas de andar y ver)”, José Luis Sampedro al Ato Tajo en “El río que nos lleva”, Ramón Hernández a la capital en “El ayer perdido”, Andrés Berlanga a la tierra molinesa en “La Gaznápira,… entre una larga e importante nómina de autores y de obras. Además, lo que no está escrito, está por escribir.

Con trabajo, economía… e inteligencia, se enriquecen los pueblos, aunque sea poco a poco, como las gentes, a las que, según Cela en su “Nuevo viaje a la Alcarria”, ya les va dando la gana venir a esta tierra guadalajareña, a la que antes no le daba la gana venir a nadie. Hasta que a él sí le dio. ¡En buena hora!

Buscando a Toquero y a Barra tras Cela en la Alcarria

                Entre el 11 de mayo pasado, fecha en la que se conmemoró la efeméride de su nacimiento hace ya 100 años, y el 6 de junio próximo, en que se conmemorará el 70 aniversario del inicio de su viaje físico a la Alcarria, estamos en pleno apogeo de los actos del centenario de Camilo José Cela que, como ya comenté en mi post anterior, se van a celebrar a lo largo de 2016 en toda España, organizados por varias instituciones públicas y privadas, entre ellas la Diputación Provincial de Guadalajara.

                El 1 de junio tendrá lugar, en el salón de plenos de la corporación provincial, el acto institucional del centenario más relevante de cuantos se van a llevar a cabo en la provincia, en el que el Director y Secretario de la RAE, Darío Villanueva, profundo estudioso de la obra de Cela y gran conocedor de la persona y el personaje, va a impartir una conferencia sobre el autor de “La Colmena”, “Viaje a la Alcarria” y otras 67 creaciones literarias más. Villanueva será presentado por Aurora Egido, la única académica de la Lengua que hay actualmente nacida en la provincia y que tiene desde 2013 silla -la “B” mayúscula- en la institución que “limpia, fija y da esplendor” al castellano desde hace ya tres siglos. A este acto está prevista la asistencia de Camilo José Cela Conde, hijo del Premio Nobel de Literatura 1989, lo que sin duda contribuirá a darle mayor relevancia social, que complementará la académica y literaria que, con total certeza, aportarán Egido y Villanueva.

Buscando-CelaDicho esto, quiero que quede bien claro que hoy he venido a estos blogs de GD a hablar de la reedición del libro de Salvador Toquero y Santiago Barra, “Buscando a Cela en la Alcarria”, escrito en 1981 por este par de grandes periodistas y escritores guadalajareños, al tiempo que maestros y amigos míos, pues gracias a sus impagables tutelas me inicié en esto del periodismo, cuando apenas contaba yo con diecisiete años de edad, en aquella histórica y entrañable cabecera/escuela que para mí y para tantos otros fue “Flores y Abejas”. Como bien dice Santi en su prólogo a la segunda edición de su libro, escrito al alimón con su tío y también maestro Salva, seguro que éste está disfrutando con gozo de su reedición en los “eternos paisajes del cielo por los que lleva transitando desde hace ya nueve años”. Toquero tiene muchos motivos para descansar en paz, pero desde el 11 de mayo pasado, oportuna fecha en la que se presentó la segunda edición de “Buscando a Cela en la Alcarria”, ha sumado a ellos uno más. La circunstancia de que el diseño y edición electrónica de esta reedición haya corrido a cargo de uno de sus hijos, Fernando, seguro que también le ha reconfortado, no sólo porque sea su hijo, sino porque está muy bien hecha. Puede que sea una cierta irreverencia hablar de gozos terrenales en el cielo, pero Salva era también un maestro de la metáfora continuada, de la alegoría, y como tal ha de entenderse este comentario.

Y ya sí que voy a hablar del contenido de “Buscando a Cela en la Alcarria”, que es a lo que he venido hoy. En el verano de 1981, cuando apenas llevaba yo dos años y medio en “Flores y Abejas” colaborando,  aprendiendo y madurando como el membrillo en septiembre, tuve la inmensa fortuna de ser un espectador privilegiado de su gestación y hasta de la realización de una parte, aunque fuera mínima, de su trabajo de campo y de su redacción. Incluso corregí algunas pruebas de imprenta, con no demasiado tino, por cierto, a juzgar por las excesivas erratas que aparecieron en la primera edición de la obra, aunque, en descargo de quienes participamos en la labor de corrección, cabe decir que algunas correcciones se quedaron en el bolsillo del editor, sin que jamás llegaran al linotipista. En esta reedición recién presentada, doy fe de que las erratas se pueden contar con los dedos de una mano, lo que viene a poner 35 años después las cosas en su sitio porque les aseguro que, si hay algo que contraría a un periodista, es que sus textos se publiquen con erratas, máxime cuando la culpa no es suya.

En “Buscando a Cela en la Alcarria” hay mucho y buen periodismo de investigación pues Toquero y Barra no tuvieron pereza en tratar de localizar, uno a uno, los 57 personajes principales de “Viaje a la Alcarria”, consiguiendo hablar personalmente con bastantes de ellos o con familiares y conocidos directos, o, al menos, tener noticias de casi todos. Cuando eran personas de carne y hueso, claro, porque pronto descubrieron que un número significativo de los personajes del libro alcarreño de Cela eran tan sólo literarios, algo que no desmerece la obra, bien al contrario. Esa circunstancia la conocieron ya en el primer capítulo, el de Guadalajara, pues comprobaron que Armando Mondéjar, el “niño preguntón” del “pelo colorado del color del pimentón” con el que el viajero gallego dice trabar amistad al salir de la capital, cuando ya va camino de Taracena, no era una persona real sino un personaje creado. ¿Y cómo lo supieron? Pues como hacen los buenos periodistas, investigando: resulta que Cela dice en su libro que Armando es hijo de Pio Mondéjar, un “perito que trabaja en la Diputación”; fueron a ella y tras revisarse todo lo revisable y más en los archivos de la institución provincial, se llegó a la conclusión de que ninguna persona apellidada Mondéjar había trabajado allí, incluida la época en que está escrito ”Viaje a la Alcarria”. Por cierto, ese dato les puso en el camino de otro: varios de los personajes literarios creados por Cela también llevaban el apellido de nombres de pueblos de la provincia –entre otros, el guardia civil Torremocha-, pero no todos, porque, por ejemplo, Emeterio Arbeteta, el amigo cifontino del viajero, fue una persona real, relevante y muy conocida en la zona

Doy fe de que Toquero y Barra no fueron tras las huellas de Cela en la Alcarria para tratar de ”destripar” el libro, sino con una profunda admiración hacia su obra y un instinto periodístico loable, que les llevó a tratar de saber de sus personajes treinta y cinco años después de escribirse, pues, si se dejaba correr más tiempo, se entraba en riesgo de que muchos de ellos hubieran muerto; aún así, alguno se había quedado ya por el camino, mejor dicho, por la carretera, como es el caso de Martín Sanz, el mulero de Trijueque que llevó a Cela desde Taracena a Torija en un carro y al que mató un coche que le atropelló cuando iba en bicicleta, apenas dos años después de su encuentro con el escritor gallego. Pero el que “los periodistas” -así  se refieren a sí mismos en su libro, en primera persona del plural, al igual que Cela lo hiciera como “el viajero”,  en la primera del singular- no pretendieran conocer los entresijos de la obra de Cela con ánimo de desentrañar su libro, no es óbice para que renunciaran a ser periodistas e investigaran aquello que les pareció investigable. En una lección práctica de periodismo de las muchas que Toquero y Barra me dieron, uno de ellos me dijo: un periodista es aquél que ve humo a lo lejos y, en vez de huir por temor, se acerca a él para conocer su causa. Y doy fe de que algunos humos que vieron mientras buscaban a Cela en la Alcarria, se limitaron a especular con su origen, pero no pretendieron ser bomberos, ni mucho menos pirómanos. Hasta aquí puedo escribir…

Podría seguir buscando a Toquero y a Barra mientras éstos buscaban a Cela en la Alcarria casi hasta el infinito y volver, como las carreras cortas que echan los de Bilbao, pero lo dejo aquí porque lo mejor que se puede hacer con un libro, con un buen libro como les aseguro que es éste, es leerlo. Y también les aseguro que, además de periodismo del bueno –en él está magníficamente retratada, aunque sea de forma transversal, la Guadalajara rural de la Transición-, van a hallar literatura de primer nivel, porque tanto Toquero como Barra son dos grandes escritores que ganó el periodismo, pero se perdió, en buena medida, la literatura, aunque ambos hayan hecho algunas incursiones en ella, especialmente ésta que emprendieron juntos, siendo dos personas de generaciones, inquietudes y hasta pensamientos distintos, lo que da aún más valor a esta obra escrita a cuatro manos y dos voces, pero un solo aliento.

Cela cumple 100 años

Como la mamá de la película de Carlos Saura, el 11 de mayo Camilo José Cela cumple/cumplió -para quienes lean este post en fecha posterior- cien años; mejor dicho, cumpliría, así, en condicional, si hubiera vivido para contarlo, algo que no se ha dado pues, como es sabido, falleció el 17 de enero de 2002, a la edad de 85 años. Lo que sí se cumple/cumplió el 11 de mayo de 2016 es el centenario de su nacimiento, efeméride que está motivando la celebración este año de numerosas actividades y actuaciones conmemorativas por parte de diversas instituciones, entre otras la Fundación Pública Gallega Camilo José Cela -tutelada por la Xunta de Galicia-, la Real Academia de la Lengua, el Instituto Cervantes, la Diputación Provincial de Guadalajara y la Fundación Charo y Camilo José Cela, que preside Camilo José Cela Conde, el único hijo del escritor gallego, y que será la encargada de pilotar el órgano administrativo que el Gobierno de España ha creado recientemente para encargarse de la ejecución del programa de apoyo a la celebración del centenario de su nacimiento.

Aunque Cela es un autor de relevancia mundial, circunstancia que le llevó a obtener el Premio Nobel de Literatura en 1989, no creo caer en el pecado de localismo/provincianismo si trato exclusivamente en este post sobre su vinculación con la provincia de Guadalajara pues, realmente, fue mucha y, como es sabido, no sólo literaria, especialmente a través de su magnífico “Viaje a la Alcarria”, sino también vital pues se avecindó en la capital casi una década, entre 1988 y 1997 en que marchó a vivir a Madrid, donde falleció menos de cinco años después. Sobre ese cambio de residencia de la capital alcarreña a la de España, el propio Cela dejó escritas estas reveladoras y sentidas palabras en su columna de ABC, que llevaba por título “Desde el palomar de Hita”, en su entrega del 27 de julio de 1997: “Ahora que me voy con la música a otra parte y no sin mi remota pena lastrándome el corazón y el güito del alma, quiero dejar paladina constancia de mi amor a Guadalajara, a cuyas piedras, a cuyas yerbas y a cuyos hombres expreso desde aquí mi gratitud por su mantenida hospitalidad”. Bien es sabido que Cela marchó a Madrid, más que por su propia voluntad, por la de su entonces esposa, Marina Castaño, con quien precisamente contrajo matrimonio por lo civil en Guadalajara. Hasta aquí quiso escribir sobre esta cuestión en el artículo antes referido: “El hombre propone, a veces, y Dios dispone, de cuando en cuando; lo digo porque las cosas no siempre marchan al pelo de la voluntad, sino que, con harta frecuencia, se perfilan al contrapelo de las circunstancias y otras desidiosas aventuras”.

Cela dejó atrás, sí, su tercera residencia en Guadalajara en 1997 -vivió por un tiempo en casa de Paco Marquina y María Antonia Velasco, después en un chalet en El Clavín y, finalmente, en otro en “El Espinar”, en la ribera del Henares, junto a la carretera de Fontanar-, pero cuando el escritor se bajó del tren que le traía de Madrid en la estación de Guadalajara, el 6 de junio de 1946, para pisar por primera vez la tierra alcarreña e iniciar su viaje a ella, suscribió un contrato de afecto, presencia y vinculación permanente con esta comarca guadalajareña, como él mismo subrayó al dejar escritas estas significativas palabras tras su firma en el Libro de Honor de la Diputación Provincial, el 20 de diciembre de 1989, apenas unas semanas después de ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura: “Siempre en la Alcarria”. Precisamente, la noticia de la concesión del prestigioso premio de la Academia sueca la conoció en su entonces residencia guadalajareña de El Clavín.

Es una evidencia que, más que la obra, la figura de Cela no despierta simpatías en algunos sectores, especialmente de la izquierda de este país, que siempre le acusaron de censor -por cierto, él fue censurado, pues La Colmena se prohibió en España en 1951-, de franquista y, últimamente, hasta de delator. No voy a meterme en ese charco porque no quiero y porque voy a poner en práctica las, a mi juicio, ponderadas, juiciosas y justas palabras de Darío Villanueva, el secretario de la RAE y experto en la obra del Nobel gallego, además de amigo personal: «pido respeto para la figura de Camilo José Cela; un escritor es lo que ha escrito, no lo que haya dicho o hecho«.

Respetando la figura de Cela, pero también la de aquellos a quienes no les despierta simpatías, hago caso a Villanueva y voy, sólo rápida y someramente pues la contención lo aconseja, a lo que el autor de Iria Flavia escribió tras viajar físicamente a Guadalajara en 1946 pues su Viaje a la Alcarria es un libro que he leído más de una veintena de veces y, cada vez que lo hago, descubro algo nuevo en él y siempre de una elevada altura literaria. En Viaje a la Alcarria no sólo hay el relato de un viaje con especial referencia al paisaje y al paisanaje que el autor se encuentra en el camino, ni únicamente el retrato de posguerra de una parte de la España rural, que, por supuesto, están ahí, sino que en lo formal se pueden encontrar en él influencias y referencias de la Generación del 98, especialmente de Unamuno y de Azorín, por ejemplo cuando el escritor gallego escribe del duro agro castellano que recorre o los ambientes en las tabernas alcarreñas, como la de Sacedón: “El café está de bote en bote, la atmósfera se podría cortar con un cuchillo. En algunas mesas se juega al dominó y en otras al naipe. Dos solitarios echan en un rincón una partida de ajedrez (…)“. También hay algo en su pluma de la de Pío Baroja al describir estancias y habitaciones con la precisión de un notario haciendo inventario de testamentaría, como en la posada de Brihuega: “En las paredes del comedor hay un reloj de pesas, un canario que se llama Mauricio, metido en su jaula de alambre dorado, y tres cromos de colores violentos, chillones, con marco de metal. Un cuadro representa el cuadro de Las Lanzas; otro, Los Borrachos, y otro La Sagrada Familia del pajarito. Dos gatos rondan a lo que caiga”. Más evidente es aún su cercanía a Juan Ramón Jiménez cuando deja la épica y se echa en manos de la lírica en el valle del Tajuña, camino de Cifuentes, acompañado del viejo de “pelo gris y los ojos tristes y meditabundos” y su burro Gorrión/Platero: “Duérmete, burrillo manso,/que ya es la hora./Ya te has comido la flor/de la amapola”. Y, si nos lo proponemos, podríamos encontrar en Viaje a la Alcarria, porque están ahí, muchas más sintonías y proximidades con otros grandes escritores españoles que frecuentaron la literatura viajera, o la geográfica, porque, como dijo Alonso Zamora Vicente, al tratarse de una obra de este tipo, y especialmente en lo que se refiere al paisaje, “Cela cumple con reflejar lo que ve y con no inventar. Para inventar ya están otras esquinas de la literatura”. El paisanaje ya es otra cosa, porque es evidente que no todos los personajes de los 57 principales que tiene la obra, son reales, sino que un significativo número de ellos son literarios.

Termino diciendo que el mejor homenaje que se le puede rendir a un escritor es leer su obra, y, de entre ella, les recomiendo encarecidamente que, si aún no lo han hecho, vayan raudos a la librería y compren, para ustedes mismos o sus cercanos, un ejemplar, aunque sea de una edición barata de bolsillo, de Viaje a la Alcarria. Y que lo lean y lo inviten a leer. Como también pueden, y en cierta medida, deben, leer algunas de las nuevas ediciones o reediciones de estos títulos que tratan, y bien, sobre el viaje alcarreño de Cela y/o sobre el propio escritor; tomen nota: “Cela. Retrato de un Nobel”, de Francisco García Marquina, presentado el viernes, 6 de mayo, en la Feria del Libro de Guadalajara; “Guía del Viaje a la Alcarria”, también de Marquina; “Buscando a Cela en la Alcarria”, de mis maestros en el periodismo, compañeros y amigos Salvador Toquero y Santiago Barra, cuya segunda edición se presenta/presentó el mismísimo 11 de mayo, a las 19,30 horas en el Centro San José, y “Las cosas de Don Camilo”, de Pedro Aguilar, cuya nueva edición también va a ver la luz en estos días.

 

Una pica alcarreña en Flandes

                Últimamente se han dado las circunstancias adecuadas en mi vida para recuperar mi afición viajera, demasiado tiempo interrumpida por muchas causas concurrentes. Espero que dure la inercia y competir con Phileas Fogg en frecuentar andenes de tren o de autobús y terminales de aeropuerto.

El último de los viajes que he hecho, bien acompañado por mi mujer, unos amigos y unos conocidos que ya son también amigos, ha tenido como destino la zona flamenca de Bélgica, la parte norte del antiguo Ducado de Brabante, aunque por conveniencia logística hayamos pernoctado en Bruselas, ubicada dentro del antiguo territorio flamenco pero con status de región-capital, compartida entre flamencos y valones.

No era la primera vez que viajaba a Flandes, pero las anteriores siempre fueron de estancia breve y por razón de trabajo, de tal forma que apenas pude disfrutar de ese hermosísimo país en el que los españoles pusimos nuestras picas durante largo tiempo y varios reinados, desde el de Carlos I -allí, simplemente llamado “El emperador Carlos”-, a principios del siglo XVI, hasta, incluso, el de Felipe V, dos siglos después, el primer monarca español de la dinastía Borbón y con el que se perdieron las posesiones flamencas que habían traído al reino de España su predecesora, la casa de Austria. En esta ocasión sí que pude disfrutar el tiempo mínimo imprescindible de Flandes y he regresado realmente satisfecho porque, la verdad, se trata de una región muy muy bella, con una historia estimable y densa y con un catálogo amplísimo de recursos monumentales, la mayor parte de ellos excelentemente conservados.

Cuando llegamos a Bruselas, aún se mascaba la tragedia que vivió la capital belga y de la Unión Europea por causa de los brutales atentados terroristas acaecidos el 22 de marzo. El edificio de La Bolsa bruselense y su plaza son aún un memorial de las víctimas en el que se amontonan flores, velas, mensajes, fotos, objetos de todo tipo y, sobre todo, la estupefacción y las lágrimas de todos porque, cuando alguien muere de forma violenta y, más aún, si han mediado en ello hombres, en el fondo morimos todos un poco. Lo escribía muy bien Hemingway en “Por quién doblan las campanas”, su gran obra basada en la Guerra Civil Española: “También están doblando por ti”. Ante la Bolsa, recé lo que supe por las víctimas de ese memorial, pero también por todas las víctimas del terrorismo, algo de lo que, lamentablemente, sabemos mucho los españoles y, a veces, lo hemos padecido en demasiada soledad. Que descansen todos los muertos en paz y que los vivos no descansemos hasta alcanzar la paz, pero no sólo la de los cementerios.

Bruselas es una ciudad hermosa, destacando en ella la Grand Place (Grokte Markt en flamenco), que, especialmente de noche, es una auténtica maravilla. Brujas es una ciudad bellísima que parece anclada en el tiempo -es tanta su perfección y cuidado que hasta parece un parque temático más que una ciudad real-, cuando era uno de los puertos más importantes de Europa y la riqueza se invertía en hermosos edificios, muchos de ellos góticos, que, afortunadamente, se han conservado muy bien la mayor parte de ellos. Los canales que recorren algunas calles de la ciudad hacen que, merecidamente, sea llamada como “la Venecia del norte”. Lovaina también es una ciudad que merece la pena conocer, aunque pagó un duro peaje de destrucción, tanto en la I como en la II Guerra Mundial; no obstante, su alma y ambiente universitarios se palpan por todas partes y el edificio de su ayuntamiento es magnífico, sin duda, uno de los más bellos edificios representativos del poder civil de toda Europa.

Escudos Mendoza en Gante 2Punto y aparte merece Gante, la ciudad en la que nació Carlos I, el rey español y emperador del Sacro Imperio Germánico desde 1520, gracias al cual España puso sus picas y bastantes cosas más en Flandes durante dos centurias. Gante es una ciudad portuaria muy bonita y grande pues casi cuadruplica la población de Brujas y ofrece monumentos y rincones dignos de conocer y admirar; entre ellos, su catedral, la de San Bavón (sic), un gran edificio gótico, en cuya construcción se alternan piedra y ladrillo, algo poco frecuente en este tipo de edificios. Hay catedrales más hermosas que la de Gante, sin duda, pero no es fácil encontrar un púlpito como el que hay en ella y, especialmente, un retablo como el del Cordero Místico, del que son autores los hermanos Hubert y Jan Van Eyck. Se trata de una obra cumbre y única del arte flamenco del siglo XV y que abrió el camino a la escuela italiana. Una joya del arte europeo que hay que ver, conocer en detalle y disfrutar. Pero como guadalajareño, castellano y español militante que soy, la sorpresa en la catedral de Gante me la llevé cuando descubrí en una de sus paredes un escudo de la familia Mendoza, formando parte de un amplio conjunto de escudos que representan a la nobleza que en 1559 asistió, en la que fuera cuna de Carlos I, a un capítulo de la importantísima orden de caballería del Toisón de Oro. Entre los escudos de las familias nobles más relevantes de la Europa del XV y el XVI, allí está el de armas de “nuestros” Mendoza que, ya en el siglo XIV, el cronista Pedro de Gratia Dei, en su obra titulada “Libro llamado vergel de Nobles de los linajes de España”, describiera así:

Sobre verde reluzia

La vanda del colorado

En oro en que venia

La celeste Ave Maria

Efectivamente, en la catedral de Gante está el escudo de armas mendocino, concretamente el del IV Duque del Infantado, don Iñigo López de Mendoza de la Vega y Luna, que en 1559 asistió al muy exclusivo capítulo de los caballeros del Toisón de Oro, allí convocado por Felipe II, entonces Gran Maestre de la Orden que en 1429 fundara el Duque de Borgoña, Felipe III el Bueno, tan estimada y deseada por todos los reyes, príncipes y señores de aquellos tiempos, desde Escandinavia al Mediterráneo y desde Britania a Rusia. Los valores históricos del Toisón se resumen en que quienes lo obtienen reciben un premio a la excelencia y al mérito personal y tienen el compromiso de impulsar la unidad de Europa, así como “la gloria a Dios Nuestro Señor y a su bendita Madre «, según rezan sus constituciones.

Casualmente, la hija escritora del XIX Duque del Infantado, Almudena de Arteaga y del Alcázar, figura como “colaboradora especial” del Comité Rector y del Científico de la Orden del Toisón de Oro, que preside el Rey de España desde tiempos del emperador Carlos de Gante.

El mundo es un pañuelo y nos suele obsequiar con señorío aunque los hombres, a veces, recibamos lo que nos es dado con servidumbre, por jugar con la vieja divisa mendocina que afirma que “Dar es señorío, recibir es servidumbre”.

Foto: Escudos en la catedral de Gante. El de la casa del Infantado es el sexto por la izquierda. Foto: Paco Jurado.

El olfato, el tacto, el gusto, el oído y la vista del Infantado

                El pasado fin de semana, en adecuada, oportuna y bien programada iniciativa del Ayuntamiento de la capital, se ha celebrado una singular actividad, bajo la convocatoria de “La noche de los sentidos”, con la que se ha pretendido impulsar la candidatura del Palacio del Infantado a la declaración, por parte de la UNESCO, de monumento “Patrimonio de la Humanidad”, algo realmente difícil de conseguir, como el propio alcalde ha reconocido de forma realista, pero no imposible puesto que nuestro referente histórico-artístico más señero ya ha superado la difícil criba de sobresalir entre dos centenares de monumentos españoles que aspiraban a lo mismo y formar parte del escogido grupo de cuatro que han sido incorporados a la llamada “Lista indicativa”, paso previo y condición sine qua non para obtener esa declaración.

                Decía el poeta, egipcio de nacimiento pero italiano de raíces, Giuseppe Ungaretti, que “la meta es partir”. Esa frase, dependiendo del contexto en que se escriba o diga, puede ser una verdad absoluta o tan sólo media verdad, o sea, mentira completa, especialmente si con ella se quieren justificar los acomodaticios que comienzan las cosas, pero no las terminan. En el caso que nos ocupa, que es tratar de impulsar la declaración del Palacio del Infantado como monumento Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO, estimo que la frase de Ungaretti es muy oportuna porque llegar a la meta no depende del Ayuntamiento de Guadalajara, sino de la voluntad de otras instituciones, nacionales e internacionales, que deben optar entre diversas candidaturas que, probablemente, merezcan todas ellas esa declaración, algo que no es posible porque para que esa lista tenga valor real, ha de ser altamente exigente y, por tanto, más excluyente que incluyente. Simplemente al partir, al estar “en el camino”, como diría Kerouac, y seguir perseverando y avanzando en él, ya se están dando grandes pasos para lograr ese gran objetivo que permitiría que el Infantado no sólo gozara de especial protección y prioritaria actuación de las administraciones públicas en él, sino que supusiera un recurso turístico de primer orden, un auténtico revulsivo para nuestra ciudad que quiere, pero no termina de poder, ser un destino turístico relevante.

Foto InfantadoTuve el honor -y el placer, se lo aseguro-, en mi condición de Concejal delegado de Turismo del Ayuntamiento de Guadalajara (1999-2003), de colaborar con el entonces alcalde de la capital, mi muy admirado y querido José María Bris, cuando se empeñó en intentar lograr esa declaración para el Infantado ya en 2002, un proyecto que se truncó casi de raíz porque ni siquiera pasó el “filtro” regional, puesto que la Junta de “Calamidades” -perdón, de Comunidades- de Castilla-La Mancha no seleccionó esa propuesta, ni siquiera para formar parte de las candidatas de la región a ser elegidas para formar parte de “la lista indicativa”, algo que sí se ha logrado en esta ocasión, tanto a nivel regional como nacional. Puede que desde el Ayuntamiento no hiciéramos entonces las cosas todo lo bien que debíamos para potenciar nuestra candidatura, pero les aseguro que en “Toledo” nunca fueron receptivos a ella, por decirlo de forma suave. Algunos de los primeros pasos que dimos entonces, además de armar un expediente con amplia documentación, vistos con la perspectiva del tiempo parecen nimiedades, pero les aseguro que entonces costaron lo suyo, y no sólo me refiero al gasto, sino al esfuerzo: comprar el Palacio de Dávalos para llevar allí la Biblioteca y descargar al Infantado de una actividad “fatigante” para un edificio antiguo; lograr que se abriera el Palacio Ducal a visitas turísticas los fines de semana fuera del horario de la Biblioteca y el Museo; mejorar significativamente el estado de mantenimiento y conservación de los jardines, inclusive la recuperación de la fuente y su iluminación con fibra óptica; programar en Ferias las que se llamaron “Noches en los Jardines de Palacio”, con una propuesta musical siempre de calidad y muy escogida que gozó del favor del público; incorporarle a la ruta de monumentos visitables de la ciudad -junto con el Palacio de don Antonio de Mendoza, la Capilla de Luis de Lucena, el Torreón del Alamín, el Taller de Forja del TYCE y el Salón Chino del Palacio de la Cotilla– y celebrar importantes espectáculos en él para promocionar la candidatura -como ahora se ha hecho con “La noche de los sentidos”-, destacando entre ellos uno de luz, sonido y pirotecnia que convocó a varios miles de espectadores en las Ferias de 2002 y que se tituló: “Palacio del Infantado, un monumento que Guadalajara ofrece a la humanidad”.

Me alegró mucho que Antonio Román decidiera, hace ya un tiempo, retomar este proyecto, y se merece el reconocimiento y aplauso público por haberlo armarlo con solidez y llevarlo tan lejos como ha llegado. Ya que la propuesta que este fin de semana se ha hecho pretendía, con buen criterio, unir al Palacio del Infantado con los cinco sentidos, mi pequeña aportación a ella es esta:

¿A qué huele el Palacio del Infantado?Al aroma profundamente atrayente, penetrante, agrio y, a veces, casi amargo del boj de los setos de sus jardines.

¿A qué sabe? A piedra vieja, abrasada por el sol, mojada por la lluvia, batida por el viento y ennoblecida por el tiempo.

¿Cómo suena? A pavana, no para una infanta difunta, como la de Ravel, sino para dos reyes llamados Felipe, el segundo y el quinto de la dinastía monárquica española, y dos reinas de nombre Isabel, las de Valois y Farnesio, que contrajeron nupcias en él con siglo y medio de diferencia (1560 y 1714).

¿Qué palpa? Historia, gran parte de la historia de Guadalajara, de Castilla y aún de España toda, la ha tocado con sus dedos imaginarios, en algunas ocasiones para acariciarla, pero en otras, claro está, para hacer un rasguño en ella.

¿Y que ve el Palacio? Me atrevo a decir que ha visto tanto, y no todo de su agrado, que las cataratas del tiempo le han cansado y nublado la vista, aunque, como tiene pedigrí muy noble y es de buena raza, se esfuerza cada día en abrir bien los ojos para no perderse detalle de lo que acontece en su entorno. Este fin de semana, no lo dudo, habrá visto con agrado su “Noche de los sentidos”.

“Cizaña” para una placa y “Jalea Real” para una Pasión

El Sábado Santo pasé uno de los días más agradables de mi vida, disfrutando de una excelente compañía familiar y de amigos en ese rincón tan especial, valioso y bello que es Zorita de los Canes, probablemente el pueblo más pequeño de la provincia en población (apenas tiene 80 habitantes) pero que, al tiempo, reúne y ofrece un inventario de recursos histórico-artísticos más importante. Casi todo fue bien ese día por las tierras “que Alvarfáñez mandó”, según relata el mismísimo Poema del Mío Cid, tanto en Zorita como en Albalate, donde rematamos la jornada; pero hubo dos circunstancias, dos hechos, de muy distinto signo, a los que, con el permiso de mi compañero y amigo, Félix García, voy a etiquetar como merecedores de “Cizaña” (o sea, reprobación) y “Jalea Real” (aplauso):

Cizaña: A la placa que el 8 de octubre de 2015 se colocó junto a una de las puertas de acceso al castillo de Zorita, en la que se refleja que el presidente regional, Emiliano García Page, y el alcalde del pueblo, Miguel Muñoz, inauguraron en esa fecha las obras de restauración del castillo. Eso es verdad, efectivamente, pues fueron ambos quienes inauguraron esas obras (mejor dicho, la conclusión de las mismas), pero en la placa no se dice que quien las consiguió para el pueblo fue el anterior alcalde, Dionisio Muñoz, que estuvo al frente del Ayuntamiento 32 años, y, primero, logró comprar el castillo y salvarlo de la ruina definitiva, al precio simbólico de una peseta, en 1997, y, después, que en él se realizaran diversas e importantes actuaciones de restauración, por valor de más de 600.000 euros, entre ellas esta última, por importe de 262.000 euros, subvencionados parcialmente por FADETA. Miguel Muñoz y Emiliano García Page llevaban apenas tres meses de alcalde y de presidente regional, respectivamente, cuando se inauguraron estas obras del castillo zoriteño que otros impulsaron y ejecutaron casi al cien por cien. Me parece, por tanto, descarado (he estado a punto de cambiar ese calificativo por el de miserable) que sean ellos dos quienes aparezcan en esa placa porque, de momento, lo único que han hecho por esta histórica fortaleza es correr la cortinilla que cubría aquella. Otrosí digo: Ir contaminando el patrimonio histórico colocando placas en él -y, más aún, si además son inmerecidas, como en este caso- no solo me parece descarado, sino absolutamente reprobable pues no hay ninguna que recuerde a los musulmanes que comenzaron a erigir la alcazaba de Zorita en el siglo VIII, ni a Alfonso VI que, gracias a Alvarfáñez, la conquistó y defendió en 1085 y los años siguientes, ni a los Castro y los Lara que después pugnaron por la fortaleza en contienda civil entre castellanos, ni a Alfonso VIII quien, tras tomarla a los Castro, la recreció y amplió, ni a la orden de Calatrava, que la mantuvo durante tres siglos, defendió e, incluso, minoró para no tener que defender tanta extensión fortificada, ni a los Duques de Pastrana, que la compraron y transformaron en palacio en el siglo XVI y fueron sus señores hasta el XVIII, ni a los del Infantado, que la heredaron en 1732, ni siquiera a sus últimos propietarios, la familia Becerril, que la vendieron al pueblo por el simbólico y generoso precio de una peseta. Que con la densa y larga historia que tiene el castillo de Zorita la única placa que haya instalada en él sea la de Miguel Muñoz y Emiliano García Page, los últimos llegados a sus muros y sin siquiera llevar un pan bajo el brazo para sus venerables piedras, no sólo se merece “cizaña”, sino una colleja a cada uno y que ellos mismos vayan a quitarla, hoy mejor que mañana. Además, las placas más merecidas son las que no se colocan nunca, y menos aún en un edificio con trece siglos de antigüedad.

Pasión Viviente Albalate 2016  Jalea real: Para todas las “Pasiones Vivientes” que se escenifican en Semana Santa, a lo largo y ancho de la provincia, destacando entre ellas las de Hiendelaencina -la más antigua de todas y que, incluso, figura en algún ranking periodístico nacional entre las diez más importantes de toda España-, Fuentelencina, Trillo y Albalate de Zorita. Por cierto, esta última ha llegado este año a su 30 aniversario y he tenido la oportunidad de verla y disfrutarla, gracias a esa gran albalateña y excelente persona que es Rosa Ana Corralo. Se trata de una Pasión Viviente singular porque se compone de once escenas, de las que nueve se ambientan en la calle y dos dentro de la magnífica iglesia parroquial, en las que su centenar largo de actores permanecen en una asombrosa y lograda quietud, convirtiendo en fotos fijas y mudas algunos de los momentos más significativos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. La escenografía, el atrezo, la iluminación y la ambientación musical están también muy logradas. Y es muy buena la organización, en la que, de una forma o de otra, colaboran casi todas las familias del pueblo y, por supuesto, participa activamente el Ayuntamiento. Mención especial merece la labor de la agrupación local de voluntarios de Protección Civil que contribuyó, decisivamente, a que reinara el buen orden entre las casi 2000 personas que asistimos a la representación y fuera adecuada la movilidad de los muchos vehículos que transitaron esa tarde-noche de Sábado Santo por Albalate. Lo dicho, merecidísima “Jalea Real” para la Pasión Viviente de Albalate, a compartir con el resto de Pasiones Vivientes de la provincia.

Coda: Hemos conocido que la Junta va a dedicar 200.000 euros a una actuación de urgencia en las cada vez más deterioradas ruinas del Monasterio cisterciense de Bonaval, fundado en 1164 y ubicado en el término municipal de Retiendas, a orillas del río Jarama. Nunca debió permitirse que llegara a tal extremo de ruina y abandono esta abadía, pero no seré yo quien niegue una merecida “Jalea Real” a la Junta por esta decisión; eso sí, a compartir con la Plataforma “Salvar Bonaval”, que en los últimos tiempos ha alzado fuerte su voz reivindicativa, y con el Grupo de Defensa del Patrimonio de DALMA que lleva ya muchos años trabajando el tema. Y por favor, cuando acaben las obras no coloquen ninguna placa.

 

 

 

 

 

El Tío Sam por gaoneras

                Justo en el sitio que durante más de cuatro siglos ocupara la desaparecida ermita de la Soledad, en frente de San  Ginés y al inicio del Paseo de las Cruces -semisaqueada por franceses en 1808 y saqueada del todo e incendiada por españoles en 1936 junto con las imágenes que se custodiaban en su interior de algunos de los pasos de Semana Santa más antiguos de la ciudad, incluida la imagen original de la titular del templo y de la Hermandad más antigua de Guadalajara- he reparado en la presencia de una gran pancarta publicitaria, en medio del báculo de una alta farola, en la que el famoso “Tío Sam” americano nos pide a los viandantes, con su mirada retadora y su dedo señalador, que nos abonemos a los festejos taurinos programados en la ciudad en 2016.

            Cartel toros-01    La verdad es que me ha llamado mucho la atención este cartel y eso va en favor de los publicitarios que lo han concebido porque el primer propósito de cualquier campaña publicitaria es ser visible; el segundo es que sea eficaz, aunque mejor aún si, además de eficaz, es eficiente, que es la excelencia de la eficacia: conseguir los objetivos perseguidos en el menor tiempo y al menor coste posibles. Desconozco si los publicitarios y la empresa concesionaria de la plaza de toros que los contrató van consiguiendo, gracias al Tío Sam, su propósito de adelantar e incrementar la venta de abonos para la temporada taurina, lo que sí tengo claro es que, incluso aunque se cumpla ese empeño, a mí me parece que usar al americanísimo “Uncle Sam” para vender abonos de toros tiene una estética chocante y parecida a la de poner dos cartucheras con pistolas a la imagen de un santo. El Tío Sam es el símbolo americano por excelencia, mientras que el de los toros es un espectáculo tradicional muy español, bastante iberoamericano, un poco portugués y algo francés, pero punto. No me imagino a un torero español siendo utilizado para vender entradas para rodeos en Texas, y eso que en ellos también suele haber toros, esos tan raros que parecen bueyes por su tamaño, tienen los cuernos enormes y muy abiertos y suelen salir al ruedo acompañados de payasos, literalmente, no en sentido figurado. A contrario sensu, me provoca una sensación realmente extraña ver la imagen del Tío Sam protagonizando un cartel publicitario taurino en la plaza de Santo Domingo, en la Guadalajara castellana –si fuera en la jalisciense me sorprendería menos, aunque socioeconómicamente Méjico esté más lejos de Estados Unidos que España-, pues el famoso “tío” americano siempre estará muy unido a los colores rojo, azul y blanco, y a las barras y estrellas de la bandera USA, y no a los colores rojo y amarillo de la española que, precisamente, donde más se suelen ver es en las plazas de toros.

No sé si los publicitarios que han llevado al Tío Sam a torear por gaoneras –es una forma licenciosa y casi metafórica de decirlo- junto al “olivón” de Santo Domingo, han reparado en que tiene una connotación, además de americana y americanista, de cargado matiz bélico pues es sabido que su imagen ha sido utilizada en Estados Unidos de manera recurrente para protagonizar campañas de reclutamiento de soldados para los mil y un conflictos armados en que han participado los americanos desde que nacieron como estado, a finales del XVIII y hasta hoy mismo. Si hay un cartel conocido, repetido y reproducido hasta la saciedad del Tio Sam es ese en el que, debajo de su conocida figura, aparece el eslogan: “I want you” que, traducido al español, es “te necesito”, el mismo que el peluquero “Rupert” usa para ampliar clientela, pero que en Estados Unidos ha sido siempre empleado para llamar al reclutamiento militar a los jóvenes, apelando a su deber y compromiso patrios. Con tanto antiamericano y antibelicista que ha habido y hay en España, y tanto antitaurino que va habiendo, puede que el cartel de la campaña de abonos para la plaza de toros de Guadalajara termine siendo considerado una provocación para algunos y pidan al ayuntamiento que lo retire porque no lo podemos consentir los ciudadanos.

Por cierto, casualmente, mientras escribo este post en la tarde del sábado de Pasión, entre el viernes de Dolores y el domingo de Ramos, en Santo Domingo, a apenas una veintena de metros del cartel con el Tío Sam, se celebra una batukada, esa manifestación musical básicamente de percusión que dicen que nació en África pero que se suele relacionar con Brasil porque allí es casi religión y sin ella no hay carnaval posible. El norteamericano Tío Sam, el centroamericano Rodolfo Gaona –el torero mejicano inventor del lance taurino conocido como “gaonera”- y la sudamericana batukada unidas por un instante en el corazón de Guadalajara. Para que luego digan que somos provincianos y poco viajados…

 

 

Ir a la barra de herramientas