Elogio y nostalgia de la Transición

                Le tomo prestada a Don Gregorio Marañón la idea del titular de este post, no para elogiar y echar de menos a la “caput castellano-manchegae” –permítaseme la expresión en latín macarrónico-, como él hizo en su obra escrita en 1951 y titulada “Elogio y nostalgia de Toledo”, sino para aplaudir, y además con progresivo y vivo entusiasmo, la Transición política que llevó a España de una dictadura, que duró treinta y nueve años, a una democracia plena, instaurada en apenas tres, el tiempo que transcurrió entre la muerte de Franco, acaecida el 20 de noviembre de 1975, y la aprobación de la vigente Constitución -por casi un 90 por ciento de los españoles, no conviene olvidar- en el referéndum celebrado el 6 de diciembre de 1978.

 Ciertamente, viendo la evolución de los tiempos y de los acontecimientos políticos, son cada vez más los motivos que se suman a los ya muchos acumulados desde su propio tiempo para elogiar la Transición política española del franquismo a la democracia, aunque algunos se empeñen en certificar su defunción, como lo hizo Pablo Iglesias, el líder de Podemos, al calificar su mayor y mejor consecuencia, la Constitución del 78, como” candado que hay que abrir”. Esta afirmación la hizo mediado 2014, si bien intentó corregirla año y medio después cuando en la presentación de su libro, curiosamente titulado “Una nueva transición”, dijo que la de los años setenta «había alcanzado un notable consenso social, supuso una promesa de modernización -¿solo promesa?- y trajo avances innegables”. Evidentemente, prefiero al “podemita” de la segunda afirmación que al de la primera, pero, la verdad sea dicha, no me fío un pelo de cuál sería el que gobernaría España si pudiera hacerlo, algo que, de momento, parece estar lejos de ocurrir porque los españoles le negaron su apoyo para ello el pasado 26-J, incluidos los más de un millón cien mil que le habían votado a él o a su coaligado IU el 20-D del año anterior. Esa sangría de votos que se han dejado en el camino Iglesias y Garzón deberían hacérsela mirar bien y no como han hecho algunos conmilitones suyos que, incapaces de asumir que Unidos Podemos ha fracasado en su intento de asaltar el poder dando el “sorpasso” al PSOE, se han permitido especular lamentablemente con un posible “pucherazo” electoral, como si España fuera su Venezuela del alma. Me dan miedo los que no pueden entender que la gente no les vote a ellos. Me asustan quienes piensan que sólo ellos están en posesión de la verdad. Me aterran quienes no aceptan las reglas del juego cuando ellos pierden. Esas actitudes radicales, sectarias e intolerantes, dan la razón a quienes afirman que los extremos, sean del color que sean, son o terminan siendo muy parecidos, y hacen buena y política esa afirmación, solo geográfica, que dice que “demasiado al Este es el Oeste”, llevada al teatro como comedia por Alfonso Mendiguchía.

Si los líderes y los partidos políticos más representativos de la España de hoy, especialmente los que no se cansan de repetir que al PP hay que sacarlo a gorrazos de la Moncloa y darle la vuelta a España como se le da a un calcetín –algo que, más matizado o no, han venido a decir tanto PSOE como Podemos, IU e, incluso, Ciudadanos, señalando y vetando éstos últimos a Rajoy como si fuera un apestado político-, recuperaran el espíritu de la Transición, y no sólo la letra y cuando les conviene, se dejarían de “cordones sanitarios”, “líneas rojas”, “vetos” y demás formas de verbalizar lo que en el fondo es pura y llanamente un intento de exclusión a una fuerza política y a un líder que, por cierto, han sido los únicos que han crecido claramente en apoyo ciudadano en la última cita electoral, aunque algunos miren para otro lado porque esa nueva realidad post lectoral no les guste.

Si “las dos Españas” machadianas, con la cera que se habían dado durante décadas entre ellas y los muertos y el dolor que habían causado la una a la otra, fueron capaces de renunciar en la Transición a parte de su ideario para confluir o converger en uno asumible por todos, aunque no terminara de convencer del todo a ninguno, bastante más fácil debería ser en esta etapa de gobierno provisional que ya dura demasiado que, simplemente, se permita gobernar al partido que ha concitado el mayor apoyo de los ciudadanos en sendas y consecutivas convocatorias electorales, siendo, además, el único que ha crecido, y significativamente, en la segunda. Evidentemente, no es esperable ni de Podemos ni de los partidos independentistas absolutamente nada a favor de la gobernabilidad de España si ésta pasa por que gobierne el PP, ahora bien, tanto del PSOE como de Ciudadanos cabría esperar que dejen el “tacticismo” político de una vez y que asuman que, a falta de una mayoría absoluta -en estos tiempos casi impensable-, una gran minoría de españoles -muy superior a sus respectivas y limitadas minorías, incluso sumadas éstas- han apoyado al PP y a su líder, aunque a ellos no les guste ni uno ni otro. Llegados a este punto, quiero decirle al señor Rivera y a quienes dentro de su partido no cuestionan este postulado político suyo de las exclusiones y los vetos personales –que ya pusieron en práctica en las pasadas elecciones municipales y autonómicas, sin ir más lejos en la Diputación de Guadalajara vetando a Guarinos como presidenta- que los vetos personales son más propios de una democracia orgánica que de una plena y que las exclusiones de personas de la actividad política corresponden, en primer lugar, a los jueces, si media sentencia firme por delito con pena accesoria de inhabilitación para cargo público, en segundo lugar, a los electores, que incluyen y excluyen del poder a quienes creen conveniente, y, en tercer pero preeminente lugar, a los militantes de cada partido que han de elegir a sus líderes, candidatos y representantes.

Si Santiago Santiago Carrillo y Manuel Fraga se terminaron soportando e, incluso, respetando y hasta puntualmente elogiando de forma mutua, en aras de la convivencia pacífica, la libertad y la democracia en España, Rajoy, Sánchez y Rivera podrían llegar a ser hasta amigos si persiguieran ese mismo horizonte de tolerancia, consenso y concordia. Ese recuperar el verdadero espíritu y valor de la Transición, permitiría dejar sin recorrido a los “salvadores” del pueblo que nos intentan vender nuevas transiciones que, está bien claro, lo que en realidad pretenden no es construir sobre la primera, sino especular a su antojo ideológico sobre su solar arruinado.

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