Pedro

Pedro
Han querido las circunstancias, o sea, mis compañeras de camino según la tesis orteguiana, que regresara hoy, 9 de agosto, a Guadalajara, apenas unas horas antes de que incineraran el cadáver de Pedro Lahorascala y por ello he podido acudir al tanatorio y presentarle mis respetos y condolencias a él y a su amplia y, para mí, querida familia. Pedro se nos ha ido de forma discreta y sin darle un pisotón a la vida, como era él en esencia. Seguramente haya elegido para irse estas calurosísimas vísperas del ferragosto –los días de la feria de Augusto, que da nombre al mes- porque este es tiempo de tránsito, de unos que se van y de otros que vienen, momento idóneo para que cualquier hecho, incluido un óbito de una notable persona como era él, pase desapercibido.

Pedro Lahorascala. Foto: Aache ediciones.

Pedro era un gran hombre metido en un cuerpo menudo y tan discreto que sus mejores palabras, pese a ser perito en ellas, casi siempre las escogía del vocabulario del silencio. Pedro era un poeta como la copa de un pino, pero él siempre prefirió compararse con árboles y arbustos de menor porte para no molestar. Pedro era un periodista enorme, tan bueno como el mejor, que tenía claro que la de plumilla no era una profesión, sino un oficio; piensen en la diferencia porque son dos palabras sinónimas, pero bien estrujadas, pueden llegar a ser hasta antónimas. Pedro era un maestro que bebía en las fuentes del peripatetismo y enseñaba no solo paseando, sino también tomando un café. Ciertamente, los cafés en su compañía eran lecciones magistrales para cualquier aspirante a escritor, poeta o periodista, o las tres cosas a la vez, que él mismo fue sin pisar aula magna alguna, formándose leyendo hasta los prospectos de las medicinas y cualquier periódico o libro que cayera en sus manos, por viejo que aquél fuera y por descatalogado que éste estuviera. Pedro se doctoró en la vida a base de trabajo y voluntad; pese a ser un hombre de letras casi sin destetarse, trabajó como comercial de máquinas de coser, y hasta de mecánico cuando hizo falta, para sacar adelante a su numerosa prole. Y la voluntad la puso, toda, para poder vivir después de su pasión que era escribir, escribir y escribir. Terminó jubilándose como jefe de prensa del Gobierno Civil de Guadalajara. Sépanlo todos, especialmente quienes juzgan por la altura de las cunas y de las camas en que nacen las personas, que Pedro Lahorascala (solo García García para el registro civil), nació en una familia humilde de Madrigal de la Vera (Cáceres), un pueblo bello donde los haya y con una Garganta, la de Alardos, que grita en verso cuando corre el agua. Sepan, también, que Pedro y su familia se establecieron en el humilde pueblo de Vallecas cuando él era apenas un mozalbete y que allí construyeron un hogar y un futuro mejor para todos, el suyo ligado a Guadalajara desde principios de los años 60, ciudad en la que ha vivido hasta su muerte, acaecida ayer, y a la que ha querido mucho y bien. Confío, mejor dicho, espero y deseo que esta ciudad y esta provincia sepan agradecérselo y reconocerlo como se merece porque con el silencio y el olvido no se hace justicia al pasado ni se puede construir el futuro. Sus más de treinta libros publicados, poemarios dos tercios de ellos, sus miles de artículos en Pueblo, edición nacional primero, y Pueblo Guadalajara, después, en La Prensa Alcarreña y en otras cabeceras, son el mejor legado que nos ha dejado este extremeño orgulloso de sus raíces, pero también ufano de su tronco y ramas alcarreñas. Pedro fue reconocido con numerosos premios literarios y honrado con importantes distinciones a lo largo de su extensa y densa carrera como escritor, poeta y periodista, pero sé que el premio que a él más ilusión le hacía es que leyeran sus obras. En ellas encontrarán un narrador y un relator solvente, con grandes recursos para crear, desarrollar y resolver tramas, siempre muy pegadas a la tierra; también hallarán un gran poeta que ha bebido en las mejores fuentes de la poesía española, alternando piezas de claro tono e intención popular, con otras más cultistas. Lean a Pedro Lahorascala, serán las mejores lágrimas que podrán verter por la muerte de un sencillo pero gran hombre de letras que ha llegado a los 91 años de edad y ha pedido con la mirada que paren el mundo porque ya quería bajarse de él.
Gracias, amigo, por tantas charlas y paseos con la palabra de compañera. Gracias, amigo, por ayudarme a saber cosas del oficio de periodista que ninguna facultad lleva ni llevará jamás en sus programas. Y, gracias, querido y ya añorado Pedro cuando apenas acabas de irte, por llevarme de la mano a la poesía aunque yo haya tardado mucho tiempo en darme cuenta. Descansa en paz en tu “Prado del Poeta” madrigaleño y que Guadalajara sepa ser agradecida contigo.
Te despido con estos versos de Jorge Guillén sobre la inspiración que me han traído tu recuerdo:
“Madrugad, profecías, profecías,
Y relatad la gloria del insomne.
¡Amables folios! ¡Cuántas, las almohadas!
Bajo tiernos albores desvelados
Descubrirán sus minas los prodigios”.

Siempre nos faltarán once.

Cada 16 de julio, la memoria -que es el recuerdo no manipulado ni relatado de forma interesada-, nos lleva a celebrar la festividad de la Virgen del Carmen, una de las advocaciones marianas con más iconografía y devoción en Guadalajara, pero también rememoramos –que no es lo mismo que celebrar- que desde ese infausto día de hace 17 años nos faltan once personas, diez hombres y una mujer, que formaban parte del ya para siempre conocido como Retén de Cogolludo. Perecieron de forma dramática intentando luchar contra el pavoroso incendio de la Serranía del Ducado que se inició en la Riba de Saelices por la irresponsabilidad de unos excursionistas que quisieron hacer una barbacoa donde y cuando no debían porque el viento extremo y los barbechos con paja seca cercanos podían, como ocurrió, ser pintiparados aliados de las llamas a poco que saltara una chispa, que saltó. Para colmo, el fuego no tuvo miramientos y se declaró en fin de semana, cuando la administración está de asueto y sus responsables, también; incluso a algunos les pilló de boda y siguieron dándole al famoso vals nupcial de Strauss, a la tarta y al resto de pompas y circunstancias propias de estos fastos. Hasta que no se confirmaron las once muertes, no se desplegaron todos los medios que terminaron participando en la extinción, que aun así tardó cuatro días en ser controlada y en los que ardieron 13.000 hectáreas. Los tribunales, que dictan la verdad judicial, pero que no siempre logran dar con la verdad total de las cosas y de los casos por el principio de mínimo intervencionismo que informa el derecho penal –resumido en la locución latina “in dubio, pro reo”: ante la duda, a favor del acusado-, determinaron que el único culpable y, por ende, responsable de aquel voraz incendio fue uno de los excursionistas, el que encendió el fuego. Conclusión: aquellas fueron las chuletas más caras de la historia aunque las comprara de oferta. La administración regional que, cuando menos, no actuó con la diligencia debida y, en aquel año de 2005, no disponía de los medios adecuados para combatir ese tipo de siniestros, ni mecánicos ni personales, salió indemne de aquel proceso. Judicialmente hablando, se entiende, porque dejó tras de sí un cierto tufo a chamusquina entre la opinión pública, por utilizar una expresión próxima al humor negro.

                Viví muy intensamente aquel incendio por diversas circunstancias, pero la principal de ellas porque en él perecieron tres personas con cuyas familias tengo relación de amistad o cercanía por causas diversas. Estuve en el entierro de las tres, pero guardo especial recuerdo del de Sergio Casado Iritia, en Aragoncillo, el pueblo de su madre. El pequeño templo románico de esta pedanía de Corduente, se abarrotó de gentes que llegamos de muchas partes, pero fundamentalmente de Guadalajara, Cabanillas, que es donde residía, Luzón, que es el pueblo natal de su padre, y Molina de Aragón, la capital de la comarca y que sabe hacer suyo el dolor de sus pueblos. Pese a la multitud que nos concentramos, tanto en la iglesia como después en el duelo hasta el cementerio, el silencio se podía cortar. Tan sólo algún quejido de dolor, lamento, angustia e impotencia rompía ese silencio. Y esos quejidos no eran de nadie en particular, sino de todos en general. Como escribió Hemingway en ocasión bien diferente, pero también luctuosa, las campanas de la iglesia de Aragoncillo no solo doblaban aquella triste tarde por Sergio, sino también por sus diez compañeros de retén y por todos nosotros. Si cuando muere un viejo, se muere una biblioteca, como dice la frase de un escritor Malí que se ha convertido en proverbio, cuando muere un joven y de forma tan arrebatadora y cruel como murieron los once del Retén de Cogolludo, se corta de raíz la vida de un árbol que estaba llamado a dar mucha sombra.

Alegoría del Retén de Cogolludo: Once árboles jóvenes, promesa de buenas sombras (Composición: Ana Orea)

                Cada 16 de julio desde hace 17 años, la memoria me lleva a esa Serranía del Ducado que tanto había luchado para que los pinos fueran para quienes los picaban, el resumen hecho frase de la vieja reivindicación de los pueblos de la zona de la propiedad de los pinares del antiguo Ducado de Medinaceli, hito logrado en 1992, gracias a la Junta de Comunidades que, junto a los 18 ayuntamientos afectados, lo hizo posible, haciéndose efectivo así un derecho reconocido ya en las Cortes de Cádiz. 13 años después -¡oh fatalidad, el número más chungo de todos los números según los supersticiosos!- buena parte de esos pinos fueron pasto de las llamas y, lo que es peor, pira funeraria de once personas con muchas ganas de vivir y mucho por vivir. Este 16 de julio, para más “inri”, España ha ardido por sus cuatro costados: Extremadura, Andalucía, Castilla y León, Galicia, Castilla-La Mancha, etc. etc. e, incluso, ha muerto un brigadista en Zamora, trayéndome aún más al recuerdo a nuestros once. Nos queda el consuelo de que, aunque sin duda fueron muertes evitables, también indudablemente sirvieron como aldabonazo para que las administraciones públicas se pusieran las pilas y aumentaran medios materiales y recursos humanos para las labores de extinción de incendios, aunque aún quedan muchas cosas por mejorar y hacer en este sentido, comenzando por la limpieza periódica de los montes. Y recordar que la Unión Militar de Emergencias (UME) nació tras este incendio –se creó en abril de 2006- y por su causa directa. No habría estado mal que, por esta causa, al menos tuviera uno de sus batallones su sede en la provincia, pero desde que se quemó –siempre el fuego de por medio y Guadalajara como pasto- la histórica Academia de Ingenieros en 1924, el ejército solo está de paso en Guadalajara, y más aún desde que cesó la actividad del Fuerte hace ya 22 años.

                ¡Siempre nos faltarán once, pero viven en nuestro recuerdo!

El tragaluz, canto de esperanza

La sala Tragaluz del teatro Buero Vallejo –¡qué nombres tan bien puestos!- ha sido escenario reciente de la presentación de dos libros importantes en otros tantos días sucesivos. Ambas publicaciones tienen por común denominador muchas cosas aunque, vistas al trasluz del tragaluz, no lo parezca. Se trata de “Guadalajara comunera”, la adaptación teatral muy libre que Chema Sanz Malo ha hecho del movimiento comunero en Guadalajara, especialmente de la histórica jornada aquí vivida el 5 de junio de 1520, y “Tierra vieja”, la última novela de Chani Pérez Henares de la que ya me ocupé en este mismo blog cuando se celebró la última feria del libro. Pese a que el tiempo en el que se enmarcan es distante –primer cuarto del siglo XVI, en el caso de la obra sobre los comuneros, y siglos XII y XIII, en la novela de Chani-, y el lenguaje y la estructura son muy distintos –teatro, en un caso, y novela en otro-, ambas obras coinciden en que sus protagonistas son el pueblo y la tierra castellanos que, en el caso de “Tierra vieja”, es no solo paisaje, sino personaje, además protagonista. Afortunadamente y pese a su nebulosa realidad actual como comunidad de tierras y gentes, Castilla tiene quien la escriba, al contrario que el coronel de la conocida obra de García Márquez. Hoy han sido Chema Sanz Malo y Chani Pérez Henares, ayer, Machado, Ortega, Delibes y tantos otros; siempre, Juan Pablo Mañueco, vecino de blog y prolífico escritor castellanista.

Como decía, “Guadalajara comunera” es el libreto de la recreación histórica de los importantes y singulares acontecimientos que el movimiento de las comunidades protagonizó el 5 de junio de 1520 en la capital alcarreña, que Chema Sanz escribió de forma libérrima por encargo del ayuntamiento y que “Gentes de Guadalajara” representó en el palacio del Infantado y su entorno próximo en junio de 2021. Ese año, que fue el pasado, se conmemoró el V centenario de la batalla de Villalar, el triste e injusto final de la revuelta –más bien revolución- de las comunidades castellanas contra el rey Carlos de Gante –I de España y V de Alemania para la historia-, por abusar de ellas. Hace unos días se ha vuelto a representar y espero y deseo que ya no deje de hacerse de forma periódica –ojalá cada año- porque es un memorial para los desmemoriados, un aldabonazo para los despistados y una reivindicación superlativa del castellanísimo pueblo de Guadalajara. Además, enmarcada en un tiempo de ilusión y justas aspiraciones como fue aquel de los comuneros, cuyo duro desenlace ya conocemos, pero al que Chema le ha dado un toque utópico en su obra para dejarnos soñar a quienes aún creemos que “si los pinares ardieron, aún nos queda el encinar”, como dicen los versos del “Poema de los comuneros”, de Luis López Álvarez, que el Nuevo Mester elevó a himno oficioso castellano con el título de “Castilla, canto de esperanza”. Todos lo hemos cantado o al menos coreado alguna vez y, si no, nos dejamos para septiembre alguna asignatura de la juventud. Precisamente, con su espontánea interpretación, arropada por los agudos y potentes sonidos de las dulzainas, concluyó la presentación de este libro que Fernando Toquero ha diseñado con el buen gusto y criterio que le caracteriza, canto al que nos sumamos todos los presentes, incluida la concejal de cultura del ayuntamiento capitalino, Riansares Serrano, patrocinador de la publicación.

Cuando aún resonaban en la sala Tragaluz los ecos del “Castilla, canto de esperanza”, Chani Pérez Henares llevó a ella su “Tierra vieja”, la última novela escrita por este embajador de las guadalajaras, nacido en Bujalaro y afincado –más bien acabañado en una casa nórdica prefabricada de madera- en Albalate, en plena Sierra de Altomira. Condujo el acto e hizo de presentador del libro, de manera impecable y con notable oficio,  Antonio Herraiz, aún joven pero ya gran periodista que hace tiempo maduró en las ondas de COPE, pero que también tiene muy buena pluma. Como ya destiné medio post a esta obra de Chani hace apenas un par de meses, hoy solo voy a otorgarle otro medio y así sumaré uno completo, que es lo mínimo que se merece. “Tierra vieja”, según ya anticipé, es la novela ambientada en el medievo que Chani ha dedicado a las gentes castellanas del común, tras las dedicadas a Alvarfáñez y Alfonso VI –“La tierra de Alvarfáñez”- y a Alfonso VIII –“El rey pequeño”-, documentadas las tres por el notable medievalista albalateño, Plácido Ballesteros, por lo que su rigor está garantizado en la parte histórica, si bien trufada de hechos y acciones noveladas. Chani es un escritor tan apegado a la tierra que a veces se confunde con ella: es figura y paisaje al tiempo o, como él mismo dice, “yo le pertenezco a la tierra, no la tierra a mí”. En “Tierra vieja” se describe y recrea, con pulcritud, brillo y emoción, el momento de la repoblación de la nueva tierra castellana ganada en dura lid a los musulmanes, entre el foso del Tajo y las vegas del Guadiana, siempre con la tensión de frontera, “con una mano en la estiba del arado y la otra en la lanza”, según palabras recogidas en la recensión de la propia obra en su contracubierta.

“Tierra vieja” es, en fin, otro canto canto de esperanza –con no pocos duelos y quebrantos, y no me refiero a los ricos huevos con chacina manchegos que desde el Quijote son así conocidos- a esa Castilla que se forjó con sangre y sudor –también con lágrimas- y cuyas duras formas de vida han pervivido hasta anteayer. Por el tragaluz del Buero se han colado hace unos días dos momentos castellanos y castellanistas en forma de libro que me han llevado a pensar que, como la poesía en particular, según Celaya, la literatura toda es un arma cargada de futuro. Y mientras Castilla tenga quien la escriba, no solo tendrá pasado –que lo tiene y es el más importante de España-, sino también futuro, aunque los castellanos estemos dispersos y bajo banderas y estatutos diferentes. Volverán las cigüeñas por san Blas. De hecho, ya nunca se van.

Juanma y Paco

                Superando las previsiones de las encuestas más favorables, que ya de por sí eran buenas, el Partido Popular ha ganado rotundamente y por mayoría absoluta las elecciones autonómicas en Andalucía, feudo tradicional de la izquierda que hace cuatro años, cansado de ere que ere y de viajar al futuro siempre en círculo, dio una oportunidad de gobierno a “las derechas” que ha capitalizado el líder regional popular y presidente de la Junta andaluza, Juanma Moreno. Este resultado electoral, que en Moncloa habrá sabido amargo como la hiel, aunque Sánchez disimulará como es costumbre en él, evidencia muchas cosas, de las que voy a destacar dos: la primera, que el primer presidente del PP que ha tenido Andalucía lo ha debido hacer muy bien pues allí los votos para los populares no caen casi gratis como durante décadas les han estado cayendo al PSOE; la segunda, que a pesar de que la izquierda, táctica y despectivamente, mete en el mismo saco a PP, Ciudadanos y Vox llamándolos “las derechas”, eso ya no asusta ni en Andalucía porque “las izquierdas” son las que están dando últimamente muchos sustos a los bolsillos de los ciudadanos, jugando al guirigay con el separatismo y otros ismos extremos y haciendo más “tontás” -por utilizar una expresión muy andaluza- de las previsibles.

                Al PSOE en particular y a la izquierda en general, que han gobernado Andalucía 36 de los últimos 40 años con los peores datos socio-económicos de España, ya no le vale el argumento que durante mucho tiempo les compraron los andaluces y que se resume, gráficamente, en hacerles creer que la mejor derecha es siempre peor que la peor de las izquierdas. Pese a ello, aún han rascado unos cuantos miles de votos con ese argumento que un votante de la Sevilla más profunda, la del barrio llamado “de las 3000”, resumió así ante los micrófonos de una televisión: “¿Que porque les sigo votando si nos han robado a manos llenas con lo de los ERE? ¿Y qué?”.  Sevilla, sin duda alguna, tiene un color especial.

                El PP ha ganado en Andalucía a la gallega. No digo ninguna tontería pues, aunque Juanma Moreno ha sido un buen presidente y los andaluces le han premiado por ello, las encuestas evidencian que su campaña electoral ha sido perfecta ya que arrancó con la necesidad de pactar con Vox, sí o sí, y ha concluido sin esa necesidad; precisamente, ahí ha estado la clave de esa táctica que yo he calificado de gallega y en la que, por supuesto, ha influido el nuevo presidente del PP y expresidente de Galicia, Alberto Núñez Feijoo. ¿Y en qué se concreta esa galaica forma de ganar elecciones? Pues en que el PP no ha peleado por el voto de derecha pura y dura, dejándoselo a Vox consciente de que, si después de las elecciones era necesario este partido, ya se llegaría a un acuerdo con él, centrándose -nunca mejor dicho- la estrategia de los populares en ganarse al antiguo electorado de Ciudadanos y en tratar de obtener “prestado” un buen número de votos de la izquierda más moderada que ha preferido apoyar a Juanma ante lo poco atractivo de la oferta socialista que representaba Espadas y, sobre todo, para evitar que los populares tuvieran que pactar con Vox. O sea que Juanma ha conseguido eso que dicen que solo son capaces de hacer los gallegos: soplar y absorber a la vez. Confío en que la mayoría absoluta que ha obtenido el presidente andaluz no se le atragante, sume a su gobierno a lo mejor de su partido y a los mejores de Ciudadanos que se identifiquen con este proyecto, deje a Vox en su sitio, pero no se olvide de su fuerza electoral, y tenga en cuenta cómo ha logrado esa mayoría absoluta. El reformismo moderado, de inspiración liberal pero con mucha sensibilidad social, debe ser su pauta de gobierno porque es lo que necesita Andalucía y, esta vez, también ha querido después de despreciarlo muchas veces conformándose con estar en el vagón de cola de España, como si ese fuera su inevitable destino.

                ¿Y qué traslado puede tener este resultado al resto de comunidades autónomas españolas y, especialmente, a Castilla-La Mancha, donde, dentro de once meses, habrá elecciones? Pues, en el caso del PP regional, ya veremos, porque no es lo mismo partir desde el gobierno y tener todos sus resortes de poder, influencia y proyección que hacerlo desde la oposición, donde hace mucho frío incluso en medio de sofocantes olas de calor como la recientemente vivida. Y ya veremos también porque Juanma Moreno ha demostrado ser un buen presidente autonómico y un gran líder regional, mientras que Paco Núñez, el candidato del PP a presidir la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, de momento es solo un voluntarista aspirante a suceder a Page y el PP regional tiene mucho que cambiar en proyecto y estrategia -y en mejorar el equipo-, si quiere llegar al gobierno. El poder no se hereda, se conquista. Si Paco Núñez se limita a esperar que el evidente desgaste nacional del PSOE, sumado al regional que comienza a no ser poco, le lleven a Fuensalida de la mano de Vox, es probable que vuelva a perder las elecciones autonómicas y, por tanto, certifique el que sería su final como líder regional del PP. Es su última oportunidad y, pese a los muchos kilómetros que está haciendo en esta extensa región y al empeño que me dicen que transmite, si no logra derrotar a Page, su viaje habrá sido a ninguna parte. El PP de Castilla-La Mancha debe aprender del andaluz a ensanchar su electorado, aunque no puede comparar sus puntos de partida, pues uno ha arrancado desde el poder y el otro lo hará desde la oposición. Quien gane la lucha por el voto del centro gobernará en Fuensalida, eso lo sabe Page porque lo aprendió de Bono, el Merlín de la política que hizo cuajar este invento de región que este año cumple cuarenta y que a algunos les gusta, pero a mí, no, porque ni ha sabido ganar mi emotividad, ni serme lo útil que debería para tener tantas competencias y recursos. Y si algo no me gusta ni me sirve, pues no lo quiero.

Antonio Hernández, siglo pasado y futuro

La sede que la Fundación Siglo Futuro tiene en el aulario universitario de la UAH en la calle Cifuentes ya ofrece un rincón dedicado al gran poeta gaditano, Antonio Hernández, Premio Nacional de Poesía en 2014 por su magnífico poemario “Nueva York después de muerto”, una de las mejores obras en su género que se han editado en España en lo que llevamos de siglo XXI. Hernández, con quien me une una entrañable relación de afecto y amistad, es patrono de la propia fundación alcarreña con la que viene colaborando desde hace ya muchos años, motivo por el que se le ha rendido esta singular forma de tributo. Él mismo también da nombre a la Biblioteca de Poesía Española de Siglo Futuro -que cuenta con más de 5.000 volúmenes- y al Premio para Jóvenes Poetas de la fundación. Precisamente, tras la inauguración del rincón dedicado a Hernández el pasado día 2 de junio, se presentó el poemario “Diarios de lo leve”, del que es autor el sevillano Jorge Gutiérrez Diego, ganador de la novena y hasta el momento última edición de este premio, correspondiente a 2019, pues en los dos últimos años no se ha convocado por causa de la pandemia. Gutiérrez, pese a su juventud, ha acreditado, con su obra premiada y su intervención en el acto de presentación de su obra ganadora, ser un poeta ya cuajado, de largo recorrido y con una vena creativa profunda que se inspira tanto en lo íntimo como en lo social. Formalmente es un poeta impecable que bebe en las fuentes de la mejor poesía española, sobre todo andaluza, pero también acude a otras poéticas nacionales como la francesa, la inglesa o la alemana, ésta última de manera notoria ya que ha residido un amplio período de tiempo en el país germano.

En el rincón que la Fundación Siglo Futuro ha dedicado a Antonio Hernández, situado en un lugar preferente y muy visible en la misma entrada de su sede, se han colocado fotografías y objetos personales del eminente poeta, entre ellos una máquina de escribir y una bufanda de su querido Betis, club de fútbol del que ha escrito un opúsculo pleno de gracia y socarronería andaluzas: “La marcha verde”. El rincón de Hernández va en la línea que se muestra en otros espacios del local social de la fundación dedicados a varios destacados colaboradores, como el doctor Barraquer, el músico Segundo Pastor o los literatos Fernando Borlán y José Antonio Suárez de Puga, entre otros.  Antonio Hernández nació en Arcos de la Frontera (Cádiz) hace 79 años y está considerado como uno de los más importantes poetas españoles de las últimas décadas, formando parte destacada de la llamada Generación del 60. Ha recibido premios de la relevancia del ya citado Nacional de Poesía (2014), el de la Crítica (en 1994 y 2014), el Adonais, el Miguel Hernández, el Vicente Aleixandre o el Tiflos. En 1980 fue reconocido con el Premio del Centenario del Círculo de Bellas Artes, de Madrid, que recibió de manos del rey Juan Carlos I. También fue galardonado con el Premio de las Letras andaluzas en 2012, por el conjunto de su obra, y recibió la Medalla de Oro de Andalucía en 2014. 15 años antes, en 1999, el ayuntamiento de su pueblo gaditano -donde tiene casa y veranea, aunque reside habitualmente en Madrid-, le otorgó el título de Hijo Predilecto. Como novelista, articulista y ensayista, también goza de especial reputación, obteniendo varios premios como el de a la Mejor Novela del año, del programa cultural de TVE “Negro sobre blanco”, por sus obras “Sangrefría” (Alianza editorial) y “Vestida de novia” (Planeta),y el Andalucía de Novela.​ En 2020 fue reconocido con el prestigioso Premio Nacional de las Letras “Teresa de Ávila”, por su fructífera y exitosa trayectoria literaria. Tiene cerca de 60 libros publicados y su obra ha sido traducida a otros idiomas como el árabe, italiano, francés, catalán o portugués.

Antonio Hernández, pese a ser un gaditano y un andaluz militante, está muy vinculado a Guadalajara gracias a la Fundación Siglo Futuro, pero también a que forma parte desde hace ya varios años del jurado del Premio Provincia de Guadalajara de Poesía “José Antonio Ochaíta”, en el que, doy fe de ello porque he sido también miembro de ese jurado las tres últimas ediciones junto con otro enorme poeta, Josepe Suárez de Puga, aporta su enorme calidad literaria, no solo como gran creador que es, sino también como uno de los mejores críticos españoles de la actualidad. Su exhaustivo conocimiento de la poesía española de los últimos 60 años es absolutamente notorio, tanto como para achacar a los llamados “novísimos” su abuso del culturalismo y su esnobismo un tanto de postureo al buscar referencias en la poesía internacional en menosprecio de la nuestra, hechos que, a su juicio, la han perjudicado notablemente durante décadas, condicionando sobremanera su capacidad conceptual y creatividad expresiva. Resumo con este verso de Antonio una de sus más sintéticas y expresivas definiciones de poesía:

“LLÁMESE TRANSPARENCIA A LO MÁS ESCONDIDO,

llámese poesía.” (“Nueva York después de muerto”, 2014)

Antonio Hernández, que es una persona afable, muy culta y tiene el don del humor, esa generosa concesión de los más inteligentes al prójimo, antes de vincularse a Siglo Futuro y al certamen poético que lleva el nombre de Ochaíta, también se había acercado ya a Guadalajara a través de dos de nuestros más importantes literatos del siglo XX, si no los más: Buero Vallejo y Ramón de Garciasol, con quienes trabó relación en las conocidas tertulias literarias del mítico café Gijón, siendo él un joven meritorio y ellos ya dos consolidados escritores. Hernández guarda especialmente el mejor de los recuerdos de Buero, confirmando su rectitud de carácter, su auctoritas entre los escritores, su honestidad personal e intelectual y su gran talla creadora.

Termino ya diciendo que la Fundación Siglo Futuro sigue haciendo camino al andar, siendo en la actualidad, sin duda alguna, el núcleo cultural programador y gestor más importante y activo surgido de la sociedad civil de Guadalajara. Juan Garrido, su fundador, impulsor y presidente, es el principal responsable de ello.

Gaudí, más amor que técnica

                He estado el pasado fin de semana en Barcelona por un asunto familiar -grato, gratísimo- y reconozco que he vuelto reconfortado, no solo por disfrutar intensamente allí con los míos un par de días, sino porque la capital catalana está volviendo a la normalidad y ese es el estado natural de las cosas. Decía Antonio Gaudí, el hombre que más ha hecho por la Barcelona moderna y modernista, que “el gran libro, siempre abierto y que debemos esforzarnos en leer, es el de la Naturaleza”. En ese aserto se basó el genial arquitecto para fundamentar su creatividad pues se inspiró en la naturaleza, en las cosas naturales y que están siempre en su sitio, para crear su extraordinaria obra, entre la que destaca de manera notoria esa excelsa Sagrada Familia que lleva ya casi siglo y medio construyéndose con su proyecto, pero a la que aún le faltan unos años para concluir pues siempre le queda un peldaño que subir a la escalera al cielo.

Cuando hablo de la normalidad a la que está retornando Barcelona no me refiero a la de la postpandemia que se está viviendo en casi todas partes y que aún está por ver si de verdad es ya “post” o no, estoy refiriéndome a esa situación previa al llamado “procés” en la que independentistas y no independentistas, pensionistas y mediopensionistas, catalanes de ocho apellidos y charnegos, turistas y desplazados, migrantes de ahora, de hace años o de hace siglos -todos somos o hemos sido migrantes- convivían razonablemente en una de las ciudades más bellas de España, de Europa y del mundo. Si por algo se caracterizaba Barcelona es por ser una ciudad abierta, receptiva, hospitalaria, tolerante, indulgente y, como el París de Valle Inclán en “Luces de Bohemia”, brillante, muy brillante, no solo por la preciosa luz del Mediterráneo, sino porque es inspiradora como pocas y, por tanto, hábitat natural de artistas y creadores en todas las diciplinas de las artes y las ciencias. El “procés” -que sigue ahí, latente, pero atenuado porque en Cataluña, especialmente en su capital, hay más “seny” (sensatez) que “rauxa” (justo lo contrario)- malició tanto las cosas que fue capaz hasta de oscurecer Barcelona, algo que solo parecía estar en la mano de Dios si decidía apagar el interruptor de esa inigualable luz que viene del mar que está en medio de la Tierra y que los romanos hicieron suyo llamándolo “Nostrum”. Barcelona es tan de todos que no puede ser solo de unos pocos que, además de creerse distintos, se piensan mejores. El nacionalismo radical y excluyente es de todo menos barcelonés porque va justo en el sentido contrario de lo que ha sido y es la ciudad, un rompeolas de razas y de culturas, de ideas y de pensamientos que se han sincretizado en ella y han hecho virtud del eclecticismo. Se que, de vez en cuando, van a seguir llegando noticias desalentadoras de Barcelona provocadas por racistas 3.0 que, para colmo, se disfrazan de progres cuando huelen a rancio y a naftalina -y, con frecuencia, a sudor-, pero he comprobado por mí mismo que la mayoría silenciosa de los barceloneses sigue queriendo convivir en paz y retornar a la tolerancia y la convivencia como señas de identidad de la ciudad abierta que fue, es y será. Barcelona es tan grande y tan fuerte -y no me estoy refiriendo a parámetros físicos- que terminará volviendo a ser la “Ciudad de los prodigios”, como la de la novela de Eduardo Mendoza, y no “La ciudad quemada”, como la de la película de Antoni Ribas.

Y siempre será la ciudad del genio Gaudí, tan genial que en su tiempo fue tachado de loco -algo que también sucedió con Van Gogh, Poe o Newton, por citar tres significativos ejemplos- al adentrase en caminos entonces arriesgadísimos e ignotos para la arquitectura de finales del XIX y principios del XX. Más de un siglo después, sus ideas y conceptos son estrella y camino, como la Virgen del Carmen, a los pies de cuya imagen está enterrado en la cripta de la Sagrada Familia, el templo más alto de la cristiandad, pero que mide un metro menos que la montaña de Montjuic, la cumbre de Barcelona por excelencia, porque Gaudí no quiso superar la altura de la obra de Dios. Sabido es que el gran arquitecto barcelonés está en proceso de beatificación ya que fue un fervoroso cristiano, destacando por sus conocimientos bíblicos y evangélicos -todo en la Sagrada Familia es pura catequesis en piedra, que va desde el durísimo pórfido a la blanda arenisca, pasando por el granito, el basalto y la caliza-, al tiempo que por su piedad. Ejemplo de ella es la escuela para los hijos de los obreros de la Sagrada Familia que él mismo construyó anexa al templo y que se conserva musealizada. En aquella escuela, también adelantándose a la lógica pedagógica que llegó décadas después, niños y niñas asistían juntos a clase y, más que en el aula, aprendían jugando y conviviendo en el patio. Más de medio siglo después, la propia UNESCO puso en marcha el proyecto “Escuela sin pared”, uno de cuyos antecedentes es esa escuela de la Sagrada Familia.

Como ya he dicho al principio, la obra arquitectónica de Gaudí se inspiró en la naturaleza porque en ella siempre encontraba soluciones a sus retos constructivos e inspiración a los decorativos, al tiempo que veía la mano de Dios, a quien consideraba el mejor arquitecto. En la fotografía que acompaña el texto se sintetiza esa creencia gaudiniana pues una buganvilla que se acuesta en la pared de la escuela para hijos de obreros proyectada y hecha por él, busca el cielo a través de las enhiestas torres de la Sagrada Familia que, a su vez, apuntan también a ese cielo, azul, límpido y abierto de Barcelona. Todo lo dicho sobre Gaudí y sobre Barcelona en este artículo, se resume en esta frase del propio arquitecto: “para hacer las cosas bien es necesario: primero, el amor; segundo, la técnica”. Aunque algunos se crean que la ciudad condal es solo técnica, en ella hay más amor que odio. Y, desde el sábado pasado, uno muy especial, el de mis muy queridos sobrinos, Carlos y Cristina.

“Sin libros no somos nada”

Sin solución de continuidad, porque el calendario así lo viene queriendo en nuestra Guadalajara desde hace ya unos cuantos años, el ancho, largo y alto mundo de los libros va a seguir siendo el objetivo táctico de esta “Misión al Pueblo de Desierto” que, si bien muchos no habrán reparado en ello, es como se titula este blog desde que nació, a la par que Guadalajara Diario, hace ya más de nueve años de ello. Lo tomé prestado del título de la última obra de teatro que llevó a escena Buero Vallejo, a quien no solo me unen vínculos familiares y afectivos, sino un respeto y una admiración que, lo confieso, rayan la veneración. Avisados ya, aprovecho que del 12 al 15 de mayo se va a celebrar/se ha celebrado -lo escribo también en pretérito perfecto para quienes lean este post a partir de esa fecha, festividad de San Isidro para más señas- la Feria del Libro en nuestra Guadalajara para reivindicar la vigencia de la obra de Buero y recomendar su lectura. Sí, he dicho bien, su lectura, porque el teatro del dramaturgo alcarreño está escrito para ser representado, por supuesto, pero también leído porque no solo tiene valores escénicos y narra historias a través de actores, sino que además comporta valores literarios intrínsecos sin la ayuda de las tablas. Leer teatro nos permite jugar a directores, actores, escenógrafos, tramoyistas, iluminadores, regidores… y demás roles que el hecho teatral comporta. Buero llevó a escena 28 obras de teatro, desde su célebre “Historia de una escalera” (estrenada en 1949) hasta “Misión al pueblo desierto” (exactamente medio siglo después, en 1999), hizo tres versiones en español de otras tantas obras de grandes autores internacionales como Shakespeare -“Hamlet (Príncipe de Dinamarca)”-, Bertold Brecht –“Madre coraje y sus hijos”- y Henrik Ibsen –“El pato silvestre”-; además, como ya comentamos en un post anterior, también experimentó la poesía y escribió 23 piezas poéticas, dos cuentos y más de 300 ensayos, artículos y prólogos. Como ven, Buero nos dejó mucho escrito y, por tanto, mucho por leer. Lean a Buero, lean y sueñen teatro de y con él porque así entenderán mucho mejor al hombre como ser, independientemente de su género, y al tiempo que se deleitarán, también se inquietarán, como el mismo autor presupuso sobre su obra en el discurso de recepción del Premio Cervantes que le fue concedido en 1986, el primer dramaturgo que lo recibía. Concluyo esta amplia referencia a Buero en el contexto de la celebración de la Feria del Libro de nuestra Guadalajara -repito este pronombre por tercera vez porque una de las ferias del libro internacionales más reputadas es la que se celebra en la Guadalajara de Jalisco-, recordando que fue él quien escribió en 1992 el manifiesto del I Día del Libro de Castilla-La Mancha, diciendo, entre otras sesudas y atinadas cosas, lo siguiente: “(…) precisamos indefectiblemente de lo los libros: hay que escribirlos pero, sobre todo, leerlos. Y el mundo también los necesita. Si nada seríamos sin él, nada sería el mundo sin ellos”.

Tras recomendar encarecidamente la lectura de Buero, por adquisición de su obra o tomada en préstamo en biblioteca, todo un clásico contemporáneo, paso a proponerles también que, si acuden a la cita ferial con el libro en la Concordia -donde cohabitan ejemplarmente la palabra y la naturaleza sin discusiones domésticas-, presten atención a la última novela histórica de otro paisano nuestro: “Tierra vieja”, de Antonio Pérez Henares. “Chani”, que es como le conocemos en su tierra alcarreña y como le llaman sus amigos y conocidos, es un periodista de raza y vieja escuela que militó en el comunismo cuando éste era en España sinónimo de libertad y que hoy es un liberal rebelde porque comunismo y libertad hace tiempo que se divorciaron. O sea que, aunque a algunos les parezca que “Chani” ha cambiado de chaqueta, él sigue llevando la de la libertad con el mismo empeño y dignidad que su gran y personal bigote; son otros los que han transmutado su cuerpo -y abierto nueva cuenta corriente en el banco y en el poder- pero han mantenido sus viejas chaquetas para disimular y conservar clientela.

“Chani”, frecuente y brillante tertuliano de radio y televisión, peleón y polémico donde los haya, sobrado de dialéctica, dice sus verdades como el barquero, gusten o no. Y las dice sin ser el mamporrero ni el recadero de nadie porque solo es portavoz de sí mismo. No hay mejor forma de defender la libertad de expresión que diciendo lo que uno piensa, sobre todo si se piensa lo que se dice. Antonio Pérez Henares, nacido en Bujalaro como Antonio Pérez Gómez y criado en el País Vasco hasta retornar ya de mozo a su tierra castellana, además de un notable periodista es un sobresaliente escritor, especialmente de novela histórica. Los dos períodos en los que más se ha regodeado con su pluma son la prehistoria -que domina como si la hubiera vivido en Nublares, título de una de sus novelas y que es el nombre de una cueva en un roquedal de marga y caliza de su pueblo- y la edad media, en la que también ambienta “Tierra vieja”. Si en las dos novelas históricas medievales anteriores –“La Tierra de Alvarfáñez” y “El rey pequeño”-, habló sobre todo de reyes, nobles, caballeros e infanzones, en esta última se centra en la gente del común o de a pie que repobló la nueva Castilla según avanzó la reconquista en los siglos XII y XIII. “Chani” escribe muy bien y arma sus novelas históricas reinventando la realidad pasada con tramas y subtramas que aportan acción y mucha información del tiempo en que están ambientadas, algo que solo es posible gracias a su pasión por documentarse exhaustivamente. “Tierra vieja” es una novela que, además de entretener e, incluso, persuadir al lector, ayuda a conocer cómo era el día a día de las gentes que repoblaron Castilla y que, por tanto, la construyeron. Los castellanos nacimos en la frontera y siempre tuvimos un ojo puesto en la besana y otro en el horizonte por si el polvo lejano levantado no era del viento de poniente sino de una razzia a uña de caballo. “Chani” presentará/habrá presentado su nueva y gran novela en la Feria del Libro de nuestra Guadalajara que es también la suya, al tiempo que firmará/habrá firmado ejemplares de la obra. Y, como decían Tip y Coll, mañana hablará del gobierno…  

El eterno día del libro

El 23 de abril es una de esas fechas señaladas que tiene el calendario y en la que se conmemoran -o se debían conmemorar- muchos y relevantes hechos y cosas. Este año ha caído en sábado por lo que esta circunstancia ha podido despistar al personal que pone el pie en el estribo para picar al jaco del ocio sin perdonar fin de semana alguno, sumándose a los que les da igual en qué día caiga esta fecha porque tres pepinos les importan Cervantes, Shakespeare, el Día del Libro, Villalar, los comuneros, San Jordi y las rosas, en este caso porque solo ven en ellas las espinas de su tallo, pero no la fragancia y la belleza de sus pétalos.

Este 23 de abril sabatino se ha conmemorado el 501 aniversario -efeméride con números de marca de coñac peleón- de la batalla de Villalar, fiesta oficial de Castilla y León, mientras que Castilla-La Mancha va a celebrar la suya el 31 de mayo, coincidiendo este año con la conmemoración del 40 aniversario de la aprobación del estatuto de autonomía regional. La pátina de antiguo y la fuerza del hecho que se conmemora de la fiesta castellano y leonesa, no tienen parangón con la bisoñez y relevancia solo político-administrativa de la castellano-manchega. Desde que el actual estado de las autonomías la dividió en cinco comunidades autónomas, Castilla y lo castellano -así, sin apellidos- se han diluido, mientras emergían y compactaban otras comunidades de España que no han hecho tanto por ella. Quizá sea ese el precio que ha pagado Castilla por apostar por España en detrimento de sí misma, mientras que otros solo y siempre han apostado y seguirán apostando por sí mismos. En todo caso, ahí queda Villalar como colosal monumento -aunque sea la corona fúnebre tras su derrota- al movimiento comunero, un hecho singular donde los haya pues pocos como él en Europa se levantaron con tanta fuerza durante el antiguo régimen contra un rey, que además era todo poderoso, enarbolando pendones de libertad y justicia. Villalar y el 23 de abril, para mí y se que para muchos más, aunque bastantes de ellos hablen desde el silencio, seguirá siendo la gran fiesta castellana, mientras que el 31 de mayo es, simplemente, una buena ocasión para ir de festivo a un Madrid en jornada laborable.

Pese a que un instituto catalán llamado “Nova Història” -que recibe generosos dineros de la Generalitat y tiene a su servicio el altavoz propagandístico que es TV3-, diga que Cervantes y Shakespeare eran una misma persona y catalana para más señas -el delirio nacionalista es capaz de convertir a don Quijote en el más cuerdo de los personajes literarios-, el 23 de abril se conmemora el Día del Libro porque en esa fecha fue enterrado el escritor alcalaíno y en ella murió el inglés, además del Inca Garcilaso de la Vega, un notable escritor mestizo hispano-peruano de la segunda mitad del XVI y primeros años del XVII. La propuesta de fijar la celebración del Día del Libro a nivel mundial en esta fecha partió de España, que ya la celebraba en ese día desde 1930, y la asumió como propia la UNESCO en 1988. 92 años tiene ya, por tanto, esta celebración en nuestro país en la que los libros son protagonistas de una jornada que en muchos lugares del mundo tiene su propia singularidad, como es el caso de Barcelona donde existe la bonita costumbre de regalar ese día un ejemplar de una obra, al tiempo que una rosa, conmemorándose así también San Jordi, patrón de Cataluña. Los ultramontanos separatistas conmemoran esa fecha de otras formas, pero muchísimo menos bellas.

En la provincia de Guadalajara, si hay un icono que muchos elegiríamos como imagen del Día del Libro, ese, sin duda alguna, sería el Doncel de Sigüenza, la extraordinaria estatua yacente del sepulcro de Martín Vázquez de Arce que se localiza en la capilla de San Juan y Santa Catalina, en la seo seguntina. La estatua del Doncel, de autor anónimo, está considerada por muchos expertos, entre ellos Antonio Herrera Casado -quien, por cierto, este año cumple 50 como Cronista Provincial y habrá que homenajearle por ello como se merece- “como una de las mejores obras de arte de la escultura de todo el occidente europeo”. Incluso el filósofo Ortega y Gasset dijo de ella que era “una estatua de las más bellas de España”. La extraordinaria factura de la efigie del Doncel, sus nítidas líneas renacentistas en un tiempo aún gótico, sus proporciones, su acabado y esa unión, aparentemente, antitética del soldado hombre de letras, nos permiten especular con cierta base que su anónimo autor conociera muy de cerca la escultura auspiciada por los Médicis, en Florencia, en tiempos del “Quattrocento” italiano. El Doncel es Martín Vázquez de Arce, pero bien podría ser Cosme o Lorenzo de Médicis, aguerridos soldados cuando tocaba combatir, pero hombres de artes y letras en el diario vivir. A este respecto cabe recordar la ascendencia que tuvieron los Médicis sobre los Mendoza y la de éstos sobre los Vázquez de Arce. Precisamente, ese hecho excepcional y hasta contradictorio de que la estatua represente a un soldado leyendo, la convierten en una reivindicación pétrea y permanente del libro y la lectura. El castellano, como todos conocemos, es una de las lenguas romances que devino del latín; pues bien, los romanos no comenzaron a practicar la literatura en su nuevo idioma hasta que hicieron suyo el “Mare Nostrum”, anteponiendo la guerra a las letras. “Primun bellum, dein litterae” (“Primero, la guerra, después la literatura”), debieron pensar, de tal forma que, pese a comenzar a forjar su imperio desde el siglo VI a. de. C., hasta finales del siglo III y principios del II, cuando conquistaron Cartago y Grecia, Roma no produjo literatura propia, momento en que Livio Andrónico escribió los primeros poemas en latín. En El Doncel, en nuestro joven soldado lector por los siglos de los siglos, su escultor anónimo fue capaz de unir como nadie la dialéctica y el coraje, como dijo el ya citado Ortega. Sin duda, el Doncel representa el eterno día del libro.

Tiempo de Pasión

Tras dos años de, primero no celebrarse y después hacerlo de manera contenida, en interiores, con limitaciones y sin procesiones ni actos de calle, vuelve la Semana Santa a Guadalajara en 2022 con su formato habitual. El dichoso virus que en marzo de 2020 nos confinó a todos en nuestras casas y nos atemorizó al ver sus graves consecuencias para la salud e, incluso, su briosa letalidad, singularmente entre los mayores, sigue ahí, no termina de irse y busca resquicios entre las mascarillas y las relajaciones para seguir haciendo daño. Las benditas vacunas y los propios sistemas inmunitarios que el cuerpo genera para autodefenderse de agresiones externas, han puesto contra la pared al pertinaz Covid, pero pese a ello, él sigue empeñado en danos algún zarpazo de vez en cuando que en algunos casos todavía es grave e, incluso en otros, mortal. En este contexto de cierto alivio, pero aún de recelo por la pandemia que entró por la fuerza en nuestras vidas y se ha quedado de “okupa” en ellas, vuelven las procesiones de Semana Santa y con ello una cierta sensación de normalidad, una palabra que solo nos acordamos de ella cuando se alteran las circunstancias y los hábitos diarios. ¡Bendita normalidad!, aunque a los inquietos les parezca que bendecir -por lo civil- la calma y el orden, sea una loa al tedio. Yo prefiero caer en la rutina y hacer lo de siempre, incluso estoy dispuesto a pagar el peaje de aburrirme por ello, a ver gente en los balcones cantando el “Resistiré” porque tiene muchas dudas de si va a resistir de verdad.

Salida del Cristo de la Pasión de la iglesia de Santiago, uno de los momentos más espectaculares de la Semana Santa de Guadalajara. Foto Jesús Ropero.

                Esta Semana Santa de Guadalajara de 2022, tan especial porque va a volver a ser relativamente normal, ha tenido un pregonero de excepción, Pedro José Pradillo y Esteban. No es la primera vez que hablo de él en este blog, ni será la última, porque a Pedro le tengo especial afecto -oriundo de la niñez y adolescencia que ambos compartimos en las aulas de los Salesianos- y, sobre todo, le profeso una enorme admiración, ganada por él a base de inteligencia, estudio y trabajo pues estamos ante uno de los historiadores de mayor enjundia que ha dado esta ciudad, faceta que combina con un talento innato para las artes plásticas. De casta de los Pradillo le viene al galgo Pedro… Pradillo es, verdaderamente, una persona -también un personaje por su excentricidad impostada- excepcional y me ha parecido todo un acierto su designación como pregonero de la Semana Santa arriacense de este año. Debía haberlo sido mucho antes, pero la ecuación espacio-tiempo se ha despejado con su nombre en el Viernes de Dolores de 2022, el año cero para este tiempo de Pasión después de la pandemia, pero aún conviviendo con ella. Hemos decidido acostarnos con el enemigo porque se ha hecho ya muy de noche y nos han vencido el cansancio y el sueño.

                El pregón de Pedro fue, como cabía esperar, una auténtica lección de historia y de arte, pero también de filosofía. En poco más de media hora, nos contó, no solo el pasado más destacable de nuestra Semana Santa, sino las causas y el origen de la religiosidad popular en este tiempo universal, con y sin matices localistas. También nos habló de forma exhaustiva y detallada de nuestra imaginería que podríamos llamar, como a la conocida estancia del Congreso de los Diputados, de los pasos perdidos, pues Guadalajara no ha podido, sabido e, incluso, a veces querido conservar gran parte de su antaño notable patrimonio imaginero, hasta el punto de que por nuestras calles no procesionan hoy pasos titulares si quiera centenarios, salvo algunas piezas complementarias de excepción. Finalmente, el pregonero nos imbuyó en esa parte de la filosofía que es la ética y que los cristianos matizamos llamándola moral, cuando terminó citando al Papa Francisco y su reivindicación de los rechazados y de los excluidos de hoy -como lo fue Jesús en su tiempo- y, especialmente, cuando detuvo los aplausos que premiaron su gran pregón para pedir unos instantes de silencio “por las víctimas de esa guerra injusta que está viviendo Europa”.  Sí, compañero y amigo Pedro, ¡ojalá que una de las miles de palomas que a veces tanto nos molestan por su proliferación, su insistente zureo y la suciedad escatológica que comportan, tome una rama de olivo de los Mandambriles, de Cenaoscuras, del Francesillo o de cualquier otro paraje olivarero de la ciudad, la porte en su pico y la lleve hasta Kiev.

                Tras ser muy bien pregonada, Guadalajara vuelve a celebrar su Semana Santa en la calle después de dos años de no poderlo hacer. Vuelve, pleno, este “Tiempo de Pasión”, como he titulado el libro que me encargó mi querida Cofradía de la Pasión con motivo del 75 aniversario de su fundación, editado y presentado el pasado mes de noviembre. La de Nuestro Padre Jesús Nazareno, también está cerrando los actos conmemorativos de esta misma efeméride pues ambas hermandades son coetáneas y se fundaron en 1946, contribuyendo de manera decisiva al inicio del renacimiento de la Semana Santa guadalajareña tras arder por los cuatro costados en 1936. Un renacer lento, muy lento, pero progresivo, el vivido en el tiempo del franquismo y que también atravesó una importante crisis de religiosidad popular desde principios de los años setenta hasta finales de los ochenta, ya en democracia. Baste un dato: solo 379 penitentes desfilaron en la Semana Santa de Guadalajara de 1982, el año de “Naranjito”; incluso alguna cofradía, tan solo reunió 25 capirotes, como la del Santo Sepulcro. Fue ya a principios de los años noventa cuando en la ciudad se comenzó a vivir un notorio reimpulso de sus celebraciones populares en este tiempo de pasión, una dinámica en la que aún está desde entonces, lo que certifica su consolidación. No tenemos una gran Semana Santa si la comparamos con las de otras ciudades castellanas como Cuenca, Zamora o Valladolid, por citar algunas de las más destacadas, pero sin duda la nuestra tiene ya un fondo y unas formas, si no sobresalientes, sí notables, la nota que se merece la dignidad trabajada en el tiempo gracias al compromiso de las cofradías y hermandades arriacenses.

Siguen cayendo bombas en el alcázar

Las obras que se han venido acometiendo en el alcázar medieval de Guadalajara desde hace un año parece que han llegado o están llegando a su conclusión, a juzgar por la retirada de grúa, andamios, maquinaria y materiales que está llevando a cabo en los últimos días la empresa adjudicataria. Se ha invertido en esta actuación 1,2 millones de euros -200 millones de las antiguas pesetas para quienes aún nos acordamos de ellas- y fundamentalmente ha consistido en construir unos grandes muros y rampas de hormigón para hacer un nuevo acceso desde la calle Madrid al parque lineal del Barranco del Alamín. Poco tiene que ver esta actuación, obviamente más urbanística que restauradora, con el alcázar, si bien el proyecto se ha justificado por parte del ayuntamiento en que las toneladas de hormigón que se han utilizado para construir esta gran pasarela van a servir también para recalzar el edificio de data medieval pues estaba en un grave riesgo de colapso y podía acabar desmoronándose hacia la lámina de agua del parque, jorobando su hábitat a los patos que por allí nadan a sus anchas. Aunque luego desarrollaré y procuraré justificar más mi visión crítica de este “hormigoneo” intensivo al que se ha sometido a nuestro monumento más antiguo, que data del siglo IX y es coetáneo del puente árabe, desde el principio he de dejar claro que creo que se podían haber hecho otras y mejores obras en este tan emblemático e histórico edificio que, por estar en ruina evidente, se merece actuaciones más finas y medidas que la gruesa e impactante en él acometida. Han matado moscas a cañonazos, me decía ayer un viejo compañero de colegio a quien me encontré caminando a primera hora por el parque. Puede que ese sea el mejor resumen de lo que se ha hecho en el alcázar: Siguen cayendo bombas sobre él, como las de las dos Españas en la Guerra Civil que terminaron por dejarlo en ruinas en 1936.

Hace un año, en este mismo blog, escribí un post que titulé “La primavera del alcázar” –lo pueden volver a leer en este enlace. A él me remito para documentar brevemente la historia del edificio y la polémica que ya envolvió los previos del inicio de estas obras que han terminado o están a punto de hacerlo, porque una plataforma cívica, denominada “Colectivo Alcázar”, cuestionó su idoneidad, necesidad y oportunidad. No eran, precisamente, unos indocumentados quienes conformaban este grupo, bien al contrario. El colectivo vino a advertir, en resumen, que los muros y rampas de hormigón que se iban a construir impactarían gravemente en el edificio más que reforzarlo, correspondían a una actuación externa al alcázar y de idoneidad y necesidad cuestionables según se había planteado y el proyecto no actuaba arqueológicamente en él, lo que sí consideraban necesario, incluso prioritario. El equipo de gobierno municipal, a través del primer teniente de alcalde y delegado de obras, el portavoz de Ciudadanos, Rafael Pérez Borda, no compartió la posición del colectivo, puso en cuestión sus tiempos e incluso las razones que habían motivado su aparición pública, y apostó por el proyecto según estaba planteado, aduciendo incluso la urgencia de acometerlo para no perder el 75 por ciento de la inversión por una subvención estatal con fondos europeos. Prisas para el alcázar después de siglos de destrucción, décadas de olvido y años de dejación. Recordemos que, aunque hoy solo sea una ruina que incluso muchos guadalajareños desconocen o solo conocen de oídas, es uno de los pocos y más importantes alcázares reales que se conservan en España, ha alojado reyes y cortes castellanas, y en sus muros duerme perezosa la historia de una ciudad que muchos creen que ni siquiera tiene y que nació con los polígonos de descongestión de Madrid, hace cuatro días como quien dice.

No soy arquitecto, tampoco historiador, pero sí creo tener una sensibilidad y un compromiso patrimonialistas que he procurado aflorar en cuantas responsabilidades y oportunidades he tenido hasta ahora en la vida. Por esa sensibilidad y preocupación, imagino que esta cuestionable actuación acometida en el alcázar se ha pretendido justificar en lo contenido en La “Carta Internacional sobre la conservación y restauración de monumentos y sitios” -la conocida como “Carta de Venecia”, datada en 1964-, que en su artículo 10 determina que “Cuando las técnicas tradicionales se muestran inadecuadas, la consolidación de un monumento puede ser asegurada valiéndose de todas las técnicas modernas de conservación (…)”. Pero esa misma carta, en su artículo 13, dispone que “Los añadidos no deben ser tolerados en tanto que no respeten todas las partes interesantes del edificio, su trazado tradicional, el equilibrio de su composición y sus relaciones con el medio ambiente”. En esa dicotomía de la carta de Venecia, tengo la impresión de que, con este proyecto “brutalista” -por el uso y abuso del hormigón- acometido en el alcázar de Guadalajara, algunos han subrayado el artículo 10 de la citada carta, pero han pasado por alto el 13. Como canta Joaquín Sabina, “no quiero París con aguacero, ni Venecia sin ti”.

Si aún no conocen lo que se ha hecho en el alcázar, vayan a verlo. El parque lineal del Barranco del Alamín siempre es una óptima opción para pasear y poder llegar hasta este histórico monumento ya que es en su fachada noreste, la que da a este parque, donde se ha acometido toda la obra. Juzguen por ustedes mismos. Yo ya lo he hecho y, como decía al principio, no me gusta el resultado. Hay casi más hormigón del XXI que restos de las sucesivas fases constructivas del edificio, el muro construido es un gigantesco árbol inerte que impide ver parte del bosque de piedras seculares, no se ha actuado sobre la fachada y hay zonas de ella que lo piden a gritos y, en realidad, ni se ha investigado más a nivel arqueológico ni se ha restaurado nada. Pura y más que cuestionable consolidación de la ruina. Obra de trazo grueso y no fino, de nulo historicismo y funcionalidad cuestionable y que para muchos ya es “el muro de las lamentaciones” porque no pocos se van a lamentar cuando lo vean. Incluso otros dicen que no tardando será un “grafitódromo”, o sea, un paraíso para los grafiteros una vez que ya no les queda un milímetro cuadrado que pintar en los muros del vecino auditorio que jamás lo ha sido. Guadalajara sigue reñida con su patrimonio.

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