Si hay un día al año especialmente pestoso para los habitantes de Guadalajara capital ese es el siguiente al de la finalización de las Ferias y Fiestas, o sea, hoy, fundamentalmente porque significa el final del ciclo del estío, con lo que ello conlleva –fin de vacaciones, buen tiempo, fiestas, etc.- y el inicio del otoño, un tempero estupendo para el variado paisaje de nuestra tierra, pero no tanto para nuestros cuerpos serranos, alcarreños, campiñeses o molineses pues los días acortan que es una barbaridad, el fresco –como llaman en las serranías del norte y en las parameras de Molina al frío- se nos va metiendo en el cuerpo, y los amaneceres para los que trabajamos o estudian son espesos pero, para los que no trabajan y quieren trabajar, directamente frustrantes de tantos “lunes al sol”; y, como decía, más en éste que sigue al domingo final de Ferias que, para colmo, y según veo con coña en el calendario de mesa, es la festividad de San Cornelio.
Como decía la canción de esa pedazo de artista que es, incluso ya mayor, Paloma San Basilio, “la fiesta terminó” –pocas quedan ya por celebrarse en la provincia, aunque entre ellas las de Azuqueca, que siempre cogen el relevo a las de la capital- y nos toca guardar el traje festivo en el armario y ponernos el hato de diario para retomar nuestras rutinas, hecho que también tiene su puntito placentero de relax y dejarse llevar, pero nada que ver con el que al cuerpo le da lo de estar de vacación y de fiesta, por muy cansado que termine siendo, sobre todo a ciertas edades, algo que voy comprobando con el paso del tiempo, que “me lo decía mi abuelito, me lo decía mi papá”, como escribió José Agustín Goytisolo y cantaba Paco Ibáñez, y que “me lo dijeron muchas veces pero lo olvidaba muchas más”.
Hoy, pues, festividad de San Cornelio –y de San Cipriano y de algunos santos, beatos y mártires más-, la ciudad de Guadalajara comienza su nuevo ciclo de otoño/invierno, aunque aún le queden oficialmente al verano seis días por consumir –oficialmente acaba el día 22- y su tercera y última luna llena, que tendrá lugar el 19 de septiembre. Pero, como decía antes, aunque el otoño se identifique con una etapa de regresión en lo climatológico, en Guadalajara, si viene templado y progresivo y no frío y de golpe, nos brinda algunos de sus mejores momentos de todo el año, especialmente en los paisajes de hojas caducifolias, de entre los que destaca de manera sobresaliente el Hayedo de Tejera Negra, pues el color pardo o rojizo que adquieren sus hojas por la disminución de la luz, combinado con el multicolor de los abundantes frutos de este tiempo y el de las hojas de otros árboles que conviven con las hayas –como acebos, tejos, robles, abedules y pino silvestre,…- configuran una paleta de colores que sería un festín para los mejores pintores impresionistas, los amos del arco iris, con el permiso del sol y la lluvia.
El otoño no le sienta demasiado bien a los hombres, o sí, pero a pocos nos gusta ir a menos, o parecer que vamos a menos, pero a la tierra de Guadalajara el otoño le suele sentar como un anillo a un dedo, sin duda porque a la tierra color tierra que Cela dijo que era la de la Alcarria a su paso viajero por Taracena (“A la tierra color tierra / le maduró un sarpullido. / Bajo el sol de Taracena / cuelga la vida de un hilo), le gusta romper la monotonía del ocre térreo con el verde, el amarillo y el rojo arbóreos y el azul del cielo que, en los días claros de este tiempo en nuestra tierra, compone un cielo color cielo que puede ser igualado por el de otras tierras, pero no superado.
Contra el síndrome “pos-vacacional”, “pos-veraniego” o “pos-festivo”, el mejor antídoto en Guadalajara es darse un baño de tierra y cielo, dejarse de holgazanear en el sillón y de remolonear por los pasillos y echarse a los mil y un caminos de esta tierra por la que, no en vano, han pasado casi todas las civilizaciones que históricamente llegaron a la Península, dejando en ella su huella hasta el punto de que algunos lingüistas estiman que uno de los posibles orígenes etimológicos de la voz “Alcarria” –que es una tercera parte, pero no el todo de las guadalajaras– significa “el camino”. ¡Póngamonos a él y andémosle!