Archive for febrero, 2014

El amparo de la Antigua

            Dentro de la llamada “Misión Arciprestal”, que se inició el pasado 30 de noviembre, en la Iglesia de Santiago, y concluirá el próximo 31 de mayo, en Santa María, por la cual la imagen de la patrona de Guadalajara, la Virgen de la Antigua, está recorriendo todas las parroquias de la capital, el sábado, 1 de marzo, llegará ésta a San Ginés, donde permanecerá hasta el día 8 de marzo en que proseguirá su recorrido, en esta ocasión a San Nicolás.

No se si esta “Misión Arciprestal” con la Virgen de la Antigua in itinere por las actuales diecisiete parroquias de la ciudad se ha producido en ocasiones anteriores, aunque no tengo noticia de ello. Pocas, muy pocas veces ha salido de su santuario la patrona, que lo es desde 1883, salvo todos los veintinueves de agosto, cuando en recogida procesión, se traslada desde allí a Santa María –últimamente, a  San Francisco, la iglesia del Fuerte que pertenece a la Parroquia de la Concatedral-, para permanecer en ella durante su novenario y regresar a su santuario, el día de su festividad, la Natividad de la Virgen, el 8 de septiembre, ya en procesión multitudinaria.

Como decía, sólo en contadas y excepcionales ocasiones ha salido la imagen de nuestra Patrona de la que fuera iglesia de Santo Tomé, que es su santuario desde 1831. Al menos que a mi me conste, el período de tiempo más prolongado en que permaneció fuera de su propia ermita fue de seis años, a finales del siglo XIX, entre 1893 y 1899, cuando fue trasladada a la entonces iglesia conventual de Santa Clara, hoy iglesia y parroquia de Santiago, con motivo de la realización de unas importantes obras en el templo mariano. En 1930, con ocasión de su coronación canónica, la prensa de la época recoge el solemne traslado de la imagen de la Virgen de la Antigua al parque de la Concordia, donde creo que también fue trasladada, al menos en otra ocasión, de la que no recuerdo fecha ni motivo. Sí guardo memoria del traslado hasta el campo de fútbol “Pedro Escartín” de la imagen de nuestra Patrona, en 1988, para clausurarse allí y con ella el “Año Mariano” que el entonces Papa Juan Pablo II había declarado y promovido. Siguiendo esta estela marianista-deportiva, la actual “Misión Arciprestal” con la imagen de la Patrona concluirá en el Palacio Multiusos de Aguas Vivas el día 31 de mayo.

Pues bien, salvo error u omisión, 130 años después de ser declarado el patronazgo de la ciudad a favor de la Virgen de la Antigua, primero por el Ayuntamiento capitalino, siendo su “alcalde constitucional” –así consta en el acta correspondiente- Ezequiel de la Vega, declaración de la autoridad civil después ratificada por la religiosa a través del correspondiente decreto firmado por el Cardenal Moreno Maisanove, su imagen va a compartir templo, el de la iglesia de San Ginés, con la imagen de otra advocación mariana, la Virgen del Amparo, que, como es sabido, estuvo también propuesta en su día como opción para asumir el patronazgo de la ciudad, aunque el “Cabildo de Curas” de entonces y el propio Ayuntamiento se decantaron, finalmente, por la de la Antigua.

Si bien para los cristianos sólo hay una Virgen, María, pese a que la denominemos con mil y una advocaciones distintas, muchas de ellas referidas a parajes naturales o especies vegetales propias de cada lugar para tratar de hacerla aún más “cercana” y “nuestra” –del Saz (Sauce), del Madroñal, de los Olmos, del Valle, del Espinar, etc-, resulta cuando menos curioso que la Virgen de la Antigua y la del Amparo vayan a compartir templo durante una semana, gracias a esta “Misión Arciprestal” que está promoviendo la presencia de la patrona en todas las parroquias de la ciudad. Una Misión, insisto, tan novedosa como, a mi juicio, plausible, pues como dice nuestro sencillo, afable, cercano y buen Obispo, don Atilano, recordando lo proclamado al respecto por el concilio Vaticano II, “la devoción a la Virgen no debe quedarse en un sentimentalismo estéril y transitorio sino que ha de ayudarnos a crecer en el amor filial hacia nuestra Madre y en la imitación de sus virtudes”.

Por supuesto sólo desde un punto de vista festivo y anecdótico, decía que resulta curioso el hecho de que las imágenes de la Virgen de la Antigua y del Amparo vayan a compartir el templo de San Ginés una semana porque, en su día, los partidarios del patronazgo de la ciudad a favor de una y de otra advocación, mantuvieron durante décadas una enconada rivalidad -puro sociocentrismo que diría Caro Baroja-, que no se quedó sólo en palabras y fervores, sino que llegó a concretarse hasta en lanzamientos de piedras, en auténticas dreas, de “amparistas” contra “antigüistas” y viceversa, en una exaltación desacerbada y errática de sus respectivos marianismos militantes. A tal punto llegó la rivalidad que hasta se compusieron coplillas despectivas contra la advocación rival: “La Virgen de (…) come conejo y la del/la (…) chupa los huesos”; evidentemente, dependiendo de quien lanzara, cual venablo, la coplilla, la advocación que comía el conejo y la que chupaba los huesos era una u otra. Y la mayor afrenta que los incondicionales de la Virgen del Amparo podían infligir a los de la Virgen de la Antigua era conseguir encender, antes de tiempo, la hoguera de retamas que, por tradición, siempre se quema cuando la imagen de la Patrona entra en su templo, al concluir su magna procesión del 8 de septiembre.

Afortunadamente, andado el tiempo, esta rivalidad sólo es mero recuerdo de una Guadalajara que ya se fue, en buena hora, aunque en otras malas se nos hayan ido cosas que jamás debimos perder, como patrimonio histórico-artístico o memoria colectiva. Sincretizando ambas advocaciones, los parroquianos de San Ginés y aún los de todas las parroquias de la ciudad, lo que haremos siempre es pedir amparo a la Virgen María, en su advocación de la Antigua, patrona de nuestra ciudad, como antes lo fueron San Roque, Santa Mónica y Santa Agustín. Por cierto, madre e hijo santos que van a ser los titulares de la nueva parroquia de la zona de los Valles, recuperando así la ciudad memoria de su antiguo patronazgo en una de sus nuevas zonas residenciales.

 

La magia del “Chaplin”

 

            El próximo fin de semana, entre el viernes, 14, y el domingo, 16 de febrero, va a celebrarse una nueva edición de “Por arte de magia”, el festival de magos e ilusionistas que el Ayuntamiento de Guadalajara, con buen criterio y éxito de público, lleva ya organizando algunos años. En la provincia hay muchos y buenos magos, la mayoría aficionados, aunque también hay algún muy buen profesional, como el seguntino Adrián Vega, que es quien dirige este festival y que, el año pasado, en el Congreso Internacional de Magos que se celebró en nuestra ciudad, obtuvo el Premio Nacional de Cartomagia; un mago premiado por los propios magos, sin duda tiene que ser un excelente mago.

“Por arte de magia” viene a dar continuidad a “Guadalajara mágica”, actividad en la que, un día de Ferias, generalmente el viernes festivo, creo recordar que desde 2002, varios magos se dan cita con el público en las calles de Guadalajara, llenando plazas y parques de ilusión y causando admiración por sus habilidades y destrezas. Una ciudad en la que se programan, y además gozan de alto poder de convocatoria, actividades como el “Maratón de los cuentos”, “Por arte de magia” o “Guadalajara mágica”, deja entrever que sus ciudadanos no sólo saben hablar, sino también escuchar; no sólo saben mirar, sino también ver y no sólo saben cerrar los ojos, sino también soñar. Incluso me atrevería a decir que las ciudades en las que se cuentan y oyen contar tantos cuentos, y en las que la magia y la ilusión toman la calle con frecuencia, tienen acreditada una inteligencia emocional comunitaria. No obstante, dice mi amigo y hermano Javier Borobia que “Guadalajara es una ciudad que no se gusta a sí misma”; eso es bien cierto, a pesar de que tiene motivos sobrados para ir remontando en autoestima, aunque aún se tenga que hacer mirar algunas cuantas cosas, entre otras, mejorar el conocimiento propio y cambiar actitudes de resignación por compromisos.

 

Pero, ¡ale hop!, ¡nada por aquí, nada por allá, y volvamos a sacar magia de esta chistera de tinta virtual que es un post! Entre la programación del “Por arte de magia” de este año me ha alegrado ver que está incluida dentro de ella una actuación del gran Juan Tamariz, con su conocida, y ya veterana, “Magia potagia”. Aunque Tamariz es un mago que ha tenido mucha presencia en televisión, donde ha cimentado buena parte de su fama y éxito, su mejor magia la hace en proximidad, en cercanía, vis a vis. Y doy fe de ello porque a Tamariz le conocí y vi hacer su “magia potagia” en directo, hace ya más de treinta años, y no una vez sino varias, en el viejo y añorado “Chaplin”, el ya mítico pub en el que, sobre todo a finales de los años setenta y la década completa de los ochenta, nos hicimos jóvenes y disfrutamos de esa juventud mucho tiempo en él varias generaciones de guadalajareños. Juan, aparte de ser más feo que Picio, fealdad de la que sabe sacar partido, tiene una simpatía y un humor muy especiales que redondean sus muchas y grandes habilidades como mago. No me cabe duda que su paso por el festival de magia guadalajareño, este fin de semana, va a ser todo un éxito porque los magos no envejecen; al contrario, según aumenta su experiencia, crece su capacidad de ilusionar.

Y ya que he citado al “Chaplin”, no quiero terminar este post sin contarles a quienes no lo conocieron, aunque sea a vuelapluma, de qué iba aquel especialísimo lugar, y compartir algunos gratos recuerdos con quienes sí fueron parte de sus habituales. El “Chaplin” estaba situado en los bajos de un viejo edificio de la calle Alvarfáñez de Minaya, con vocación de sótano o de cueva. Incluso, si no se tuviera en cuenta el magnífico ambiente que allí se creaba y la calidad de las actuaciones que en él tenían lugar con frecuencia, el local, por su baja altura y reducido espacio, podría ser perfectamente definido como un “antro”. Antes de ser “Chaplin” se llamó “El Cirio” y, menos tabaco, que también, allí se fumaba de todo. Dejada atrás la etapa libérrima del “Cirio” e, incluso, otra en que se llamó “Arco Iris”, el “Chaplin”, de la mano de Juan Antonio Martín Carraux, paso a ser un bar de referencia, casi de culto, en Guadalajara, en el que no sólo se tomaban copas y se pelaba la pava, sino que se jugaba al ajedrez o a las cartas, se leía algún periódico o revista, se formaban tertulias de grupo en las que hacían planes las pandillas de amigos, se hablaba de política en aquellos apasionantes momentos de la transición democrática, de cine, de literatura… y de lo que se terciase, porque aquel pub era un auténtico templo de la palabra y las relaciones humanas, salpimentado por excelentes actuaciones como las de Juan Tamariz y otros grandes magos. También las de extraordinarios músicos como Joaquín Sabina, Javier Krahe y, nuestro paisano, el seguntino Alberto Pérez (Lapastora), quienes conjuntamente grabaron, en 1981, ese disco, también ya mítico, titulado “La Mandrágora”, que era el nombre de un pub parecido al “Chaplin”, pero ubicado en el barrio madrileño de la Latina, en el que Sabina, Krahe y Pérez solían actuar. Todo un lujo para un reducido local de una pequeña ciudad de provincias el poder contar con artistas de esa talla que, no sólo hacían magia o cantaban, sino que después se incorporaban al ambiente del “Chaplin” porque, la verdad, enganchaba.

Puesto que murió hace unos meses en Bali, donde vivía desde hacía unos años después de recorrer medio mundo, Juan Antonio Martín no nos podrá ya explicar cómo se las apañó para hacer del “Chaplin” un lugar tan especial y que tanto nos marcó a quienes lo conocimos y disfrutamos; pero tengo la impresión de que la extraversión de Juan Antonio, su simpatía y cordialidad, al tiempo que su conocida pero consentida informalidad, todos estos factores trufados por una personalidad arrolladora, le permitieron sacar de la chistera, mejor dicho, del bombín de Chaplin, un lugar para el encuentro, la relación y la palabra casi mágico. Y sin casi.

Misión al pueblo bonito

            En España hay más de 8.000 municipios, pero casi 19.000 pueblos. O sea, que 8.000 localidades de España tienen ayuntamiento propio y otras 11.000 dependen administrativamente –como barrio anexionado o como EATIM (entidad de ámbito territorial inferior al municipio)- de alguna de esas 8.000. En el caso de nuestra provincia, hay 288 municipios, pero alrededor de 460 núcleos habitados, aunque más de un 80 por ciento tienen menos de 100 habitantes y en no pocos casos, al menos en invierno, o no vive nadie o casi nadie en ellos, aunque para la primavera regresen algunas familias y ya permanezcan allí hasta mediado el otoño, generalmente hasta la fiesta de Todos los Santos, si es que el tempero viene templado que, si no, el llamado “Veranillo de San Miguel”, a finales de septiembre, o, a más tardar, el día del Pilar, el 12 de octubre, es la fecha tope para permanecer en los pueblos aquellos que también tienen casa propia o de los hijos en la ciudad.

             De esos casi 20.000 pueblos que tiene España repartidos a lo largo y ancho de su “piel de toro”, como en botica, hay de todo: bonitos, regulares y feos, y, dentro de estas tres consideraciones, los hay preciosos, muy bonitos, simplemente bonitos, bonitos tirando a regulares, simplemente regulares, regulares tirando a feos, simplemente feos y hasta muy feos y, seguramente, algún pueblo, por su especial singularidad, incluso será acreedor de algún adjetivo aún no comprendido entre todos éstos, tanto para bien como para mal. Como en el propio pecado de la fealdad ya se lleva la penitencia, no voy a señalar a ningún pueblo que, a mi juicio, merezca esta consideración, ni de aquí, ni de allá, ni de ningún lugar, como dice la canción de Facundo Cabral. Además, la fealdad, como la belleza, son siempre relativas y dependen de los ojos con que ambas se miren, porque desde los de la afección a la “patria chica”, suelen ser siempre muy indulgentes y lo que, para casi todos, es un pueblo feo, para sus hijos es un bonito lugar, si no el que más.

Descontada la subjetividad de calificar la belleza o la fealdad de las cosas, en este caso de los pueblos, podemos afirmar, sin patrioterismo barato, que en España hay una larga nómina de pueblos bonitos y, además, con bellezas muy diferentes, porque España no sólo “is different”, como justamente reivindica nuestro ya veterano eslogan turístico por excelencia, sino que hay muchas Españas y muy diferentes entre ellas, en la acepción orteguiana del término, no en la que algunos utilizan torticeramente para tratar de levantar fronteras artificiales entre regiones, justificándose en esas diferencias que, sumadas, conforman un gran país, pero que, separadas, conformarían unos extemporáneos y minimalistas reinos de Taifas. Fragmentación, separación y/o secesión que iría en contra del viento paneuropeo que sopla desde el Tratado de Roma, de 1950, por el que se creó el entonces llamado Mercado Común Europeo –espacio también conocido como Comunidad Económica Europea (CEE) y, desde el de Maastrich, en 1992, como Unión Europea-, viento que, aún a pesar de algunos roles imprevistos que, a veces, nos han hecho zozobrar, dejado al pairo o navegando en ceñida, a España le ha soplado casi siempre de popa, especialmente desde el Acta de Adhesión de España a la entonces CEE, firmado en Madrid en 1985.

Aunque estoy seguro que, si cada lector de esta especie de “misión al pueblo bonito”, elaborara una lista de los pueblos de España que considera más bellos, muy probablemente ninguna se repetiría de forma exacta aunque, sin duda, habría muchas coincidencias pues lo objetivamente bonito es muy difícil que lo afee una valoración subjetiva. Tampoco me cabe duda alguna de que, a poco que se sea viajado, una lista de pueblos españoles, especialmente bonitos, que no alcanzara la cifra del centenar, se quedaría siempre corta, por lo que el listado de estos siete que ha elaborado el periódico digital www.vozpopuli.com se me antoja, no corto, sino cortísimo; a saber: Albarracín (Teruel), Sos del Rey Católico (Zaragoza), Taramundi (Asturias), Hondarribia/Fuenterrabía (Guipúzcoa), Priego de Córdoba (Córdoba), Cadaqués (Gerona) y Valldemosa (Mallorca). Como dice el propio periódico que ha elaborado esta relación de siete de los pueblos más bonitos de España –que no de los siete pueblos españoles más bonitos-, aunque sea una muletilla muy socorrida, es evidente que son todos los que están, pero no están todos los que son. Así, a bote pronto, echo en falta en ella, sólo en Cantabria, por ser ésta la región que es y a la que considero mi segunda casa, pueblos como Fuente Dé, Mogroviejo, Santillana del Mar, San Vicente de la Barquera y Comillas, o Cudillero, Lastres, Llanes, Tazones y Ribadesella, en la vecina Asturias, dos de las cuatro regiones cantábricas del norte de España, que completan Galicia y el País Vasco, en las que los pueblos bonitos, entre los azules del mar y el cielo, las construcciones hechas con gusto y el verde de la montaña, se suceden uno tras otro, sin solución de continuidad.

            Renuncio a la esforzada, y, con certeza, siempre incompleta, tarea de relacionar los pueblos que yo considero más bonitos del medio centenar de provincias o de las diecisiete comunidades autónomas españolas, aunque no me duelen prendas en proclamar mi especial afección por los pueblos castellanos y leoneses: Pedraza, Riaza o Sepúlveda, en Segovia, Ciudad Rodrigo y La Alberca, en Salamanca, o Urueña en Valladolid, o Astorga y Peñalba de Santiago, en León, por citar sólo algunos significativos ejemplos. Cada lector tendrá en su retina e, incluso, en su corazón, ese listado de pueblos españoles más bonitos que, además, posee una gran virtud: siempre será una relación abierta, de la que es improbable que se caiga ninguno, pero a la que se pueden ir incorporando muchos; por ejemplo, del Pirineo catalán y del aragonés, de la Vera y el Jerte extremeños; de la Andalucía que mira al mar y de la que se empina en las sierras; de La Rioja, la bella tierra con nombre de vino; de Murcia, la costa cálida; de la Valencia de tierra y mar que te da todo; del territorio de diversidad que es Navarra; de esas Canarias que están a un paso de todo lo que puedas desear; de esas Baleares que son el corazón del Mediterráneo; de ese sorprendente Madrid al que no eclipsan ni asfixian, ni su cielo ceniciento ni su ceñido corsé de capital de uno de los Estados más antiguos de Europa, y aún del mundo, espectacular suma de regiones, diversas y singulares, y en la que hay muchos más pueblos bonitos que feos, sólo basta ir a ellos para comprobarlo.

Sin ir más lejos, a Guadalajara, una provincia que, como decía al principio, reúne en su territorio 460 pueblos, entre los que hay que conocer tantos bonitos que no nombro a ninguno porque se nublarían los que se quedaran en el tintero y quiero cielos siempre azules para mi tierra, porque aquí los nublos vienen solos.

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