Nos estamos acercando ya a la fase final de la campaña y los distintos partidos que concurren a la doble cita electoral, local y autonómica, del 24 de mayo, siguen en su empeño de intentar arrimar nuestras ascuas –votos- a sus sardinas –escaños- para detentar el mayor poder posible, que eso es, y así de claro lo digo, lo que al fin y al cabo pretenden todos, legítimamente, por supuesto. Otra cosa es lo que hagan luego con y desde el poder, algo que lamentablemente no siempre es legítimo y, a veces, es hasta ilegal y, por supuesto, inmoral, de ahí las dudas, el recelo y el mosqueo crecientes de los dueños de las ascuas para decidir arrimarse a una sardina u a otra. De lo que no cabe duda es que no todas las sardinas son iguales, aunque a veces lo parezca, al igual que hay ascuas con tanto poder calorífico que achicharran y otras que son tan frías que, más que dar calor, constipan. En la templanza, pues, está la virtud.
A estas alturas de campaña, vistas y analizadas las tendencias de las distintas encuestas conocidas, todo parece indicar que serán cuatro los partidos que, a nivel local, provincial y regional van a conseguir arrimar ascuas a sus sardinas: PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos (éstos, a nivel local, con la marca “Ahora”, tras haber tenido que renunciar a la de “Ganemos” porque la tenían registrada otros de su cuerda izquierdista, pero no exactamente de la misma). De las encuestas se deduce que las mayorías absolutas van a estar muy caras, al menos en los ayuntamientos de mayor población, las diputaciones y el propio Parlamento regional, y que va a ser necesario el diálogo y el pacto para conformar mayorías sólidas o, de lo contrario, la alternativa son mayorías minoritarias, muy incómodas e inestables. Si se cumplen las encuestas, todo apunta a que el PP puede ser el partido más votado para la Junta, la Diputación y el Ayuntamiento de Guadalajara, por lo que, a pesar de los pesares, podría llegar a mantener el poder que ahora detenta en las tres instituciones, si bien es probable que necesite el apoyo activo de Ciudadanos –mediante pacto de gobierno- o pasivo –permitiendo que gobierne el más votado-, al menos en la Junta, aunque podría también precisarlo en la Diputación e, incluso, en el Ayuntamiento de la capital, donde parece que los populares lo tienen más fácil para conservar la mayoría absoluta, aún perdiendo algunos concejales. Aunque es posible, pues en política no es que se acepten, sino que los pulpos son animales de compañía, considero improbable que Ciudadanos pacte con PSOE Y Podemos para relevar al PP en las instituciones en las que éste no alcance la mayoría absoluta, porque esa especie de “frente popular” sería un suicidio político para el partido de Albert Rivera. Lo que no descarto son pactos puntuales de Ciudadanos con PSOE y Podemos e, incluso, con otras fuerzas, para desalojar alcaldes o titulares de instituciones salpicados por graves casos de corrupción.
Aún a pesar de lo que acabo de decir, resulta curioso que los eslóganes de campaña de los tres partidos que, además del PP, tienen más posibilidades de obtener representación en el Parlamento Regional, coincidan en la misma idea-fuerza: el cambio. Así, el PSOE propone el eslogan “Vamos a cambiar-la” –sin duda se refieren tanto a la región como a la actual presidenta, aunque la separación de grafía de “cambiar” y de “la” que aparece en los carteles permite pensar que ellos también tienen propósito de cambiar, lo que no estaría nada mal si fuera cierto, que no lo es porque Page puede ser de todo menos cambio-. Ciudadanos, por su parte, se vende como “El cambio” y los de Pablo Iglesias -y ex de Monedero– piden el voto diciendo que “Podemos cambiar Castilla-La Mancha”. Curioso, ¿verdad? El caso es que, desde la exitosa campaña de Felipe González, en 1982, cuando sacó a la UCD del gobierno casi sin despeinarse con el eslogan “Por el cambio”, esa misma idea siempre ha estado presente, de una manera u otra, en los mensajes de los partidos que están en la oposición y quieren detentar el poder.
Termino este post dándole las gracias a mi hija y compañera bloguera en GD, María, por haberme ayudado a conocer una interesante teoría sobre la relación de los colores y los sentimientos, formulada en su día por la psicóloga Eva Heller, y que me viene al pelo para concluir el tema del que trato hoy. Según Heller, hay trece colores que actúan en la psicología de las personas, incluidos el blanco, el negro, el plateado y el dorado; también sostiene que los significados de los colores quedan interiorizados en la edad adulta aunque pueden parecer innatos. Bien, pues la psicóloga alemana nos dice en su teoría que el color morado –ella lo llama “violeta”-, el corporativo que ha elegido Podemos para presentar y vender su marca, “son más quienes lo rechazan que los que lo prefieren” y, entre otras cosas, es “el color de la superstición, lo artificial, lo extravagante y lo singular; también de la vanidad, de la moda, la magia, lo culto y la fantasía”. Por otra parte, en esta interesante teoría de la psicología del color, se dice que el naranja -que es el representativo de Ciudadanos, la otra fuerza política que, al igual que Podemos, es previsible que alcance escaño por primera vez en “Los Gilitos”- “no existía en Europa antes de que las Cruzadas trajeran esta fruta de Oriente y que hay muchos establecimientos de comida rápida que manejan el naranja con doble intención: atrae la atención y despierta el apetito, pero después de un rato molesta y obliga a irse; no hay mejor fórmula para un “fast-food”.
Dicho queda, aunque en descargo de los “gurús” de imagen de Podemos y de Ciudadanos he de decir también que, como sentencia el refrán castellano, “del dicho al hecho, va mucho trecho”, el mismo que va de la teoría a la práctica.