Yo no hablo catalán ni en la intimidad, ni en público, ni falta que me hace, pero he querido titular este post con un refrán castellano traducido al catalán que resume lo que, a mi juicio, ha pasado en Cataluña en los últimos 30 años, pero, sobre todo, en los últimos diez, que es cuando el llamado “soberanismo” catalán, o sea, el independentismo, ha echado de verdad un órdago al Estado y una bofetada en la cara del resto de España viniendo a afirmar que son distintos y mejores que nosotros y que, por ello, prefieren dejar de ser unos de los nuestros para ser sólo nuestros vecinos. “D’aquella pols, vénen aquests fangs” significa que “de aquellos polvos vienen estos lodos” y, efectivamente, creo que el incremento exponencial de independentistas catalanes que se ha producido en los últimos años, no es fruto de la casualidad, sino de la causalidad, y ésta no es otra que el intencionado y descarado fomento del independentismo que desde la Generalitat y desde no pocos sectores de la sociedad catalana se ha hecho en todos los frentes posibles: en las escuelas, utilizando la historia al antojo nacionalista y enseñando a los chavales a sentirse solo catalanes y a rechazar –cuando no, odiar- lo español, de manera especial nuestro idioma común; en los medios de comunicación públicos –TV3 y Catalunya Radio, principalmente-, proclamando soflamas a diario contra España y alentando y hasta tratando de crear diferencias entre catalanes y españoles; en la administración autonómica, promoviendo políticas directas y transversales de fomento de la catalanidad –algo, en principio, no censurable- y en contra de la españolidad –algo realmente lamentable-, y en la mismísima calle, intentando anular cualquier signo o emblema español de manera descarada y hasta haciendo cada día más difícil la vida en Cataluña a los que no tienen ocho apellidos catalanes, o más, aunque muchos de ellos hayan nacido ya en Cataluña y sus padres y abuelos contribuyeran con su trabajo al despegue económico de la región, desangrando demográfica y socialmente las regiones desde las que emigraron.
Decía que el incremento de los independentistas en Cataluña ha sido exponencial en los últimos años y los siguientes datos avalan esta afirmación: Hasta hace apenas diez años, sólo un 15 por ciento de la población catalana quería la independencia para Cataluña, mientras que, según el CIS, actualmente es un 45 por ciento de la población, después de haber llegado a finales de 2013 a su máximo histórico del 48,5 por ciento. O sea que, en apenas diez años, se han triplicado los independentistas en Cataluña, a pesar de lo cual siguen sin ser mayoría o, si lo son, es tan escuálida que una proclamación de esa independencia, además de ilegal e inconveniente para todos, los catalanes los primeros, sería de todo punto irracional porque no se puede dividir a una sociedad de forma tan traumática y flagrante por un mero hecho de pertenencia, por una cuestión de pura bandería. Para colmo, los independentistas que se han juntado –que no unido- en ese “totum revolutum” que es la coalición “Junts pel sí”, que pretende erigirse como la gran opción del independentismo, son cada uno de su padre y de su madre y sólo les han juntado coyunturalmente las ansias de independencia, pero sus modelos sociales, económicos y políticos son tan radicalmente distintos que, de producirse esa independencia –que, afortunadamente para España, Cataluña incluida, no se va a producir-, al día siguiente estarían corriéndose a barretinazos entre ellos y llamándose de todo menos “bonics”, o sea, bonitos.
Un factor que, estoy seguro, también ha influido en el incremento del independentismo catalán experimentado en los últimos años, ha sido la fuerte crisis económica en la que llevamos inmersos desde los tiempos de Zapatero, quien, por cierto, trató de apagar el fuego nacionalista catalán echándole gasolina en vez de agua. El nacionalismo, que ahora abraza también sorprendentemente la izquierda exinternacionalista, es de origen burgués, conservador y economicista hasta los tuétanos, por lo que le ha venido de perlas para su fin independentista esta crisis en la que se han acrecentado las diferencias de renta entre las regiones más ricas –Cataluña entre ellas- de las más pobres de España, para lanzar ese ignominioso aserto de que “Espanya ens roba” –España nos roba-, que retrata la falta de solidaridad y hasta de justicia de quienes lo han acuñado y difundido, sabiendo muy bien lo que hacían. La “pela” siempre ha sido la “pela” en Cataluña, incluso en tiempos del euro, como los actuales, que espero que siga siendo la moneda de curso legal en Cataluña y no el “Pujol”, como irónicamente alguien ha sugerido que se llamara la unidad de cambio propia catalana.
Espero, también, que el tradicional sentido común catalán, el llamado “seny”, se imponga el 27 de septiembre en Cataluña y vuelva a imperar allí la cordura y la sana convivencia que el nacionalismo radical está alterando en un viaje a ninguna parte y al que ya se ha sumado demasiada gente, gran parte de ella confundida, manipulada e, incluso, engañada. Identificar la libertad de Cataluña con la independencia es echarle muchas más cadenas encima a los pueblos verdaderamente oprimidos. Y también es escupir en las manos extendidas de los pobres.