Últimamente se han dado las circunstancias adecuadas en mi vida para recuperar mi afición viajera, demasiado tiempo interrumpida por muchas causas concurrentes. Espero que dure la inercia y competir con Phileas Fogg en frecuentar andenes de tren o de autobús y terminales de aeropuerto.
El último de los viajes que he hecho, bien acompañado por mi mujer, unos amigos y unos conocidos que ya son también amigos, ha tenido como destino la zona flamenca de Bélgica, la parte norte del antiguo Ducado de Brabante, aunque por conveniencia logística hayamos pernoctado en Bruselas, ubicada dentro del antiguo territorio flamenco pero con status de región-capital, compartida entre flamencos y valones.
No era la primera vez que viajaba a Flandes, pero las anteriores siempre fueron de estancia breve y por razón de trabajo, de tal forma que apenas pude disfrutar de ese hermosísimo país en el que los españoles pusimos nuestras picas durante largo tiempo y varios reinados, desde el de Carlos I -allí, simplemente llamado “El emperador Carlos”-, a principios del siglo XVI, hasta, incluso, el de Felipe V, dos siglos después, el primer monarca español de la dinastía Borbón y con el que se perdieron las posesiones flamencas que habían traído al reino de España su predecesora, la casa de Austria. En esta ocasión sí que pude disfrutar el tiempo mínimo imprescindible de Flandes y he regresado realmente satisfecho porque, la verdad, se trata de una región muy muy bella, con una historia estimable y densa y con un catálogo amplísimo de recursos monumentales, la mayor parte de ellos excelentemente conservados.
Cuando llegamos a Bruselas, aún se mascaba la tragedia que vivió la capital belga y de la Unión Europea por causa de los brutales atentados terroristas acaecidos el 22 de marzo. El edificio de La Bolsa bruselense y su plaza son aún un memorial de las víctimas en el que se amontonan flores, velas, mensajes, fotos, objetos de todo tipo y, sobre todo, la estupefacción y las lágrimas de todos porque, cuando alguien muere de forma violenta y, más aún, si han mediado en ello hombres, en el fondo morimos todos un poco. Lo escribía muy bien Hemingway en “Por quién doblan las campanas”, su gran obra basada en la Guerra Civil Española: “También están doblando por ti”. Ante la Bolsa, recé lo que supe por las víctimas de ese memorial, pero también por todas las víctimas del terrorismo, algo de lo que, lamentablemente, sabemos mucho los españoles y, a veces, lo hemos padecido en demasiada soledad. Que descansen todos los muertos en paz y que los vivos no descansemos hasta alcanzar la paz, pero no sólo la de los cementerios.
Bruselas es una ciudad hermosa, destacando en ella la Grand Place (Grokte Markt en flamenco), que, especialmente de noche, es una auténtica maravilla. Brujas es una ciudad bellísima que parece anclada en el tiempo -es tanta su perfección y cuidado que hasta parece un parque temático más que una ciudad real-, cuando era uno de los puertos más importantes de Europa y la riqueza se invertía en hermosos edificios, muchos de ellos góticos, que, afortunadamente, se han conservado muy bien la mayor parte de ellos. Los canales que recorren algunas calles de la ciudad hacen que, merecidamente, sea llamada como “la Venecia del norte”. Lovaina también es una ciudad que merece la pena conocer, aunque pagó un duro peaje de destrucción, tanto en la I como en la II Guerra Mundial; no obstante, su alma y ambiente universitarios se palpan por todas partes y el edificio de su ayuntamiento es magnífico, sin duda, uno de los más bellos edificios representativos del poder civil de toda Europa.
Punto y aparte merece Gante, la ciudad en la que nació Carlos I, el rey español y emperador del Sacro Imperio Germánico desde 1520, gracias al cual España puso sus picas y bastantes cosas más en Flandes durante dos centurias. Gante es una ciudad portuaria muy bonita y grande pues casi cuadruplica la población de Brujas y ofrece monumentos y rincones dignos de conocer y admirar; entre ellos, su catedral, la de San Bavón (sic), un gran edificio gótico, en cuya construcción se alternan piedra y ladrillo, algo poco frecuente en este tipo de edificios. Hay catedrales más hermosas que la de Gante, sin duda, pero no es fácil encontrar un púlpito como el que hay en ella y, especialmente, un retablo como el del Cordero Místico, del que son autores los hermanos Hubert y Jan Van Eyck. Se trata de una obra cumbre y única del arte flamenco del siglo XV y que abrió el camino a la escuela italiana. Una joya del arte europeo que hay que ver, conocer en detalle y disfrutar. Pero como guadalajareño, castellano y español militante que soy, la sorpresa en la catedral de Gante me la llevé cuando descubrí en una de sus paredes un escudo de la familia Mendoza, formando parte de un amplio conjunto de escudos que representan a la nobleza que en 1559 asistió, en la que fuera cuna de Carlos I, a un capítulo de la importantísima orden de caballería del Toisón de Oro. Entre los escudos de las familias nobles más relevantes de la Europa del XV y el XVI, allí está el de armas de “nuestros” Mendoza que, ya en el siglo XIV, el cronista Pedro de Gratia Dei, en su obra titulada “Libro llamado vergel de Nobles de los linajes de España”, describiera así:
Sobre verde reluzia
La vanda del colorado
En oro en que venia
La celeste Ave Maria
Efectivamente, en la catedral de Gante está el escudo de armas mendocino, concretamente el del IV Duque del Infantado, don Iñigo López de Mendoza de la Vega y Luna, que en 1559 asistió al muy exclusivo capítulo de los caballeros del Toisón de Oro, allí convocado por Felipe II, entonces Gran Maestre de la Orden que en 1429 fundara el Duque de Borgoña, Felipe III el Bueno, tan estimada y deseada por todos los reyes, príncipes y señores de aquellos tiempos, desde Escandinavia al Mediterráneo y desde Britania a Rusia. Los valores históricos del Toisón se resumen en que quienes lo obtienen reciben un premio a la excelencia y al mérito personal y tienen el compromiso de impulsar la unidad de Europa, así como “la gloria a Dios Nuestro Señor y a su bendita Madre «, según rezan sus constituciones.
Casualmente, la hija escritora del XIX Duque del Infantado, Almudena de Arteaga y del Alcázar, figura como “colaboradora especial” del Comité Rector y del Científico de la Orden del Toisón de Oro, que preside el Rey de España desde tiempos del emperador Carlos de Gante.
El mundo es un pañuelo y nos suele obsequiar con señorío aunque los hombres, a veces, recibamos lo que nos es dado con servidumbre, por jugar con la vieja divisa mendocina que afirma que “Dar es señorío, recibir es servidumbre”.
Foto: Escudos en la catedral de Gante. El de la casa del Infantado es el sexto por la izquierda. Foto: Paco Jurado.