Si bien puede parecer más un tema de portada de prensa rosa que de blog de un digital de provincias, no quiero sustraerme a comentar, aunque sea brevemente, el lamentable y bochornoso “espectáculo” del que la reina Letizia -¿esa “z” puede venir de “azote”?- fue protagonista al concluir la misa de Pascua de Resurrección en la catedral de Palma, con la reina emérita, Sofía, como pasiva, involuntaria, desautorizada y hasta casi humillada partenaire. Las imágenes han dado la vuelta al mundo y se califican por sí solas: Letizia, con una actitud imperativa y una gestualidad harto desagradable, hizo todo lo posible para que su suegra no se hiciera una foto con sus nietas, la princesa Leonor y la infanta Sofía, como si hacérsela en ese momento hubiera sido cometer un delito irreparable cuando hay miles -y habrá millones en el futuro- imágenes de ellas tres, algo lógico por tratarse de quienes se trata.
No voy a entrar en esa espiral de informaciones -incluidas algunas deformaciones-, opiniones y especulaciones que al hilo del sucedido real palmesano están corriendo por los medios de comunicación convencionales y las redes sociales a la velocidad de la pólvora, pero sí quiero, antes de pasar a hablar de otra “reina” jaqueada, decir que flaco favor le ha hecho Letizia a la monarquía, cuando supuestamente había llegado a ella con su sangre roja a oxigenar la azul borbónica y a alejarla de la caspa, la endogamia y la hemofilia. Con su público y notorio desaire a la anciana reina ha demostrado varias cosas, pero sobre todo no ser una buena nuera y ha permitido que, incluso, se pueda dudar de su calidad humana porque lo que ella hizo, no se le debe hacer a nadie, fundamentalmente provocar que su hija, Leonor, despreciara con mal gesto el cariñoso brazo de su abuela. Pero si este incidente ha puesto en entredicho las actitudes y sentimientos personales de Letizia, lo más grave es que ha evidenciado que no es tan buena “profesional” como su suegra pues provocar que se viertan ríos de tinta por un asunto tan chusco como este, indica que es solo una regular soberana y que se le ha olvidado que en periodismo la noticia no es que una abuela reina se fotografíe con sus nietas, sino que una madre reina no lo permita.
Si la opinión pública le ha dado un jaque a la reina Letizia y está expectante por ver como mueve ficha para librarse de él tras su tórpido tropiezo balear, otra “reina”, esta sin corona, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, también está siendo públicamente jaqueada -no confundir con “hackeada”- por el dichoso master en derecho autonómico que ella dice haber cursado y aprobado en la Universidad Rey Juan Carlos, pero cuyo expediente administrativo es, cuando menos, una chapuza digna de Pepe Gotera y Otilio. Pinta fea la cosa para Cifuentes, aunque no seré yo, como sí han hecho otros de forma ventajista, quien le niegue el beneficio de la duda y, especialmente, la presunción de inocencia. PSOE y Podemos -y, en cierta medida, también Ciudadanos, partido al que parece que le pone mucho hacer el juego a la izquierda para darse pátina de progre, sobre todo cuando de desgastar al PP se trata- han preferido optar por la presunción de culpabilidad, algo más propio de dictaduras que de democracias. Presumir culpabilidades al rival político e inocencias al propio es una actitud sectaria, torticera y, sobre todo, estólida, además de muy poco democrática.
Cifuentes me parece una mujer valiente, con criterio, sin complejos y que, en líneas generales, está realizando una buena tarea como presidenta de la comunidad madrileña, a pesar de no tener mayoría absoluta en el parlamento regional y de depender demasiado de los bandazos de Ciudadanos y de su tacticismo y oportunismo políticos. Esa valoración positiva está ahora en entredicho por el dichoso asunto del master que, si se resuelve contra sus intereses, puede acabar con su carrera política. Por el contrario, si se resolviera a su favor, podría hasta relanzarla, aunque las polémicas de este calado, si no dejan muertos, siempre dejan heridos. La opinión pública suele ser más favorable a pensar antes en lo peor que en lo mejor y, siempre tan refranera, se acoge con verdadera fruición a eso de que “cuando el río suena, agua lleva” para estigmatizar al prójimo. Y si ese prójimo es prójima y, además, del PP, ya ni te cuento.
Aunque sea una cuestión obvia, la recuerdo aquí porque algunos se la están pasando por el forro de las entretelas: Quien debe dar explicaciones de la chapuza de expediente administrativo del master cursado por Cifuentes es la Universidad, no ella. De momento, la presidenta regional es la víctima y la más perjudicada por este desaguisado. Si después se demuestra que ella ha tenido algo que ver en él, lo pagará muy caro, sin duda, aunque a quienes ya la han juzgado y sentenciado sin aclararse el asunto eso les da lo mismo porque lo que de verdad les importa es la posverdad, o sea la verdad a su conveniencia, no la pura y dura.
Además de dos reinas, una con corona y otra sin ella, la verdad también está en jaque en España hace ya tiempo.