Julio solía ser un mes solo de vísperas en Guadalajara, de vísperas del mes festero por excelencia, agosto, pero hace ya tiempo que la fiesta se quiere ensanchar y como suele estar tan comprimida y concentrada en el octavo mes del año, lleva ya tiempo haciéndose también un hueco en el séptimo. La tradición festera de agosto la condicionaba en las comunidades rurales de antaño el fin de la cosecha y de las labores de era y granero que la seguían. Ese ciclo festivo que devenía tras concluir el del trabajo agrario se prolongaba hasta septiembre e, incluso, hasta primeros de octubre, cuando la festividad de la Virgen del Rosario casi daba por cerrados los festejos populares del verano y el primer otoño. Había –y sigue habiendo- alguna excepción, como la de Muduex, probablemente el pueblo de la provincia que más tarde celebraba sus fiestas patronales, San Diego de Alcalá, con festejo taurino y todo, ya mediado noviembre.
La emigración masiva de población del medio rural al urbano que, especialmente, se concentró en las tres primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX, pero que no cesó en las siguientes y que, incluso, aún prosigue –aunque ya de forma mucho más limitada pues la despoblación ha llegado a tal extremo que ni siquiera hay gente en los pueblos para emigrar de ellos-, ha tenido muchas consecuencias socio-económicas que pueden resumirse en una: el debilitamiento extremo del medio rural a todos los niveles. Es un tema del que vengo ocupándome de forma reiterada y recurrente desde que me inicié como “opinante” en mi recordada columna del viejo y querido “Flores y Abejas” a la que puse por título “Luces de bohemia”, tomándoselo prestado nada más y nada menos que a Valle Inclán. Mucho arroz –él-para tan poco pollo –yo-.
Efectivamente, pongo por testigos a las hemerotecas -he estado tentado de poner “testigas”, pero me he contenido hasta que el diccionario de la RAE haga su versión inclusiva de género- del hecho de que he venido ocupándome periódicamente de las consecuencias de mayor calado socio-económico que ha traído el éxodo poblacional para el medio rural provincial, pero hoy, acaso porque el sempiterno sol cegador y agobiante del julio castellano no invita a ello, voy a comentar una de las consecuencias menos trascendentales, pero sí evidentes, que ha traído esa sangría humana: el traslado a agosto de las celebraciones de muchas fiestas patronales que, tradicionalmente, se celebraban en otros meses del año. La causa es obvia: en agosto es cuando más gente hay en los pueblos y, por puro pragmatismo, en muchos de ellos –cada vez más-, han optado por programar sus fiestas en este mes porque, además de contar con el buen tiempo como aliado, es el momento en el que más cuotas se pueden recaudar para pagar la fiesta a escote y cuando más ambiente festivo se puede encontrar. O sean que “si hay que festejar, se festeja, pero festejar pa ná…”, como diría José Mota, la Raya del dúo cómico que antes formaba con Cruz, o sea, Juan Muñoz.
No obstante, aún sigue habiendo pueblos que, como la aldea gala de Astérix ante los romanos, se siguen resistiendo a que agosto les conquiste para celebrar sus fiestas patronales, pero bien es cierto que cada vez son menos los que se aferran a sus fechas tradicionales de celebración, especialmente entre los de menor población pues, quitando ese mes, algunos otros findes del verano y la semana santa, son metáforas de soledad. A la fuerza ahorcan, como dice “el decío”.
Retomando el hilo donde lo dejé en el primer párrafo, tanta concentración festiva en agosto está obligando a optar a los festeros militantes a elegir unas fiestas y descartar otras por aquello de no poseer el don de la ubicuidad, aunque algunos no se resignan a ello y hacen dobletes y hasta tripletes verdaderamente meritorios en una sola jornada festiva. Generalmente salen ganando aquellas fiestas en las que el protagonista principal del programa de actos es el toro, de forma muy especial si este se corre en encierro y, de manera especialísima, si ese encierro es por el campo. Cierto es que viene descendiendo la programación de corridas de toros o novilladas, tanto en plazas fijas como en portátiles, así como la asistencia de público a ellas, pero es igualmente cierto que cada vez hay mayor afluencia de gente a los encierros, a pesar de que la normativa actual que los regula es tan exigente que pone francamente difícil y costosa su celebración. Bien está regular este tipo de festejos para evitar maltrato animal y propiciar la mayor seguridad posible a participantes y bienes públicos y privados, pero las exigencias normativas se han llevado tan a máximos que más parece que el legislador haya optado por quasi prohibir este tipo de festejos, que por regularlos de verdad. País de extremos el nuestro, capaz de acostarse taurino y de levantarse anti… y de muchas cosas radicales más.
Como comentaba al principio, la concentración festiva de agosto en la provincia, especialmente de las citas con programación taurina, también ha propiciado una cada vez más notoria dinámica de organización de eventos festivos en el mes de julio en la provincia, estos generalmente con mayor calado cultural y temático que los agosteños. Así las cosas, son muchas las comisiones de fiestas de los pueblos, pero sobre todo las asociaciones, que en julio programan semanas culturales para alargar las convocatorias en el tiempo y no hacerlas coincidir con las típica y puramente festivas. Aunque soy de los que creo que el toro es cultura, aunque haya bastantes incultos en el mundo del toro, enfrentar una actividad puramente cultural con un festejo taurino –o, incluso, deportivo- es apostar por las sillas vacías.
Termino llamando la atención, y aplaudiendo, el hecho de que, además de estas semanas culturales que progresivamente se vienen programando en julio desmarcándose de las fiestas agosteñas, cada vez son más los municipios de la provincia en los que se organizan en este mes eventos festivo-culturales de mayor capacidad de convocatoria e interés. Incluso, algunos de ellos, arraigando rápidamente y hasta convirtiéndose en auténticos referentes, no solo nacionales, sino internacionales, como es el caso del Festival de la Lavanda briocense al que, este año, hasta le ha salido un hermano pequeño, también alcarreño, en Almadrones. Al Festival Medieval de Hita, que el profesor Criado de Val se sacara de su creativa y docta chistera hace ya 57 años, se le han venido uniendo, entre otras citas, las Jornadas Medievales de Sigüenza –por cierto, creo que sería una buena opción no hacer coincidir ambos eventos en el mismo fin de semana pues se hacen mutua competencia-, el Festival Ducal de Pastrana, las Jornadas cifontinas de Don Juan Manuel o la Feria Medieval de Molina de Aragón, aunque ésta se celebra a finales de junio, como el ”Solsticio Folk” de Guadalajara, otra cita festiva del primer verano que nació casi con el siglo XXI y que ya se acerca a la mayoría de edad reuniendo cada año numeroso público en San Roque. Ciertamente, como decía André Malraux, “la tradición no se hereda, se conquista”.