Siempre he pensado, dicho y escrito que el tiempo que mejor le sienta a la provincia de Guadalajara -mejor hablar de “las guadalajaras”, porque hay muchas y no solo una- es el de otoño. Este tiempo, frente al de primavera y por las razones justamente contrarias, tiene mala fama porque los días van acortando progresivamente, el calor cede el paso al frío y el agua, en forma de lluvia e, incluso de nieve adelantada, trae un ambiente de humedad que, a veces, cala hasta los tuétanos y penetra en nuestros cuerpos como la hiedra entre las piedras.
Cierto es que el otoño es un tiempo de cuenta atrás y cuesta abajo; cuenta atrás hasta llegar al cero que es el solsticio de invierno, en la Navidad, cuando el reloj de los días volverá a crecer en positivo, aunque sea minuto a minuto, a costa de las noches; cuesta abajo, desde las altas cumbres del sol del membrillo septembrino hasta los valles neblinosos y en cencellada de diciembre. Sí, cierto es que el otoño parece llevarnos hacia un pozo sin fondo en el que todo es -mejor, parece- oscuridad, frío y humedad, pero si hay algún tiempo en el que nuestra tierra nos hace un guiño de colores cálidos es, precisamente, este: amarillo intenso de las hojas de los abedules, los álamos temblones y los avellanos; pardo anaranjado de las de los castaños, los robles y las hayas; rojo, el calor cálido por excelencia, de las bayas de los serbales, los majuelos o los escaramujos.
La primavera, que nos devolverá el verde a los campos de cereal, rebrotará en las hojas de los árboles caducifolios y limpiará y hará brillar a los de hoja perenne -encinas, chaparros, enebros y sabinas, fundamentalmente-, el azul a los cielos y el violeta a sus primeras flores, entre ellas los zapatitos de la Virgen y las orquídeas silvestres, pero, recordemos, el azul, el verde y el violeta conforman la gama fría de la paleta de colores ¿Otoño cálido y primavera fría? Si nos guiamos solo por el color y sus gamas, así es, aunque a favor de ésta hay que apuntar que, cuando termina por romper su floración y se consagra, el estampido de coloración que ofrece rompe la barrera de los colores fríos e irrumpe también en los cálidos: todo es color, olor y sabor en primavera.
Si buscamos un macropaisaje de la provincia para fotografiar el otoño nos pueden servir muchos, aunque el Hayedo de Tejera Negra sea -por permitir el milagro de reunir una especie arbórea del norte tan al sur como el haya- sea, sin duda alguna, un lugar pintiparado para obtener una imagen de excelencia de este tiempo. A más de doscientos kilómetros de distancia, en nuestra misma provincia, el Alto Tajo se ofrece como otro destacado modelo para posar y mostrar lo más bello de este tiempo a una cámara fotográfica. Si Tejera Negra está en el noroeste de las guadalajaras, el Alto Tajo se localiza en el sureste; si el parque natural de Cantalojas conforma un ecosistema característico de bosque atlántico, en el del sur de Molina podemos admirar uno de tipo mediterráneo, confirmando esta feliz circunstancia que nuestra tierra no es solo una, aunque sea singular, sino que son muchas, diversas y plurales.
Y entre los grandes bosques del noroeste y el sureste provincial, está la Campiña del Henares, a la que podemos sumar las del Jarama y el Sorbe, así como los cursos de los ríos de Serranías y Alcarria, cuyos sotos y bosquetes de ribera escoltando a sus cursos fluviales nos ofrecen bellos panoramas en este tiempo al predominar en ellos especies que ahora están deshojando el frío, la lluvia y el viento; álamos y chopos, fundamentalmente. ¿O debería decir álamos o chopos? Porque ¿son lo mismo? Poco le importó a Antonio Machado esta dicotomía cuando, indistintamente, citaba a una y otra especie en su etapa soriana, a orillas del Duero y al calor de Leonor:
«En los chopos lejanos del camino,/
parecen humear las yertas ramas » (Campos de Soria II)
“(…) álamos de las márgenes del Duero/
conmigo vais, mi corazón os lleva!” (Campos de Soria VIII)
Sirvan estos versos de Machado para reivindicar que del paisaje son más dueños los poetas que los biólogos porque a éstos, a veces, los árboles no les dejan ver el bosque, mientras que a aquéllos lo que les importa no es ni cómo son ni cómo se llaman las cosas, sino las metáforas que les ofrecen para ponerle alma a la belleza. Y es que a la belleza sin alma solo le cantaba Ricardo Cocciante.
He teorizado sobre los mejores macropaisajes que ofrecen las guadalajaras para fotografiar el otoño cuando lo que de verdad importan son los micropaisajes, esos que tenemos a golpe de retina, al alcance de la mano y hasta podemos tocar. Miropaisajes de excelencia en otoño en la provincia hay tantos como miradas. Yo les aporto la que disfruté con Isabel, mi mujer, hace apenas unos días, en las eras de Valverde de los Arroyos, mirada que retuve en la fotografía que acompaña este texto. ¿Es o no es una metáfora sin palabras de la belleza?