En nuestra entrada anterior comentábamos que, por causa del Covid 19, se había suspendido la celebración de la inmemorial y celebérrima fiesta de La Caballada atencina, un hecho sin precedentes documentados. Como la grave pandemia va remitiendo pero no cesa, en esta ocasión nos vemos obligados a comentar la suspensión de otra destacada celebración tradicional de la provincia como es la procesión del Corpus Christi, de Guadalajara, también conocida como de los Apóstoles por participar en ella deforma destacada la antiquísima Cofradía del mismo nombre, con sede canónica en Santa María. Al aún persistir la suspensión de este tipo de actos públicos de calle decretada desde la primera declaración del estado de alarma, manifestaciones religiosas incluidas, la carroza con la custodia que porta al Santísimo, los Apóstoles, los niños y niñas neo-comulgandos, el clero, el pueblo de Dios y la autoridades han dejado de salir este año el día del Corpus en procesión por la ciudad, hecho que no sucedía desde tiempos de la segunda República. En 1933 fue el primer año en que no se procesionaba en esta festividad en la capital desde las Guerras de la Independencia y Carlistas del XIX. Efectivamente, la primera vez que se suspendió esta procesión en aquellos complicados años 30 del siglo pasado, no fue en 1936, en vísperas ya de la Guerra Civil, sino tres años antes, cuando el Gobernador la prohibió siguiendo las recomendaciones del Comisario de Vigilancia, que parece ser que vigilaba mucho a unos y poco a otros. Aunque aún quedaban tres años para iniciarse la contienda civil, la normalidad y la convivencia pacífica hacía tiempo que estaban alteradas, hasta el punto de que, tres días antes de la celebración de la procesión, como era preceptivo entonces, se solicitó su autorización por escrito al Gobierno Civil. Al día siguiente, como reacción a esta acción administrativa, se presentó también en el gobierno un pliego con firmas en el que se hablaba de posibles alteraciones de orden público, caso de autorizarse el acto religioso; finalmente, el Gobernador optó por no permitir la procesión, celebrándose a modo claustral, dentro del templo de Santa María. Los virus de la intolerancia, el odio y la falta real de libertad religiosa suspendieron temporalmente una celebración festiva, religiosa y popular con larga y honda tradición en el mundo cristiano y secular arraigo en esta ciudad pues podría remontarse su celebración a los siglos XIII y XIV, si bien está documentada a partir de 1454.
La primera vez que se suspendió esta procesión en aquellos complicados años 30 del siglo pasado, no fue en 1936, en vísperas ya de la Guerra Civil, sino tres años antes, cuando el Gobernador la prohibió siguiendo las recomendaciones del Comisario de Vigilancia, que parece ser que vigilaba mucho a unos y poco a otros.
Pese a que la procesión del Corpus no se celebró el domingo 14 de junio –este año se cumplían 30 años de su desplazamiento desde el jueves, día en que tradicionalmente venía teniendo lugar-, la Cofradía de los Apóstoles sí ha mantenido la celebración de todos sus actos internos, guardando las debidas y obligadas medidas de seguridad sanitaria entre sus miembros, como no debía ser de otra manera. Así, el domingo de Pentecostés -15 días antes del Corpus-, celebraron –celebramos, pues yo soy miembro de ella como último suplente- asamblea general; el sábado anterior al Corpus nos volvimos a reunir para oír misa en hermandad y rezar el Miserere –el salmo 50, por el sufragio de las almas de los hermanos que nos precedieron y como oración colectiva de contrición y penitencial- ante la magnífica talla del Cristo, precisamente llamado de los Apóstoles, que hay en Santa María; finalmente, participamos en la misa principal del Corpus en la concatedral, el mismo domingo, vestidos los titulares con mantos y túnicas para ambientar la Eucaristía a que se ha debido reducir la celebración de este año de “la gran fiesta de los sentidos”, como mi amigo y hermano, Javier Borobia –es titular de San Felipe en la hermandad-, ha bautizado siempre este gran día. Una imagen para el recuerdo será la que hemos dejado en 2020 los apóstoles en los actos celebrados en nuestra sede canónica, con nuestras capas castellanas sobre los hombros y las obligadas mascarillas cubriendo mentón, boca y nariz. Puede que resulte menos chocante ver a un santo con un par de pistolas, dicho sea de modo en absoluto irreverente y por apelar al conocido dicho.
Siempre que se acerca el Corpus, una fecha muy señalada y emotiva para mí, como me consta que lo es también para mis hermanos de Cofradía y sus familias, tengo por costumbre acudir a dos libros que guardo con especial celo y afección en mi fecunda librería: “El Corpus Christi en Guadalajara”, de Pedro José Pradillo, y “El Corpus Christi de Francisco Sánchez”, de Salvador García de Pruneda. La obra de Pradillo es el resultado de una importante investigación histórica sobre la festividad del Corpus, que deviene en ensayo y que trasciende de lo local por lo que adquiere una gran relevancia y proyección. El sabio técnico de patrimonio del Ayuntamiento de Guadalajara, que publicó este libro en 2000, cuando aún no lo era, realiza un exhaustivo análisis de la liturgia festiva del Corpus, centrando su período de estudio entre 1454 –que es cuando se documenta por primera vez la celebración de esta fiesta a través de un pago del ayuntamiento a quienes se visten ese año como apóstoles- y 1931, año en que se inició la segunda República, período en el que, como hemos visto ya antes, su celebración se vio muy comprometida, cuando no prohibida. El trabajo de Pradillo es una referencia imprescindible para quienes quieran profundizar en el conocimiento de la celebración del Corpus en Guadalajara, contextualizada, relacionada y comparada con las celebraciones de otras ciudades de España que también tienen en esta festividad un día solemne y de fiesta mayor.
García de Pruneda (Madrid, 1912) fue un diplomático español –llegó a ser titular hasta de tres embajadas: Túnez, Etiopía y Hungría-, y novelista –ganó el Premio Nacional de Literatura en 1963- que vivió parte de su infancia y mocedad en Guadalajara, donde su padre, militar de profesión, estaba destinado. Tanta huella dejó en él la capital alcarreña que ambientó aquí su novela titulada “El Corpus Christi de Francisco Sánchez” (1971), si bien no la cita expresamente, aunque resulta obvio por el nomenclátor de calles y monumentos, así como por la toponimia menor que aparece en la obra. La acción transcurre en la víspera de la celebración del Corpus y, como toda novela que se precie de serlo, reúne en su trama momentos y escenas de amor y de muerte, una muerte que acontece, ni más ni menos, que en las terreras del Henares, al pie de la Fuente Blanquina.
Tanto la novela de García de Pruneda como el ensayo de Pradillo los editó el Ayuntamiento de Guadalajara, en 1995 y 2000 respectivamente, siendo alcalde de la ciudad e impulsor de ambas publicaciones José María Bris, un regidor que fue especialmente sensible con todo lo que son las señas de identidad de la ciudad, al tiempo que una persona muy cercana a los ciudadanos y a su sociedad civil. Siendo primer munícipe, Bris nunca faltaba a la misa de siete de la mañana el día del Corpus, la que en intimidad y familiaridad celebramos la Cofradía de los Apóstoles, compartiendo después con nosotros el almuerzo de hermandad que tradicionalmente sigue a la Eucaristía. Y siendo él alcalde y Francisco Tomey presidente de la Diputación, la Cofradía se vio muy beneficiada por ambas instituciones pues gracias a su apoyo económico se pudo adquirir la magnífica talla del Cristo de los Apóstoles, se renovaron las pelucas, las túnicas, los mantos y los cíngulos, a la vez que se pudieron acuñar las medallas con el emblema de la hermandad que portamos los cofrades. Lo que fue ayuda a seguir siendo lo que es.