Marzo era el primer mes del año en el calendario romano, la mensualidad del dios Marte, y el día 15 tenían lugar los llamados idus que, aunque los más nombrados son los de este mes, los había también los días 15 de los de mayo, julio y octubre, y los días 13 del resto de los meses del año. Al parecer, idus es una palabra importada del etrusco por el latín que hace referencia a la noche clara, iluminada y brillante por la luz de la luna. A pesar de que en las últimas horas de los idus de marzo del año 44 antes de Cristo, Bruto asesinó a su padre, Julio César, con sus compinches y a partir de entonces se han tenido por una fecha de pésimos augurios, en la tradición romana los idus eran, precisamente, todo lo contrario: un día especialmente propicio para la buena ventura y en el que se fijaban muchas expectativas favorables. Si nos retrotraemos a los idus de marzo de 2020, es evidente que están más cerca de la negrura que para César y Roma trajeron aquellos en que fue víctima de un complot magnicida, que de los que la tradición romana decía que eran muy propicios; recuerden que a las 0 horas del pasado 15 de marzo, o sea, el día “d” y la hora “h” en que daban comienzo los idus de este mes, se inició la primera quincena de confinamiento que conllevó el primer decreto de declaración del estado de alarma por causa del/la Covid-19, aprobado por el gobierno de España, y que terminó prolongándose por espacio de 99 días. Lo decimos en pasado y como si hubiera ocurrido hace más tiempo del que verdaderamente ha transcurrido, pero esa prisión domiciliaria está más cerca de lo que parece y sus negativas consecuencias de todo orden, sanitarias, sociales, políticas, económicas, psicológicas -¡ojo a éstas!-, etc. están ahí y tardarán aún tiempo en diluirse. Y esto no es pasado pasado, sino pasado presente, pues la actual proliferación de rebrotes de contagios en varias zonas de España es harto preocupante y la perspectiva de que en otoño se reactiven y generalicen de forma exponencial está ahí, a pesar de la irresponsabilidad de muchos que se toman esto a chufla, como la gente se tomaba al Piyayo, el “viejecillo renegro, reseco y chicuelo” del poema de José Carlos de Luna.
Como hemos dicho, aquellos idus que nos encerraron en nuestras casas para tratar de que el coronavirus no se colara en ellas, no solo nos trajeron limitación de movimientos e incomodidades, sino también angustia y miedo pues nuestro único contacto con la calle era a través de la televisión, la radio, el teléfono y las redes sociales y estos medios no nos daban más que noticias acongojantes y, en algunos casos, también acojonantes, permítaseme la expresión. Estábamos tan descolocados que hasta nos dio por salir a los balcones a aplaudir, supuestamente a los sanitarios, cuando en realidad eran las palmas del miedo, las que en un coso taurino se dedican al torero que, gravemente herido por el toro, es conducido a toda prisa a la enfermería. Los sanitarios, evidentemente, se merecían aquellos aplausos y muchos más, pero sobre todo se merecían medios personales de protección, que no tuvieron en gran medida y de ahí el escandaloso número de profesionales españoles infectados e, incluso, muertos en la pandemia; también precisaban, en vez de ovaciones, más y mejores recursos hospitalarios para poder atender con eficacia aquel tsunami que se les vino encima. Dijo Churchill cuando acabó la Batalla de Inglaterra en la II Guerra Mundial que «nunca tan pocos hicieron tanto por tantos», refiriéndose a los pilotos de la RAF; esa frase es perfectamente trasladable a lo que han hecho los sanitarios por nosotros. Y lo que siguen haciendo, porque la lucha contra el virus no ha terminado aún, sino que estamos en período de tregua en el que se están produciendo menos heridos y bajas que en los momentos de mayor crudeza, pero esto aún no ha acabado, aunque algunos actúen como si lo hubiera hecho. Allá ellos si solo ellos fueran a pagar las consecuencias; el problema es que la irresponsabilidad de algunos puede afectar a muchos. Nunca tan pocos pusieron en peligro a tantos.
Y mientras llegan la vacuna y los tratamientos que puedan dar de verdad por terminada la batalla contra el coronavirus, la vida se nos ha complicado sobremanera. Eufemísticamente, lo llaman “nueva normalidad” pero en realidad podrían decir que a la fuerza ahorcan; nada que sea impuesto puede ser asumido como algo normal, aunque haya que aceptarlo como mal menor. Entre esa anormalidad impuesta disfrazada de “nueva normalidad”, hay muchas cosas molestas y otras limitativas de males mayores: mascarillas, distanciamiento -físico, que nunca social, pues ese tipo de alejamiento tiene unas connotaciones de marginación e incluso exclusión-, limitaciones de movilidad, reducción o cierre de servicios, etc. etc. Como hoy me está saliendo una entrada gris oscura para el ánimo, pese a que no era esa mi intención inicial, voy a tratar de compensar a los lectores que hayan aguantado leyendo hasta aquí con una recomendación que, espero, mute y mude el gesto de contrariedad por uno de optimismo. Sean lo más responsables y solidarios posibles -recuerden que esta batalla no es individual, sino colectiva-, pero déjense del “síndrome de la cabaña” y salgan de casa y viajen todo lo que puedan. España es el segundo destino del turismo mundial y eso indica que fuera nos perciben como un país con una gran industria hotelera, de restauración y de servicios, pero sobre todo como un lugar en el que es extraordinaria la variedad y riqueza de los recursos y el atractivo y la competitividad de los productos turísticos. Este verano, opten por viajar por España, especialmente por la más recóndita, por la menos saturada, por la alternativa a los lugares masificados. La elección del turismo de interior, lejos de descartarla, priorícenla. Tiempo tendrán de volver a tostarse al sol en la costa, vuelta y vuelta como se asan los espetos en las playas malagueñas. Y tengan en cuenta que no es tampoco necesario viajar muy lejos; en nuestra misma provincia, hay lugares bellísimos que a buen seguro no conocen, o pueden conocer más y mejor, y ya vamos teniendo una oferta de hoteles, hostales, casas rurales, restaurantes, servicios y turismo activo bastante estimable. Aunque podría ponerles no pocos ejemplos, les voy a remitir a un par de sugerentes enlaces en los que podrán ver dos preciosos vídeos en “time lapse” -técnica fotográfica de cámara rápida-, realizados por Miguel Ángel Langa, uno de los principales impulsores del Festival Internacional de Time Lapse, de Molina de Aragón -el único que tiene lugar en el mundo-, que este año debería haber celebrado en agosto su octava edición, pero que ha tenido que ser suspendida. Otra buena actividad que el coronavirus se llevó. En el primer enlace https://vimeo.com/104876235 podrán ver el vídeo en time lapse titulado “Un año en el Barranco de la Hoz”, verdaderamente espectacular, y en el segundo https://www.youtube.com/watch?v=3B8CcxlMVQA verán “El Castillo 2.0”, dedicado al castillo molinés, uno de los recintos fortificados medievales más amplios e importante de España. Precisamente, a raíz de este time lapse de Langa, nació el festival molinés al que hemos hecho referencia. Espero que estas hermosas e impactantes imágenes en movimiento les sirvan de motivación al viaje. Recuerden que viajar es una forma de soñar despiertos, la disyuntiva a las pesadillas.