Los lunes, al sol o a la sombra, suelen ser bastante pestosos. Después del tiempo de asueto, de las licencias que otorga lo festivo y de las opciones de ocio, activo o no, que nos ofrecen los fines de semana, los lunes se nos pegan las sábanas al cuerpo como el picajoso tamo a la piel del segador, las legañas pelean a brazo partido hasta con el agua de la ducha y la modorra no se despereza hasta bien entrada la mañana. Hoy, cuando escribo esta entrada, es un lunes atípico porque es festivo por lo civil: el Día de Castilla-La Mancha. Yo a esta jornada siempre la llamé irónicamente “San José Bono” –entiéndanse esta expresión y la parecida que después vendrá en tono irónico, pero jamás faltón ni insultante-, porque sabido es que el político socialista de Salobre fue durante un montón de años el carismático presidente de esta región hasta el punto de lograr que la institución que gobernaba y su persona fueran casi una misma cosa, retroalimentándose ambas sin solución de continuidad. Si seguimos esa lógica, ahora celebramos “San Emiliano García Page”, aunque cierto es que el actual presidente, pese a tener en Bono su mentor desde bien joven y haber heredado de él su populismo irredento, aún le quedan congreso de los diputados que presidir, ministerio que dirigir y muchas hípicas toledanas y no pocos negocios en Centroamérica que acometer para compartir escalón y escalafón con él en el “santoral” político. Dejémoslo entonces en que hoy se celebra el “Beato Emiliano García Page”. El actual presidente regional, pese a llevar tantos años en política como vida laboral acumula, aún es joven para alcanzar algún día la santidad por lo civil de Bono e, incluso, superarla en “milagros”. Camino va de ello porque, pese a ser el primer presidente regional que llevó a Podemos a un gobierno autonómico, antes de acabar ese mismo mandato ya había pactado el siguiente con Ciudadanos, aunque luego le sobraron votos a él y les faltaron a los naranjas. Soplar y absorber a la vez no es solo cosa de gallegos, visto lo visto con Page, en Toledo también es posible, no sé si por el aire límpido de los cigarrales o por el agua contaminada del Tajo.
Cuando se celebraba “San José Bono” con toda su intensidad, hace ya de ello varios lustros, los Días de Castilla-La Mancha eran de fastos –con “f” y con “g”- de verdad. Solo se parecían a los de ahora en la propaganda política que está detrás de ellos y en que su celebración rota entre las cinco capitales de provincia de la región, entrando también en esa rotación algún que otro “poblachón” manchego. Que nadie entienda este adjetivo como despectivo; el mismísimo Paco Umbral llamaba así a Madrid, siguiendo la estela del gran Azorín, el literato de los ojos mediterráneos y el corazón castellano. Aquellos días de fastos y gastos ordenados por Bono tenían por objetivo consolidar una región que aún andaba en pañales y cuya historia no había nacido precisamente en la noche de los tiempos, sino en una tarde en el Senado, a finales de los años setenta del siglo pasado. Fue entonces cuando la parieron algunos senadores –tengo un amigo que les llama “cenadores”- de las provincias dela vieja Castilla-La Nueva, excluidos los de Madrid porque era una provincia con mucha población y que acogotaría a las demás, aunque sumados los de Albacete, que no querían ser la cola del ratón murciano y preferían ser la cabeza del mur castellano-manchego. Aquellos primeros “días” de la entonces naciente Castilla-La Mancha eran jornadas de autobuses y bocadillos con gentes en diáspora y de un lado a otro para hacer bulto y bullicio, auténticos “extras” de la película festiva regional con un tic “berlanguiano” que se montaba cada año para hacer región al precio que fuera. Cantes y bailes al más puro estilo de los coros y danzas de la Sección Femenina de Pilar Franco, actos y discursos oficiales, meriendas y limonadas con vales, actuaciones musicales de relumbrón en la tarde-noche y fuegos artificiales fin de fiesta solían vertebrar aquellos “días” en que “San José Bono” era mucho más que un presidente regional y bastante más que un simple “barón” socialista. Era un político tan supuestamente cercano y del pueblo que, como cualquier hijo de vecino, siempre se cambiaba de camisa las veces que hiciera falta por padecer hiperhidrosis y no tenía inconveniente en regalar su propio reloj a cualquier paisano. Eso sí, en cuanto se quitaba uno para obsequiarlo, el “Chunda” de turno –con este nombre era conocido su jefe de prensa y asesor “áulico”- le volvía a poner otro igual en la muñeca para repetir escena con el siguiente paisano. Y no hablo de oídas.
Con el “Beato Emiliano” los días de Castilla-La Mancha son más contenidos, dinámica en la que ya los situaron sus predecesores, José María Barreda y Dolores Cospedal, a quienes no elevo a los “altares” de la política regional por dos motivos bien diferentes: al primero, por su grisura e irresponsabilidad al gastarse mucho más de lo que tenía, y a la segunda por ejercer su cargo a tiempo parcial y con un gobierno mediocre que jamás conectó con el electorado, siendo solo excusa de mal pagadora la pésima herencia económica recibida. Este año, el Día de Castilla-La Mancha se celebra en Guadalajara, pero va a limitarse a un acto institucional en el Buero Vallejo en el que, alternándose con algunas actuaciones musicales y proyecciones de vídeos, se va a entregar una larga nómina de premios y reconocimientos. Recibirán sus galardones hoy en la capital alcarreña, desde 30 asociaciones e instituciones por su trabajo durante la pandemia de covid-19 –he echado de menos en esta relación a los fabricantes de féretros, y ahora sí que lo digo con toda la ironía del mundo-, a Manolo “el del Bombo” que, aunque tiene o tenía un bar en Valencia, resulta que es de un pueblo de Ciudad Real. Como el entrañable forofo de la selección, esta región sigue con la boina puesta que, por sí mismo, no comporta desdoro alguno, el problema es cuando se cala hasta los ojos.