Cuenta la costumbre, que habla poco, pero dice mucho, que los calores más sofocantes del verano suelen producirse entre mediados de julio y mediados de agosto, “de Virgen a Virgen”, pues el 16 de julio es la del Carmen y el 15 de agosto la de la Asunción, dos de las advocaciones marianas más señeras. La costumbre, en esta ocasión, como en casi todas, se limita a constatar un hecho irrefutable, cual es que en estos días de julio entramos en el ecuador del verano que es cuando el sol zurra la badana de verdad, se enseñorea de cielos y tierras y abrasa todo lo que osa no estar a la sombra. Y en las sombras, el sol no sofoca por su fogosidad directa, pero lo hace a través de su interpuesto calor que cuece el aire y a veces hasta el seso, con ese. Muchos son los refranes de este tiempo, pero este lo resume todo: “Julio caliente, quema al más valiente”.
Así las cosas y mientras tenemos aún muy lejos -al menos algunos- las olas del mar y demasiado cerca y sucediéndose sin solución de continuidad las de calor, la política que todo lo invade y no ceja en su empeño por adherirse y expandirse como la hiedra ni cuando más aprieta el sol, nos ha traído la mayor crisis de gobierno de la democracia. Nunca antes fueron sustituidos siete ministros a la vez en una remodelación del gabinete como ha hecho Pedro Sánchez el pasado fin de semana, apenas 48 horas después de decir que no estaba entre sus prioridades un cambio de carteras. A este presidente hay que juzgarle por lo que hace y por lo que no, pero a sus palabras les pasa lo que a los periódicos, que envejecen de un día para otro. Es de aplicación a buena parte de la clase política -no digo a toda para que no me llamen demagogo-esta frase de Abraham Lincoln que debería estar enmarcada y en lugar bien visible en el despacho del titular de la Moncloa: “Hay momentos en la vida de todo político en que lo mejor que puede hacerse es no despegar los labios”. Les habría venido muy bien hacerla caso a todos los inquilinos que ha tenido el palacete sede de la presidencia del gobierno, pero de manera especial al actual porque sus discursos caducan antes que los yogures y, eso no es lo peor, lo peor es que no tiene ningún rubor en cambiarlos en función de los acontecimientos, consciente de que la sociedad actual tiene memoria de pez y apenas se leen libros y periódicos, solo tuits. Germán Coppini, con sus “Golpes bajos”, cantaba que corrían “malos tiempos para la lírica” y parece que siguen corriendo, pero lo que es evidente es que corren muy malos para la verdad. Lo curioso es que este gobierno quiere decidir cuál es la verdad de la buena, un nuevo ministerio sin cartera para el gabinete con más ministros de la democracia. Sánchez bate récords.
La crisis de gobierno sanchista en pleno sofoco juliano -me refiero al mes, no al político y militar romano que le dio su nombre- no solo ha tenido unas proporciones cuantitativas ignotas en democracia al caer hasta siete ministros, sino también cualitativas pues se ha llevado por delante a su número dos en el gobierno, la vicepresidenta Carmen Calvo, y a su número dos en el partido, José Luis Ábalos, que además de ministro de Fomento es secretario de organización del PSOE. Igualmente significativo es el cambio del ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, tras un tiempo de relaciones tormentosas entre el actual poder ejecutivo español y el judicial, algo que comenzó cuando una ministra, Dolores Delgado, salió del gobierno para hacerse cargo de la Fiscalía General del Estado. Campo, que es magistrado de profesión, ha debido tomar mucho omeprazol y almax durante el tiempo que ha sido titular de Justicia porque Montesquieu no es uno de los filósofos de cabecera de Sánchez. Tampoco es baladí el relevo de la ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, pues esa cartera se pone en manos de la persona que junto al presidente del gobierno proyecta la imagen de España en el exterior ; antes también recaía esa función en el rey, pero este gobierno tiene a Felipe VI semiescondido en Zarzuela y a su padre “exiliado” en Abu Dhabi: “delenda est monarchia”, como acuñó Ortega siguiendo a Catón. La señora Laya, que tiene cara de “pitagorina”, debe ser muy lista, pero su labor diplomática ha sido bastante torpe. A otro que Sánchez ha mandado a la luna -pero de Valencia– es al astronauta ministro de Ciencia, Pedro Duque, al que fichó para aquel primer gobierno suyo que bautizó como “bonito” -este presidente nunca defrauda eligiendo adjetivos-; Duque no hizo nada en ese primer gobierno y en este ha hecho el doble: nada de nada… ¡pero era muy pinturero tener un astronauta sentado en el gabinete! Una ministra que incluso fue portavoz en el anterior consejo y que ha caído sin miramientos en vísperas de los idus de julio es Isabel Celaá, una señora con un apellido tan impronunciable como difícil de entender su cara, mezcla del Spock de Star Treck y la novia cadáver; permítanme este licencioso comentario en el contexto festivo en que está derivando esta entrada. La señora Celaá no fue una buena portavoz -pontificaba y regañaba demasiado- y ha sido una de las peores ministras de Educación que se recuerdan. También ha sido relevado el ministro de Cultura y Deportes, Rodríguez Uribes, un político sin sombra. Además de los siete ministros que han cesado, algunos de los que permanecen cambiarán de cartera, siendo el caso más llamativo el de Miquel Iceta, el líder del PSC que se trajo Sánchez de Barcelona a Madrid para ponerle al frente de Política Territorial como un guiño más al separatismo catalán con el fin de amachambrar su apoyo para seguir en Moncloa. Apenas seis meses después, Iceta cesa en esta relevante cartera para el proceso “federalizante” en el que está Sánchez, pasando a Cultura y Deportes, un ministerio lamentablemente menor en la España poliédrica, asimétrica, babélica y de secano y barbecho de hoy. Isabel Rodríguez, la actual alcaldesa de Puertollano, será quien le sustituya, pero que nadie piense que Sánchez va a frenar con ella las aspiraciones de reincidir en sus delitos de los separatistas indultados por provenir de Castilla-La Mancha, cuyo presidente es de los socialistas más hostiles con el separatismo; Rodríguez es ante todo sanchista y puede que sea la persona que el actual presidente del gobierno haya elegido para intentar relevar al incómodo Page. Que, además de ministra de una cartera con peso político vaya a ser la portavoz del gobierno, es un extraordinario escaparate que sin duda va a tratar de aprovechar la puertollanera para intentar asaltar Fuensalida desde Moncloa. Pico no le falta, veremos si también tira de pala.