La ciudad de Guadalajara tiene el carnaval que se merece. El febrero castellano no da para más ni para mucha mascarada de calle, sólo la justa y por cumplir con el calendario festivo tradicional. Lo mejor de las carnestolendas arriacenses es su anuncio y pregón con las botargas y otros personajes enmascarados de la provincia, reuniéndose en la capital como rompeolas y punto de encuentro de sus propios pueblos y de sus más peculiares y vistosas costumbres. Javier Borobia —que hace ya 14 años que vive al ralentí tras medio siglo de hacerlo a muchas revoluciones para bien de la ciudad—, junto a sus compañeros y amigos de Mascarones, son los principales artífices de que la capital tenga, al menos, un carnaval sobrio, pero digno, y que alcanza su momento álgido cuando principia con la reunión y el encuentro de las botargas, el personaje tradicional más singular y representativo de la provincia.
Tras su prohibición durante el franquismo, los carnavales de la ciudad se recuperaron en el primer mandato (1979-1983) de Javier Irízar como alcalde, el primer primer munícipe arriacense —procede la repetición— elegido democráticamente tras la aprobación de la Constitución de 1978. Pese a que Guadalajara era una de las ciudades de España con mayor porcentaje de voto de centro-derecha, una bufonada protagonizada por el entonces gobernador civil, Fernando Domínguez, y los mandamases provinciales de la extinta e histórica UCD propició que este partido —en ese momento aquí, mayoritario, no, lo siguiente—, ni siquiera pudiera presentarse a las elecciones municipales de 1979, pese a que, de haberlo podido hacer, habría ganado con absoluta claridad, como avalaban todas las encuestas y era público y notorio a nivel de calle. Este fiasco político, más carnavalesco que el mismísimo carnaval, propició que el PSOE se hiciera sorpresivamente con la alcaldía de Guadalajara, gracias al apoyo del PCE. Resultado de aquel “rocambole” más propio de polichinelas que de políticos serios: Una ciudad claramente conservadora, gestionada por una coalición social-comunista que no lo debió hacer tan mal pues la izquierda mantuvo la alcaldía durante 13 años (1979-1992), finalizando ese periplo cuando otra arlequinada política, en este caso de la propia izquierda, por fuertes desavenencias entre Blanca Calvo (entonces IU) y el PSOE, dio paso a un gobierno de centro-derecha que duró 11 años, con José María Bris a la cabeza, un buen alcalde cuya gestión fue refrendada las dos veces que volvió a concurrir detentando el sillón de la alcaldía.
¿Y aquel carnaval que recuperó Irízar qué antecedentes tenía en la ciudad? Como nos cuenta con todo detalle Pedro José Pradillo en su última -y, una vez más, extraordinaria- obra publicada, “Las musas en el Henares”, los carnavales arriacenses de finales del siglo XIX y principios del XX los protagonizaban las numerosas sociedades y ateneos surgidos en aquella época de inusitada actividad cultural, especialmente escénica y musical, que vivió la ciudad, pese a tener sólo una séptima parte de población de la que ahora tiene. Esas sociedades y ateneos —de notorios y notables nombres como Ateneo Caracense, Ateneo Científico, Literario y Artístico, Ateneo Instructivo del Obrero, Liceo Artístico, Sociedad Casino o Casino La Peña, entre otros—, además de impulsar acciones culturales y educativas con una filantropía encomiable, organizaban en el tiempo de carnaval bailes de máscaras muy esperados, celebrados y concurridos en sus propios locales, si disponían de ellos, o en salas públicas o salones privados, especialmente en el Teatro Principal, demolido hace 90 años y cuyo solar ocupa el antiguo edificio del Banco de España. Y entre aquellas sociedades que tanto hicieron por los carnavales de Guadalajara de las últimas décadas del XIX y primeras del XX, destacó la Asociación de la Prensa local que, como el Guadiana, nacía y cejaba en su empeño y actividad cada pocos años, pero siempre, especialmente en la década de los años 20, organizaba unos famosos bailes concurso de máscaras en salones primorosamente adornados y engalanados, entre otros artistas plásticos por el padre del afamado pintor alcarreño, Carlos Santiesteban, e impulsados por Francisco Goñi, el excepcional fotógrafo y sobre todo gran fotoperiodista que tanta huella dejó en Guadalajara y cuyo legado, encontrado casualmente en un derribo y recuperado por la Agrupación Fotográfica Alcarreña, está depositado en el Archivo Histórico Provincial y es gestionado por él.
Aunque a veces parezca que la prensa es un carnaval permanente, especialmente en los momentos actuales, hubo otro tiempo en que ella lo organizaba, pero no se enmascaraba.